jueves, 27 de junio de 2019

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Releo algo de lo último que he escrito. Suelo hacerlo, y me enfurece la manía de hacerlo, y sus precarios resultados. Anhelo el día en que llegue la culminación de una escritura, por fin, madura. Ya tengo el día, sí, en que el pensamiento demuestra la alegría del desengaño. La profunda e intensa, en ocasiones liberadora, alegría que produce el desengaño. El día llegó, claro, acumulando tiempo vacío, (auto)engaños, y ansiedad.  

jueves, 20 de junio de 2019

Hecho pulga

Primeras apariciones del insomnio: dos días, sin noches. ¿Quién ha visto la noche?, sin ella, puede haber amanecer?  

No he pegado ojo en toda la puta noche. Dormir, algo dificilísimo. Giro sobre mí mismo, hago de la cama, la almohada, el aire y la vida, jirones. He visto, postrado ante el cristal mojado de luz, el azul tan blanco del cielo, estúpidamente inmóvil: esa claridad, tan limpia, tan pura, del amanecer, viene sin duda de los contornos mismos de una locura remota. No soporto el timbre alegre de los pajaritos sin haber dormido, piden con sus picos el sentido (ausente) de mi cabeza. El ruido del portal, la gente que sale y entra, ante la inmensidad gris de la sola calle, todavía entera la inocencia del día, es la constatación de que se pasa de una cosa a otra por inercia, un cuerpo, un odio, un amor, un olvido. Oigo tacones alejándose, picados, cada segundo, cada tacón de esos empuja a alguien en el mundo hacia algo que no puede soportar; es una puñetera burla. Parece mentira pero el mundo a esas horas es demasiado tranquilo, y su silencio, apesta. Insomnio: cómo se puede sufrir tanto por tan poco, tan sólo unos ojos bien abiertos.Y otra vez el cielo. Terrible quietud, horripilante sensación de continuidad. No hay ruptura, se solapan los días, dos días en uno, uno en dos días, ¡qué absurda digestión del tiempo! No termina la fatiga, no amanece nada, nada nuevo: estoy cansado. Hecho pulga. Todo es repetición. No es la juventud, es el dolor, reventando vena a vena. Todas las soluciones son falsas en esta situación. Harto de toda esta mierda. Repito, hecho pulga.

Ya han pasado unos días de aquello, y el insomnio no ha vuelto; pero volverá.  

miércoles, 19 de junio de 2019

Crónicas del desengaño (XIII)

Eros, y me pica, se asocia a la felicidad, o a una plenitud. Tiene además, en sus modos convencionales, una semántica conceptual supuestamente bien armada: unión, o mejor LA UNION, dos en uno, porque eres tú, porque soy yo, somos yo, una sola experiencia del tiempo y el mundo, pureza, eternidad, construcción de algo grande y costoso, ¡hasta sacrificial! Y una semántica más personal: intimidad compartida, sentirte cerca, próximo, comprensión, calidez (ante el frío de la vida), autorealización, refugio, autoafirmación etc. Una chusta un poco narcisista y pringosa, francamente. Y lo peor: se presenta ilusoriamente como algo instintivo, propio de la vida, que la empuja, favorable a ella, natural. ¡Ya me dirán... ni qué niño muerto! No hay cosa que más terror inspire a este Eros y a sus paniaguados seguidores (hasta yo mismo lo fui!, los soy?, lo seré?), que una enorme dosis de pensamiento, vamos a llamarle un nivel superior de inteligencia, o reflexión, o crítica radical. Porque en esos extremos de la inteligencia se esconde, necesariamente y bien está, un afán absoluto de autodestrucción, autosupresión y "espantoso" vaciamiento: la única forma de revelar el verdadero rostro del mundo. Algo inasumible e indeseable para la persona amada, para cualquier amante o amado que uno tenga. Pero sino de qué, sin autodestrucción, de qué coño va todo esto? Digan, de qué?

jueves, 6 de junio de 2019

Crónicas del desengaño (XII)

Lo que escribo, cuando escribo convencido:

No me imagino un deseo o un sentimiento amoroso que nazca, o se alce, si no es a partir del reconocimiento de la mortalidad, de imaginar seguro, el límite y desamparo de la experiencia de una muerte posible. Mi propia muerte: también el acabamiento del ser amado. Si yo pudiera decir, supiera decir, que el otro es plenamente identificable con un YO terminado y concluido, redondo, definido y autoproclamado, accesible en su totalidad, dócil a mi deseo, si no hubiera el riesgo de que el otro no está siempre ahí, o aquí, a la mano, cerca, próximo a mí, disponible, de que yo me confunda de dirección, o que mi movimiento erótico no llegue a su destino, o que mi pasión amorosa se extravíe, o no haya respuesta, sólo opacidad y más silencio, entonces no habría deseo ni afectación de ningún tipo. Decir amor sería decir nada. El deseo, el amor, se abre, parece, a esa indeterminación, a una desasosegante incertidumbre, a la posibilidad de fracaso y extravío; del mismo modo que tenemos conciencia plena del cuerpo sólo ante la enfermedad. Y este es el mayor incordio de toda relación o aspiración amorosa, que curiosamente, y no menos terriblemente, acaba como empieza, en una falta, con una ausencia. El amor, a pesar de todos sus gozos y quebrantos, nos recuerda intensamente e incesantemente que vamos a morir y que hemos luchado contra la muerte.

Lo que escribo descreído:

Estoy oyendo, poseído y entusiasmado, todos los audios de las tertulias en el Ateneo, de Calvo. Y me río, y mucho, y a carcajadas, y me soplo los dedos. ¿No tendrá razón Agustín García Calvo y precisamente será esta maldita condena de fijarlo, medirlo, programarlo, conocerlo, saberlo, apreciarlo, vivirlo todo sometido al Futuro, al tiempo, que es muerte, la que hace que lo que llamemos amor, el amor ordinario en el tiempo, el que nos sitúa frente al recordatorio de la muerte, no sea verdaderamente amor, amor del bueno, sino meramente eso: Futuro, sólo muerte, el mayor de los Futuros?  

martes, 4 de junio de 2019

¡Que viva la muerte!

 
Resultado de imagen de maría zambrano María Zambrano recuerda perfectamente el origen del movimiento. Fue en los brazos de su padre, que era Ello, Eso, yo qué sé, algo maravilloso, diría. Y la llevaba desde el suelo hasta arriba, hasta tocar la rama del limonero. Él era muy alto, y ese subir y bajar, ese ir hacia arriba y volver a descender, fue el primer, y esencial, viaje entre todos. Luego, agotado ya el aire del tiempo, vendría el último y decisivo viaje, el retorno del exilio; de los españoles sin españa: No he vuelto a España, es que yo no he salido de España (...) en un exilio tan largo, tan complejo, tan hermoso... Estuvo 45 años exiliada, una vida escindida entre cuerpo y alma, una en un lugar y el otro en otro, como todo material de derribo en la guerra, esparcido por el ancho mundo; olvidado. Hacemos bien en recordar estos gélidos pedazos de burocracia, el poder de nadie, como la imagen que abre la entrada de este cuaderno hoy, que es fácil de encontrar vagando por internet, y que nos recuerda las huellas que toda vida deja. Convertidos ahora en documentos de barbarie del franquismo. No creo que haya mejor forma, al modo expresivo, de definir el fascismo español que con el propio veneno de sus palabras, los gritos, turulatos, de Millán-Astray: "¡Viva la muerte!" y la previa inversión irónica del Juan de Mairena, "¡Hay que vivir! Es el grito de bandera, siempre que los hombres se deciden a matarse". Dos extremos, vida y muerte, identificándose por el grito: la ciega glorificación del escarmiento.

Quiso ser centinela, niños todos, y cuando su padre le hizo ver que no podía ser de hecho nada, encontró el pensamiento. Lo que ella llamaba, y se sigue llamando, la filosofía: yo tenía que pensar. Zambrano sobrevivió al destierro por el pensamiento, y claro, gracias a la inestimable ayuda económica de sus amigos, que eso es soportar la vida frente al mundo, pero ya dentro, frente a uno mismo, o frente al mundo externo que interiorizamos, introduciendo su mentira y mendacidad, ahí, sólo queda el pensar, la reflexión como resistencia intima contra la infamia, el exilio, también interior, como refugio. Nos invitaba a mantener la razón como esperanza, pero a costa de tanta renuncia... Yo eliminaría lo de la esperanza, toda falsa e ilusoria, y me quedaría con la razón sola. Pensar siempre implica renunciar. Pensar a costa de desprenderse, desposeerse, ¿vaciarse?, saber, y asumir, que sostener la razón es rechazar y abandonar aquello que se critica, se deconstruye y desmonta: la mentira, la muerte. Inmersos en una extraña alegría que nos hiere, en una insólita libertad que nos agrede. Tengo serias dudas sobre si la filosofía, el filosofar, es un acto moral, moralizador, como ella afirmaba. No sé. Pero sí veo una pasión negativa, un decir No, y por ello un gesto político. Sospecho que politizar es desmoralizar la vida y la realidad. Sospecho estar cerca, a pesar de todo, de Zambrano; de la necesidad de pensar también los ¡vivas a la muerte! y los ¡vivas a la vida! que nos envuelven, eufóricos y desolados. No ante la nítida ideología del fascismo y su estética de la violencia, pero sí ante el Capital y el Estado, que algunos llaman: la administración de muerte. ¿Qué abismos, si los hay, distan del grito de ayer del susurro de hoy?