jueves, 31 de enero de 2019

Marginalia Fuertes

Termino de leer Historia de Gloria, de la Fuertes, y no quiero escribir ordenadamente, pausadamente ni críticamente sobre ella. Lo hago por ella, por su bien y por el mío. Y porque su fuerza poética que es personal y su potencial biográfico, una mujer que amó tanto a hombres como a mujeres en los tiempos del odio, los del nacionalcatolicismo español, su singular voz rota a pedazos por la bebida y el desamor, me impiden destrozar su escritura de una manera técnica. Me gusta más Fuertes como fenómeno que como escritora: su precaria pero expresiva literatura, su impresionante vidaobra. Decido reproducir algunas de las notas que he ido tomando en los generosos márgenes del libro, donde su voz se mezcla con la mía, indistinguibles, en una muestra inequívoca de cariño y justicia:

Su madre, su familia, le quitaban violentamente los libros y los lápices de las manos y le ponían, según el culto a la limpieza, escobas, trapos, y pastillas de jabón; la dulce clase obrera. (Y nadie huele a nada)  

"me canso de escribir" Yo también, y para nada.

nos exige(n) un amor y una fascinación inhumanas... "Pero tú no eres el mar", como si ella misma se respondiera.

"amaros los unos a los otros" No se puede amar por mandato, le digo. Lo sé bien.

"lo más deseado le llega tarde" ¿Acaso no es todo tardío todo cuanto llega? Incluso puede no llegar nunca.

"perder el tiempo, dando vueltas a un pensamiento, a un tío vivo, a una amiga muerta", nada vale lo mismo.

" el hecho de vivir es irse yendo", y esto lo escribió, seguro, como yo escribía en el verano de la fundamental melancolía, 2018, contando las palabras chupando los dedos de mi mano tocando letra a letra la espalda de la muchacha; "Y no acariciar bastante la vida en vano."

"siete pisos francos llenos de amigos y latas de conserva (...) robó en la chabola lunares de sangre del último aborto", cómo alguien pude creer en la soledad?
 
"será de azúcar la arena"... en otra vida menos perra.
 
Madrid, Barcelona, no son mi ciudad, ni mi tierra, son "mi cemento".
 
"tengo miedo de morir sin haber amado bastante", sin haber amado, sin que te hayan amado, en fin, el miedo, pero esto es escribir "como poetas con sangre en la boca", dice. Vamos! poca cosa.
 
"¿donde te duele , Gloria?, - A mí me duele en la mismísima vida."
 
"del 36 al 39, yo estaba sana, pero el hombre y el hambre me dolían todos los días" y así se vive para siempre "con la sonrisa rota de una pedrada" y metralla en la cadera.
 
"aún rizan el cabello de mis hijos en el vientre de mi mujer"... de costumbres, África, tiempo, negros, liebres y libres. "A veces pienso si el negro va de luto como si Dios se hubiera muerto con él."
 
"hay que hablar poco y decir mucho, hay que hacer mucho y que nos parezca poco: arrancar el gatillo de las armas, por ejemplo."
 
"las ilusiones tienen más espinas que la realidad" y ahí reside toda mi crítica al exceso de la ficción en el mundo. "Y sé lo que da de sí un no".
 
"¡es difícil ser feliz una tarde! (...) ¿somos ahora algo?"

"¿cómo se abraza otro cuerpo?", sobre todo si es de alguien tan próximo que conoces su abismo de soledad: su mayor tortura y su mayor placer... "whisky con leche"  para empezar.

"la normalidad es una locura controlada", de un azul relativo.

"Dios, ¿Dónde estoy?, Dios ¿Dónde estás?" (...) "no se puede conocer lo que se ama."

en ese lugar los niños "no corren para jugar, sino para no ser alcanzados por las balas." Cuando la vida es un campo de guerra, un alocado correr hacia la nada.






miércoles, 30 de enero de 2019

Se lo dije...

Se lo dije, hace poco. Querida, he conocido la vacuidad. Y es horrible. Casi caigo desplomado en sus brazos, como tantas otras veces, buscando consuelo, buscando la playa. Hoy, una vez más, descubro el crucial desprecio en lo personal, la sutil y elegante degradación humana, a la que conducen estas fenomenales historias de egoísmo contemporáneo; aceptación sorprendente y atroz del individualismo más radical e indiferente de nuestras atomizadas sociedades, un solipsismo político económico al que no me hago. Hoy no me tocaba, pero necesitaba despejar mi cabeza, embozada. Salgo de la ducha con los ojos rojos de vapor y un vaho cristalino que empaña el espejo del baño lo dificulta todo mucho: mirando, no logro distinguir mis lágrimas de las gotas de agua, el reflejo de la luz y el dolor se mezclan. Es la estupidez, incluso mi propia estupidez, la que me destruirá, puedo asegurarlo.

domingo, 27 de enero de 2019

Autoetnografía, una vida insumisa

Valeria me envía su tesis doctoral (tesis de Ana Valeria de Ormaechea Otalora, titulada: Los procesos formativos en los momentos de autoorganización colectiva. Cartografía de una experiencia.)  Llegó el domingo a la bandeja de mi correo electrónico. Se la pedí unos días antes frente a una taza de café caliente, en esa cocina comedor tan encantadora e íntima. La impresionante emoción que me causó su memoria y la politización de su (mi) malestar todavía duran. Leí el documento el miércoles de madrugada, cuando la noche la llevaba dentro y me tocaba cruzarla incluso de día; unas sombras que no se queman con la luz. Desde el verano tengo una fuerza insólita, soporto muy bien estar al borde del llanto permanente; tengo un aspecto estupendo, aunque en ocasiones mi cabeza y mi cuerpo desaparecen, arrasados, hasta el punto que dejé de escribir mis notas, lo que más me sujeta a la vida, y estaba roto. Me quedé en la introducción, el Desde qué lugar escribo, cumpliendo con una sostenida convicción que mantengo desde hace tiempo: el que escribe y piensa debe revelarse ante los demás y no esconderse detrás del texto; la máxima exhibición del yo (un yo que somos muchos) es la mayor garantía de objetividad. Valeria lo cumple, y me asombro ante su Autoetnografía, esa vida, su vida, insumisa, enorme, portentosa, se lo digo y no termina de creerme, pero su vida es una inmensidad. El texto es un grito, un golpe, un puñetazo en el estómago de cualquiera; esta memoria nos habla de alguien que asumió y pagó un precio elevado por la libertad y por mantener una insólita sensibilidad protegida del embrutecimiento y degradación del mundo. Ha construido una vida política, una vida feliz. La que, de tener coraje, todos desearíamos. Debo callarme. Ahora que solo hable Valeria, una vida política:    
 
<< ¿Desde qué lugar escribo?
 
Mientras escribo, ordeno la acumulación del trabajo hecho hasta ahora; la exigencia
que supone la escritura de una tesis que espero sirva a alguien más. Encuentro dos
notas: nota 1. “recordar: si lo personal es político, lo político ha de ser personal”.
Nota 2: (...) todavía me duraba la resaca de la inmigración, como madre y mujer ocupada en la urgencia de la subsistencia. Por eso necesité la etnografía. Por eso duró tan poco. ¿Acaso a esto le podríamos llamar autoetnografía...?”
En este esfuerzo por ordenar el trabajo hecho transito sensaciones y recuerdos por pasarelas que unen el aquí y el allá en un tiempo que no es lineal. En el intento de nombrar paso sin darme cuenta de la primera persona del singular a la primera del plural. Deseos que se renuevan y resignifican en tiempos y lugares distintos: el deseo de saber decir el mundo de alguna manera, precaria, tentativa; por momentos nada racional, más propio de aquello que se iguala a la barbarie. Deseo y hacer, siempre estuvieron presentes aquí y allá, aunque con distintas intensidades; el no querer vivir una vida sumisa, aunque en muchos momentos algo parecido a eso fuera táctica vital de subsistencia.
 Cuando llegué a Cataluña el uso de los verbos ir y venir me desconcertaba.
 
Vinc refiere a ir, a ese lugar en el que no estoy pero al que me dirijo (allá, donde está
otro).
 
Transito para encontrarnos en aquel lugar donde ya no estoy.
 
En ese movimiento no puedo dejar de pensar en el lugar del que nunca me fui.
 
Vaig. Voy hacia aquel lugar donde no estoy, donde no estamos aún, tal vez allí nos encontremos. Espacio-tiempo aun no habitado que dibuja un trayecto, al mismo tiempo que delinea un aquí y ahora. Cruzo una distancia prudencial en una acción que empieza a verificarse. En ese tránsito vamos siendo. Va anocheciendo.
Si el ir indica un desplazamiento incierto, la vuelta necesita reconocer el camino.
Aunque ya no esté busco las huellas, algún indicio reconocible que me sitúe en esa intención de volver.
 
Perderse es una posibilidad.
 
Y en ese trayecto fuimos siendo porque nos reconocimos.
 
—Doña Fermina, no tenga miedo, por hablar “lenguas” la lengua no se le pondrá dura.
 
Recuerdo un día que visitamos a la familia de Doña Fermina, ahí en la enramada cerquita del médano tomamos unos mates, estaba su hija que había ido a visitarla del pueblo. Cada vez que a Fermina le salía alguna palabra en ranquel (Ranquel o rankülche o ragkülche, lengua del pueblo ranquel asentado en la zona del oeste pampeano luego del sistemático desplazamiento al que fueron forzados. Esta anécdota corresponde a la visita a la casa de la tejedora Fermina en Colonia Emilio Mitre, La Pampa, Argentina 1990.) la hija, entre risitas tímidas, le decía bajito que se le iba a poner dura la lengua si hablaba así.
 
Nunca he vivido el hablar catalán como una imposición, es la lengua que hablan mis hijas, estar acá es también aprender a nombrar el mundo de nuevo y eso me gusta.
Una lengua prohibida, una lengua impuesta… depende del aquí y del allá, depende de dónde estemos….
 
Respondo a la pregunta: ¿desde qué lugar escribo? Sin duda, desde mi maternidad joven. Desde la migración que me marcó en el esfuerzo de arrancarle a este sitio un lugar propio, no íntimo. Primero, la reconstrucción de lazos afectivos, las primeras amistades con las que intercambiamos trabajos de subsistencia, formas de organizarnos para llevar nuestros hijxs a la escuela o a sus otras actividades en un lugar donde no había redes familiares ni los amigos de siempre. Los recién llegados nos recuperábamos y reconocíamos en las juntadas para comer arepas, ají de gallina o asados. Sentí en esos primeros años que lo había perdido todo, que todo lo que había (sido) se movía de lugar, me di cuenta de que pocas cosas había tenido, o que por lo menos eran prescindibles. Como la tercera pierna inútil de G.H. (G.H. es la protagonista de la novela “La pasión según G.H.” Clarice Lispector, 2000.) que siempre está presente.
 
G.H. tiene una tercera pierna, inútil pero que siempre había estado allí. Imposible vivir sin ella, hasta que un día ya no está. Toda estabilidad se pierde, el mundo sigue intacto mientras todo es desorden. El equilibrio precario que me había sostenido era lo único que conocía, por eso se había hecho firmeza. Sí. Escribo desde el privilegio de esta habitación luminosa y bien calefaccionada, donde se amontonan libros; en esta casa que hicimos nuestra. ¿Masovería urbana...? No sé, un nombre nuevo para tratos muy viejos. Desde hace ya muchos años tengo un documento que dice que soy Precarista, en esta casa nuestra. Sí, luminosa y calefaccionada, no contaremos en las estadísticas de la “pobreza energética”. Igual nunca estamos en las estadísticas. No, tampoco somos víctimas.
 
Ayer, mientras intentaba escribir, escuché gritos que venían de la calle, me asomé al balcón y un hombre demasiado abrigado para el día soleado que era gritaba. Se paró en mitad de la calle, dejó el bolso que llevaba en el asfalto tibio mientras voceaba casi llorando: “¡Fascistas! ¡Sois todos unos fascistas! ¿¡Por qué les molesta que duerma en el cajero!? ¿¡Acaso es vuestro!? ¡Fascistas de mierda...!! El vecino de enfrente también se había asomado, hizo un gesto de asombro, rápidamente ese gesto se transformó en desprecio y cerró la ventana. El hombre cogió el bolso y siguió por calle Martí, gritando, hasta perderse en el barrio de las plazas y las terrazas.
 
Entre el 80 y el 90 La Pampa era un lugar donde costaba moverse, pesado, poco claro a pesar del cielo límpido de otoño. Pero el desierto no se hace solo, lo hicieron.
El médano nunca es totalmente un desierto, se hace cuando le arrancan sus habitantes. La ocupación del territorio no solo se había llevado lo, mal o bien llamado, originario; nos había negado hasta su posibilidad esencialista y folcklorizante, nos había vaciado casi por completo. Después vinieron los militares, la tierra se hizo más árida.
La España a la que llegué no era muy distinta a la Argentina de los 90. El lenguaje neoliberal lo atravesaba todo mientras intentaba flexibilizar nuestros cuerpos y gobernar nuestras almas. España ya se sentía plenamente europea.
El recuerdo me trae una imagen: la ciénaga y el chimango.
La ciénaga es un lugar quieto y a veces también espeso. Allí la vida familiar se partió muy pronto, la muerte, las cartas desde la cárcel del Chaco a las que le siguió el exilio político en el 75, el económico en el 2001. Una madre que había decidido asumir su afectividad en el desierto, vivir una vida que se le exigía partida. Partida, no doble. El amor, el afecto, la sexualidad si no son normativizados no son compatibles con la crianza, sobre todo en aquel tiempo imposible. Otra vez solos. Su soledad también fue la nuestra. Sin embargo, crecimos con privilegios, no nos privaron de nada.
Así, la vida fue trazando el camino, primero Humahuaca, cerquita de la frontera con Bolivia. Allí encontré los lazos, la fiesta común, el hermanamiento. A veces creo que nunca me fui de ese valle. En Yacanto de Calamuchita las redes de apoyo para combatir la vida privatizada. La Pampa, de vuelta a casa, pero… ¿Dónde están todos?
 
Como el chimango, siempre le he robado tiempo a los trabajos de subsistencia para hacer otras cosas, esas otras cosas fueron fundamentalmente estudiar porque creía que era algo pendiente, casi como si las posibilidades de-pendieran solo de mi (de un nosotros raquítico y privatizado). Otra vez a punto estuve de creerlo. Pero nos resistimos. Quisimos vivir otra vida fuera de la imposición normalizante y ahí nos despojaron, nos quedamos heridos, balbuceantes. Solos, culpables por un rato.
En Cataluña la tercera pata ya no está. Hay que aprender a caminar de nuevo. El juego de equilibrios se hace danza cuando en un acto consciente cruzamos la investigación con la vida. >>

miércoles, 9 de enero de 2019

Primeros días de 2019

Saber, y constatar en los primeros días de 2019, que los demás, casi todos los que me rodean, viven una vida que no se detiene abruptamente, mórbidamente, cuando reflexionan, ni se atasca y paraliza por el pensamiento, la evocación o la obsesiva y excesiva melancolía, no de las cosas que hemos vivido en el pasado y quisiéramos volver a repetir, cosa que no deseo, sino del tiempo en si mismo, el tiempo perdido, del consumo del tiempo irrecuperable, sin duda me hace frágil y vulnerable ante mí mismo. La imposibilidad de levantar la propia vida y la de (algunos de) los otros, acercarme o acercarlos, y asumir las pérdidas, ha sido este último año una de sus principales y demoledoras características. En su preciosa y antigua casa de 1900, V. dijo que lo más agobiante de las sociedades capitalistas es tener que poner sistemáticamente, y por cualquier nimiedad y pequeñez, la vida en juego, tener que movilizarla para todo. Y así es. ¿Habrá que aprender a adaptarse, porque no quiero romperme? Lo estuvimos analizando, C. y yo, en la playa, y no, no hay que aprender a pactar con la infamia de una vida, si se rompe, se rompe, ese es el precio a pagar.