sábado, 30 de marzo de 2019

Página 87

Desde una emocionante coincidencia que me vincula con otros:

Estoy leyendo desde hace unos días el durísimo, bello, poético, crítico, radical, absorbente, obsesivo, y quizá excesivo, libro de Santiago López Petit, El gesto absoluto. El caso Pablo Molano: una muerte política. En la página 87, arriba, dos líneas sobre fondo blanco y vacío, y tras preguntarse si ¿mi vida es mi vida? (No) se escribe: Pablo vivía en el alambre. No podía tener ni una vida fácil, ni un amor tranquilo, ni tampoco una muerte reposada. 

Muchos colgando del alambre.

El alambre nos atrae mortalmente como imagen poética, lo apreciamos como metáfora y concepto, mientras saboreamos dolorosamente su hierro, el hierro de una vida atrapada y apresada sobre sí misma. Hace cosa de un mes escribí algo sobre la vida en el alambre: Es la vida en el alambre, pensaba... porque nadie se ha escapado ni se escapará jamás (...) somos así, es así, hay que ver el hierro. Y aceptar la extraordinaria alegría que produce pensar la vida con su hermosa dureza. Aún sin haber leído ni siquiera fragmentos del libro de Petit. Se lo escribí también en una nota a W. El alambre, o el cable, tiene su origen en un tonto error de traducción del título de una serie televisiva: The Wire, y así, luego, empecé a pensarlo, desde el desencanto, con C. hablando en el bar; bebí. Anoche, con L., cenando en el mexicano más: el cansancio existencial y la impotencia personal, en lo emocional y en lo práctico... La impotencia y el cansancio seguramente habitan en el alambre. Cuando lo hablo, todos lo entendemos, todas la cabezas se llenan de esa opacidad, lo comprendemos, lo compartimos; la idea, muy plástica, no necesita mayor explicación. Y ahora también Petit. ¡Qué tremenda recurrencia y redundancia la del alambre!

Desde una reflexión del aislamiento, o una estética del encierro, que me compromete con el tiempo y la verdad:

Pienso, y esto será lo más denso, qué significación e importancia, injertada por los mecanismos simbólicos de transmisión histórica de la experiencia política, habrán tenido los distintos campos de concentración del siglo XX, especialmente del fascismo, el nazismo y el comunismo, en la construcción actual de una estética del encierro interior. La interiorización del aislamiento y la reclusión en el capitalismo: la explotación de la intimidad, la vida parasitada y violentada por la precariedad, el agotamiento de la acción, o como dice Heidegger, anular el pensar: la imposibilidad de alejarse de la impotencia de lo privado. Una larga historia de violencia y olvido es la cruel herencia de un tiempo anterior que en gran medida acosa, hostiga y agrede un presente que en su autoconservación, paradójicamente, se devora. Olvidar es convertir el tiempo y el cuerpo en muerte. Imagino los campos vacíos, el sol amarillo sobre las alambradas y la tierra yerma conservando el calor del finado: nos quedó la abundancia del dolor, la certeza irrefutable del abandono y la intemperie del hombre tras la devastación. Los tiempos sometidos al campo de concentración han impuesto una herencia simbólica e ideológica del encierro y la captura interior en las vidas privadas y el amor romántico de la gente, creando un impacto en forma de herida abierta sobre la conciencia política europea. El ejercicio o ensayo político consiste en establecer múltiples relaciones, discontinuas y cuestionables, entre los tiempos de la exteriorización del encierro (que ya apunto: no serán más que el estallido de un encierro interior insostenible) y los tiempos actuales de interiorización de la reclusión; la estética capitalista del encierro.
      

martes, 26 de marzo de 2019

Leyendo a Heidegger. Nota 1

Sueño, si es que todavía eso es posible, con una escritura que no sea ni literatura ni filosofía y lo sea a la vez todo, crónica, ensayo, memoria y poesía, para poderlo decir todo con pleno derecho, e intensidad creativa; asumiendo sus múltiples y destacados límites. Nunca me han interesado excesivamente las tramas río o contar una historia con personajes y acontecimientos ficcionales, aunque lo digo y ya me vienen a la cabeza mis contradicciones en forma de clásicas pasiones novelísticas ofreciendo algo más allá del mundo que pueda salvarnos de la soledad y la muerte. Mi principal obsesión es la creación de lenguaje y discurso, la transmisión de conceptos y experiencias genuinas con declaradas intenciones de habitar sin género, escribir el no-género, morar su ausencia. La prosa, a la manera anfetamínica: la reflexión y el pensamiento expresados en un lenguaje envolvente con notables atisbos de belleza poética y plena posibilidad crítica, situando en el centro la vida junto a una amplia constelación de cuerpos, palabras y cosas. Quizá sea, solamente, la decreación.  

Poder traducir en términos inteligibles a Heidegger (en ocasiones se expresa con una plasticidad infinita), bajo formas literarias y ensayísticas plenas de sentido sin perder el núcleo de su oscura e impenetrable filosofía sería una tarea asombrosa y admirable. Yo no puedo. Pero sí hacerlo a mí manera diarística, con descaradas notas y apuntes sobre mi lectura y experiencia reflexiva de parte de su obra, que irán expandiéndose y abriendo espacios de aire fresco a medida que penetre la escritura y el tiempo. Ahí Heidegger. Y yo hablando por los márgenes. Así empieza el tambor. 

 Una especie, aforística, de contra-Heidegger:

 Quien pertenezca y desee pertenecer al mundo, lo perderá.

(el hombre no puede evitar ser-en-el-mundo, expuesto, arrojado, abierto, disponible, pero sin pertenecer ni sentirlo como propio, sin oír nada)

sábado, 23 de marzo de 2019

L'ou de la serp (41)

 
El nacionalismo es amar a la nación, lo que significa amar los dispositivos de violencia, amar un cuerpo político con una larga historia de violencia.

He desfallecido, claudicado, desesperado; pero el juicio del procés debería demostrar que se ha pasado del amor a los hechos consumados. Como ya dije, e hice, una vez, el amor de los nacionalistas es comparable al de los pedófilos, la esencia y el ser de su pasión resultan molestos, incómodos y repugnantes, aunque legítimos y respetables. Sólo sus prácticas efectivas, y afectivas, son delictivas. El amor a los niños se soporta como el amor a la nación, con resignación y paciencia. Sólo al pederasta se le da un trato criminal como al racista en su bautismo de sangre o fuego, pero no al pedófilo ni al nacionalista.  

viernes, 22 de marzo de 2019

Crónicas del desengaño (VIII)

Mis palabras frente a ese tipo de cuerpos son polvos de viento. Atraviesan una enorme balsa de lodo y barro, charca opaca que oculta el fondo y el sentido. Las palabras entran ahí enteras, inteligentes, redondas, hermosas y bien dichas, pero según penetran la superficie van desapareciendo. Lo que me aterra es no conocer el camino de las palabras, su vida, su historia, su recorrido, crecimiento y muerte; no poder interceptar ni modificar el circuito íntimo de sus afectos, no saber dónde diablos se amontonan, cómo se guardan, conservan, o digieren, en el entramado límbico del deseo, la parte endocrina de la voluntad. ¿Esas palabras las adquiere y procesa el enorme hueco, surco, en la tierra? Veo el charco enorme, denso, grumoso, y no veo más de lo que ya conocía anteriormente, todo parece igual, sin repetición ni desplazamiento, la imperturbabilidad de la charca, el frío en la carne, y la indiferencia del cielo. Como si las palabras no hubieran cambiado nada, ni añadido nada más allá de esperanzadas y fútiles briznas de belleza algo desencajada. Pero al fin, nada, como si el mundo fuera inmune al decir, a todo decir, inescribible, inenarrable, intraducible, inapelable, ágrafosuelo agráfico, tierra sin huellas.

No es descartable: quizá el barro esté en mis ojos.

miércoles, 20 de marzo de 2019

Mañana, tarde y noche

Mañana:

Se lo dije, hace poco. Querida, he conocido la vacuidad. Y es horrible. Casi caigo desplomado en sus brazos, como tantas otras veces, buscando consuelo, buscando la playa. Hoy, una vez más, descubro el crucial desprecio en lo personal, la sutil y elegante degradación humana, a la que conducen estas fenomenales historias de egoísmo contemporáneo; aceptación sorprendente y atroz del individualismo más radical e indiferente de nuestras atomizadas sociedades, un solipsismo político económico al que no me hago. Hoy no me tocaba, pero necesitaba despejar mi cabeza, embozada. Salgo de la ducha con los ojos rojos de vapor y un vaho cristalino que empaña el espejo del baño lo dificulta todo mucho: mirando, no logro distinguir mis lágrimas de las gotas de agua, el reflejo de la luz y el dolor se mezclan. Es la estupidez, incluso mi propia estupidez, la que me destruirá, puedo asegurarlo.

Mientras escribo, oigo como el Fiscal Zaragoza describe de un modo inexacto y sesgado los hechos delictivos del procés. Lejos del tribunal, es un día claro y luminoso, una mujer frente a mi ventana tumbada en una azotea de tejas rojas toma el extraordinario sol del invierno barcelonés; es una espalda maravillosa y desnuda. Qué cerca y qué lejos está la vida!

Termino la tostada de bordes quemados, crujiente, aceite y pimienta, con una lánguida loncha de fiambre encima, pan de hígados me dicen, y un zumo natural de naranja delicioso; hoy la fruta es dulcísima y de un color vivísimo como si se hubiera hinchado de luz. Miro por la ventana, la chica tumbada en la azotea ya no está, boqueo doy mordiscos mudos al aire, buscando la espalda, mientras con las manos intento atrapar algo. Acto seguido, secando ya mis labios, el presidente de la sala, el señor Marchena, hace, a diferencia de la deficiente exposición de los fiscales y de la abogacía del estado, una aceptable argumentación sobre las cuestiones formales del juicio. 

Tarde:

Un deseo insaciable de conocimiento y filosofía, de amor y descanso, recorre mi vida. No sé si así podré vivir siempre, pero así vivo, y así quiero vivir, hasta que se me endurezcan el rostro y las manos, y de ellos no pueda descubrirse ya ni el más mínimo sentimiento de libertad. 

Escribo esto de inmediato, antes de que lo borre el tiempo y le llamemos olvido. Este diario debe recoger todos los fragmentos de vida y habla posibles; reordenar los pecios de una existencia, como todas, maltrecha.

En el siguiente escrito las horas son ciertas y duelen, nos dañan, y los minutos son inciertos y nos matan. 


Es la vida en el alambre, pensaba... porque nadie se ha escapado ni se escapará jamás.

El alambre, nadie se escapa, se escapó, ni se escapará jamás, somos así, es así, hay que ver el hierro. Y aceptar la extraordinaria alegría que produce pensar la vida con su hermosa dureza.

Noche:

Anoche soñé que me moría, y que muchos otros también lo hacían, y el suicida era cualquiera, daba igual quién. Éramos niños, todos, valientes, vivíamos luchando, libres, en un campo verde y soleado contra dragones inmensos, aplicando el lenguaje de las bestias, una palabra inútil y salvaje que terminaba con la muerte. No cambiamos nada. Reflejo, posible, esta impotencia de cambio, de la sintética escritura de los finales que voy ensayando, entre la invención de lenguaje y la vida y su imposible clausura, y no sé si sale.

Este pequeño texto fue iniciado el 7M vísperas de la huelga feminista, en la noche de las brujas, eso creo saber y gusto decir. Se manifiestan de noche porque la noche fue históricamente suya, su cárcel e íntima liberación, condenadas a la oscuridad y olvido del mundo, y era el mejor modo de contrastarse frente al irresistible fuego que las devoraba y que los hombres habían preparado para ellas. Yo, como les dije a las chicas, soy un hombre sin fuego; de incierta masculinidad, sin quema, sin caza, ni hierro, pero me ignoraron. Horta era el lugar de partida de la caminata nocturna en Barcelona, se leyeron manifiestos, sé que fue numerosa y no sé si con gritos y antorchas esta vez. Unos minutos antes del inicio y durante mi paseo diario estuve en el lugar, la parada de metro, para ver a las primeras mujeres llegar lentamente y con entusiasmo, la cosa marchaba, y yo me fui, porque de modo irracional los hombres a secas no podíamos asistir. Yo, ese día, quería escribir políticamente sobre una mujer violada que se defendió; hoy lo culmino.

martes, 19 de marzo de 2019

El aplastamiento de las gotas

Wara, que es un encanto, me recomienda un texto durante el cafelito del desayuno mientras hablamos de sus dibujos y el amor político. Son, otra vez, las gotas, su caída, su aplastamiento. Ella también ha visto asombrada como caen y se olvidan. Habla, y es la viva representación del amor fati, (no lo leo estrictamente como amor al destino, sino como lo hace Nietzsche) ese no querer más que lo que es, lo que ha ocurrido, lo que sucede como lo bello, encontrar en lo necesario de las cosas una fuerza que rechaza su mendacidad análoga a su mendicidad. Sin embargo, los suicidios rompen esa forma vibrante de la vida, nos recuerdan fatalmente el malestar profundo que resquebraja cualquier pretensión filosófica vitalista, y vuelven inciertas algunas afirmaciones de la vida o pasiones alegres. Por la tarde, me envía el audio del texto de Cortázar, y yo agradecido:  

domingo, 17 de marzo de 2019

La humedad nos ciega los ojos: gotas que siguen cayendo, que no paran, ni pararán nunca, de caer y secarse

Anoche soñé que me moría, y que muchos otros también lo hacían, y el suicida era cualquiera, daba igual quién. Éramos niños, todos, valientes, vivíamos luchando, libres, en un campo verde y soleado contra dragones inmensos, aplicando el lenguaje de las bestias, una palabra inútil y salvaje que terminaba con la muerte. No cambiamos nada. Reflejo, posible, esta impotencia de cambio, de la sintética escritura de los finales que voy ensayando, entre la invención de lenguaje y la vida y su imposible clausura, y no sé si sale.    

Llevamos el mismo suicida dentro, las mismas muertes, sea en el cuerpo o en la memoria; cual artesanales muñecos de madera con inesperada sorpresa, eco de fondo, acumulación de carga, seguro inicio de una música diabólica, mortalmente seductora. El suicida tiene un doble problema, porque tiene un doble enemigo: su mundo interior, probablemente devastado, y, en sentido general, el gobierno de los hombres. Él mismo se plantea con una frecuencia delirante el derecho a su propia existencia, pero los que, impasibles, le miran, inconscientemente o espontáneamente, también se plantean cosas que pesan, cargan, dañan, incitan, carcomen, duelen, arañan, amputan, provocan y aspiran al cruel descanso del otro. Y es a través de la misma mirada, porque ¡curioso! todos atravesamos el mismo día y la misma noche, la misma guerra a la puerta de casa, que unos caen y otros simplemente se limpian. Miran y se dicen en la impunidad de la confidencia: ¿Acaso ellos, así, tirados, restos, tienen derecho a vivir, tienen derecho a la vida?; preguntas fruto de la impolítica, de la despolitización, ya que el gran problema político es la vida: recordar que hay que vivir; y deconstruir el fundamento de ese derecho, exquisita trampa de su encarcelamiento y su contrario: el derecho a morir, cuya proximidad al derecho a dejar morir paraliza por la fácil y susceptible perversión: el hacer morir, en bruto y llevado hasta el final: el derecho a matar. Un camino antiguo, conocido, y nada excepcional e insólito, en la antigua política de soberanía, el poder del soberano (posteriormente Foucault invertiría la fórmula de la política soberana con la invención de la biopolítica: hacer vivir, dejar morir: hacer sobrevivir; simplemente lo cito, lo destaco). Y luego están los que directamente son frutos de la ignorancia, esa terrible forma de barbarie: ¿a mojarnos, cómo se atreven a mojarnos y mancharnos?, ¡señalarnos! Somos hombres, son hombres, desarmados como la pena, pero no son símbolos de un vacío, ni de nada, sino el hecho consumado de un vaciamiento, el reflejo del vacío que en ocasiones produce la ausencia de espacio, el no-lugar, la supresión, o compresión, del espacio entre los hombres que es la aparición de lo político. Si el suicida es el que no tiene lugar, el que es un no-hombre perdido, desorientado, sin espacio, entonces sí son una causa política. Pensar la vida de un modo político es buscar una respuesta a la fragilidad y debilidad de su existencia, reconducir su vulnerabilidad constitutiva, pretender encontrar una dureza y belleza inexistentes, e inesperadas, en una vida normal(izada), fruto de la resistencia, apelando e interpelando a otros, porque solos no somos nada, ni siquiera malvados. La humedad nos cierra, nos ciega, los ojos, las lágrimas son como las gotas que caen, nos mojan, y se secan.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Dos verdades

Escribo esto de inmediato, antes de que lo borre el tiempo y le llamemos olvido. Este diario debe recoger todos los fragmentos de vida y habla posibles; reordenar los pecios de una existencia, como todas, maltrecha.  
  • Uno se hace amante sólo ha condición de hundirse en el silencio; más cercano a la huella que a la presencia, del cuerpo.
Creo que esto último debería meterlo en las crónicas del desengaño y explicarlo mejor
 
  • Leo en Carnap, esa maravillosa lija positivista, bestia negra de la filosofía continental, que los problemas metafísicos realmente son problemas psicológicos; y creo ensayar una suerte de definición: la psicología no es más que la subjetivización y personalización de la metafísica. De ahí que muchos de nuestros desconocidos, anónimos, vecinos, conocidos, colegas, compañeros, familiares y amigos acudan a fatuos terapeutas creyendo que tienen problemas psicológicos cuando lo que tienen son (sus) problemas ontológicos, morales y si me apuran, políticos.
[Por cierto, esta tensión, choque, o agonía, entre lo puramente psicológico y lo estrictamente ontológico y metafísico, se encuentra casi absolutamente reflejado, presente, interiorizado y problematizado en el cine, esa maquinaria perfecta de espectros y fantasmagorías, de Ingmar Bergman.]

martes, 12 de marzo de 2019

Crónicas del desengaño (VII)

Son las 22:00h, hemos quedado en que la llamaría, quizá salgamos. Vigilarse, contenerse, ser consciente, desconfiar de uno mismo, siempre, especialmente si se trata de ese amor sometido a la belleza que llama a la catástrofe. No puedo abandonarme al teléfono, el riesgo de hablar demasiado, y perderme, no ser yo, ser solo voz, sin cuerpo, descorporeizarse, ser viento, sonido, desvanecido, un incierto recuerdo, consumido. Hay más peligros. Contener racionalmente esa invasiva exposición de la sentimentalidad para no parecer, seguro, ridículo, un hombre ridículo, o peor, una mentira: una víctima. ¡Cuánto tiempo antes de atreverse a ser uno mismo, sin miedo! Finalmente no nos vemos, está enfrascada en un proyecto de trabajo, sola, frente al ordenador, el rostro azulado por la pantalla, con las piernas, también azules, cruzadas sobre la silla, atusando el pelo para recogérselo con una goma, la imagen misma me consuela. No pasa nada. Yo estaré en mi estudio, con libros, papeles, notas, cualquier momento y rincón del mundo es bueno para soñar. Sin embargo, alargamos la conversación por teléfono, podríamos haber quedado, total... no callamos... queremos hablar, nos negamos, se apena, me apeno, otro día... sí... otro día... ya es tarde... sí... ya no da tiempo tienes trabajo... queremos atrapar la vida... cada uno la suya, parece... No te preocupes, está la vida por decir... ¿Será cierto? Me paso mucho tiempo contemplando, frente a la pared, como es la vida. La pared me gusta tanto como a esos hombres melancólicos que observan el mar todas sus tardes les gusta el agua y el cielo. Colgamos, este congénito cansancio.

El engaño de la vida

Escribe María Zambrano:
"Indudablemente, el descubrimiento del tiempo no puede verificarse más que en un momento negativo dentro de la propia vida, en que hemos perdido alguna cosa que la estaba llenando: el tiempo es la sustancia de nuestra vida y por lo mismo está bajo ella, como fondo permanente de todo lo que vivimos; descubrir ese fondo tiene algo de caída que sólo tiene lugar en un especial estado de angustia, desengaño o vacío. Descubrir el tiempo es descubrir el engaño de la vida."

domingo, 10 de marzo de 2019

Lolo y Baeza

Este pequeño texto fue iniciado el 7M vísperas de la huelga feminista, en la noche de las brujas, eso creo saber y gusto decir. Se manifiestan de noche porque la noche fue históricamente suya, su cárcel e íntima liberación, condenadas a la oscuridad y olvido del mundo, y era el mejor modo de contrastarse frente al irresistible fuego que las devoraba y que los hombres habían preparado para ellas. Yo, como les dije a las chicas, soy un hombre sin fuego; de incierta masculinidad, sin quema, sin caza, ni hierro, pero me ignoraron. Horta era el lugar de partida de la caminata nocturna en Barcelona, se leyeron manifiestos, sé que fue numerosa y no sé si con gritos y antorchas esta vez. Unos minutos antes del inicio y durante mi paseo diario estuve en el lugar, la parada de metro, para ver a las primeras mujeres llegar lentamente y con entusiasmo, la cosa marchaba, y yo me fui, porque de modo irracional los hombres a secas no podíamos asistir. Yo, ese día, quería escribir políticamente sobre una mujer violada que se defendió; hoy lo culmino.

La moral tradicional que sostiene el higiénico y tranquilizador mandato del no matarás, arropado civilmente por el carácter acusatorio, delictivo y ofensivo del crimen, se ve enmendado cuando la acción abandona el apasionado deseo asesino y se transforma excepcionalmente en el inevitable instinto defensivo de la víctima aferrada a la supervivencia. En ocasiones también (yendo de la moralidad a la legalidad) en el reconocido amparo constitucional, en forma de posible inocencia, del uso en legítima defensa de la violencia. Solo la admiración e idolatría social de la culpa, la confesión y el martirio, lejos de sólidas razones políticas o intelectuales, blanquean a ojos del cínico pueblo la destrucción inmediata, apresurada y motivada del asesino. Bien. Pilar Baeza, la candidata de Podemos a la alcaldía de Ávila, representa esta frecuente figura de la historia (la historia no es una ciencia moral) en la que la víctima después es verdugo. Lo representa de una manera problemática, cuando lo personal puede ser político. Solo si entendemos que los caminos de la lógica y comprensible venganza conducen inexorables a esta perturbadora y difícil mutación homicida. En este caso su agresor no era un inocente cualquiera. Baeza fue una mujer violada. Y probablemente destruida. Proporcionó el arma del crimen a su novio Lolo, el ejecutor material del crimen, y organizó la logística de la ocultación del cadáver en un vulgar pozo. Fue condenada a treinta años de cárcel, cumplió siete. A mí juicio el debate moral tiene importancia pero no es decisivo. Políticamente sí lo es. Y consiste en comprender las formas de dominación y odio sobre las mujeres y lo femenino que operaban culturalmente en la sociedad española de 1985 y que todavía hoy siguen latentes; y a su vez discernir la legitimidad o ilegitimidad, la aprobación o desaprobación del asesinato de un violador en defensa propia. Sin entrar en los obscenos pormenores policiales, puede y debe hacerse una lectura feminista (feminismos) del caso para problematizarlo seriamente, pues aquí hay un tercer hombre patriarcal: Lolo, que venga la violación de su novia como un monógamo cualquiera, reparando el supuesto honor perdido, robado, de su amada. Exhibir públicamente su historia, sus razones, y su miedo, porque el pasado está siempre (en) presente, es el único modo de hacerlo especialmente e inequívocamente un caso político. Al menos yo, para pensarlo políticamente, vinculé este caso con las palabras siempre vigorosas e intelectualmente desafiantes de Virginie Despentes, una escritora feminista que más allá de sus reflexiones pone en juego el propio cuerpo y su identidad: ella golpea con la vida y la carne, nos obliga a mancharnos, cosa no del todo agradable pero justa. Dijo que por qué una mujer violada no tenía derecho a utilizar la violencia para resistir, ejercer la violencia extrema para vengarse igual que hacen los hombres, y claro, apostar de nuevo por la vida. La misma violencia para hacer morir debe servir para vivir, dejar, dejarse, vivir. Los logros del movimiento feminista en la adquisición de derechos políticos y civiles, y libertades públicas, que hoy parecen insuficientes pero que resultan necesarios desde todo punto de vista, se consiguieron sin un solo muerto, sin suprimir  ni exterminar al enemigo político. Un insólito éxito, a pesar de que cayeron muchas sacrificialmente. Despentes no parece del todo satisfecha con este relato de alarde pacifista y sospecha que si el feminismo hubiera asesinado, ejercido la violencia del mismo modo que la recibían, quizá (¿el poder Patriarcal?) las hubieran tomado más en serio. Resulta interesante y peligroso, de ser cierta la llamada cultura de la violación, atreverse a pensar (pero más peligroso es no pensar en absoluto) en esta línea virginie algo drástica: ¿No tienen las mujeres legitimidad política para matar a los hombres que las violan o pretenden violarlas? Una educación defensiva, una pedagogía de la lucha general, que a mí me parecería desastrosa, aunque evidentemente no tengo una respuesta definitiva, debo darle vueltas, pero el peligro es claro: rehabilitar el antiguo y desterrado orgullo de la violencia privada. La senda es compleja, pues desvalorizar la muerte también supone desvalorizar la propia vida.  

lunes, 4 de marzo de 2019

El atractivo de una definición

Arcadi Espada en un alarde de elocuencia define perfectamente la equidistancia socialdemócrata: "son esos que entre la muerte y la vida eligen la enfermedad".  Algo de una profunda inhumanidad.

domingo, 3 de marzo de 2019

Leemos para saber qué pasa

Muchas noches y de un modo sereno, duro, y hermoso, hablo con amigos sobre estas muertes, este irse yendo poco a poco. No sé muy bien lo que entenderán o que conclusiones reales, sobre las que hay que pagar un precio, sacaran de todo ello. Pero su mirada, todavía, sigue siendo tierna y limpia.

Escribe Foster Wallace para pensarnos, que además de resistir, también, es un resistirse. No sé si decir que él, al suicidarse con un cinturón, no lo consiguió. Escribe antes de saltar:

"Hay un elemento en el libro sobre qué pasa cuando alguien salta de un edificio incendiándose. No es que ya no tengan miedo de caer, sino que la alternativa es demasiado terrible. Y es entonces cuando te invitan a considerar qué hecho sería tan horrible que saltar a tu propia muerte sería un buen escape de ello. No sé si has tenido una experiencia con este tipo de cosas, pero es peor que cualquier tipo de herida física. Puede ser lo que en los viejos días era conocido como una crisis espiritual: sentirte como si cada axioma de tu vida resultara ser falso... y que no hay realmente nada. Y que tú eres nada. Y que todo es una ilusión y que eres mucho mejor que todos porque ahora puedes ver esa ilusión y eres mucho peor porque no puedes funcionar. Es realmente horrible."
 
 

sábado, 2 de marzo de 2019

"Intensa pero concentrada", un besar

Son conocidas en el ambiente liberal las ininterrumpidas y maniqueas reivindicaciones sobre la libertad de prensa; nadie reconoce la brutal frivolidad que generalmente, y exageradamente, conlleva esa irónica libertad inversa que nos ahoga. Parece como si la libertad de expresión haya, paradójicamente, no terminado pero sí reducido la libertad de pensamiento hasta el patetismo.

Resultado de imagen de portada elmundo sábado dos de marzo 2019Véase la foto portada de El Mundo del sábado 2 de marzo de 2019: dos amantes. Así es como la prensa mide sus expectativas intelectuales y defiende la pretensión de objetividad de su trabajo. Imparcialidad es relatar de igual modo, con las mismas geometrías estéticas, morales e intelectuales, la devastadora gesta de los griegos y, también, la de los bárbaros. Claramente el papel que mañana envolverá el bocadillo de sardinas fritas de la merienda ha olvidado una vez más su oficio y se ha convertido en un instrumento vertical de propaganda. He recorrido, en mi adolescencia, numerosos vestuarios deportivos de atávicas costumbres problemáticamente masculinas, lugar donde el periódico parece recoger hoy una de sus más frecuentes y anodinas enseñanzas: la exhibición pública del amor siempre es un motivo de desprestigio y vergüenza; sin sexo, la cursilería de los hombres débiles. Calvo y Borrell son vistos como dos niños escondidos en las esquinas del patio del colegio sorprendidos por sus compañeros, ridiculizados por el primer beso, la primera piel. No se detecta nítidamente el sarcasmo en la fotografía, ni en el pie, El ministro Borrell prepara su adiós (...) "intensa pero concentrada", así define el ministro (...) su campaña; pues ni el título, ni el subtítulo, añaden nada a la comedia. Esa sombra de sospecha irónica no debería distraernos en exceso de la manipulación fotográfica de ángulo y ética: la mentira del beso, un falso beso fabricado para la pueril exhibición de la burla. Que por insignificante e intrascendente que sea la manipulación es precisamente por eso de enorme importancia, pues mentir para nada, sobre el vacío y el absurdo nos debería inquietar tanto como el obstinado interés, detalle, y gozo macabro, que pone un niño Joselito cualquiera en torturar y quemar, con los concentrados rayos de sol que atraviesan el cristal de su lupa, las hormigas que salen en hilera de los conos de tierra. Posiblemente formen una misma unidad de sentido en el campo de los juegos maliciosos. La gratuidad espanta, sorprende. Quizás, hay que pensar que los dioses, secretamente, quieren la sangre de los hombres cuando piden insistentemente, juegan y se entretienen morbosamente, con la de los toros y los corderos.