sábado, 28 de mayo de 2016

¡Quia! una coma es un tropo, es una cuestión moral

Kraus propuso para una incipiente época convulsa, una crítica periodística de la cultura y la política, mejor aún, una crítica cultural del periodismo; de la misma manera que luego Adorno y Benjamin propondrían una crítica cultural de la política, una crítica de la sociedad a través de un proyecto estético, para precisamente evitar caer derrotados ante la brutalidad del galopante fascismo, aquello que definió tan bien Benjamin como estetización de la política y politización de la cultura (del arte). Eso, y la reorganización del pesimismo, es lo que en último término se oculta detrás de cada una de sus palabras, en el marco, en el título, en los espacios, en las citas, en las yuxtaposiciones del hipertexto, en las comas y los puntos, de cada uno de sus escritos. Su literatura no es más que esfuerzo y sudor, puede oírse su jadeo en cada párrafo, para limpiar la estética de las impurezas criminales del fascismo y conquistar las realidades y experiencias políticas genuinas, para liberarlas de esa untuosa y corrosiva oscuridad impregnada en la escamosa piel de una de las peores bestias que el mundo ha visto nacer.  Esta nueva escritura, o nuevo método, sitúa a los lúcidos textos, sean poesías, sátiras, fragmentos periodísticos copiados, repetidos, y desacoplados, aforismos, o  audaces artículos que Kraus mismo publicaba y editaba en Die Fackel, su anacronismo en forma de antecedente del blog personal, en el origen de esa miscelanea introducida en el periodismo que inaugurará una temporalidad ética de resistencia, y una temporalidad estética donde se escribirán las páginas, de una belleza y un poso de comprensión de la realidad y autoconsciencia inigualables. Única forma de dar testimonio hasta el final, y vivir y vencer, unos tiempos de oscuridad. Cuyos resortes y cimientos Kraus empezó ya a desmontar, sobre todo, en el lenguaje de la prensa, indeleble huella de su tiempo. 

Para Kraus la superficie y la forma del lenguaje son su fondo, y para mostrarlo en su plenitud dorada, ¿cómo expresar esa coincidencia mejor que en aforismo, cómo mostrar la coincidencia entre lo dicho y lo mostrado sino mostrándolo?, dice: "La frase y la cosa son una", " La lengua alemana es la puta de todo el mundo a la que yo hago doncella", " Un agitador toma la palabra. Al artista le toma la palabra", " Yo domino tan sólo la lengua de los demás. La mía hace de mí lo que quiere".  Kraus es muy consciente  de que cuando se llega al fondo del lenguaje éste deja de existir y aparece lo que en él brilla (o no): el pensamiento, la postura moral y humana. Algo que no está sujeto y ligado sólo en la métrica y a un boletín de cotización media de palabras, ni a una contabilidad de creación de formas y reglas establecidas por efímero y contingente uso, sino que obedecen a una legalidad más profunda y a una deuda con un saber esencialista, que va más allá de la lengua creativa y normativa. Kraus ponía el lenguaje como eje para medir la degradación y decadencia de la inteligencia de la sociedad. A la autoridad del insobornable juez añadía la minuciosidad del corrector de pruebas ideal e incesante. Insistió hasta las últimas consecuencias en que una coma era una cuestión moral, política y estética de primer orden, en realidad, el fundamento de todo ello. Tras la negligencia con una coma, un titular, o un sintagma, se escondía una fétida red de relaciones culturales que revelaban la insalubridad moral y estética de la política.  

Como dije, y aquí traigo una breve pero intensa y nutritiva prueba, esas palabras desnudas, arrancadas violentamente de su cómodo y aterciopelado marco textual y gráfico, revelan, mediante la drástica operación de desacoplamiento, su mentira esencial. Aquí abajo, un matojo de desnudos y reveladores titulares, y sus "comas":

“The Guardian se pregunta si Ada Colau es la alcaldesa más radical del mundo” (La Vanguardia)

Gràcia, campo de batalla entre la CUP y JxSí(Crónica Global)
Los agitadores callejeros de la CUP(La Razón)
El radicalismo de la CUP pone en jaque a Puigdemont y Colau(El Mundo)

"El brote de violencia en Barcelona eleva el temor a un vacío de autoridad" (El País)


P.D: que cada cual analice exactamente que moral se esconde detrás de estos titulares...

P.D (II): la actuación y gestión del conflicto por parte de Ada Colau es,  simple y llanamente, intachable.






viernes, 27 de mayo de 2016

La violencia desahuciada



Saciado y satisfecho vemos al metaperiodismo, el análisis de medios, en Bajo la LluviaEntre ensaladas frescas y cremosas y densos vinos de trago carnoso, al autor le tiró la inclinación por señalar con incisivo y enfático dedo la carcoma que devora los ojos del espíritu de nuestra cultura, más mediática que nunca. Sin ellos su inherente designio de represión se cumple con la mayor perfección y exactitud geométrica, pues nadie ve ni es visto, nadie se orienta ni observa el horizonte como límite de su naturaleza y su acción. Sin esa luz, o guión del mundo, de la prensa en un contexto tecnificado y masificado se desactiva el simulacro del orden; el desorden y lo caótico poblarán las inhóspitas brumas de nuestras cabezas. Manipulación encontrada, distorsión desactivada, así actúa ese delicioso blog en nuestras mentes, aunque con cierta impotencia en sus resultados higiénicos y función sanitaria, pues sólo es cuestión de soporte y difusión, como todo en la vida. Sin el privilegio del espacio y el tiempo articulado y organizado, multiplicado y repetido ( periódicos, revistas , libros, ¡el poder sigue en el papel!), es imposible arraigar la crítica en la cultura mediática como se arraigan las raíces de una hortaliza en la tierra. Sin embargo, el método me recuerda mucho a Karl Kraus. El vienés adoptado, aquel inmenso corrector que no se arredró ante la Biblia ("En el principio fue la Prensa"), escribió muchas páginas de su revista Die Fackel, una revista unipersonal que hoy diríamos un blog, limitándose a la transcripción de fragmentos de artículos periodísticos, con especial afición a lo que llamó, ¡y fue el primero!, la prensa socialdemócrata. Esas palabras desnudas, arrancadas de su marco textual y gráfico, revelaban mediante la drástica operación de desacoplamiento su mentira esencial. Algo parecido sucede con el citado blog hecho cena, paseo y reflexión, sin la prueba textual, pero con el testimonio personal y el producto de su observación, y la reseña de los vómitos de tinta, fuera de su papilla grumosa y envenenada, que la prensa introduce en la conciencia colectiva y cuelga, suspende, por el ambiente político y su contexto semántico, como trampas para ratones ingenuos y cebados.

Orwell ya demostró en sus lúcidas observaciones sobre la guerra civil española, y su trato mediático, la ilimitada capacidad de mentir del periodista, y su adherida impunidad; la ignominia y la partidización de los rápidos y cortantes titulares afilados con la piedra de la ideología, lanzados a la fétida red electoral (en su caso geopolítica o geoestratégica). Observó con cierta ironía y limitación inglesa ( a veces sus comentarios sobre las costumbres españolas son propias de un jugador de cricket: comparó un porrón lleno de vino blanco con un orinal) que la manipulación y la distorsión de los periódicos verticales no provenía de una exageración o hipertrofia de los hechos, sino de la hipérbole sobre la mentira. Ni siquiera existía en la versión de los (no) hechos que daba el gobierno republicano a los periódicos, un mínimo contacto con la realidad. La tarea del periodista es siempre morder la mano del mensajero institucional, pues se sospecha de él precisamente eso, la creación de una mentira, no sólo una mísera y solucionable exageración de los hechos. Los sintagmas y proposiciones de aquella prensa británica y española en el 37, simplemente obedecían a la propaganda más especulativa e imaginativa que favorecía los intereses de partido. Una prensa intocable e impune precisamente por la falta de referente, de contenido y fondo real sobre el que contrastar o poder decir algo relevante acerca de la verdad empírica. Convirtiendo el espacio político en un erial tan seco y ácido, muerto e impenetrable, que ni siquiera la verdad podía diferenciarse en ese baile de sombras de las más burdas y miserables, las veces insignificantes pero contagiosas, calumnias. 

Esta mentira esencial revelada, primer y único propósito del periodismo y su crítica, consiste en presentar el desahucio de la violencia, en el caso de Gràcia, de su encuadramiento y marco real. Trasladándola de su posición en los tres modos de violencia: subjetiva, objetiva y simbólica, a unas situaciones artificiosas y teatrales, televisivas, en ocasiones representaciones infantiles de lo violento; virutas agresivas. La prensa amasa el pan de la gloria con las migajas de una inocua y estéril violencia subjetiva. Al margen de las profundidades y honduras políticas sobre los tres modos de violencia que propone Zizek, el problema para el periodismo, y sus lectores, es el aislamiento de una forma de violencia de su marco general y establecerla como única y singular causa del conflicto. La diacronía de esta perspectiva, un único hecho aislado y absoluto llevado por distintas y heterogéneas etapas temporales, conduce a conclusiones catastróficas, como los delirantes prejuicios históricos, zafios e ignorantes, que oí por alguna televisión pública y que relacionaban el movimiento okupa actual con las facciones confrontadass de la izquierda: el anarquismo, el sindicalismo, el comunismo... en la Barcelona de finales del XIX y principios del XX ,que tan bien describieron en sus crónicas y diarios, Connolly, Orwell y Gaziel. La violencia objetiva, institucional, policial, burocrática y la violencia simbólica, de lenguaje, de la misma prensa, se ausentaron y fueron obviadas del análisis o crónicas de los medios. Esa violencia es más sutil, matizada, decorosa, discreta, invisible, sistemática y menos espectacular y atractiva para los medios. Inabarcable tal vez en toda su complejidad, pero digna igualmente de ser nombrada y señalada por la misma luz. Por el contrario, la violencia subjetiva, la  que aislaron de su contexto y resaltaron textual y gráficamente, en titulares, en negritas y en imágenes impacto, es mucho más visible, espectacular, gratuita, ruidosa, irracional, y física. Su espontaneidad encaja a la perfección con la forma efímera, romántica, y fútil de los periódicos y el desperdicio de su estructura. Pues en lugar de aprovechar la síntesis y el rigor que la limitación de espacio y tiempo de ese maravilloso soporte, y las virtudes y logros literarios, que todo ello conlleva, prefieren degradarlo y degenerarlo como ortopédico instrumento de  promiscuidad y fascinación; falsificación al fin. 

No creo que dichas manipulaciones consistan en una intención y una voluntad "sistémica" de ocultar y apartar la atención de las "verdaderas" y "reales" causas de violencia objetiva, la realmente represora y hostil, como dice Zizek; sino consecuencia de la diacronía que infecta y contamina a la prensa. A mi juicio, es una cuestión más bien procesal y técnica, que un consciente conflicto con el "sistema". Otro elemento de la distorsión y la mentira es el hecho de disolver el problema de la propiedad como un azucarillo en la líquida y disoluta marea informativa. Y en esto, quizá sí aparezca la ideología como problema principal: ocultar la posibilidad de poner en cuestión la propiedad de los medios productivos financieros y especulativos; ya que no pude entenderse la oficina bancaria como un bien privado, o una propiedad privada particular, que yo defiendo, sino como una relación productiva que se reapropió por los movimientos vecinales durante años sin perjuicio ni inestabilidad alguna. Esto, sumado a la negligente y cínica compra del anterior alcalde Trias de una "ficticia paz", heredada de un "ficticio conflicto real", con fines electoralistas y salubridad nacionalista, sí es una cuestión política inmediata.

 La conclusión es: la diacronía de la prensa y la violencia desahuciada, la ausencia en los medios y sus representaciones o reflejos de la realidad, del cuestionamiento de la propiedad de los medios de producción financieros y especulativos, y la propaganda de ambos nacionalismos con fines electorales, como ratas royendo la carne podrida y peleándose por la última extremidad del cadáver aún entera. 





     












domingo, 22 de mayo de 2016

Escribe Lerín, para educar a los gonzos



Es curiosa la paradoja pedagógica, siempre del subterráneo reino de las inversiones y contraposiciones binarias. Un escritor, las veces de poesía - estira y retuerce el verso hasta que derrotado y sin aliento se torna prosa, vencido, se deja hacer -, de narraciones sintéticas y cortantes, las veces de una novela de brillante pluma, que juega como solo juegan los maestros con la vida y la literatura, plantea la gran querella de nuestros días: la lucha entre verdad y fantasía. Cierto, siempre presente en todo tipo de escritura y de arte, entre realidad y ficción, observación e imaginación, realismo y romanticismo. Pero nunca, la polémica se había decantado tan abiertamente, no por lo real o lo irreal, sino por su cínica síntesis; y por convertir las formas ficcionales en el propio contenido de lo literario o lo ensayístico, como si fuera un fondo real. Desbordamiento que produce la introducción de ese conflicto en el seno de los medios de masas, esos magníficos aparatos de distorsión e hipertrofia. Lerín, como todo escritor, escribe para que lo propio, el instante, de la intimidad o la imaginación, sea tiempo, y sin embargo educa, como educa la ley, al fantasma posmoderno de los periódicos. Lerín no lo parece, supongo que no lo sabe, pero escribe para la infecta tropa de mentirosos, timadores, del nuevo periodismo o el periodismo gonzo; escribe para Wolfe, Capote, Thompson, y sólo para ellos; los desasna, los reeduca, si eso es posible todavía. No está solo en eso. R.Adler y Houellebecq le acompañan.

Escribe Lerín, a propósito de Familias como la mía (deliciosa novela) en su sintético, ajustado, y exacto blog, un prodigio de la economía literaria, este texto pedagógico:
<< La escritura es una actividad anómala, no consustancial al ser humano; forma parte de ese conjunto de extras que han ido adquiriendo los más aventajados. Y hablo de la escritura como forma de comunicación en general, como forma de transmisión de advertencias, órdenes, saludos, pero no como forma de alteración de la realidad, o sea de creación, de arte; alteración que más que una anomalía constituye un despropósito.
imagen descriptivaLa prensa, por ejemplo, es un forma de escritura sofisticada que no se contenta con advertir sino que se lanza a informar (“Diario de avisos y noticias”), previene pero, también, cuenta, eso sí desde la objetividad memorialista. Este campo, el de los cronistas, como también el de los biógrafos y los historiadores, se caracteriza por permitir que la información cambie de mano sin que resulte mancillada por espúreas intervenciones. Será el filósofo, y también el periodista de opinión y el ensayista en general, quien detenga el flujo de información para interactuar con él y así interpretarlo, siendo esta la clave, la diferencia con el narrador de la actualidad, que no necesita detener el flujo ya que su papel es ser mera correa de transmisión de la realidad y no analista de la misma. 
La tentación de añadir algo de cosecha propia o, al menos, de alterar en parte los datos, surge como fruto del aburrimiento ante la alienante labor constreñida a la copia, a la repetición (aunque a veces sea en otro orden) de los hitos del biografiado o de los sucesos que aportan los teletipos. Al principio, el escribano, tímidamente, sólo cambia una fecha, un horario, un destino en algún viaje; luego, envalentonado, feliz al transgredir la norma, se atreve a modificar algún hecho y, más adelante, dependiendo del grado de osadía que le invada, incluye algún pasaje de su invención, eso sí, que no chirríe en el total del discurso. La autobiografía dulcificada Familias como la mía es un ejemplo de esto último: por razones de cobardía ante los riesgos que acarrearía la relación objetiva de los hechos, y por razones de comercialidad añadiendo humor y sexo para que la historia no resulte árida, el autor cercena y añade a su antojo; una novela no es nunca una biografía (o la biografía no es literatura) por lo que la realidad se utiliza sólo como sustrato dejando que el escritor haga literatura tergiversando la historia. >>

viernes, 20 de mayo de 2016

'El Hijo de Saúl' y 'la diacronía de una noche'


Dice Arcadi en su ¡QUIA! del martes: 

<< Calma, es sólo cine
El hijo de Saúl es una película que hay que soportar. No es intelectualmente difícil. Ni inspira el terror confortable que en el apogeo del descuartizamiento de la doncella te hace decirte: calma, es sólo cine. Es una película desagradable y molesta que narra el crimen nazi de una manera nueva, y tiene razón Lanzmann al haber remarcado este carácter. Contar el Holocausto de manera nueva es una proeza, y es la proeza del húngaro László Nemes. La película, de anécdota deliberadamente irrelevante, es ruidosa y sucia. Durante hora y media la banda sonora reproduce una múltiple y constante secuencia de gritos, órdenes básicamente, que no distinguen entre el día y la noche. Y todo lo que muestra es feo, está embarrado y se aprecia con poca nitidez. Auschwitz en vivo: el imposible oxímoron. No hay modo de escapar de lo que se está viendo que no sea el de levantarse e irse. No puede decirse: es cine. Esto es dificilísimo. La magnitud del empeño puede apreciarla cualquiera que pruebe a retratar o a filmar algo feo. La fotografía ennoblece de una forma automática, porque es el propio encuadre el que de partida ennoblece. Y hay que trabajar mucho dentro del encuadre, como hace Nemes, para disolver sus límites. >>

Hará más o menos un mes, quizá un poco más, que vi esta película en las cercanías y los límites estéticos de un cine de barrio; acompañado por C. Siempre me acompaña, de una forma u otra, en todas las grandes noches de mi vida. Esta vez sucedió lo habitual. Una película realista con formas narrativas nuevas y disueltas que causó el inevitable desbordamiento. Produjo el irrefrenable posicionamiento de carácter binario. C a favor y yo en contra, sencillamente. La reseña de C fue mucho mejor y más interesante ( conjugó con audacia la posibilidad de relacionar las formas narrativas de la ficción con el fondo del realismo y su contenido ético, y la comparó estéticamente con una película de ciencia ficción, entre otras cosas ) que la película misma; pero ella, de inteligencia feroz para glosar y embellecer las cosas de la vida, piensa que su tintineante defensa ayudaba a su causa. ¡Cándida! Precisamente lo contrario; cuando el crítico es mejor que el artista, el producto caduca y se empobrece. El crítico como artista. Yo por mi parte, me quedé con lo que A considera en su artículo como la "anécdota deliberadamente irrelevante", y mi posición orteguiana de que los muertos se comen a los vivos; cierto, bisutería metafórica, pero es lo que dije, lo que hay de inteligible en su narrativa clásica. Y además, lo que a él le parece, un encuadre que de partida ennoblece, a mi me enloquece, un lío. Pero comparto con ambos, que durante la película puede decirse: es cine; dificilísimo. Aunque al final, también me calmo.

Que se junten A y C en una sola columna me parece una de las mejores obras arquitectónicas que podía hacer, cuando además coinciden en algo que suelen coincidir, y encontrarse, los amigos. Me he dado uno de los pequeños placeres, como cuando me lo leyó almorzando, por los que vale la pena imprimir la vida íntima en lo escrito. Qué pena que sólo en mi memoria cobre todo esto tanta brillantez.
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 Ayer noche, paseando por mis calles para superar la bebida injerida y vencer la compañía femenina, ¡vencerlas tout court!, me encontré con G. Hacía quizá años que no hablábamos pausadamente, a pesar de ser vecinos, aunque fuera en las incomodidades de lo repentino y espontáneo del abordaje callejero. Me acompañó gentilmente un trecho y enfangados ya en la política (en la que él asegura ya no creer) en un momento de disparidad dijo lo que sigue.
- ¿tú qué eres, de los que cree que la ley hace a la sociedad, o al revés?
Decantándose él, claro está, por la segunda opción. Yo no soy un hombre de segundas, ni siquiera de terceras, que siempre parecen puestos más discretos y equilibrados, sin la euforia suicida del primero y el peso de la derrota del segundo, del que casi toca con los dedos la gloria y ni siquiera la acaricia para luego caer al pozo oscuro. El tercero, sin embargo, merece respeto y se le reconoce el mérito, y pasa sencillamente pero victorioso al fin, por la vida. Todo eso me queda muy lejos. Me decanté por la duda sincrónica y la desconfianza ante la diacronía y la jerarquía del tiempo que me planteaba, con esa alegría y despreocupación, al menos lo parecía, socarrona. Pensé en las críticas de Hegel, y su eticidad, a la problemática, primero hombre después cultura, de Rousseau; sinécdoque este del error diacrónico del historicismo por antonomasia (que además afectó a la izquierda romántica con una herida de metralla de por vida). Pero no dije nada, parecería un pedante, y además, un pedante borracho ansioso de victoria.

No sé qué extraña tendencia, como sí reconozco y comprendo ya en el carácter del hombre la inclinación a la eficiente y mecánica resolución binaria de los problemas, conduce a los hombres al planteamiento o formulación diacrónica de los asuntos humanos, históricos sobre todo, y a la jerarquización temporal de los hechos, los conceptos, de la vida, y lo más insidioso y calumnioso, del amor (un hecho que confirma esto es San Valentín). Que el tiempo es tu jerarquía, no solo es un error gravísimo para la persona, el tiempo por si mismo no es jerarquía de nada, sino que es un viejo mantra tanto del nacionalismo, el liberalismo mítico y la izquierda utópica para diseñar sus ficciones y ejercer sus variadas manipulaciones. La diacronía es la unilateralidad temporal, la destrucción del hipertexto, o peor, su anemia distorsionadora: tomar un hecho aislado de sus relaciones discontinuas preexistentes y analizarlo únicamente bajo el tiempo lineal, uniforme, único y sin fisuras; lo contrario que demanda una verdadera comprensión compleja que pretenda conquistar realidades y no metáforas, siempre más relucientes y fáciles de conquistar. La sincronía, mucho más compleja, requiere tomar todos los hechos y sus relaciones en symploké (establece límites por lo tanto y te obliga a asumir la ignorancia), y analizarlos en su propio tiempo. o bajo los distintos tiempos contenidos en uno solo, su presente. Incluso permite, sin extravíos, la pátina de melancolía que la decantación del tiempo sedimenta y fija inexorablemente  en las cosas, los hechos, y las ideas.

La pregunta de G, amigo de la infancia y vecino por encima de todo, sólo puede interpretarse como diacronía, y la respuesta sería sincronía; pero si puede verse en la imaginación con el ya mencionado y entendido código binario, en ese caso, mi respuesta es ley y luego sociedad. Y el peso de los hechos me darán la razón. De hecho, ya me la dan: la regulación del toro de la Vega (de actualidad estos incipientes días de sol y sudor), es un claro ejemplo de cómo la ley y la sensibilidad ética en ella expresada, educan a una sociedad y sus fiestas, conocidas también como costumbres y tradiciones culturales - cunado encajo la cultura en este engranaje, es cuando el contexto me conduce a Ferlosio y sus maravillosas contraposiciones, cultura es lo contrario a ilustración, su opuesto; quizá dialéctico.   











jueves, 19 de mayo de 2016

Quicquid agant homines, intentio iudicat omnes



La intención juzga todo lo que hacen los hombres; reza el rastro de baba verdosa que deja el esfuerzo y el sudor del título de esta ventana. Una sabiduría y sabia moral que parecerá inútil y estúpida a ojos de una sociedad utilitarista cuya esponjosa conciencia ha asumido como designio la eliminación y olvido posterior del sentimiento de culpa para dejar paso a la flamante e incuestionable tautología de la felicidad para la mayoría. La culpa parece más sofisticada y discreta, actúa como aquel sensor interno de temperatura y peso que nos indica con precisión milimétrica los gramos y grados de insatisfacción que pesan en nuestra mente. Un rastro en forma de un polvito que revela una conciencia afectada, preocupada, por la acción como reconocimiento del otro en tanto que fin en si mismo, autoevidente, y no como mero cálculo de fríos y estériles bienes morales. Un cálculo que  muestra su error en el límpido corte epistémico al asimilar los objetos intangibles a los tangibles, los bienes morales a los bienes materiales o crematísticos -el cinismo más inocuo para la sociedad pero más desgarrador para la conciencia, pues ataca y desgarra sus propias raíces, e inutiliza su existencia, contradice su definición orgánica; pues para qué tener conciencia, si con el cálculo de una máquina refinada y sofisticada que contemple y valore los bienes más sensiblemente elevados, ya bastaría para vivir en una comunidad ética -, y en consecuencia comete un error metafísico: asimilar lo corruptible  con lo imperecedero, lo contingente y efímero, con lo necesario y eterno, lo mortal con lo inmortal, juntándolo todo en una inefable balanza de inenarrables pesos y contrapesos. 

 Una culpa evidentemente mundana e inmediata, no regida por los cínicos parámetros de la trascendencia y sus ordenes dialécticos que la justifican y permiten existir con plenitud punitiva y torturadora gracias a Dios o la represión libidinal; como castigo el primero, o como complejo y frustración represiva el segundo. Lejos de eso, la culpa en la conciencia media aconfesional, es la exigencia de una moral de intenciones, que por definición siempre será incompleta, una moral manqué, pues el mundo de lo tangible y los resultados, de las consecuencias, ocupa todo el espacio público y visible e imposibilita cualquier oportunidad de respiración a la intención, no deja tomar una bocanada de aire fresco al respeto de los fines en si mismos, evidentes también por si mismos. La culpa como la consecuencia de no respetar el "deber", de su ruptura o desgarro. En Kant la ley moral, el deber, no se obedece por miedo al castigo o esperanza de premio y recompensa en el mundo terrenal (otra cosa son las virutas escatológicas de su moral) sino que sin mediación alguna, debe inmediatamente reconocerse como fin. El utilitarismo desde la edad moderna es la excusa, el pretexto y la legitimación de la razón de Estado y sus borracheras, donde se gobierna para muchos con distintas moralidades. Cínico y cobarde es el cálculo moral con uno mismo, como si sus decisiones tuviera que tomarlas únicamente mediante la fortuna (lo útil siempre dependa del azar inscrito en distintas etapas temporales, fluctuantes y movedizas) y él fuera una abstracción especulativa como lo son los pueblos gobernados o los sujetos políticos; y no pudiera elegir en un reino claro de fines inmediato, como el de nuestro entorno de cosas y gentes próximas. 

Los medios españoles se inclinan siempre por la charanga y el bailoteo de la letra impresa, por lo proverbial y lo goyesco en las imágenes; siempre algo entretenido y evasivo, que ensucie poco al lector y apele poco a la materia gris de su conciencia. Una de las reglas fundamentales y fundadoras de la prensa socialdemócrata es santificar con caricias a sus mecenas, victimizar y sindicalizar hasta excesos grotescos a sus limpios e inocuos lectores, y criminalizar con la metáfora a los escombros y excreciones sociales, sean de château o de fábrica - del mismo modo que hacía el Régimen franquista con los suburbios de Barcelona en los años cincuenta y sesenta; al margen de la injusticia material y objetiva, se cometía la injusticia simbólica, añadiendo la inmoralidad, desde la prensa del sindicato vertical, entre sus decrépitas paredes de chapa y cartón. Jamás su inocente y blanco público aparecerá con las pecheras enfangadas y los charoles rayados, jamás serán más que vouyers acomplejados del mundo y su actualidad, espectadores indiferentes ante el modo de ordenación e iluminación que sus papeles, grises o sepia, realizan con su realidad y sus objetos domésticos. Estos medios son los que llevan a la hoguera a personajes por su única condición de sospechosos (véase el caso Raval en diciembre de 1997 y el libro Raval/Del amor a los niños, de Arcadi Espada) con una brutalidad e inquina mucho mayor que cuando se les condena. Hay una extraña y patológica compasión por parte del vouyer, hacia el condenado que confiesa cuando está en las últimas; sumado a una especie de apaciguamiento de los medios en la caída de la metralla cuando los acusados o condenados piden perdón, no por lo que son y sus intenciones, sino por lo que han hecho y sus resultados. Por la inutilidad de los mismos, que se revela en su cruel y torpe descubrimiento. Véase el Rey, Pujol, Rajoy, Zapatero y ahora Marjaliza (como sinécdoque de una identidad de clase) arrepentido. 

Cada noche, cuando duermo, una historia del periódico retumba en mi cabeza como una mosca zumba encerrada y apresada de por vida en una botella. Hay tantas historias de arrepentidos sin culpa - aunque resulte complicado y arriesgado juzgar las intenciones de alguien, a veces, sus hechos fácticos resultan melancólicos reflejos, huellas imperecederas, de sus sublimes intenciones - navegan a la deriva de mi mente, flotan como cuerpos ahogados en el mar, que podría soñar o hacerme pasar por un pobre degollador de mujeres, un sucio empresario enamorado de las prostitutas, un reaccionario juez prevaricador, un joven y sifilítico pederasta, o un político agradecido por la Gracia de la vida española; y nada me sería más reconfortante que levantarme y descubrir que no compartimos siquiera las intenciones. Para ahogar el ruido de estas historias en el silencio de la distancia y la soledad de la noche, pienso en los delicados ensayos de Montaigne - sospecho que todo lo que digo, mis comentarios colaterales y estéticos, cosméticos, sobre los pliegues de la realidad, no son más que inofensivo plagio, notas a pie de página de los deliciosos comentarios de Montaigne, pues firmaría cada uno de sus escritos con mi puño y letra; y sacio con ello el apetito y satisfago a la ociosa y glotona vida -, cuando el de Burdeos comentaba las cosas de Ramón Sibiuda y su entrañable Libro de las criaturas, sacando de ahí, el título rutilante de esta columna. En ese ensayito, La intención juzga nuestras acciones (capítulo VII), se plantea el inevitable problema de la confesión ante la muerte, como redención moral (eliminación de la culpa) o purga de pecados; como si la muerte nos despojara de nuestras obligaciones y del vivo y real recuerdo de las mismas. Un enfrentamiento ante la muerte, que es el mismo que el de nuestra clase política y empresarial (ante sus intenciones), y el tratamiento desacompasado y mortuorio de los periodistas. Dice Montaigne; es una cita un poco larga pero igual de nutritiva que una enciclopedia:

<< Nuestra obligación no puede ir más allá de nuestras fuerzas y nuestros medios. Por tal motivo, dado que efectos y acciones en modo alguno están en nuestro poder, y dado que, si hablamos en serio, sólo la voluntad está en nuestro poder, todas las reglas del deber del hombre necesariamente se fundan y se establecen en ella. [...] En estos tiempos he visto muchos que, acusados por su conciencia de detentar bienes ajenos, están dispuestos a satisfacerla mediante su testamento una vez muertos. Lo que hacen no tiene valor alguno: no lo tiene diferir cosa tan urgente, ni pretender reparar una injusticia de una manera que les afecta y perjudica tan poco. Su deuda atañe a algo más suyo. Y, cuanto más gravoso y molesto les resulte el pago, tanto más justo y meritorio será el resarcimiento. La penitencia exige asumir la carga. Se comportan todavía peor quienes reservan para su última voluntad la revelación de alguna animosidad hacia el prójimo, tras haberla ocultado toda la vida. Demuestran cuidarse poco de su honor, pues irritan al ofendido contra su memoria, y menos de su conciencia, pues ni siquiera por respeto a la muerte han sido capaces de dejar morir su mala disposición, y prolongan la vida de ésta más allá de la suya. ¡Inicuos jueces, que aplazan el juicio hasta el momento en que ya no tienen conocimiento de causa! Yo me guardaré, si puedo, de que mi muerte diga nada que primero no haya dicho en mi vida, y abiertamente>>

Bonita metáfora, aunque ácida y agria papilla para periodistas, políticos, jueces y vouyers.




sábado, 14 de mayo de 2016

La madalena de Proust en La Vanguardia que fue



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Edición del viernes, 16 enero 1925, página 5La portada hecha artículo o el artículo hecho portada, aquí y IIUn escritor sinfonista y Estructura y acción... inteligibles, aquí, todo gentileza del hondo, el melancólico, Gaziel, el escritor manqué, director de un periódico manqué. Esto demuestra una vez más aquello de René Char: <<Notre héritage n'est précedé d'aucun testament>> ( "nuestra herencia nos fue legada sin testamento alguno" )


Edición del viernes, 23 enero 1925, página 5
Unos tiempos en que el arte era llevado a la portada, y la portada se hizo arte, no son meras anécdotas del paso del tiempo, migajas de la melancolía o surcos húmedos y violetas de los últimos coletazos agonizantes de una historia idealizada. Al contrario. Son la posibilidad de un pasado recobrado, revivido, recreado. Pero no como sostienen los ingenuos y eruditos optimistas (Connolly), un pasado como guía que ilumine el presente, máxima expresión del progreso como regresión, sino, paradójicamente para algunos, un presente que ilumine el pasado (Arendt); la única forma de contener el progreso dentro de los límites de la razón. Esto, es una posibilidad desde que La Vanguardia ha abierto digitalmente su inmensa hemeroteca, que es una de las mejores del periodismo universal, y donde las horas van en mi busca, los días se reconcilian conmigo, y me absorto durante tardes enteras, enardecido como un niño en un parque de atracciones, dando contenido y sentido a las frías y sordas semanas; la vacía cotidianidad. Esas páginas donde veo la escritura de Gaziel en su lugar, en su lugar de origen, en su ambiente y medio original, no traspuestas artificialmente en los libros que tanto amaba, crean una ilusión, no por ello falta de sentido y optimismo, de un periódico también reencontrado, como su tiempo. La esperanza de un futuro mejor que el árido y desangelado presente de la prensa, en especial de este periódico convertido en ortopédico aparato del poder, no puede jamás consumirse por completo, mientras el hechizo y el encanto de la prosa de Gaziel siga palpitando entre las páginas de un viejo periódico, que vistas desde hoy, se comportan como un milhojas de hojaldre. Hojas que antaño fueron la creación del primer periódico moderno español, el nacimiento de una cultura catalana que recibía las madalenas de Proust con un nivel estético y ético como el que reflejan y muestran estos deliciosos artículos cosidos en maravillosas portadas; forjando la actualidad en Proust y convirtiéndolo en noticia, no dejando que el flujo caótico y desordenado de un mórbido devenir mantuviera el desorden en que vivimos. Gaziel nos mostró, con la prosa tocada por lo temporal y lo melancólico, la evidencia de cómo existíamos, y cómo existimos más allá del color sepia. Algo que en los tiempos jeroglíficos y la escritura iconográfica de la prensa actual es impensable, y que cuando terminen los viejos resortes, aquello que vale la pena conservar como actualidad y novedad y no como reliquia de museo o privilegio exclusivo, por ser engullidos por la estructura virtual de las redes sociales, un lugar sin "autor", serán verdaderos imposibles metafísicos. La prensa d'un petit país, abrió la portada de una mañana de 1925 con Proust, levantó a unos ciudadanos que desayunaron leyendo a Gaziel, viviendo un día en su pleno  tiempo. Esa cultura y esa prensa que fueron, pueden volver a convertir su época en la época de sus hombres, y encontrarse a sí mismos reflejados, reconocidos, y no buscarse, con triste opacidad y sin maestría, en desnuda insatisfacción, por un campo de sombras y cenizas.  

Pla y Gaziel, son los últimos restos proustianos que abrieron un tiempo consciente en el papel húmedo y pulpa de los periódicos.

viernes, 13 de mayo de 2016

Elefantes blancos


(Raúl Arias)

Qué extraña situación la nuestra, pobres desdichados. Acostumbrados al erial político y las goyerías mediáticas, de las que muchos ciudadanos se sienten íntimos y hondos integrantes, risueños y gruesos ellos, se repiten unas elecciones nacionales por segunda vez en algo más de cuatro meses desde las últimas, que lejos de representar una irresponsabilidad de los dirigentes políticos y su adherida incapacidad moral e intelectual; lo que realmente demuestran, es una inevitable condición de la política: el elefante blanco. Siempre que aparecen estos adorables y limpios animalitos producen una insoportable e infecta presión en el pecho no sólo de los políticos, sino también de los ciudadanos, reducidos a su mínima expresión individual y desconectada, dispersa y caótica, a los que les toca domesticar y limpiar los restos del arrugado animal. Pero antes, como todo en la vida,  lo importante es ser consciente de ello y no desfallecer ante la revelación: había un elefante en la habitación que nunca antes habíamos visto, y ni siquiera sospechábamos, y sin embargo, conocíamos todo lo demás, hasta el último detalle. Una conciencia, por otro lado, que solo otorga el pensamiento, que ahora es uno de los mayores honores que un hombre puede alcanzar. Lejos de los cenizos profetas de la necesidad o el determinismo histórico, el elefante no aparece como poso indeleble de la decantación del tiempo corrompido o quebrado, ni siquiera como la melancolía de la historia de las batallas perdidas, que se presenta de nuevo ahora como oportunidad de redención. No. El elefante blanco siempre estuvo en la habitación, siempre ha permanecido incrustado en la negligencia de las viejas y nuevas políticas, de las nuevas y desdichadas eras. Aunque nuestra mirada se perdiese, desparramada, en el centro de esa gran víscera blanca, sin alcanzar a ver su horizonte, los límites de su perfil para identificar la criatura, lo cierto es que siempre estuvo allí, desde la cuna hasta la tumba. Si existe una gran contradicción y una profunda vacuidad y esterilidad en el infeliz escenario político español, no todo se debe  a la clase política, una de las más mediocres que uno puede tener, sino que en gran medida se debe a nuestra ceguera; la nuestra, la de los tiempos, o la que se quiera.

Los distintos partidos poseen diverso número y tamaño de animalitos. El PSOE, no ve, no quiere ver, el problema de identidad y deuda moral que posee respecto a la izquierda española (aún no han resuelto, si es que puede resolverse la traición y el abandono - no ha dado cuanta ni de sus ilusiones perdidas ni de su dañada educación sentimental) y su arrogante e insidiosa indeterminación ideológica, y otro: la ambigüedad respecto al troceamiento de la soberanía nacional y su sujeto, dentro o fuera de los límites constitucionales. Podemos e IU, no reconocen o no quieren afrontar, ni su encaje rojo en Europa, ni su espacio dentro del espíritu burocrático y administrado del capitalismo. Y los podémicos, por supuesto, quieren olvidar sus limitaciones estéticas, su triste condición de ser un producto estrictamente televisivo y de haber sido devorados por la bestia mediática, sin la cual, su existencia correría grave peligro. El PP y Ciudadanos no saben en qué tiempo íntimo viven y desconocen las zonas erógenas de su vida íntima: el precio de la transición y la desazón de las dos Españas, y especialmente lo que ellos denominan "el comunismo". Aunque sobre todo, y especialmente el PP no sólo desconoce, sino que posee una deuda, algunos dirán que mortuoria, con la memoria. Paradójicamente estos elefantes no se suman entre sí salvo en un excepcional y anacrónico caso, los nacionalistas, ese rudimentario y sucio instrumento de poder. Estos, poseen todos los elefantes, y con su rastrero ejemplo de cinismo e ignorancia, le habrán quitado mito y grandeza a su proyecto de un modo irreparable e irrecuperable. ¡Quién iba a decir que el problema político español tiene más que ver con la zoología que con la moral! 



miércoles, 4 de mayo de 2016

La belleza que no duele






Querido director;

Es algo evidente que la belleza es una de las infinitas formas de corrupción en la condición humana, una de las más corrosivas, afectada sobre todo por la envidia, y no sólo su aliento y sublimación.Y por lo tanto su denuncia, justa o no, en su legitimidad, es uno de los instantes morales más relucientes y deslumbrantes. Por extensión, casus belli, el erotismo es también una categoría política, quizá, de entre lo espurio, su momento cenital. Quizá su momento estético más brutal y desgarrador, pues origina, entre otras cosas, gran parte de la desigualdad humana, y siembra el rencor y la traición entre los hombres. Tienes razón cuando dices que no es exclusivo de la política, sino que se adhiere a la vida como una segunda piel, y con más razón se ceba con la enfermedad del tiempo, la melancolía, y lo arrastra todo, incluso los límites entre la vida y la política, como el desbordamiento de un río que acarrea los materiales, los pecios, de todo un pueblo a su desorden y destrucción. No logro entender cómo la prensa no se dedica abiertamente, sé que lo ordenas en secreto, en la lógica de la distribución propagandística de imágenes y noticias, a denunciar los abusos de la belleza, degradada o no, en nuestra sociedad ociosa de la opulencia, dónde la belleza que no duele, es tan peligrosa justamente porque ataca a su mayor debilidad, a la diversión y la evasión que tanto afecta a la política y a tu entretenido periódico. No defiendo, evidentemente, al estúpido e infecto sujeto que pronunció esas palabras... Pero sí defiendo, la inocencia del sintagma, donde no hay culpabilidad, ni asesinato de ningún ficticio sujeto universal en sus resultados. Sus redentores, modernos guardianes de las reglas y normas del lenguaje, en su afán por la vaguedad, pretenden una belleza que no duele; como si sólo nos pudiéramos quedar con el lado bueno y soleado de las cosas, olvidando las zonas de húmeda y densa oscuridad. La belleza duele, y deja una huella melancólica y un rastro de rencor indeleble en todo y en todos nosotros.     

Con todo mi aprecio; un amigo 

PD: Quizá la belleza, la que duele, salve a algún que otro periodista de la purga; una salvación no sólo universal, sino concreta.