miércoles, 20 de marzo de 2019

Mañana, tarde y noche

Mañana:

Se lo dije, hace poco. Querida, he conocido la vacuidad. Y es horrible. Casi caigo desplomado en sus brazos, como tantas otras veces, buscando consuelo, buscando la playa. Hoy, una vez más, descubro el crucial desprecio en lo personal, la sutil y elegante degradación humana, a la que conducen estas fenomenales historias de egoísmo contemporáneo; aceptación sorprendente y atroz del individualismo más radical e indiferente de nuestras atomizadas sociedades, un solipsismo político económico al que no me hago. Hoy no me tocaba, pero necesitaba despejar mi cabeza, embozada. Salgo de la ducha con los ojos rojos de vapor y un vaho cristalino que empaña el espejo del baño lo dificulta todo mucho: mirando, no logro distinguir mis lágrimas de las gotas de agua, el reflejo de la luz y el dolor se mezclan. Es la estupidez, incluso mi propia estupidez, la que me destruirá, puedo asegurarlo.

Mientras escribo, oigo como el Fiscal Zaragoza describe de un modo inexacto y sesgado los hechos delictivos del procés. Lejos del tribunal, es un día claro y luminoso, una mujer frente a mi ventana tumbada en una azotea de tejas rojas toma el extraordinario sol del invierno barcelonés; es una espalda maravillosa y desnuda. Qué cerca y qué lejos está la vida!

Termino la tostada de bordes quemados, crujiente, aceite y pimienta, con una lánguida loncha de fiambre encima, pan de hígados me dicen, y un zumo natural de naranja delicioso; hoy la fruta es dulcísima y de un color vivísimo como si se hubiera hinchado de luz. Miro por la ventana, la chica tumbada en la azotea ya no está, boqueo doy mordiscos mudos al aire, buscando la espalda, mientras con las manos intento atrapar algo. Acto seguido, secando ya mis labios, el presidente de la sala, el señor Marchena, hace, a diferencia de la deficiente exposición de los fiscales y de la abogacía del estado, una aceptable argumentación sobre las cuestiones formales del juicio. 

Tarde:

Un deseo insaciable de conocimiento y filosofía, de amor y descanso, recorre mi vida. No sé si así podré vivir siempre, pero así vivo, y así quiero vivir, hasta que se me endurezcan el rostro y las manos, y de ellos no pueda descubrirse ya ni el más mínimo sentimiento de libertad. 

Escribo esto de inmediato, antes de que lo borre el tiempo y le llamemos olvido. Este diario debe recoger todos los fragmentos de vida y habla posibles; reordenar los pecios de una existencia, como todas, maltrecha.

En el siguiente escrito las horas son ciertas y duelen, nos dañan, y los minutos son inciertos y nos matan. 


Es la vida en el alambre, pensaba... porque nadie se ha escapado ni se escapará jamás.

El alambre, nadie se escapa, se escapó, ni se escapará jamás, somos así, es así, hay que ver el hierro. Y aceptar la extraordinaria alegría que produce pensar la vida con su hermosa dureza.

Noche:

Anoche soñé que me moría, y que muchos otros también lo hacían, y el suicida era cualquiera, daba igual quién. Éramos niños, todos, valientes, vivíamos luchando, libres, en un campo verde y soleado contra dragones inmensos, aplicando el lenguaje de las bestias, una palabra inútil y salvaje que terminaba con la muerte. No cambiamos nada. Reflejo, posible, esta impotencia de cambio, de la sintética escritura de los finales que voy ensayando, entre la invención de lenguaje y la vida y su imposible clausura, y no sé si sale.

Este pequeño texto fue iniciado el 7M vísperas de la huelga feminista, en la noche de las brujas, eso creo saber y gusto decir. Se manifiestan de noche porque la noche fue históricamente suya, su cárcel e íntima liberación, condenadas a la oscuridad y olvido del mundo, y era el mejor modo de contrastarse frente al irresistible fuego que las devoraba y que los hombres habían preparado para ellas. Yo, como les dije a las chicas, soy un hombre sin fuego; de incierta masculinidad, sin quema, sin caza, ni hierro, pero me ignoraron. Horta era el lugar de partida de la caminata nocturna en Barcelona, se leyeron manifiestos, sé que fue numerosa y no sé si con gritos y antorchas esta vez. Unos minutos antes del inicio y durante mi paseo diario estuve en el lugar, la parada de metro, para ver a las primeras mujeres llegar lentamente y con entusiasmo, la cosa marchaba, y yo me fui, porque de modo irracional los hombres a secas no podíamos asistir. Yo, ese día, quería escribir políticamente sobre una mujer violada que se defendió; hoy lo culmino.

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