viernes, 31 de marzo de 2017

Notas sucias (IV): Edades y Pestes




(VI). Debería pensar muy seriamente en beneficio de mi negociado la posibilidad de hacer algo como las Crónica de la Nueva Edad -aún no comprendo, incluso habiéndolo leído, la claudicación; por qué se terminaron las crónicas en el momento que más se necesita la resistencia y la higiene inherente a esa escritura - o los Diarios de la peste. Me convendría, sin duda, igual que al lector. Hay algo de encantamiento y ensoñación en esa realidad pestilente que ambos dietarios deconstruyen, miga a miga. Sin duda han roto el hechizo del nacionalismo y los lazos ficcionales que comporta. El método es simple y de réditos morales incalculables, consiste en desnaturalizar la hipérbole y la hipertrofia en el mundo político catalán, tan cargado de esencias y raíces atávicas, y devolverle su historicidad y artificialidad, su carácter racional y reversible para oponerse y dejar de someterse a una falsa necesidad histórica o un destino inexorable de un ilusorio y ridículo pueblo espectral. Bajo la patética consideración étnica, mítica, cuando no mística, de la acción y la palabra, el nacionalismo ha conseguido instaurar una ideología regresiva y reaccionaria en toda la ecología mediática que resulta simpática a ojos del ingenuo, hoy, tan cínico e indiferente como antes. Te acoges al nacionalismo y mantienes su mentira, su barbarie, sin que se deteriore, mientras te degradas ante su rudimentario, pero efectivo, relato religioso, fundacional e integrista. En cambio la verdad de la razón política es inestable, contingente, se corrompe, se diluye, resbala, huye; pero te mantiene limpio y decente. La razón política necesita de la perpetua actualización crítica de sus formas y contenidos, su sofocante, pero dignificadora, rehabilitación y reconstrucción de escombros, sus propias ruinas, pues siempre se mantendrá inconclusa, inacabada, abierta, en el devenir, el llegar a ser de algo nuevo que se opone al movimiento repetitivo, redentor y circular del mito: ese anquilosamiento en el ser (acabado y terminado) de la ficción. La mentira del nacionalismo es como el agua, incolora, inodora, indolora e insípida; el paladar no la percibe pero nos refresca. ¡El agua fresca de la mentira, tan fácil de beber, pero devastadora!. 


domingo, 26 de marzo de 2017

Notas sucias (III): La chernóbil

V. Aplastado ya por el sol de mediodía y jugando con puñados de arena caliente, mojado, tumbado en la toalla, remolón con la melena de cobre de una muchacha tostada por el sol, levanto la vista de mi ensoñación y veo cuatro largos brazos formados de enormes tuberías; surgen del gigantesco monstruo de hierro y hormigón, se alargan, y penetran, arañando, en la entrañas de la tierra del viejo mar. Sus olas se clavan en los ojos a cada golpe. Aguas, cloruro-sódicas, litínicas, ácidas, llenas de óxidos oscuros, imagino, bañan el día y lamen los bordes de la vida. En esa agua nos bañamos, chapuzón tras chapuzón, hasta el jadeante agotamiento adolescente; es la edad del tacto y la piel, cuando en lo superficial está lo profundo, en la que se prefiere la envidia -para uno mismo y para los demás- a la compasión. Miro, la arquitectura del trabajo, nos rodea, lo reduce todo a la misma estatura, lo cual se corresponde con un modo concreto de percepción y sensibilidad, la aniquilación de un modo pasado, agotado, caduco, inexacto, como la supresión de los antiguos colores del bello mundo. Huele a alquitrán caliente, unos operarios reparan, sudorosos, el asfalto, el camión desprende el líquido negro como si fuera un bote de miel, embadurnan todo el paseo de las palmeras que junto al césped verde y bien cortado, como un oasis en el desierto, muestra el carácter volátil de las cosas artificiales. Trabajan justo delante de la muralla que rodea la bestia térmica; esos muros, están completamente escritos, marcados, con la sintaxis de la calle, una huella de quebranto, un lenguaje conflictivo y pictórico, un léxico espontáneo, plástico e inconexo. El grafiti, street art, dicen, es la antítesis de la escritura burguesa que yo tanto deseo articular y conjurar. En su desorden, en su conjunto, las inscripciones en la piedra sirven para verle los andamios a un sueño; un sueño que se tuvo y del que se despertó con la crecida de la edad. El Genio, y sobre todo el de esa juventud desaforada y embriagada de futuro, es el único consuelo fiable en un régimen anoréxico formado sólo de productos y cosas de consumo. Donde el cuerpo, con su placer negativo, su goce sin objeto, su insatisfacción, su exceso, su plusvalía sensual, insaciable, queda sepultado. Belleza, oh, como consuelo, en fin, una de las manifestaciones más reaccionarias y regresivas del arte (Adorno sustituía el arte como consuelo por el arte como promesse du bonheur  -concepto que acuñó Stendhal, y que encontró en su notable libro Del amor- y la esperanza de algo nuevo: la disonancia, la atonalidad, en un mundo tonal). Toda una cultura caníbal se abre allí en torno al tabaco y el alcohol, la esperanza y el hambre, el trabajo y la juventud, la ideología y la necesidad. Al salir, en los muelles, hay barcos, y combustible, que devuelven al mar, esa sublimación, la textura y la densidad de la realidad. Hay enormes cajones de hierro cuyo reflejo decide hoy el color del cielo. Es extraño. No hay nadie más, el canto de las gaviotas. Estamos solos. El estiércol alimenta los tristes huertos urbanos, fertiliza, burbujea, la tierra, crepitan las hojas secas, me siento en un agujero húmedo. Brisa, ya estamos de vuelta a casa, felices.

sábado, 25 de marzo de 2017

Notas sucias (II): La chernóbil



III. La densidad del aire permite acariciar la nube de silencio que descarga el sólido camino sobre los minutos más esteparios de una vida aturdida. Temprano, poco después de que amanezca, circula el viento a través de los puentes de hormigón y los verdes juncos de la orilla; el sonido y el aroma de la aurora. El río, en su punto tierno, va cargado de crepúsculo, arrastrando incluso diversos materiales de derribo para la memoria. Al fondo, no hay un pasillo de cipreses y dulces alegrías, está el afuera de la ciudad, la mitad invisible, gris, acre, lo que el centro, el poder, denomina periferia; suburbio y esas excrecencias. Bloques de pisos homogéneos, indiferentes, su frío y sus madrugadas, pequeñas covachas, su lucha interior, enjambres humanos, la huida permanente, antiguas fábricas, torres eléctricas, humo, autopistas, el tren, dejan entrever la herida abierta de la división del trabajo -única herida que no cierra en falso- y la triste organización faraónica de los medios de producción: hacinamiento, apelmazamiento... La ausencia, la pérdida, estética, ese vacío, aumentan la firme sensación de acumulación estéril y vacua de cuerpos, prácticas, gestos, piedras, hierros, objetos, cosas y pedazos de alma desencantada. Sólo era Sant Adrià del Besòs alrededor de 2010; era mi juventud recién inaugurada, furiosa e insolente, en los primeros años de la nueva indigencia y miseria del mundo, y yo, sólo andaba de paso.
IV. Amanecer en el delta del Besòs, una visión política: el ideal encarnado de un crecimiento sanguinario. El desarrollismo y la modernización acabaron con la posibilidad de un fluido, constante, suave, amable, apacible, adormecedor, embellecido, de la vida de los hombres. Esta tierra sólo conocía dos opciones: la ruina de la urbanización y la brutalidad industrial, o la ruina por el abandono, el árido olvido, la naturaleza y la especulación silvestre. A la misma distancia de la desembocadura del río se encuentran las chimeneas de la Fecsa y los rascacielos de las multinacionales, una ilusoria equidistancia moral y estética que oculta el pasado de explotación y dominación, la basura psicológica, de una Barcelona burguesa y nacionalista; fiebre, y la pasión por sus demonios. Todo este paisaje es de una gran seriedad humana, y las tres chimeneas, sus calderas y turbinas, como documento del cambiante humor de la memoria, devuelven al espacio, y a su tiempo, parte de la dignidad y la razón perdida. Las tres chimeneas dan nombre a la playa que vigilan, la chernóbil, como se la conoce popularmente; playa antimelancólica de Barcelona, de Cataluña. Zona libre del fantasma identitario: cenizas y niebla en la vida ilustrada de cualquier hombre.

       

viernes, 24 de marzo de 2017

Notas sucias (I)


I. Miro en la bandeja de entrada. Nada, ruido, voces desordenadas, luces y colores, las estupideces de la red y sus gentes, larvas de ideas, su moco, rastro de babas. Las identificaciones burguesas, odiosas e insoportables, de los individuos con la masa estéril y funcional, a través de imágenes ostentosas, convencionales, de una clase ociosa incluso en la miseria, son la repetición incesante de las mismas alegorías (nostalgia del Dios ausente: un orden, un todo, perdido y absoluto...) del consumo. La siempre igual, mórbida, y estática, atonía comercial. La textualidad inconexa de la red, paradójicamente social, es efectivamente como la textualidad de las puertas de los retretes públicos, cuya pretensión, y su cumbre, es dar cauce léxico a la secreción. Un lenguaje bárbaro, salvaje, conformado por garabatos y gusanillos negros hilvanándose en vacuidades, insultos, exabruptos, gruñidos, cinismos y obscenidades, como viejos boqueando ante el final. Toda puerta de baño público contiene una pequeña, y frívola, cosmovisión del mundo, como fragmentos anoréxicos de vida sucumbiendo inevitablemente a la reducción según formulaciones binarias del amor soez y vulgar, un tropo del sexo sucio y juvenil: un corazón rojo, goteando, sangriento, y negro, atravesado por flechas y nombres efímeros, disueltos, fluyendo hacia el sumidero del olvido. Pensaba que escribir, y escribir sobre cualquier soporte, era una forma de aparecer, un modo de intervención política, de irrumpir, interrumpir, presentarse y hacerse real, existente; ser visto y oído por los demás en su extraña y radical singularidad, en esa red de relaciones inagotable. Hoy, creo que es la mayor operación de ocultación, de ausencia, de solipsismo contumaz. Algo más que distanciarse de tiempos infames, esta diabólica manía de escribir, nos hace desaparecer de una época de lobos atildados y acicalados. La red, expresión, cáscara, de una cultura caníbal; la nueva religión de las democracias occidentales y las llamadas sociedades abiertas; decadentes. 

II. Voy a mi antiguo instituto a contar la experiencia en la universidad; realmente iba a dinamitar un orden ideológico y un espacio común de experiencias consensuadas y administradas sobre el asunto, que alienan y cosifican las cabezas. Decepción y desolación entre sus cuatro paredes, impregnadas por el viscoso fetichismo del futuro, ficción de un porvenir. Veo las anticipaciones de la deuda profesional y su adherido deber, la culpa que sigue a la frustración del fracaso, y el castigo, un dolor agudo que aprieta permanentemente el pecho del que va perdiendo ilusiones; pero todavía es muy pronto. Los jóvenes son sacos mal atados de sueños diurnos. Se agitan, buscan pronto algo con seguridad, piden, gritan, vida, pierden algunas cosas y ganan otras en el camino; toda elección es antes una renuncia que una afirmación, pero en las condiciones actuales de atomización social y vaporización intelectual esto es inasumible. Pero todo eso no lo saben; con la imaginación desbordante ven en toda lejanía un embellecimiento, porque no poseen aún la propia vida, la que se les promete con dorados horizontes de felicidad y nuevas invenciones de placer, sobre todo ociosidad, si obedecen; ese es el primer impulso. El principio de realidad actúa, y lo abrumadoramente existente, lo aplastante de lo dado, también. Sólo piensan en el tiempo hipotecado de su futuro, en las metas, en las realizaciones y superaciones de las mismas, el consecuente reconocimiento y éxito, el triunfo heroico del homo economicus, y pierden el sentido de los fines autónomos, de la razón, y las esperanzas de emancipación; porque las desconocen. La imposibilidad de la filosofía, su negatividad, en ese aparato ideológico positivo es evidente y sólo un necio o un envilecido podrían pasarlo por alto; aparece el crepúsculo del pensamiento crítico, el ocaso de la reflexión pausada en los centros educativos, sólo hay futuro, porvenir, seguridad, promesas de dinero y entretenimiento, el dominio de las opiniones oficiales y convencionales; la nítida y sólida lógica del Capital, edulcorada por los dispositivos de propaganda socialdemócrata. Entré, me expliqué como pude, y me fui, con total indiferencia y despreocupación, pensando que no era necesario convertir la mierda en flores.