sábado, 12 de octubre de 2019

Hispanidad, irrespirable

He pasado la mañana en el café y el jardincito hablando con una fascinante mujer a la que veía atrapar la vida y reventarla contra las cuerdas del tiempo, el tiempo vacío y el tiempo que es muerte, y poco, ya así, ante ella, ante mí, me importan las patrias y los sucios patrios. No tengo mucho tiempo ni paciencia para esta mierda: la pútrida patria. La patria (y la nación) es un concepto de los más venenosos por su obviedad, fatua e inútil grandilocuencia, desfasado absolutismo, obsesiva recurrencia, recalcitrante suciedad y bajeza, enfática contundencia, retorcida hipérbole del padre, falso protector y devorador de hijos, y su penosa proximidad a Dios, esa apestosa bestia de enormes e impunes crueldades e increíbles chantajes infinitos. No es sólo la repugnante figura, son sus gestas todavía más abominables las que se celebran, fastos conmemorativos de la criminalidad e inhumanidad justificadas por la imposición civilizatoria de un progreso ciego y escarmentador. Celebración y conmemoración del exterminio de indios, la destrucción y esclavización de poblaciones enteras, la violación de mujeres como técnica de guerra, sumisión y mestizaje, e imposición de la religión, la religiosidad, la apoteosis de la fe y las creencias en la nada más blanca, como una técnica de poder para gobernar y llenar de terror las nuevas y virginales almas. La hispanidad, en un tobogán semántico, puede significar perfectamente la pérdida de las almas y la abyección de los cuerpos, sin más. Repito no tengo tiempo para esta mierda, me duele la cabeza de la resaca de ayer en el bar, la boca seca, ojos rojos, hoy vuelvo a salir y a beber en exceso, y ya tengo poca paciencia de por si, para esta mierda, para esta maldita mierda, este triste desfile de mierdas, de militares, de novios de la muerte, de apasionados necios y estultos acompañantes de la locura bélica y conquistadora, y cabras como estúpidas mascotas de subnormales desfilando con armas, artillería, representantes, embajadores, la guerra, y más muerte, bastardos y mierda, y la violencia planificada, programada, deseada, organizada, y esta mierda de reyes y televisiones, babeantes, cortesanos, cortesanas, arribistas, burócratas y funcionarios del tedio, la fatiga y el aburrimiento, viciosos de la inanidad, transmisores de la vergüenza más intensa y salvaje, de élites aristocráticas que viven de la simple explotación económica de sus víctimas, ensimismados por la pureza, la avaricia, la envidia, el capricho y la ostentación, narcisistas cuya identidad se construye a través del goce de la humillación, de la indiferencia por el dolor ajeno y el sufrimiento, esta mierda de la grandeza de la patria y el orgullo de ser español, que da asco, que es mentira y gorda, y sangrienta, cuando no sanguinaria, y lo peor de todo, santamente aleccionadora y moralizadora, pedagógica, tuteladora, y educativa.  Orgullo y amor a la patria, por esta mierda. Esta mierda de hispanidad, de pútrida patria. Irrespirable, mierda.

martes, 1 de octubre de 2019

Los puercos ricos

Estoy cagando en el baño, y mi madre, que venía un momentito a ponerse crema en las manos, se queda para contarme una historia familiar. Una boda pija, a la que la parte obrera, explotada y pobre, de la familia no puede, ni quiere, asistir: la fatiga del personal, la ropa demasiado cara, los trajes alquilados carísimos, el regalo de bodas ridículo, una mierda de platito fino decorativo que nos costaría un sueldo entero del mes, una mierda en si misma, y una mierda en comparación con los demás fastos narcisistas. Ni siquiera dejan pasar al viejo seat blanco en el aparcamiento cercano a la iglesia, reservado explícitamente para los invitados; no es de los buenos, de alta gamma como los mercedes negros ahí parados, aún calientes. Gran parte de esa familia ostentosa y caprichosa no lo era en origen, ascendieron de la cinta mecánica de las fábricas a pequeñas oficinas de papeluchos y cristales sucios, y de ahí a cooperativas, y de ahí a destruirlas, capitalizarlas y privatizarlas, y venderlas, y de ahí al cinismo, y de siempre a la necedad y la estulticia de clase, de la nueva clase, querían quitarse, de un modo suicida y salvaje, a lo perro come perro, ese alquitrán de la piel que no sale nunca, el rencor de clase, la vergüenza de clase. Tras el relato, y el cotilleo, y lo picantón, le digo que son la fe y abyección del converso, la conversión brutal del esclavo en verdugo, que no son opuestos, sino renovados convictos, de una lógica y aplastante continuidad en una economía de la miseria. Le digo que mediáticamente les llaman los nuevo ricos... mi madre me corta, no fue a esa boda, y debe estar ya hasta las narices de mis alegatos y discursos en el baño, me mira con los ojos bien abiertos, redondos, sin cansancio, y una vida trabajada:

- "yo ya lo sé, yo les llamaba de otra manera en mis tiempos, y mejor, a mí manera: los puercos ricos"
-jajaja, mama, es bueno¡¡¡¡
-sí, así es, los puercos ricos y nada más
- no necesitas tantas palabras...
-no, yo, pa qué!
-...
-los puercos ricos, y ya está...
-...
-voy a terminar las albóndigas con tomate

domingo, 29 de septiembre de 2019

Ojos fríos

Es el sol dulce de la tarde que entra por la ventana, y calienta el brazo; una claridad discreta que anula la melancolía.Y yo aquí preguntándome, apagando el cigarrillo, loco como una burra, si puede haber vida íntima sin inteligencia, una inteligencia desbordante, de una elocuencia y brillantez profundamente humana y alejada de la inhumana soberbia y violenta ignorancia de la gente inhumanamente corriente, y de las burdas estructuras sociales, burocráticas o comerciales, académicas o civiles que empobrecen toda vida con la fatiga de la obviedad, el embrutecimiento moral y la absurda e inútil pedantería; una inteligencia espontanea, crítica, rica, viva, exuberante, hiriente e insolente; una inteligencia con el grosor y resistencia suficientes para contener el desgarro propio, agrio, encendido y perene, de las emociones sin sucumbir totalmente a su seducción envenenada. Inteligencia como distanciamiento y verdad. Y aquí sigo, pensando en eso, seco y gris todo ya en el cenicero como si fuera el mundo entero de ceniza, ojos fríos ,sin piel canela, y sin la mentira y la palabra mortecina del juicio ajeno. No puede ser que me equivoque, el frío y el silencio no han calado infinitas noches en mis huesos para nada, para hacer inaccesible la intimidad, sólo para recordarme una redundante y enfática muerte previsible. Y parece que sí, que tiemblas para nada, solo para el desengañado, solo para que despiadada e indiferente la inteligencia destroce la intimidad. La mera posibilidad de que así sea me aterroriza, y debería aterrorizarnos a todos, y me asombra la fragilidad que tiene este terror en los demás, la ligereza y liviandad con la que se convive y la facilidad con la que se pacta con él. Sé que la inteligencia libre es un maldito y pobre animalito equivocado, cuyo pelo mojado produce mayor desprecio que admiración, mayor asco que reconocimiento, y así cojea ensangrentada, zumba, y aturdida, maloliente, la torpe bestia. Nadie tiene respuestas, más allá de respuestas que son como las piedras de un barrizal juntándose en la boca; le pregunto a la gente amiga, conocidos, vecinos, me contestan, hablan, no mucho, pero es demasiado, y veo las piedras, solo las piedras, con el barro. Estoy familiarizado con tantas crueles inutilidades, fracasos, falta de esperanzas, vacíos, huidas despiadadas, exclusiones emocionales, de la vida intima sin inteligencia, que podría decir que prefiero la inteligencia a cualquier precio, pero sin renuncias. Aunque la vida, y la memoria, habla por nosotros: he buscado la intimidad para destruirla. Quizá, la verdadera intimidad sólo sea un campo de pruebas, un campo de tiro, para la inteligencia, para los brutales disparos de la inteligencia, descubrir si somos o no inteligentes, seré yo ese hombre? seremos nosotros?  



viernes, 27 de septiembre de 2019

Otra vez, Calvo: "Habla corazón, y que tiemble el mundo"

Tengo que darle la razón, a pesar de mi escepticismo inicial, a lo que escribe Valeria en esa maravilla de autoetnografía, de la que aquí ya di cuenta. Lo que sabemos, de nosotros mismos, de los otros y del mundo, cuando se experiencia el cuerpo, es incuestionable. Tras la tarea de recuperación interior, reconstrucción de escombros previa sofisticada demolición, encontramos algo en nosotros mismos: la intimidad del abismo. Un alguien insólito y perturbador que, atravesando el dolor y el sufrimiento, es capaz de pensar consciente el límite y el peligro y decir No, negarse a la gran mendacidad de la realidad. Tumbado en la cama, repasando unas notas de lectura, descubro algo: mi cuerpo tiembla, cuando mi cabeza no tiembla; clara y decidida como lo de A.G. Calvo: habla corazón, y que tiemble el mundo.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Con la crecida de la edad

Empiezan a resultar imprescindibles, de una necesidad innegociable e indecible, todas aquellas cosas que de adolescente construían nuestro espacio mental, estético, y moral, de idealización, y que precisamente por su hinchazón ruborizante eran falsas, hiperbólicos reclamos, zafios deseos, y mentiras, y rotundos y despreciables imperativos sociales. Los anhelos adolescentes, bajo la increíble forma alucinada, no revelan nada de lo real, ni mucho menos de la verdadera realidad de nuestros deseos o nuestra intimidad (una intimidad común), más bien ocultan esa otra y árida realidad: el sustrato último e inequívoco de necesidades que de adulto es la mayor, y paradójica, fuente de infinito gozo y felicidad, sufrimiento, intenso dolor y desamparo. La adolescencia es un período ansiolítico y enmascarador que sólo con los años se logra comprender (la infancia no se comprende nunca, a pesar del eterno mito literario, siempre es agua estancada y turbia); sólo con la crecida de la edad se logra disfrutar de las enormes formas de comedia que contiene la adolescencia en tanto que caricaturesco retrato y ridículo simulacro de las necesidades espirituales reales del adulto, tan imperantes y vitales como el comer y el respirar, inevitables para sujetarse, dignamente o indignamente, a esta perra y maravillosa vida. No digo que resultan innegociables los placeres civiles como el alcohol, el tabaco, los atracones y su contrario, la delicada elegancia en el comer (donde hay que quedarse con un punto estético de hambre en el cuerpo), la temperatura de la luz y el color del sol, la inmensidad azul del cielo y el mar, el sexo insistente y perdurable, el ejercicio físico, o la ociosidad, cosas que se hacen cada vez más importantes, pero sí son irrenunciables placeres íntimos de una hondura asombrosa y exclusiva como el amor, la libertad, la amistad, el amor y la amistad como unidad erótica y libertaria, el absoluto aburrimiento, la lectura (de una seriedad espeluznante) el pensamiento decisivo, la creación (sustitución inmejorable de todo placer civil) y la autodestrucción interior y reflexiva que hacen de la muerte y la enfermedad algo conmensurable (pero inmanejable), con un poso insondable de desengaño.

A pesar de crecer y por mucho que miremos al futuro, soportando los crueles sacrificios del tiempo vacío, uno crece siempre hacia el pasado, en busca del primer deslumbramiento, del primer asombro. Sucede que cuando más se amplia el futuro más se ensancha la llanura del pasado, el tiempo de la vida pasada que todavía habitamos, moribundos, como producto. Desde entonces me resulta claro cuál es el testimonio que debo dar. Pienso en Günter Grass (del que aprecio y detesto cosas a partes iguales), en su novela, A paso de cangrejo, donde sólo se avanza moviéndonos y mirando hacia atrás, precisamente a través de la impugnación, y no de la reinterpretación del pasado iluminado. Pero todavía no sé si, como he aprendido, debo desbobinar primero una cosa, luego la otra y después esta vida o aquella, o recorrer el tiempo oblicuamente, un poco al estilo de los cangrejos, cuyo retroceso lateral engaña, porque avanzan con bastante rapidez.  Y también, cual es el testimonio que no debo dar: el de las falacias de otros literatos del tipo Marsé, que sostienen en sus ficciones y narraciones que los adultos y la vida madura es la corrupción de los sueños e ilusiones juveniles, la transparencia y evidencia de su palabra la perversión de los recuerdos de infancia, de la existencia infantil. Y que la vejez constituye la culminación exitosa de la historia de esa corrupción, la historia de esa degeneración e infamia. Precisamente creo lo contrario: que la adolescencia y la juventud son una traición a la vida y a la realidad, un regalo envenenado, un señuelo de engaño y perdición para el adulto, un disgusto y un dispendio, que precisamente por la idealización de su mundo emocional originario nos engaña no permitiendo ver lo cruda y brutal, humillante y vergonzosa, que es, o será, nuestra sujeción y servidumbre a esas necesidades que inútilmente exaltamos, estetizamos y sentimentalizamos, hasta la muerte. Y sólo lo podemos ver a paso de cangrejo, y todo lo demás me parece tan molesto repugnante y asqueroso como asistir al parto de las ratas.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Un tonto y bueno, como crítica literaria

Yo también seré ese tonto y bueno, pero lo sé

Conocí, una vez, a un padre de familia tonto y bueno, de una infinita bondad, insólito corazón tan tierno y blando, y grande como una cabeza de buey, al que le enseñé a leer. No recordaba las grandes ideas de los filósofos que leía, las bellezas y audacias inauditas de los novelistas, el tiempo de los memorialistas, ni las excelentes imágenes ni sensibilidad líquida de los poetas. Y le dije, se lo conté bien, siguiendo la estirpe del crítico literario inútil y occidental, tonto igual y no tan bueno: No hace falta que recuerdes las ideas del libro (mentía como un diablo) simplemente di lo que te ha parecido, tu impresión, por qué te gusta. Aposté por el gusto relativo, la epifanía del gusto, la utopía de la percepción, por el imperio de "mis impresiones personales", que es el imperio de nuestros periódicos y sus escuálidos suplementos literarios: es el grotesco espectáculo de la crítica literaria como técnica publicitaria y la retórica del negocio editorial, sustentado por la apología del gusto. Saturación editorial y espiritual por la hiperpublicación e hipersuperficialidad de libros, esa pasta de papel, e ideas, acompañado de una brutal crisis material editorial. Hiperproducción y crisis; obscenas paradojas? A los libros, como a los cachorros, hay que mirarles la dentadura, a ver si salen los colmillos y no el color de su pelo.  

lunes, 16 de septiembre de 2019

Sabido y caduco

Es la mañana y el estupor...

Hay algo que me diferencia totalmente de la mayoría de individuos de mi generación, y me descoloca, y es que yo he pasado y paso más tiempo con los muertos y su lenguaje de las fosas, que con los vivos, y sólo consigo hablar con aquellos que han conocido de algún modo la muerte  y el duelo,y la vida que no forma parte del tiempo; mientras que mis colegas viven, sometidos, en el tiempo de la mortalidad y la repetición; conviven estrictamente con los vivos y la finitud, y su sabido y caduco amor, y su sabida y cotidiana y eterna fatuidad.