martes, 26 de junio de 2018

Siesta

En la cama, somnoliento. Las ideas van decantándose, lentas, desperezándose, la siesta ha sido breve pero fructífera, dejo esa melena negra que me nubla la vista para luego, me impregna su intenso olor. El tabaco está sobre la mesa y el café helado junto al ordenador, la soledad de la pantalla azulada, me espera. Cómo no voy a escribir nada. Se me subían los colores a la cara; me levanté...

Existe un evidente, aunque sutil, hilo de sentido que une las últimas notas de este cuaderno. Todo es igual, y aquí el mainstream intelectual también es una moral. Tanto en la tentación por descifrar los dispositivos contemporáneos de desvalorización de la vida, encarnada en la desesperación de los refugiados, y sus similitudes, diferencias y proximidades con su desplome en el S.XX; como en el intento de exorcismo del supuesto monstruo que incubamos los hombres en nuestro cuerpo y nuestra historia de violencia con las mujeres, hay una razón común: rehabilitar el marchitado mundo de las palabras. Las cosas necesitan de su asignación, de su definición y significado, dotación y atribución, de su lugar y calor específico en la realidad. Esa es la función primaria de las palabras, y del que las junta técnicamente, como un tipógrafo. Resulta paradójico, pero en los tiempos donde el tedio y el relativo bienestar europeo se confunden con la paz y la libertad, donde toda tradición aún es una herencia sin testamento, donde debería escribirse en gris y del modo más prosaico, tímidamente y en minúscula o en cursiva, nuestras viejas ideas poéticas aún se presentan con mayúsculas, las mayúsculas enfáticas del combate. Eso sí, un grosor en la letra que no va acompañado de la sangrienta música de anteriores siglos. Hablamos, y las grandes palabras que pensamos que subrayan las cosas, realmente las tapan, en vez de adecuarse, las ocultan y neutralizan. El eclipse moderno de las cosas por las palabras gruesas y tremendas, es algo más que un triste anacronismo. El sentido de mis últimas notas trata de advertir de ese peligro regresivo y falaz. No trata de edulcorar, simplificar o justificar, el extremo dolor y sufrimiento, desigualdad y opresión, que causa nuestra era postcapitalista, sino de la compleja tarea de comprenderlo; diferenciándolo de la era totalitaria. Reduciendo las palabras, en la medida de los posible, al tamaño real y exacto de las cosas tal como son, para que su precisa infamia sea iluminada y desintegrada por la razón, y no se oculte en las tinieblas de la ignorancia y la falsificación, reinventando antiguos y falsos fantasmas.   

Todo esto mientras la muchacha de pelo negro sigue en la cama, durmiendo... ¡qué extraordinaria y deslumbrante relación tiene con la primera luz de la tarde! Si yo pudiera darle a este momento de sueño un valor absoluto. Eso sí que sería una memorable obra de vida...  ya se va despertando... parece que me está diciendo algo, se incorpora, pero se pone tranquilamente a leer en un dulce silencio.

domingo, 24 de junio de 2018

¿Tengo al violador dentro!

Fragmento de la transcripción de algunas respuestas e intervenciones de Hannah Arendt en un congreso que tuvo lugar en noviembre de 1972 sobre "la obra de Hannah Arendt", organizado por la "sociedad para el estudio del pensamiento social y político" bajo el patrocinio de la York University y del Canada Council. Transcripción incluida en el libro De la historia a la acción. 

<< Christian Bay: [...] En mi opinión Eichmann en Jerusalén es quizá su obra más seria. Considero que su forma de advertir con tanto énfasis cómo Eichmann se halla en cada uno de nosotros tiene importantes implicaciones para la educación política, la cual, después de todo es el viejo tema de la integración en la política (...) Quizá nuestra capacidad para descentralizar y humanizar dependerá de que encontremos vías de corregir, combatir y superar a Eichmann en nosotros mismos y convertirnos en ciudadanos [...]

Arendt: Me temo que el desacuerdo es considerable y sólo aludiré brevemente a él. En primer lugar, a usted le gusta mi libro Eichmann en Jerusalén y dice que lo que allí afirmé es que hay un Eichmann en cada uno de nosotros. ¡Oh, no! ¡No hay ninguno ni en usted ni en mí! Esto no significa que no haya un buen número de Eichmanns. Pero tienen una apariencia bastante distinta. He odiado siempre esta idea "Eichmann en cada uno de nosotros". Sencillamente no es verdad. Y es tan poco verdadera como su opuesta, que Eichmann no está en nadie. En mi opinión esto es mucho más abstracto que la mayoría de las abstracciones que con frecuencia me permito -si lo que entendemos por abstracto es no pensar a través de la experiencia. ¿Cuál es el objeto de nuestro pensar? ¡La experiencia! ¡Nada más! Y si perdemos el suelo de la experiencia entonces nos encontramos con todo tipo de teorías [...] >>

Es el sofocante 2018, pero podría ser perfectamente 1972, la misma turba especulativa. Un violador dentro de mí, ya lo siento, despacio, creciendo ingobernable dentro de cada hombre si el ambiente está enfangado y ensangrentado. Eso dicen las activistas contra esa panda de cerdos descerebrados llamada La Manada; pero su indecencia e ignorancia es convertirlos no en arquetipo posible, sino en lo real universal, esto es: un criminal que anida, latente, en las entrañas de cada hombre inocente, y quizá bueno, hasta el mejor de ellos. Incluso un machista, que debe ser tratado con desprecio y reprobación, no debe ser confundido con un potencial, o necesario, asesino. ¡Vaya! ¡Esto me suena! Son el mismo humus humano sobre el que escribí en alguna red del mundo virtual, cuya estrategia de acusación e higienización ideológica consistía en una supuración insolente de las políticas de identidad colectiva: sacralizar y blindar el ser, para bien y para mal, por encima del hacer, de la acción concreta. Y les dije, con Arcadi: "por supuesto que sí, los nacionalsitas y los pedófilos son la misma clase de hombres: hay que respetarles por lo que son, ¡quia!, pero en absoluto por lo que hacen, sus extravagantes y en ocasiones criminales costumbres (...) nos molesta su misma presencia, ese olor a leche regurgitada, pero son las prácticas pedófilas y nacionalistas las que resultan violentas e indecentes, punibles por la ley y censurables por la autoridad, no su existencia, molesta, tediosa... sino su ...acontecer, doloroso, infame y regresivo. Ambos, son víctimas también de si mismos, de su ruina personal y su devastación intelectual (...)". La cruel indistinción entre los deseos y su realización, bajo la misma desolada sintaxis moral, es la que mueve con entusiasmo irreflexivo lo tumultuario, las vísceras, los cancerberos de la moral pública que aplican la recta metodología del linchamiento y la demagogia. Se juzga a los hombres, no por lo que hacen, su conducta, su obra de cualquier índole, sus acciones, sus hechos, sino por lo que son incontrovertiblemente: hombres, y por definición, misóginos. Por sus obscenas y en ocasiones desagradables intenciones, fantasías y anhelos eróticos, emocionales o sexuales. En muchos casos también compartidos, al modo de la autohumillación placentera, por las mujeres. Bajo esa pátina de leyenda del mal patriarcal, nos tratan a los inocentes con la compasión culpable que se tiene hacia los buenos hombres poseídos por el demonio, esa condescendencia hacia el ontológicamente malo que ejecuta breves y fugaces obras benéficas y bondadosas para expiarse. La clásica ecuación entre vicios privados y virtudes públicas parece para las voceras de la actual corrección política y el feminismo estándar, una ecuación incognoscible, indescifrable. Sea como sea, el hacer es insuficiente, y el ser, la condena irredimible.  

Cambie el lector de este cuaderno, la figura de Eichmann en sus gradaciones tradicionales de la única cadena de sentido: satanás- genocida- psicópata- criminal- asesino- nazi- nacionalista- burócrata-funcionario- alemán. Por cualquiera de estas otras gradaciones más contemporáneas de la figura masculina: asesino- maltratador- violador- abusador- misógino- machista- machirulo- posesivo celoso- vicioso- hombre. Sin duda las gradaciones son un sistema, simple en su enumeración pero complejo en su definición y distinción, de degradación moral y vejación humana. Y del mismo modo que los más débiles teóricos de la política del s.XX jugaban irresponsablemente con la metáfora Eichmann para explicar cualquier forma de terror político o de criminalidad subordinada a la obediencia debida, que se escapaba de sus categorías tradicionales refundadas después de la Shoa, ahora, nuestras pedagogas de "la perspectiva de género", al pretender articular un discurso político subversivo, desdibujan, por su brocha gorda, la complejidad de la realidad misma, y lo reducen todo un monismo de sentido, progresivo y mecánico, que culmina con la muerte de la mujer. Queda difuminada la pluralidad de dimensiones conflictivas (no todas suprimibles) de la realidad de la misoginia inherente a la cultura occidental, y estructural a toda cultura en sí, y que distribuida en distintos grados de intensidad hace de sus efectos, en las ocasiones más graves una coerción intolerable que puede llevar de la sumisión de por vida (las religiones) a la misma muerte, y en su efecto mínimo, a uno de los múltiples modos de prejuicio social, estigma, o costumbres hostiles, cuando no, a un simple, fructífero y lúdico, pero arriesgado, coqueteo erótico. Al aplicársele, a un individuo, uno solo de los eslabones categoriales o clasificatorios de cualquiera de las dos cadenas, sea cual sea ese eslabón, inmediatamente es juzgado con la totalidad significante de la cadena, cae sobre él, el peso simbólico de todas las figuras, entre ellas, las más atroces. El hombre, es todo lo que aparece de cabo a rabo en la cadena de sentido, sin atender a los distintos grados e intensidades. Pero lo es en potencia; haga lo que haga, obre como obre, actúe como actúe. Para ir terminando. Lo sorprendente es constatar cómo (del mismo modo que sucedía con los diversos dispositivos que desvalorizan la vida y de los que ya di cuenta en unas notas recientes del blog sobre los refugiados) ambas cadenas de significación ideológica se aplican exactamente igual y con la misma contundencia en distintos períodos históricos. Con distintos y cruciales resultados, dadas las circunstancias, gracias a dios, y que van del genocidio por motivos raciales y étnicos a muertes puntuales y una sumisión parcial de las mujeres, aunque sorprendentemente cuantiosa. Nadie se libera de sus cadenas.  

sábado, 23 de junio de 2018

Puertollano, ¡yo soy tu hombre!

Verónica Puertollano @ver_puerto Hace 19 horas :
<< A algunos hombres: no sé si lo hacéis para ligar, no perder onda o sois idiotas, pero aceptar que hay un potencial violador en todos y cada uno de vosotros puede tener consecuencias. Y no os hará ni p gracia cuando en la cruda no se hagan distingos con vosotros. >>
 
Yo soy un Puertollano.
No dejo que nadie, especialmente ninguna ceporra convencional y posmoderna, me utilice como saco de boxeo ni me estigmatice prejuiciosamente, ¡ni como axioma! Nadie vulnerará la inocencia de mi tierno y apasionado corazón, haciendo ver que descubre en mi naturaleza* la malignidad y perversión congénita de mis latidos, como un sangre sucia de la historia. Esta pretensión de ir por la vida y ante las mujeres, pecado a cuestas, con la señal de Caín pegada en los muslos, la frente y el alma si existiera, me repugna. Este bochornoso imperativo metafísico:  "llevo al violador dentro, en potencia" (me recuerda, salvando las distancias, "el Eichmann que todos llevamos dentro" y el desfallecimiento de Arendt ante esos estúpidos congresistas) envenena con una puerilidad y esterilidad sin límites el espacio reflexivo y el debate público intelectual de este país, hoy ya convertido en erial, en lodazal. Encima, tengo la curiosa sospecha, que todas estas lenguaraces son las mocitas felices que viven satisfechas y enganchadas a su machirulo, operando con una especie de odio y culpa reprimida hacia ellas mismas, y que solo logra respirar, su opulento y narciso cuerpo, al ser arrojado lo reprimido contra los otros. Hmm... Tengo que escribir más hondamente sobre este asunto sin dejar cabos sueltos, y lo más peligroso, pulir esas puntas viciosas de la escritura... Sin embargo, Puertollano, aquí estoy, ¡yo soy tu hombre! 
 
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naturaleza puede ser sustituido por cultura en su terminología historicista: presuponiendo que es ¡mi cultura (incluso la subjetiva, bildung)! el foco de infección, el origen del pecado. Esto implica presuponer, en esta fiebre, que soy un burro capital que no detecta las vetas de misoginia que la decantación de los siglos deja en los libros que leo, clásicos o modernos, los cuadros que admiro, las películas que devoro, o la música que me mueve; y lo peor, que me determinan sin que yo sea consciente de sus paradojas y peligros. Un tipejo algo rudo que no se cuestiona los resortes invisibles (o los visibles pero despreciados) que generan y mueven la agresión, moral y sexual.  Es un asunto crucial. Su inmoralidad reside en su exageración y su universalidad: yo sólo hablo de algunas mujeres al igual que Puertollano de algunos hombres, y estas algunas siempre hablan de todos los hombres en general y absoluto. Ahí, justo ahí, en el hiperbólico todos y no en el realista y racional algunos, reside su indigencia teórica, su vagancia, su pereza, su desidia, política, y con ello su seguro y contumaz fracaso. ¡Bah!.. Gallinita, a tu corral con tus polluelos, y con tu Gallo.  

miércoles, 13 de junio de 2018

No siempre será esto

Estos serán, irreversiblemente, fragmentos de una vida, fragmentos de un orden perdido.

Nos reunimos todos para el cumpleaños de Licán, en una noche muy agradable, suave tiempo en la vida perra. Estamos en un bar bien iluminado para las noches sordas, para esas extrañas noches en las que la intensidad de la alegría despierta, a la vez, el miedo inusitado de su pérdida. Un ingenuo temor nacido del confort y el bienestar que conduce al implacable desengaño, a decir, "no siempre será esto".

Ya me ha pasado otras veces, vivir con esta ambivalencia.

Durante la cena, les cuento a Valeria y Santiago que estoy leyendo a Victor Klemperer, el primer volumen de su Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios 1933-1941. Son las notas, vida y obra, de un hombre destruido. Un judío alemán que asiste, fatigado y desolado, al levantamiento de la tiranía política del tercer Reich que termina en un infecto régimen totalitario, haciendo inhabitable e inhóspito el mundo de los hombres. Ese momento en el que el amor, el placer, la alegría, el deseo, los anhelos, la salud, la inteligencia y la libertad ya no son la propia vida; y ni el sexo, el dinero, la comida y la bebida, los objetos de consumo, la lectura y la propiedad, sus compensaciones o fetiches. Sino sólo odio, y campos de muerte. Santiago comenta al respecto algo que puede verse decantándose lentamente en los diarios de Klemperer: la normalización de la tiranía. La asombrosa asimilación progresiva al terror cotidiano, a la criminalidad en la vida política, al desplome absoluto del valor y aprecio por la vida, el hecho de que, literalmente, no valga ya nada... unos zapatos, un piano, una envidia, la raza. Todo ello es fruto del apetito corporal irrefrenable de conservarse y permanecer en el ser, el instinto de supervivencia. Y siempre me hago la misma pregunta: ¿hasta que límite aguantaría antes de volarme la tapa de los sesos de un disparo?, ¿me largaría como Arendt en el mismo 33 o como Klemperer me quedaría en Alemania a merced del destino? Santiago, decidido, seguro, me sorprende, él se quedaría; y ahora me arrepiento de no haber incidido más sobre eso, espero verlo pronto y preguntárselo...

La noche avanza. Mientras, Valeria y Santiago enlazan ese derrumbe de la vida, su máxima desvalorización, en el nazismo, con la de los parias que estos días han sido rescatados en las costas españolas. Esas vidas de mierda también valen absolutamente cero, como sacos de carne hinchada flotando en el mar. Emigrantes económicos o refugiados políticos, me dicen, es un falso dilema, ambos son parias amundanos, huyen de las tiranías políticas o las teocracias que azotan el África negra y a medio Oriente, y la miseria consustancial de su sistema económico: un capitalismo salvaje sin antagonismos cuya opresión, y sus crueles, inesperados y regresivos efectos socio-políticos, abrasan el mundo entero. Y tienen toda la razón. Sea como sea, hoy también tenemos dispositivos que desvalorizan la vida hasta convertirla en comida para perros. Efecto, que también hemos normalizado y naturalizado hasta cronificarlo en las sociedades liberales de consumo como instrumento electoral, de caridad y buena conciencia, o simple desprecio e indiferencia ociosa. Tiene todo el sentido esa íntima vinculación del ayer y hoy respecto a la desvalorización. Pero falta un matiz. La distinción no meramente teórica, sino práctica, entre las tiranías tradicionales y el totalitarismo; es evidente, y seré metafórico: el Gulag y Auschwitz, como sinécdoques totalitarias del extermino masivo en todas sus formas e implicaciones, sea por los múltiples y primitivos medios tradicionales o la invención técnica de la fabricación industrial de cadáveres. De hecho, para terminar con este matiz, Hannah Arendt en su magnífico libro "Los orígenes del totalitarismo" detalla exhaustivamente estas grandes diferencias de un modo sugestivo y provocador, quede ella como síntesis de mi posición, y mi rechazo de la inexacta o falaz identificación de sistemas políticos (la noche no me dio para detallarlos, ya lo haré).

Con todo, añadiría que comparto con mis interlocutores la forma, pero no el fondo, de su vinculación: el peso y la carga del impacto de toda esa composición radical de dolor, miseria, persecución y sufrimiento de los parias en nuestros días que convierte sus vidas en basura. Cuya mera aparición en el espacio público debería llevarnos a cuestionarnos, aunque marcando diferencias, proximidades, cercanías, y distancias ¿qué hace que sean las víctimas migratorias, los refugiados, de hoy, una "repetición" de los exterminios del ayer? Tengo serias dudas sobre la exactitud y rigor de esta pregunta, pero no puedo rechazarla, algo me dice que no es del todo disparatada, aunque esté en neblina. Se podría plantear de otro modo, una igual de polémica, pero más modesta, serena: ¿Qué hace que en siglo XXI, después de los totalitarismos, sigamos manteniendo un desprecio tan absoluto por la vida extraña, ajena, con el "otro", tan denso como el que se tenía en la Europa de la I Guerra Mundial? El trauma del siglo XX, significó, al menos y en apariencia, para los intelectuales occidentales, un punto de no retorno político, estético y filosófico; un cisma que anclaba todos los demás acontecimientos y problematizaciones a su insondable profundidad e importancia traumática, como el más reciente y turbador agujero negro de la humanidad. ¿Podría pensarse que la desvalorización de la vida de los refugiados hoy, es la prueba y la demostración más vergonzosa de que la literatura que rodea al trauma es mera retórica, sofisma, palabrería? Voy a pensarlo. Esta sintomática y patologizante relación política con la vida y la muerte.   










viernes, 8 de junio de 2018

digo yo...

El hombre medio y sus satélites, han dejado, en gran medida, de preocuparse por la presencia que pueda tener el mundo. De ahí que nadie, en  la grisura del centro, aprecie ciertos matices o sutilezas en los ejercicios intelectuales, especialmente escritos: esos ensayos de la incertidumbre. En el mejor de los casos distantes, reflexivos, bellos, honrosos, pausados, sosegados, serenos y maduros. Prefieren el lenguaje recto de las órdenes de limpiar letrinas que en la mili unían, al igual que embrutecían, a todos los pueblos en una sola, necesaria y fatigosa, causa de limpieza. Entender, que explicar el mundo es explicarse a uno mismo con él, y que decirlo, decir las cosas, a alguien o a algo, no es más que decirse a uno mismo, decírselas a un yo ensimismado y endiosado, es entender una de las primeras tareas de la escritura y la lectura para el hombre medio. Yo, realmente, sólo hablo para mí mismo, excepto cuando lo hago para los catalanes fetén, y todo lo que escribo, y quiero pensar que solo escribo para una élite (un 10%), es un modo elegante de decirme lo importante ante el espejo, ante mi rostro irreconocible y sonrosado de vergüenza y desesperación.

miércoles, 6 de junio de 2018

Los vicios de la paz

Dice Spinoza, hoy, en su Tratado político, como si fuera un blog con sus entradas y su fragmentación, lo siguiente: 

<< ...pero de ningún modo podrá impedir que los vicios (pecar con lucro) que no se pueden prohibir por ley crezcan, como aquellos en los cuales caen los hombres que abundan en ocio (ostentoso) y de los cuales no rara vez se sigue la ruina del estado. Pues, los hombres en la paz, depuesto el miedo, paulatinamente de feroces y bárbaros se hacen civiles o humanos, y de humanos, blandos e inertes, ninguno se afana en distinguirse del otro en virtud, sino en boato y lujo; de donde comienzan a sentir fastidio por las costumbres patrias, a adoptar las ajenas, esto es a ser esclavos. >>

Sin duda alguna todos estos son los vicios de la paz, los placeres y deseos que despiertan en los hombres un cultivo de la vida libre del temor a morir destruidos por la guerra, el crimen político y el asesinato normalizado. La esclavitud, en este caso, consiste en ser apreciado y reconocido por las cosas que tenemos o retenemos, acumulamos y ostentamos, o en el vivir atormentados por lo que no se tiene, muertos de privaciones y de envidia. De esto se deriva un aire viciado y contaminado que lo impregna todo en los regímenes del bienestar y la administración del tedio, que habiendo eliminado la violencia efectiva y la indigencia de la vida pública, y la guerra de los pueblos, no han conseguido ni desligar al hombre de su lucha íntima con la penuria, doméstica y psicológica, ni en crear espacios políticos de reconocimiento y emancipación, moral e intelectual. Hay algo verdaderamente podrido y putrefacto en el debate intelectual y político español, común y transversal, que va desde los fatuos debates en el parlamento a las borrachuzas tertulias de bar: esa, casi atávica, imposibilidad, hoy más bochornosa que nunca, de reconocer a los demás hombres como libres e iguales.    

domingo, 3 de junio de 2018

Sexo

El otro día, dando un paseo por Gràcia para comprar bragas, le comento, hambriento, a Raquel y al chico que iba con ella, porque andaban buscando un restaurante y yo les quería ayudar, que tenía una fantasía de esas que sólo cobran sentido, gloria y grandeza en el secreto de la privacidad, y se lo leí a Juan Abreu, la cosa era una boutade, pero deliciosa: comer sushi del coño de una mujer lisa y preciosa, blanca y tumbada, y si encima es en la entrepierna amada, pa qué seguir contando el color tropical y el sabor frutal y festivo de la vida. No me hicieron el menor caso. Licán huyó a por orquídeas. Los chicos con evidentes risas se sonrojaron como de una alegre y absurda provocación genital. Una especie de pantalla moral translúcida impedía tomarse en serio lo que decía, ¡tan emocionado! Sólo vi una prejuiciosa censura a lo que se denominó cochinada, ese olor a pescado crudo humedecido.

                                                          (Cuadro de Juan Abreu)

Pero no, no. No era una simple provocación, quería ir más allá, desentrañar un tradicional y complejo oxímoron: la moral sexual. Y contraponerla, sin maniqueísmos, al libertinaje. De la pornotopía de Sade (que necesitó convertirse en el primer gran pornófilo para criticar, según el arte de la  parábola y la escritura irónica, la revolución francesa y la basurilla teológica y metafísica que acompañaba a la ilustración) y su invención del sujeto libertino a los diarios amorosos e incestuosos de Anaïs Nin, la abundancia y redundancia de las estrategias eróticas y sexuales para solucionar el gran problema literario de la intimidad y encontrar, para transgredir, el límite de lo decible, han resultado tan solo un relativo éxito, una rotunda, pero cuestionable, hazaña. La letra no termina de incrustarse en la carne rosada por el placer. Confundir la muerte, es sexo. Luchar contra nuestro seguro destino de mortalidad y brevedad, y cultivar la vida con la esperanza de la felicidad, y para ello, compartir el cuerpo con los otros, dispuestos, disponibles, entregados, también es sexo. Sexo muy cercano, casi indiscernible, del amor.

El libertinaje lo pensé, aunque no dije ni pio durante el paseo, como la antítesis a la moralización del sexo bajo el signo de la culpa y su servil sistema contractual de redención y castigo, perdón y penitencia ante el ingobernable placer. El pecado, o su fantasmagoría, seguía parasitando el goce del sexo y su omnímoda libertad corporal, e incluso ficcional de apetitos y afectos, en los rostros de los chicos ante la sugerente provocación. Practicar sexo debería suponer una sustancial liberación de la fantasía y una absoluta supresión de la culpa ante lo consustancialmente obsceno y privativo del goce sexual: los distintos juegos narcisistas, los simulacros de humillación, posesión (que no dominación), abuso, suciedad, y los terribles e injustificables criterios de selección, "tú sí", o "egh tú ni de coña"; y oh, sí, también lo inconfesable ante la razón. Puede sonar raro, pero contra el neopuritanismo de nuestro tiempo, en parte, sintetizado en el "no es no" morado, también pensé el sujeto libertino, paradójicamente ausente en nuestra generación, como sujeto de deseo, como adorador de la despersonalización del deseo: contrario al gusto personal solipsista. Contra esa especie de psicologización del gusto, no por el cuerpo en sí  como objeto sexuado o asexuado, sino por la personificación y nominación del cuerpo, que se articula según los distintos epígonos de la propaganda erótica de la publicidad comercial y una falsa mitología liberal de la decisión personal y consumo a la carta. El libertino justifica su existencia a partir de su ingrata tarea de subversión de convenciones y costumbres cronificadas en el cuerpo social despersonalizado, invierte el inexplicable e ineducable valor de los vicios y las virtudes sexuales, y sabotea la mera capacidad "racional" de elección y la lógica de degustación; persigue el capricho por el capricho y la libertad como ruptura total de cánones independientemente de emociones amorosas más profundas que justificarían la subjetivación. De la misma manera que puede haber sexo sin libertinaje, y para nada ser aburrido ni tedioso, también hay un libertinaje sin perversión, sin patología, y sin maniqueísmos, pero eso sí, siempre y por definición: excesivo, desbordante.