domingo, 29 de septiembre de 2019

Ojos fríos

Es el sol dulce de la tarde que entra por la ventana, y calienta el brazo; una claridad discreta que anula la melancolía.Y yo aquí preguntándome, apagando el cigarrillo, loco como una burra, si puede haber vida íntima sin inteligencia, una inteligencia desbordante, de una elocuencia y brillantez profundamente humana y alejada de la inhumana soberbia y violenta ignorancia de la gente inhumanamente corriente, y de las burdas estructuras sociales, burocráticas o comerciales, académicas o civiles que empobrecen toda vida con la fatiga de la obviedad, el embrutecimiento moral y la absurda e inútil pedantería; una inteligencia espontanea, crítica, rica, viva, exuberante, hiriente e insolente; una inteligencia con el grosor y resistencia suficientes para contener el desgarro propio, agrio, encendido y perene, de las emociones sin sucumbir totalmente a su seducción envenenada. Inteligencia como distanciamiento y verdad. Y aquí sigo, pensando en eso, seco y gris todo ya en el cenicero como si fuera el mundo entero de ceniza, ojos fríos ,sin piel canela, y sin la mentira y la palabra mortecina del juicio ajeno. No puede ser que me equivoque, el frío y el silencio no han calado infinitas noches en mis huesos para nada, para hacer inaccesible la intimidad, sólo para recordarme una redundante y enfática muerte previsible. Y parece que sí, que tiemblas para nada, solo para el desengañado, solo para que despiadada e indiferente la inteligencia destroce la intimidad. La mera posibilidad de que así sea me aterroriza, y debería aterrorizarnos a todos, y me asombra la fragilidad que tiene este terror en los demás, la ligereza y liviandad con la que se convive y la facilidad con la que se pacta con él. Sé que la inteligencia libre es un maldito y pobre animalito equivocado, cuyo pelo mojado produce mayor desprecio que admiración, mayor asco que reconocimiento, y así cojea ensangrentada, zumba, y aturdida, maloliente, la torpe bestia. Nadie tiene respuestas, más allá de respuestas que son como las piedras de un barrizal juntándose en la boca; le pregunto a la gente amiga, conocidos, vecinos, me contestan, hablan, no mucho, pero es demasiado, y veo las piedras, solo las piedras, con el barro. Estoy familiarizado con tantas crueles inutilidades, fracasos, falta de esperanzas, vacíos, huidas despiadadas, exclusiones emocionales, de la vida intima sin inteligencia, que podría decir que prefiero la inteligencia a cualquier precio, pero sin renuncias. Aunque la vida, y la memoria, habla por nosotros: he buscado la intimidad para destruirla. Quizá, la verdadera intimidad sólo sea un campo de pruebas, un campo de tiro, para la inteligencia, para los brutales disparos de la inteligencia, descubrir si somos o no inteligentes, seré yo ese hombre? seremos nosotros?  



viernes, 27 de septiembre de 2019

Otra vez, Calvo: "Habla corazón, y que tiemble el mundo"

Tengo que darle la razón, a pesar de mi escepticismo inicial, a lo que escribe Valeria en esa maravilla de autoetnografía, de la que aquí ya di cuenta. Lo que sabemos, de nosotros mismos, de los otros y del mundo, cuando se experiencia el cuerpo, es incuestionable. Tras la tarea de recuperación interior, reconstrucción de escombros previa sofisticada demolición, encontramos algo en nosotros mismos: la intimidad del abismo. Un alguien insólito y perturbador que, atravesando el dolor y el sufrimiento, es capaz de pensar consciente el límite y el peligro y decir No, negarse a la gran mendacidad de la realidad. Tumbado en la cama, repasando unas notas de lectura, descubro algo: mi cuerpo tiembla, cuando mi cabeza no tiembla; clara y decidida como lo de A.G. Calvo: habla corazón, y que tiemble el mundo.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Con la crecida de la edad

Empiezan a resultar imprescindibles, de una necesidad innegociable e indecible, todas aquellas cosas que de adolescente construían nuestro espacio mental, estético, y moral, de idealización, y que precisamente por su hinchazón ruborizante eran falsas, hiperbólicos reclamos, zafios deseos, y mentiras, y rotundos y despreciables imperativos sociales. Los anhelos adolescentes, bajo la increíble forma alucinada, no revelan nada de lo real, ni mucho menos de la verdadera realidad de nuestros deseos o nuestra intimidad (una intimidad común), más bien ocultan esa otra y árida realidad: el sustrato último e inequívoco de necesidades que de adulto es la mayor, y paradójica, fuente de infinito gozo y felicidad, sufrimiento, intenso dolor y desamparo. La adolescencia es un período ansiolítico y enmascarador que sólo con los años se logra comprender (la infancia no se comprende nunca, a pesar del eterno mito literario, siempre es agua estancada y turbia); sólo con la crecida de la edad se logra disfrutar de las enormes formas de comedia que contiene la adolescencia en tanto que caricaturesco retrato y ridículo simulacro de las necesidades espirituales reales del adulto, tan imperantes y vitales como el comer y el respirar, inevitables para sujetarse, dignamente o indignamente, a esta perra y maravillosa vida. No digo que resultan innegociables los placeres civiles como el alcohol, el tabaco, los atracones y su contrario, la delicada elegancia en el comer (donde hay que quedarse con un punto estético de hambre en el cuerpo), la temperatura de la luz y el color del sol, la inmensidad azul del cielo y el mar, el sexo insistente y perdurable, el ejercicio físico, o la ociosidad, cosas que se hacen cada vez más importantes, pero sí son irrenunciables placeres íntimos de una hondura asombrosa y exclusiva como el amor, la libertad, la amistad, el amor y la amistad como unidad erótica y libertaria, el absoluto aburrimiento, la lectura (de una seriedad espeluznante) el pensamiento decisivo, la creación (sustitución inmejorable de todo placer civil) y la autodestrucción interior y reflexiva que hacen de la muerte y la enfermedad algo conmensurable (pero inmanejable), con un poso insondable de desengaño.

A pesar de crecer y por mucho que miremos al futuro, soportando los crueles sacrificios del tiempo vacío, uno crece siempre hacia el pasado, en busca del primer deslumbramiento, del primer asombro. Sucede que cuando más se amplia el futuro más se ensancha la llanura del pasado, el tiempo de la vida pasada que todavía habitamos, moribundos, como producto. Desde entonces me resulta claro cuál es el testimonio que debo dar. Pienso en Günter Grass (del que aprecio y detesto cosas a partes iguales), en su novela, A paso de cangrejo, donde sólo se avanza moviéndonos y mirando hacia atrás, precisamente a través de la impugnación, y no de la reinterpretación del pasado iluminado. Pero todavía no sé si, como he aprendido, debo desbobinar primero una cosa, luego la otra y después esta vida o aquella, o recorrer el tiempo oblicuamente, un poco al estilo de los cangrejos, cuyo retroceso lateral engaña, porque avanzan con bastante rapidez.  Y también, cual es el testimonio que no debo dar: el de las falacias de otros literatos del tipo Marsé, que sostienen en sus ficciones y narraciones que los adultos y la vida madura es la corrupción de los sueños e ilusiones juveniles, la transparencia y evidencia de su palabra la perversión de los recuerdos de infancia, de la existencia infantil. Y que la vejez constituye la culminación exitosa de la historia de esa corrupción, la historia de esa degeneración e infamia. Precisamente creo lo contrario: que la adolescencia y la juventud son una traición a la vida y a la realidad, un regalo envenenado, un señuelo de engaño y perdición para el adulto, un disgusto y un dispendio, que precisamente por la idealización de su mundo emocional originario nos engaña no permitiendo ver lo cruda y brutal, humillante y vergonzosa, que es, o será, nuestra sujeción y servidumbre a esas necesidades que inútilmente exaltamos, estetizamos y sentimentalizamos, hasta la muerte. Y sólo lo podemos ver a paso de cangrejo, y todo lo demás me parece tan molesto repugnante y asqueroso como asistir al parto de las ratas.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Un tonto y bueno, como crítica literaria

Yo también seré ese tonto y bueno, pero lo sé

Conocí, una vez, a un padre de familia tonto y bueno, de una infinita bondad, insólito corazón tan tierno y blando, y grande como una cabeza de buey, al que le enseñé a leer. No recordaba las grandes ideas de los filósofos que leía, las bellezas y audacias inauditas de los novelistas, el tiempo de los memorialistas, ni las excelentes imágenes ni sensibilidad líquida de los poetas. Y le dije, se lo conté bien, siguiendo la estirpe del crítico literario inútil y occidental, tonto igual y no tan bueno: No hace falta que recuerdes las ideas del libro (mentía como un diablo) simplemente di lo que te ha parecido, tu impresión, por qué te gusta. Aposté por el gusto relativo, la epifanía del gusto, la utopía de la percepción, por el imperio de "mis impresiones personales", que es el imperio de nuestros periódicos y sus escuálidos suplementos literarios: es el grotesco espectáculo de la crítica literaria como técnica publicitaria y la retórica del negocio editorial, sustentado por la apología del gusto. Saturación editorial y espiritual por la hiperpublicación e hipersuperficialidad de libros, esa pasta de papel, e ideas, acompañado de una brutal crisis material editorial. Hiperproducción y crisis; obscenas paradojas? A los libros, como a los cachorros, hay que mirarles la dentadura, a ver si salen los colmillos y no el color de su pelo.  

lunes, 16 de septiembre de 2019

Sabido y caduco

Es la mañana y el estupor...

Hay algo que me diferencia totalmente de la mayoría de individuos de mi generación, y me descoloca, y es que yo he pasado y paso más tiempo con los muertos y su lenguaje de las fosas, que con los vivos, y sólo consigo hablar con aquellos que han conocido de algún modo la muerte  y el duelo,y la vida que no forma parte del tiempo; mientras que mis colegas viven, sometidos, en el tiempo de la mortalidad y la repetición; conviven estrictamente con los vivos y la finitud, y su sabido y caduco amor, y su sabida y cotidiana y eterna fatuidad.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Naranjas y servilletas

Es sábado, y no sólo en casa, es el día de la compra en el barrio; un barrio obrero y de clases medias empobrecidas. Nos toca ir al Mercadona, faltan naranjas, servilletas, papel higiénico y dos mangos para el postre. Está cerca de casa, es un paseíto feo y agradable, el sol filtrado por la nube, luz blanca que cae sobre la acera gris, hay restos de madera de un antiguo mueble en la esquina, junto a los contenedores; pienso en esos restos como en la conversación de anoche con amigos, pecios de inteligencia. Las cajas están llenas, hombres mayores, gordos y calvos con ridículos carros verdes haciendo cola. El pig... pig... pig... del cobro y la facturación de las máquinas. El viejo y la joven mulata, ¡el sexo, y las gozosas suciedades! Las viejas cotillas, y esos perfumes dulces que ocultan el insobornable olor a muerte. Una japonesa idiota, pero muy idiota, que se cuela. Jóvenes, alguna loca de gimnasio, algún loco de gimnasio; hombres, mujeres, libres e iguales, en esa ficción política. Voy subiendo por la cinta mecánica, estúpido también con mi estúpido carrito verde, con mi estúpida paciencia y mi todavía más estúpida resignación de cordero; van pasando los rostros, esos cuerpos llenos de carne, parecen estar hechos de carne dura, compacta, van erguidos, tiesos, tranquilos, sólidos, ojos negros, algún niño. Los veo pasar. Van hacia abajo, en hilera perfecta, por esa lenta cinta mecánica contigua. Todos parecen fuertes e indestructibles, acorazados sus corazones; pero no me creo su seguridad, yo conozco la fragilidad, su fragilidad, y como tiemblan, no son de carne; yo sé que están hechos de cristal, como yo. Seres de cristal.  

jueves, 5 de septiembre de 2019

Trabajos diurnos

encuentro esta nota al buscar un email perdido y olvidado; la d de dios siempre en minúscula, muestra de mi ateísmo:

<< No es que nosotros no somos importantes sin dios, sino que dios sólo es importante sin nosotros.>>

vamos, cuando claudica o es vencida la razón y el hombre entonces prefiere morir antes de tiempo, sirviendo a dios. 

1936-2019

Resultado de imagen de cartel martí bas madrid catalunyaCartel de Martí Bas de 1936; sonroja verlo a la luz del 2019. Está en la colección del Pabellón de la República que poco antes del verano visité, en Vall d'Hebron. Recuerdo la intensa soledad del lugar, el silencio, los archiveros, L. y yo; una extraña mezcla, síntesis, entre odio y libertad. Y esto último, trasunto también de mi vida íntima, una vida incivil.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Si hubiera cuentos para niños

Retablo de la niñez. Ya de adulto la infancia, convencionalmente, es un inmenso retablo de altos colores donde solo juega la eternidad. Y todo es, inicialmente, blando y redondo. No se conoce el límite, la finitud o la caída, la vida no existe como mortalidad, dado que todavía no se han impuesto, poco falta, breve es el día y su luz, los contundentes mandatos de la madurez y el adulto: Memento mori: ¡recuerda que morirás, recuerda que has de morir! En el modo educativo actual: la vida como condena a muerte: ¡tienes que morir, la muerte es lo más natural del mundo ¡vas a morir, es ley de vida ¡todos nos moriremos algún día ¡hay que asumir la propia muerte y la pérdida de los otros ¡hay que superarlo, pasar el duelo, y aprender! Y si se les ha iniciado en la excelencia y la sofisticación cae la asombrosa sentencia de Platón, capaz de pasar al instante del fuego al hielo: "filosofar es aprender a morir", o lo de Heidegger: "el hombre es un ser para la muerte". Como hay cosas que no se pueden decir, negar o rechazar en el mundo adulto sin el riesgo de caer en una patética demagogia existencial es bueno recurrir a viejos trucos: escribir un cuento. Cuentos de hadas, reconvertidos en infantiles; allí donde los hombres, y sus leyes, no caben ni cuentan, ni viven, ni se les espera, y solo dios y los animales pueden comunicarse con los niños. Un cuento, para hablar libremente.

Primeras notas para un cuento infantil:

Nota 1.
La muerte no existe, dice un niño con el cubo lleno de agua en la playa:
los niños del cuento, en el bosque, se preguntan, muy extrañados, inquietos, tiemblan sus espada, y excitados por el olor de la sangre, ante el cuerpo desfallecido del dragón que no sopla llamas: ¿Quiénes son los que mueren, ¿quiénes son los que han de morir?

Nota 2.
En las verdes praderas no existe la nostalgia:
¿por qué me hacéis vivir si sabéis que voy a morir? que voy a vivirme muriendo?

Nota 3.
Un rayo de sol, sol rojo, cruza su todavía tierno rostro, al terminar, sombras, ya es hombre, ha perdido la inocencia:
yo pensaba que la verdad me haría invulnerable y poderoso; realmente feliz; hasta que dijeron que quien dice verdad vive con el castigo y la pena; que la verdad no se impone por si misma.   

Nota 4.
Los primeros pasos del niño, de pie, en la parcela ajardinada, plantando cara al mundo, señala el rosal, ¿por qué se arrugan los pétalos de rosa?
que se muere y se mata por las cosas que no existen, que por las cosas que existen casi nadie vive, muy pocos las recuerdan.

Nota 5.
que no existe el derecho a ser amado; ni la obligación de amar a quién no quieres, o no se puede

Nota 6.
que la verdad no es bella, que la belleza no es verdad.

Nota 7.
que no se soporta la libertad de los otros.

Nota 8. 
mi objetivo es desbordar la muerte con este cuento, abrumarla, acosarla, hostigarla y odiarla, contando una bella y educada historia; hasta reducir la muerte al olor de la ratas y que no intente sabotear la vida con vanos espejismos de serenidad ante el fin.

Nota 9.
que la muerte no existe.

Ayer lloré, y mucho; esta tarde del 4 de septiembre de 2019 tendré una largo conversación con el niño, una conversación de cuento conmigo mismo, yo y el niño, para perderle el miedo a la vida.











martes, 3 de septiembre de 2019

Lo estoy viendo, y eso es estar vivo

¿Escribir esto es una elección?, ¿vivir es una decisión?, la muerte parece segura: naces y "has de morir". 

Escribo algo pequeño, este diario si es aún vida. Y no necesito escribir algo grande con sentido. Lo hago por puro egoísmo, y por nadie, ni nada. Para no ahogarme, para poder respirar, detener el tiempo, la vida fuera del tiempo, para salvarme. Y para salvarme un día más, y arrancarle esas horas, unos pocos minutos, una sujeción, salvarme unas semanas. Para salvarme. No pasa el año sin que se muestre el desengaño, para salvarme: la conversión de la vida en muerte. Lo estoy viendo, y eso es estar vivo.