domingo, 10 de marzo de 2019

Lolo y Baeza

Este pequeño texto fue iniciado el 7M vísperas de la huelga feminista, en la noche de las brujas, eso creo saber y gusto decir. Se manifiestan de noche porque la noche fue históricamente suya, su cárcel e íntima liberación, condenadas a la oscuridad y olvido del mundo, y era el mejor modo de contrastarse frente al irresistible fuego que las devoraba y que los hombres habían preparado para ellas. Yo, como les dije a las chicas, soy un hombre sin fuego; de incierta masculinidad, sin quema, sin caza, ni hierro, pero me ignoraron. Horta era el lugar de partida de la caminata nocturna en Barcelona, se leyeron manifiestos, sé que fue numerosa y no sé si con gritos y antorchas esta vez. Unos minutos antes del inicio y durante mi paseo diario estuve en el lugar, la parada de metro, para ver a las primeras mujeres llegar lentamente y con entusiasmo, la cosa marchaba, y yo me fui, porque de modo irracional los hombres a secas no podíamos asistir. Yo, ese día, quería escribir políticamente sobre una mujer violada que se defendió; hoy lo culmino.

La moral tradicional que sostiene el higiénico y tranquilizador mandato del no matarás, arropado civilmente por el carácter acusatorio, delictivo y ofensivo del crimen, se ve enmendado cuando la acción abandona el apasionado deseo asesino y se transforma excepcionalmente en el inevitable instinto defensivo de la víctima aferrada a la supervivencia. En ocasiones también (yendo de la moralidad a la legalidad) en el reconocido amparo constitucional, en forma de posible inocencia, del uso en legítima defensa de la violencia. Solo la admiración e idolatría social de la culpa, la confesión y el martirio, lejos de sólidas razones políticas o intelectuales, blanquean a ojos del cínico pueblo la destrucción inmediata, apresurada y motivada del asesino. Bien. Pilar Baeza, la candidata de Podemos a la alcaldía de Ávila, representa esta frecuente figura de la historia (la historia no es una ciencia moral) en la que la víctima después es verdugo. Lo representa de una manera problemática, cuando lo personal puede ser político. Solo si entendemos que los caminos de la lógica y comprensible venganza conducen inexorables a esta perturbadora y difícil mutación homicida. En este caso su agresor no era un inocente cualquiera. Baeza fue una mujer violada. Y probablemente destruida. Proporcionó el arma del crimen a su novio Lolo, el ejecutor material del crimen, y organizó la logística de la ocultación del cadáver en un vulgar pozo. Fue condenada a treinta años de cárcel, cumplió siete. A mí juicio el debate moral tiene importancia pero no es decisivo. Políticamente sí lo es. Y consiste en comprender las formas de dominación y odio sobre las mujeres y lo femenino que operaban culturalmente en la sociedad española de 1985 y que todavía hoy siguen latentes; y a su vez discernir la legitimidad o ilegitimidad, la aprobación o desaprobación del asesinato de un violador en defensa propia. Sin entrar en los obscenos pormenores policiales, puede y debe hacerse una lectura feminista (feminismos) del caso para problematizarlo seriamente, pues aquí hay un tercer hombre patriarcal: Lolo, que venga la violación de su novia como un monógamo cualquiera, reparando el supuesto honor perdido, robado, de su amada. Exhibir públicamente su historia, sus razones, y su miedo, porque el pasado está siempre (en) presente, es el único modo de hacerlo especialmente e inequívocamente un caso político. Al menos yo, para pensarlo políticamente, vinculé este caso con las palabras siempre vigorosas e intelectualmente desafiantes de Virginie Despentes, una escritora feminista que más allá de sus reflexiones pone en juego el propio cuerpo y su identidad: ella golpea con la vida y la carne, nos obliga a mancharnos, cosa no del todo agradable pero justa. Dijo que por qué una mujer violada no tenía derecho a utilizar la violencia para resistir, ejercer la violencia extrema para vengarse igual que hacen los hombres, y claro, apostar de nuevo por la vida. La misma violencia para hacer morir debe servir para vivir, dejar, dejarse, vivir. Los logros del movimiento feminista en la adquisición de derechos políticos y civiles, y libertades públicas, que hoy parecen insuficientes pero que resultan necesarios desde todo punto de vista, se consiguieron sin un solo muerto, sin suprimir  ni exterminar al enemigo político. Un insólito éxito, a pesar de que cayeron muchas sacrificialmente. Despentes no parece del todo satisfecha con este relato de alarde pacifista y sospecha que si el feminismo hubiera asesinado, ejercido la violencia del mismo modo que la recibían, quizá (¿el poder Patriarcal?) las hubieran tomado más en serio. Resulta interesante y peligroso, de ser cierta la llamada cultura de la violación, atreverse a pensar (pero más peligroso es no pensar en absoluto) en esta línea virginie algo drástica: ¿No tienen las mujeres legitimidad política para matar a los hombres que las violan o pretenden violarlas? Una educación defensiva, una pedagogía de la lucha general, que a mí me parecería desastrosa, aunque evidentemente no tengo una respuesta definitiva, debo darle vueltas, pero el peligro es claro: rehabilitar el antiguo y desterrado orgullo de la violencia privada. La senda es compleja, pues desvalorizar la muerte también supone desvalorizar la propia vida.  

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