martes, 25 de septiembre de 2018

Socialdemocracia Gitana (I)

La socialdemocracia, fuera de su cínico orden discursivo y simbólico que conduce con demasiada frecuencia a hipertrofiar la verdad y la libertad, tiene una estructura material de innegable bondad y utilidad para el hombre. Probablemente ha traído a la comunidad política, en general, la mayor asistencia social, bienestar mental y sensibilidad ética, de la historia; aunque hoy nos parezca todavía insuficiente e imperfecta. Su proyección ideológica es algo mucho más confuso, vago y difuso, más peligroso también, que su rotunda facticidad: concreta, específica, técnica, resolutiva, poderosa. Aquí traigo la matización perfecta, la desublimación, de los excesos retóricos y morales de la socialdemocracia occidental: la socialdemocracia gitana. Humilde, honesta, realista, consciente de la debilidad de muchos hombres. Íntimamente enfrentada a los extravíos del wishful thinking de las otras; lo que la confronta con los dogmas irrebatibles y pueriles del feminismo abolicionista. El Junco y sus Celos, ante la mujer, mejorando:

domingo, 23 de septiembre de 2018

Feminismo en una polla de goma

Encuentro esta foto en la cuenta de twitter del escritor cubano, y español, Juan Abreu; lean algunas de sus emanaciones, hay algunas joyitas, fundamentalmente eróticas y autobiográficas, que no tienen desperdicio, son sabrosas y compactas como el tapeo de media mañana. A pesar de la espuma de odio ideológico y personal que desprenden sus textos hacia el castrismo, comunismo, en particular y la izquierda en general y en todas sus formas, sin matices, y que a veces resulta excesivo, aunque biográficamente justificado, su cuaderno es un gran documento de la memoria, la alegría de vivir y el exilio (además de sexo y fuerza: mujeres). El exiliado que no construye su escritura en base a la melancolía de un mundo perdido es un buen escritor del día a día, de músculo, de goteo y decantación, de tónico revitalizante, de ejercicios gimnásticos levantando una nueva vida, entretenido, curioso, sentencioso, sensual, exactamente. Otro día me detendré más en su figura, pues también es pintor, y un importante hombre de amor físico, físicamente atractivo, fue pobre y ahora es un buen burgués: interesa tanto su vida como su obra; a mí más la primera...

Yo también pienso como Abreu: que esto de la mujer desnuda con arnés y polla de goma es un feminismo en acción, activo, real, efectivo, de facto, sin prejuicios ni moralismo, liberador. Contrariamente al desprecio y al rechazo que el feminismo abolicionista ( pop, top, cool) expresaría hacia la foto. La diferencia fundamental es que la foto distingue y separa radicalmente sexo y moral, mientras que las abolicionistas no, ellas quieren una nueva moral sexual, en consecuencia, un nuevo orden de estigmatización y exclusión en nombre del bien y de la igualdad de género. A toda moral le corresponden sus inmorales, sus viciosos y embrutecidos. Francamente, yo sólo veo fantasía, deseo, cuero, y poder, para el que lo quiera, y nada de falocentrismos y heteropatriarcados vacuos. En muchos casos hay algo de ostentación, pero eso sería muy largo de explicar y poco tiene que ver con el patriarcado tan trufado del dogmatismo religioso que persigue la perversa reclusión del placer a la privacidad, la ocultación del cuerpo para abusar de él y marchitarlo con la culpa; más bien, esa ostentación tiene que ver con la sociedad de clases ociosas de Veblen etc. La foto revela mucho más, algo que se encuentra incrustado, cronificado, en las muecas y arrugas que en la cara de los garrulos y machirulos se dibuja cuando miran fijamente, frente a frente, la enorme polla negra. La masculinidad de la que disponen es verdaderamente primitiva y rudimentaria, porque ninguno de los pavoneantes se dejaría meter el bigote de una gamba por el culo, ni el dedito pequeño del pie, bien limpito. Sería una ofensa a su virilidad, una obscenidad dolorosa, humillante, indigna, de blandos y flojos, ¡ja!, de maricones, de putos maricas. Esta clase de prácticas anales tendrían el mismo efecto devastador que si se vieran tentados o inducidos a chuparle la polla a un amigo (aunque las masturbaciones masculinas en grupo, en los vestuarios de centros deportivos, sudados, jadeantes, sucios, tienen, lo conozco, un fuerte y paradójico carácter de afirmación heterosexual...): desmontaje absoluto de su vanidad, derrumbamiento de su prestigio depredador, afeminamiento, amaneramiento, sumisión intolerable. Es el neopuritanismo de nuestro tiempo que aceptan ambos sexos, a pesar de que se folle mucho y como un conejo, y cada noche caigan tres piezas, y con provocaciones obscenas, fetiches, gritos y éxtasis. Ellos no son más que un espejo, levemente adulterado pero real, donde la feminidad cínicamente feminista puede verse perfectamente reflejada. Ese tabú palúdico y palúrdico, ese complejo sistema de prohibiciones morales y psicológicas, el que te den por el culo siendo heterosexual vaya, son el resultado de una comprensión mínima e insuficiente del cuerpo y el sexo, una mentalidad insultante, traumática, dependiente, estrictamente machista y deslumbrantemente misógina. Los garrulos que tanto gustan a las tías. A mí, una noche, una mujer estuvo a punto de convencerme sobre lo del arnés, no lo hice, no acepté el plástico y la goma, esa frialdad y la falta de humanidad del cuero, pero acepté la carne, tierna, cálida, lenta, la mano suave, el deslizamiento sosegado y liberador del goce prohibido. Todo un hombre, desde luego. Dice Abreu: << He afirmado en diferentes ocasiones que todo lo que he escrito sobre sexo, en realidad trata menos de sexo que de la libertad, de nuestra capacidad de ser libres, de cuánta libertad somos capaces de soportar. Sigo pensando que es así. >> Yo también lo pienso. Cierro: ¿por qué estos garrulos, y las chicas que alimentan su ego, se enorgullecen de su propia esclavitud?, la del tabú, ¿por qué luchan por esta esclavitud como si fuera la libertad sexual? Sencillo, porque la libertad sexual se la, nos la, regalaron, y es más fácil de conquistar, cuando ya se tiene, que soportarla y llevarla hasta sus últimas consecuencias. El culo, es su perdición.   

viernes, 21 de septiembre de 2018

Isabel Pantoja

Leo a Emilia Landaluce en el periódico El Mundo. No suelo hacerlo, esta señorita no escribe según costumbres y gustos objetivos, sus ideas, son delgaditas anchoas pochas, putrefactos artefactos llenos de una falsa ironía social y bruscos tópicos derechistas; prefiero, a pesar de que sea divertida, a otro periodista de la casa más serio e instruido. Sin embargo, su columna de hoy trae un excelente logro filosófico. Una cita de Isabel Pantoja: << No existe tu verdad. Ni mi verdad. Existe la verdad. >>. Palabras pronunciadas en el programa de televisión Sálvame de Telecinco, el 14 de septiembre de 2018. Compruebo que esas palabras han sido pronunciadas exactamente así. Lo han sido. Gran acierto, estupendo hito, sorprendente tesoro periodístico, no salgo del estupor, Isabel Pantoja al nivel de Juan de Mairena, me la imagino debatiendo con su Agamenón y El porquero. Pues, la cantaora, también delincuente, tiene toda la razón, y todo el derecho a convertirse en un mito erótico para filósofos; sueños húmedos, orgasmos, guarrerías violentas y soeces, para los que nos lean Isabel. ¿A qué nivel habremos llegado! cuando tiene que ser una coplera la que dice cosas más inteligentes, razonables y sensatas que algunos profesores de filosofía de la UB y sus alumnos lameculos: "la verdad no existe", que algunos representantes políticos: "la objetividad no es posible, todos somos sujetos", bla, bla, bla... que intelectuales públicos y los restos de mierdecitas posmodernas? Ciertamente, yo no soy un intelectual; siento un profundo desprecio por los mandarines y asco por los literatos, pronto me di cuenta de que eran unos pajilleros narcisistas y unos comepollas por vocación sacerdotal; mala gente, mala sangre, mala cabeza, corazón de cemento.  

 Habrá que preguntarle a la Pantoja también por el amor...

martes, 18 de septiembre de 2018

Crónicas del desengaño (III)

Noche, húmeda, del 17 de septiembre de 2018, Barcelona.

Cervezas frescas, perfumadas, sabrosas, con un punto de lima y de sal. La calurosa noche va pasando, morosa y suave, en el bar. Y casi al final, le pregunto a Gerard: ¿qué te parece más hondo, intenso y profundo, el dolor de la pérdida o el placer de la victoria? (ya sé, ya sé... pero es que yo hablo así, incluso de día, y sin alcohol, incluso sin gente). Gerard, aproximadamente dijo: "Tuve momentos difíciles; especialmente ese verano que empezaba todo. Resulta paradójico, había algunas ausencias, como la tuya, pero también pequeñas victorias, en el trabajo, en la universidad, en etapas que terminé... Pero, sabes, cuando estás instaurado en la pérdida la victoria sirve de poco, la victoria sólo te recuerda, y agudiza, esa pérdida". Yo tenía una frase preparada, perfecta para estas ocasiones: "las pérdidas pueden ser absolutas, mientras que la victoria, el placer de la victoria, nunca puede ser absoluto, al ganar siempre se tiene un miedo terrible y real a perder lo que se ha conseguido; el dolor de la pérdida es irreparable, insustituible, total; la victoria, sólo parcial, inacabada por naturaleza."  Añadiendo: "Pero a mi juicio, Gerard, te equivocas, porque la pérdida y la victoria deberían predicarse de la misma cosa, y no de cosas distintas, la intensidad de mi ausencia en ese tiempo debe valorase respecto a la intensidad del reencuentro, de nuestro reencuentro, no de los efímeros placeres de otras pequeñas victorias personales o profesionales". Y contestó: "Entonces, la pérdida fue más intensa que el reencuentro; es porque el mundo está desencajado". Respondimos, aparentemente, a la obsesión.  

Luego, en casa, al despertarme a altísimas horas de la madrugada por la lluvia que golpeaba sostenidamente los cristales de la ventana, absorto en la habitación, me quedé observando el espectáculo de luces, sombras y agua, reflexionando sin frutos, hasta que amaneció. Hoy sé que la hermosa muchacha, en ese momento de lluvia, hacía exactamente lo mismo desde su cama, con sus negros e inyectados ojos de infinito, en sus perturbadoras, pero excitantes, noches de insomnio. La pregunta volvió a tener el mismo carácter obsesivo, ahora, con la potencia poética del erotismo.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Memoria de un hombre antinguo (III)

Comiendo cacahuetes secos y canturreando canciones de amor y guerra, pasó toda su vida en Orihuela. Pero faltaba el relato de su llegada antes de enamorarse de Antonia, su extraordinaria entrada en Barcelona, que su picada memoria ha reconstruido en función de su natural odio ideológico a la izquierda. Le contaron, y así se construyó su memoria normativa, que "las izquierdas" mataron de hambre, ese lobo universal, a su familia, que fueron los rojos quienes le robaron la infancia, la juventud y las gallinas. Ese rencor le acompañó y le acompaña siempre. Su vida adulta estuvo sometida al trabajo duro, alienador, en ocasiones, penoso, inseguro, pero resignado a sus deberes y obligaciones de un desclasado de derechas, un obrero de derechas y de orden, que por la joroba de los tiempos consiguió ahorrar, ahora en el final de sus días, una pequeña cantidad de dinero y convertirse en un tímido y discreto propietario. A mí me contó su odio, nunca acepté que eso fuera la verdad, pero acepté que me contara su triste llegada a Barcelona.

- Nene, yo, cuando vine, toda la ciudad estaba bombardeada, había muertos tirados por las calles, rostros carbonizados de contienda, y se oían tiros sobre el cielo que silbaban más que los pájaros. Me sorprendió el silencio opaco, un silencio de trastienda, un silencio de guerra, habían gritos desesperados, pero se oían menos que el roce con el suelo de las suelas de goma de las botas, el roce de las chaquetas sucias de barro, apestadas a sudor y tabaco, y ensangrentadas; recuerdo el rumor denso a ras de suelo del vapor de las calles. Ya había terminado la guerra, pero el dolor acababa de empezar, es un veneno retardado, lento, estricto; las izquierdas habían asesinado mucho, y Franco se levantó para poner orden en ese caos, eliminar el caos y las revueltas. Hizo justicia, sólo mató a los que eran asesinos o tenían de algún modo las manos manchadas de sangre. (salto del sillón y me enfurezco; pero él sigue, es el testimonio, es mi abuelo) Sí, nene sí, sólo cortaba la cabeza a los idealistas. Tú tienes la habitación llena de libros, pero los libros mienten, ¡yo lo viví!, ¡yo estaba ahí!, y ¡lo vi todo! Los libros dicen una cosa, y la vida va por otro lado, no es cierto lo que dicen los libros de los idealistas, los que los escriben inventan cosas, quieren ir contra Franco, no estuvieron, no saben nada. Yo soy de quién me da de comer, entiendes, si me dieron de comer las derechas, pues yo soy de las derechas y no de las izquierdas, quieren ir contra él, pero él es historia, no pueden ir contra la historia, yo recuerdo a la gente feliz por las calles cuando mandaba Franco, recuerdo una vida normal; lo quieren borrar de la historia y no puede ser, es todo mentira... 

-Hay testimonios que estuvieron ahí y escribieron... ( brusca interrupción)

-Pues mienten. Yo estaba allí y lo viví en carnes. Grrr. Son las izquierdas las que quemaron conventos y asesinaban a gente, vinieron a por mis hermanos, y se llevaron las gallinas y los conejos, ¿de qué iba a vivir una mujer sin sus animales?, ¿cómo iba a alimentarnos a nosotros? Franco sólo mató a los manchados de sangre y a los idealistas; hizo justicia. Nene, yo de pequeño fui de flechas y Pelayo, tengo aún el uniforme, con el yugo y las flechas rojas, el fondo azul oscuro, casi negro... En el pueblo fuimos a despedir a don Antonio, a José Antonio Primo de Rivera si seños, yo vi el ataúd, fue fusilado en Alicante, y ahí que fuimos. Así que no me digas a mí...  

[se emociona hasta el punto de quebrarse la voz, es también, un hombre sentimental; de una era que sólo producía héroes y mártires. Llorar por el hambre que pasó, ¡por el hambre!, el dolor de la miseria, el sufrimiento del abandono y el desamparo, sólo pasa, masivamente, en épocas de violencia y muerte; y yo, en los vicios de la paz, con los problemas de una joven vida feliz, que sólo he llorado en mi vida por amor, y desamor]

- Bien, dejémoslo, cuéntame lo de tu llegada, anda

- Ah, sí. Pues llegamos a Barcelona, con mi madre y mis hermanas, en tren. Toda la calle Aragón no existía, era una vía de tren, una enorme vía que llegaba hasta la estación, la estación de Francia de entonces, allí, al lado de donde está el parque de la Ciudadela, sí, como ahora. La ciudad estaba toda bombardeada, llena de cráteres en el suelo por las bombas y agujeros de bala en los edificios, y llena de polvo, parecían figuras de talco, sabes los polvos talco, los edificios eran eso, un blanco sucio, una ciudad hecha de polvos talco, tan débil, tan frágil, tan inestable, tan polvorosa, humorosa, esos edificios parecían desvanecerse por el viento si los tocabas con un dedo, un infierno de talco y cenizas desmoronándose. Al bajar del tren, andábamos y el suelo ardía aún del fuego de las metralletas y las pistolas, el fuego de la guerra, nos odiábamos todos mucho. Vimos conventos saqueados, y destrozados, las puertas rotas, reventadas y astilladas, paredes oscurecidas por la pólvora, rastros de sangre, me sorprendía, había la huella de manos y suelas de zapatos incrustadas de un rojo vivo en la pared, de muchas sangres mezcladas, hasta el agujero de balas era rojo, comprendes? El mestizaje de muchas almas representadas igual en grandes manchas y rayas, parecían los trazos de un curioso cuadro de estos modernos tan raros, fue muy inquietante. Se nublaba la vista al mirarlo. Había mucha gente rondando por la calle, y las monjas que quedaban vivas, como cubiertas por una especia de harina, monjas enharinadas, estaban en el humbral del portón velando los cadáveres o vagando absortas por la entrada, asustadas, como si hubieran visto al diablo; una placita en la entrada de piedras graníticas convocaba a las monjas, en el centro, montones de ropas, trapos, maletas, y trastos, rodeando esa montañita, estaban los ataúdes de los muertos. Dentro de los ataúdes, en general eran grandes cajas de madera, había monjas muertas, el cadáver de unas santas, en unas cajas de cartón, niños muertos, apilados, sus cuerpos hacían un solo bloque de carne violeta, como un gran morado, estaban tan abrazados que parecían pegados por un mismo tronco, dejando ver sólo sus cabecitas calvas y pálidas que parecían pequeñas y desmenuzadas cabezas de coliflor en conserva, un olor agrío recordaba al vinagre que mantiene las verduras, un horror. Nene, monjas embarazadas tumbadas en las cajas, asesinadas por los rojos, con cuerpos tan rígidos y caras de porcelana, eran un espanto; monjas embarazadas, con niños en brazos, y también algún cura, mucha gente de la calle, gente normal, pero estos estaban más afuera aún de la placita, ya no era el convento. Una monja joven y de constitución delgada, huesuda, yacía  muerta y embarazada en el ataúd con la barriga destapada, al descubierto, parecía el vientre de una yegua preñada, tenía pelitos rubios y blancos que brillaban con el sol, la panza era enorme, caliente, gruesa, y ronchas de carne rosada la cruzaban por el medio, en vertical; la cara de paz de esa mujer era absoluta, como si hubiera recibido el perdón definitivo, pero dormía el sueño eterno con la criatura dentro, hecha papilla, eso no puede ser bueno, hombre, se deshace ahí dentro viscosamente. La humanidad no está preparada para estas cosas, no acepta este tipo de sucesos, no puede vivir el terror sin más, tenía que haber verdugos y víctimas, y los habían. Los muertos olían francamente mal, aunque el olor a pólvora quemada lo disimulaba, el disimulo se convirtió en nuestra vida tan pronto te olvidabas de la guerra y los muertos gracias a ridículos placeres y precarias comodidades del día a día. Nos parecía ya todo normal. Llegamos andando a nuestra nueva casa, en la calle Cerdenya, junto a la carbonera.
Todo eso lo vi yo, cuando niño, y no lo olvidaré. 

La historia, analiza la cualidad del material humano en todas sus dimensiones conflictivas: verdugos que fueron víctimas, y víctimas que luego fueron verdugos; la historia debería ser eso, lo contrario a una ciencia moral, lo contrario de una ciencia escatológica.


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martes, 4 de septiembre de 2018

Memoria de un hombre antiguo (II)

A los pocos meses de volver del servicio militar, se juntó, a su modo de decir, con mi abuela Antonia, y al cabo de los seis años nació mi tío, y a los ocho mi padre, dos pipiolos muy esperados y queridos por la tradicional familia. El taller, pasados los años (aproximadamente unos 13 o 14) tuvo que cerrar, había normas severas en el nuevo tiempo. Se exigían contratos laborales, asegurar a las trabajadoras, pagar impuestos, locales acondicionados, homologados, organizarse y asimilarse a la velocidad de la vida moderna, un aprendizaje ya tardío para mi abuelo, dada además la agresiva y poderosa competencia que las grandes marcas populares de ropa ejercían. La industria textil y sus estrechas relaciones con grandes distribuidoras y enormes centros comerciales, liquidaron el pequeño negocio local, los medios de trabajo doméstico, liquidaron el futuro de un pequeño hombre que ante la inmensidad abismal de la incertidumbre cerró los ojos mientras andaba blandiendo los brazos para luchar contra la nada y su intrínseca oscuridad devoradora, para habitarlas y acomodarse. Se movía por la crueldad del mundo adulto con los ojos gruesos y redondos de inocencia, como esos niños miedosos con pijama de franela que se levantan nerviosos a media noche recorriendo un interminable pasillo negro y frío, en busca del reposo y la seguridad materna, golpeando el aire con sus diminutos y blanditos puños de carne y huesecillos de leche, con la finalidad inconsciente y automática de espantar a las siniestras criaturas de la noche con que los adultos los asustan, para prepararles y entrenarles frente al inextirpable miedo a la muerte, y la soledad, que les invadirá, hasta la fatiga y la melancolía más fundamentales, de mayores. Le faltó alguien liberado de la miseria que le contara cuentos por las noches, el mismo cuento cada día sin variaciones, sin olvidos, ni cambios, ni inventos, para espantar a los monstruos, que un día crecerán y serán vivos, implacables.Ya se sabe, hemos venido a vivir para luchar contra la muerte. Cerró.

- No podíamos competir con los que venían, era una locura, una invasión. Eran nuevos, fuertes y muchos, todas las pequeñas casas cerraron, queríamos anticiparnos a la derrota. El sector de la pañería: forraje de piezas y el interior de los trajes enteros, muerto; pantaloneros, chalequeros, pañueleros, modistas, todos desolados y perdidos; las tricotadoras del barrio que se subían a las azoteas de tejas rojas de los bloques de pisos para sentarse en los bancos de madera, y ahí, cotillear y laborar, todas, desaparecieron, se extinguieron como dinosaurios. Ya no había más viejas de luto, negras y pálidas, tricotando y andando por los tejados como si fueran gatos. El mundo cambió, dicen que para bien, pero muchos se hundieron. Nosotros tuvimos que dejar aquello, y pensar qué hacer para mantener a los niños, queríamos buenos colegios, eso eran los colegios caros, buena ropa, el material para el estudio; el piso dónde vivíamos nueve personas, tres familias, había que pagarlo mes a mes, muchas bocas que alimentar para el hijo pródigo. Porque, sabes, nene, a mí de siempre me han llamado el hijo pródigo los muy cabrones. Vaya mamones y cabrones de mierda, toda la vida trabajando, y ahora...

-Espera un momento abuelo, vas muy deprisa, recuerdo muchas más cosas antes de llegar aquí que estás pasando por alto, por ejemplo, ¿qué pasó con tu padre? porque decías que murió antes de la guerra. 

- Mira nene, la cosa fue así. Mi padre murió antes de la guerra porque se arruinó, yo tendría 5 añitos o así; no recuerdo nada, casi nada, de él; lo que me contaban. Se llamaba Amadeo, como yo. Él y mi madre, la Dolores, eran modistos, tenían una tienda en una calle buena del pueblo, en Orihuela, una buena calle de comercio; antes las tiendecitas prosperaban, se ganaban bien la vida. Consiguió un dinero con las telas, el coser, los trajes y la confección, y querían comprar una casa más grande, porque... bueno, una casa para la familia, para Dolores y los hijos, mis dos hermanas y mis dos hermanos, necesitábamos espacio, miraron una grande de tres plantas, terrazas, y jardín con cerezos, una huerta muy arreglada y hasta un corral. Pero sus dos hermanos, mis tíos, vinieron y le dijeron que ese dinero ahorrado podía invertirlo en algo mucho mejor, en el terreno que ellos tenían, para un negocio gordo que le iba a dar mucho más. Les dio el dinero; fue un dinero negro y manchado, como los cuervos que eran y viven de la podredumbre. Era un negocio bastante común en la época. Consistía en comprar naranjos y limoneros en flor, para los terrenos, para plantarlos y venderlos, sea el fruto, la planta, las semillas, se vendía por partes, entiendes?  Mi padre murió por la pena de los limones, por la marchitada flor de los naranjos. Plantaron el asunto, pero fue mal, muy mal. Era un año de tormentas, tornados, granizadas y mucho viento, un viento como nunca más he visto, un viento fiero, fuerte, violento, muy raro. No venía de ningún sitio en particular, ni nadie lo avisó. Eso destrozó los campos, dejó la tierra muerta, yerma, era como de otro color, amarillenta, fea, como el amarillo del enfermo, todo convertido en erial, las semillas, las flores y plantas, no funcionaban, no había. Nunca le devolvieron el dinero, y a mi padre, arruinado y sin nada, le dio algo, sí, eso, un ataque, aunque la pena era inmensa, no te la puedes imaginar, una ira indescifrable. Murió por el sufrir, por el dolor, de esa pena y esa ruina tan grande e irreparable, con esa blancura inapelable.

(le interrumpo, para darle tiempo también para comer el postre; todos hemos terminado. Mi madre, a la que mi abuelo llama "la duquesa", ha preparado un gigantesco y tembloroso flan de huevo casero, con caramelo, negro satinado, nata montada y, para él, kiwis. El clásico flan con kiwis y cointreau, porque mi abuelo toma esa barra de helado sintético con cointreau, los bizcochos, la fruta, y el flan con cointreau. Con los mofletes hincados, rellenos, sé que puedo hablar...)

- Abuelo, esto que me cuentas, es como un cuento ruso, los vientos violentos y extraños que destrozan la vida de un hombre honrado, recto y elegante, morir de pena por la ruina, que va más allá de la ruina personal, es como una ruina cósmica para la familia, representación de una ruina universal concentrada en la desgracia particular, la liquidación de un microcosmos, realmente podría ser una buen relato de literatura rusa.

- (un silencio prolongado, las cejas pobladas de incomprensión y estupefacción) Los Rusos son rojos, nene, eran los comunistas. No entiendo eso que dices del cosm... (ininteligible, intraducible) No, no, nada de cuentos, eran comunistas, asesinos, eso, de cuento, no, nada. Mira. Él murió porque los otros eran unos hijos de puta. Y mi madre se quedó, sola, sin nada, sola con cinco hijos con la boca negra, que andaban por la calle con mendrugos de pan duro y chupando las cáscaras de los cangrejos del ríos, pisando charcos en vez de acudir a la escuela, cuando antes íbamos alimentados como leones y bien vestidos como señoritos, limpios, llenos, envidiables. Estuvo un tiempo en casa cosiendo, haciendo de modista, pero no pudo, no ganaba, y nos fuimos a casa de la abuela. No pagábamos nada, ya estaba pagado; un piso con una planta acabada perfecta, pero con una segunda sin terminar, es decir, arriba, había una especie de terrado mal hecho, dejado, así vivíamos abajo todos juntos, y arriba construimos un corral, teníamos gallinas y conejos, montamos unas vayas de madera, algo parecido a un cobertizo también de hierros, paja y maderas, con sus rejas, y comederos para los animales, y hasta una cabrita que comía mucho, pronto se fue, porque era demasiado ese animal tan grande ahí, lo oíamos toda la noche andando arriba y abajo, resonaba el clac, clac, clac, por toda la casa; además no estaba muy bien, respiraba con gran profundidad, se le hinchaba la barriga y las tetillas, luego, por la mañana tras toda la noche respirando profundo, le dolía, gritaba como si la estuvieran matando, o como en un parto, nos deshicimos de ella, no queríamos comer esa carne de grito. Al poco tiempo, se fueron mis hermanos mayores a trabajar, a Barcelona, donde después de la guerra también fuimos mis hermanas y... bueno ya sabes.