sábado, 31 de agosto de 2019

La manía (Arcand)

Esa maldita manía, filosófica, académica, o hegeliana, de la intelectualidad de querer a cualquier precio, contra toda lógica y razón, la reconciliación. Sea contra el tiempo de la vida, y redundando obsesivamente y enfáticamente nuestra mortalidad. Joder! Taraos! Como si el mundo no estuviera permanentemente y enloquecidamente abierto (desconocido) y desgarrado.

Escrito, tras el visionado de la última película (y vanamente esperada) de la Trilogía (El declive del imperio americano, Las invasiones bárbaras y La caída del imperio americano) de Denys Arcand.

En fin, buf, ya lo explicaré...

martes, 27 de agosto de 2019

Crónicas del desengaño (XIV)

Llego a casa con la playa aún en los ojos; bien abiertos para que el primero que pase vea el mar y el azul de Calella. La quietud en la calle es absoluta. Sólo se ve un punto rojo encendido en la noche, es la llama del cigarrillo que se refleja en el cristal de la ventana. ¿Se le puede llamar fuego, o llama, a ese punto rojo que aparece, intermitente, a cada calada? Ya no me miro yo, y son mis ojos, me miran desde fuera, otros. La noche es un perro negro. No hay tristeza, sólo desamparo. Se me hace difícil reprochar nada a nadie, es mi propia autoexplotación emocional, yo mismo el sujeto derogado y derogador. El tiempo va pasando en la habitación, pasa inmisericorde, sin organizarlo ni querer atraparlo, no deseo para nada su presencia ni su contacto esta noche; que fluya si es que puede ante la densidad. A veces me digo: a ver quién puede más!el mundo no nos esperaba!

 

miércoles, 21 de agosto de 2019

Un Verano. 2019.

Oyendo, una tarde calurosa, las reflexiones de Agustín García Calvo sobre el tiempo y la muerte, y la vida contra el tiempo, contra el Futuro que es la muerte que nos administran:
Se piensa, realmente, sólo de lo negado.

Vuelvo del mar, Platja de Castell, baix Empordà, un lugar perfecto para odiar la muerte:
Si no odiara tanto la muerte, el suicidio sería un descanso.

Unos días en Camprodón, con amigos:
Ellos me miran, confiados, y creen que existo.

En el coche, entre las montañas, seriamente, teniendo una conversación conmigo mismo:
No se puede, ni lo pueden, todo. Nada, ni nadie, ni yo mismo, ni siquiera el poder, tiene total acceso a mí, a mi último reducto de intimidad, al último espacio de mí mismo.

En defensa de mi absoluto hermetismo, de mi incierta vanidad:
No creo en eso que dicen de la interioridad (marchita) de los hombres que han sufrido, ni en su resultado: un animal herido. Yo sólo tengo, y sospecho que todos igual, un animal encerrado." Soy un animal encerrado. Y solo conozco, es lo único que busco, el animal encerrado de los otros.

En busca de consuelo, también una tarde, leyendo. Barcelona:
El día llegó, claro, acumulando tiempo vacío, (auto)engaños, y ansiedad.

Eso fue en junio:
Primeras apariciones del insomnio: dos días, sin noches. ¿Quién ha visto la noche?, sin ella, puede haber amanecer?

Un verano. 2019

martes, 20 de agosto de 2019

Gritos de luz

Se piensa, realmente, sólo de lo negado:
 
Escribe nuestro Agustín, el gran García Calvo: "Juraría que he sido feliz una vez en la tierra (...) Yo, de cierto, no sé si fui Yo"; en esa tierra, claro, donde todo tiempo y ser, toda longitud, permanencia y pertenencia, sigue siendo nada frente a la inmensidad del no estar.

De ahí, para ser algo, lo de Wittgenstein en su Diario filosófico (1914-1916): "la muerte no forma parte de la vida".  

martes, 13 de agosto de 2019

De qué hablas habanera

El cumpleaños, el escape room, el asadito, y las charlas, ya en la terracita final, ante la taza de café y el gato cazando las cucas de llum que revolotean alrededor del pequeño foco naranja, iluminando la mesa de madera. Se habla, entre adultos, de las bellísimas calas, la intensa relación con el mar, el surf, y la rotunda expresión del cuerpo y la vida tumbados en la arena y nadando entre las rocas. De madrugada, y solo, me pongo a escuchar habaneras, pensado la playa. Sé, y pocos lo saben como yo más allá de lo simbólico, que vivo, vivimos, en una tierra enloquecida por el nacionalismo. Y me pongo mis clásicos:   
 
Nati Mistral, la rotunda y discreta musa del fascismo español, cantando una maravillosa habanera. Representaba, cínicamente, la mujer tipo de las clases medias del franquismo sociológico. Una musa nacionalista (obsesionada con la masonería) y ferviente católica, sintetizando ese amor por la religiosidad, lo patriarcal, el orden moral y la autoridad, vertebrándolo, por el falso miedo, con un anticomunismo feroz. Una artista polifacética que sabía bailar, cantar, interpretar y podía recitar perfectamente, con su prodigiosa memoria, gran parte de la poesía del siglo de oro español. Explicar en pocas palabras Mistral y el fascismo; eso sería también escribir.
 
  
 
Después escuché más, larga es la madrugada, y me vino el otro nacionalismo que conozco bien, su fuerte olor. Marina Rossell, en 2008, cantando los clásicos catalanes en el Liceu: la emblemática construcción cultural de la burguesía catalanista. Y esta de què parles habanera...

Ciertamente, no son comparables de inmediato. Hay una diferencia consustancial entre las dos musas nacionalistas (¡y me gustan, sensitivamente, ambas!) que va más allá de tiempo y el éxito. Tiene que ver con la estética de la violencia. El nacionalismo español parece inseparable de su herencia: el fascismo, incorporando así su estética de muerte y violencia. Sin embargo, el nacionalismo catalán, aún y compartiendo la exaltación de los orígenes y el mito, no exhibe la violencia y el triunfo, sino sus derrotas, incluso la gloria de sus derrotas, la estúpida celebración de sus fracasos. Eso no aligera su función represiva y mucho menos su patetismo, simplemente invisibiliza sus relaciones de poder y los bulímicos medios que tiene para aplicar la censura (la ley del silencio), la manipulación histórica, y la sistemática compra de intelectuales y ciudadanos adocenados. Desde hace unos años el nacionalismo es para mí el punto ácido de las comidas, sus banderas, himnos y astracanadas me sitúan de un modo digno y realista en el mundo. Me digo, frente a ese punto mínimo y exacto de incomodidad: "almenos me ponen en mi sitio". Y si me encuentro protegido de sus peligros (censura, persecución, estigmatización, encierro, patologización, deportación, y exterminio),  resulta un verdadero entretenimiento, un ocio y un placer, destejer sus hechizos. Entre otros el de pensar que sus construcciones nacional-culturales son inofensivas o neutrales. despolitizadas.   

Suave es la noche, habaneras, el mar, la playa, la tierra y la sangre: el placer intenso de desprestigiar el nacionalismo.


jueves, 8 de agosto de 2019

Bernhard, y unos apuntes en la servilleta, y un engaño, y una mierda

La actriz Núria Espert explicaba en una entrevista el fundido en negro de su depresión. Mantuvo un breve diálogo con su psiquiatra cuando enfermó, y que ella reproduce durante la entrevista:
 - ¿A qué se debe mi depresión?
 - No se sabe, en la mayoría de los casos no se puede saber la causa... Mira, todos tenemos un cajón herméticamente cerrado lleno de cucarachas, y es bueno no querer abrirlo.
- ¿¡Yo!?, ¿¡Un cajón lleno de cucarachas en mi interior, escondido!?
- Sí, todo el mundo lo tiene.
-Ag... Ag...
-Sí, sí, todos

¿Hay cosas que es mejor no abrir ni tocar, en uno mismo y en la relación con los otros? No sé. Me parece que es una escena muy sencilla y representativa de la autocomplacencia y el estancamiento al que ha llegado la intimidad en nuestros días. Y que yo rechazo frontalmente. Soy de los que desean abrir todos los cajones, salga lo que salga, y huela como huela. Llegué a casa tras unas cuantas cervezas en el bar, y encontré el fragmento que necesitaba de Bernhard. En la página 366-367 de sus excelentes Relatos autobiográficos puede leerse perfectamente esto: 

" Y cuando quisieron por fin tener tranquilidad y esa tranquilidad estaba ya asegurada, y habían tomado posesión de esa tranquilidad, llegaron la enfermedad y la muerte. Su autoengaño se vengaba ahora. Por muchas cosas que hubiera querido decirle a mi madre, por muchas preguntas decisivas que hubiera querido hacerle, ahora era demasiado tarde. No será ya la persona receptiva para mis preguntas, ahora no tiene ya oídos para mí. Aplazamos las preguntas, porque nosotros mismos sólo las tememos, y de repente es demasiado tarde para ellas. Queremos dejar en paz al interrogado, y no herirlo en lo más profundo, y por eso no le preguntamos, porque queremos dejarnos en paz a nosotros mismos y no herirnos en los más profundo. Demoramos las preguntas decisivas, al hacer ininterrumpidamente preguntas inútiles y viles, ridículas, y cuando hacemos las preguntas decisivas es  demasiado tarde. Durante toda la vida demoramos las grandes preguntas, hasta que se convierten en una montaña de preguntas y nos ensombrecen. Pero entonces es demasiado tarde. Debemos tener el valor (tanto hacia aquellos a los que tenemos que preguntar como hacia nosotros mismos) de atormentarlos con preguntas, despiadadamente, inexorablemente, de no tratarlos con miramientos, de no engañarlos con miramientos. Lamentamos todo lo que no hemos preguntado cuando la persona a la que había que preguntar no tiene ya oídos para esas preguntas, está ya muerta. Sin embargo, aunque hubiéramos formulado todas las preguntas, ¿habríamos tenido una sola respuesta? No aceptamos la respuesta, ninguna respuesta, no podemos hacerlo, no debemos hacerlo, ésa es nuestra disposición afectiva e intelectual, ése es nuestro sistema ridículo, ésa es nuestra existencia, nuestra pesadilla."

Y cualquier otra cosa, y otra excusa, y otra evasión, y escurrir el bulto, y escaparse, y ocultar, y esconderse, y huir, me parece una estupidez, y un insulto, y un gasto tonto, y un disgusto, y un desperdicio, y un engaño, y un desprecio por la vida, y una forma de morir, en vida, y una gilipollez, y una memez, y mentira, y una mierda.

lunes, 5 de agosto de 2019

De niñas

Agosto es perfecto para pasear por la ciudad, el silencio, el vacío, la ausencia de gente, el estupor perdido. Me gusta fundirme en el calor. Sentir mi cuerpo sudoroso, el pelo de los brazos uniforme y caliente, la carne blanda. Paseando me encuentro a dos niñas encantadoras; 16, 17, o 18 años. Especialmente una que es preciosa y tiene un cuerpo espléndido, que me llevaría al vicio, puramente. Me paran y me preguntan por los bunkers. Están cerca, les señalo el camino. Hablamos un rato entre risas, y la que me parece hermosa (si esta no fuera una palabra demasiado madura para sus innegables atractivos), y altamente erótica, me mira fijamente aunque distraída, con sonrisa picarona. Tiene el pelo largo y liso, piel ligeramente bronceada, ojos grandes y redondos, un negro como mojado, unos labios carnosos y bien rosados, tiene, en manos y piernas, esa timidez provocadora que hace temblar. La parte más primitiva de mi cerebro habla: cualquier masculinidad sacaría una historia húmeda de esto, y con total normalidad. Yo, con mirarla ya me sacio, me imagino el acto y tengo una extraña sensación: se me revela el humano trato. Como cuando me relaciono, y juego, con animales, concretamente perros y gatos. Será así, el trato ocasional con los animales y las niñas me revela de una forma escandalosa el falso hecho de la autoconsciencia. En esas ocasiones, tales sucesos y actos, se muestran insoportablemente autoconscientes: no estoy relacionándome, sino que desde fuera me veo relacionándome, en la extrañez. Sigo paseando, estoy en silencio reflexionando conmigo mismo sobre mi mismo (mi autoexplotación emocional) y el cambio, la muerte y la fortuna. ¡Cómo iba a detener todo eso por el olor y tacto de unas niñas! Está claro, hay que saber perder el tiempo y no añorarlo, no llorarlo. Además. No soy ese tipo de hombre: no obedezco a ningún tipo reconocible, y absorbente, de masculinidad.