martes, 30 de agosto de 2016

Lghpetdfgorichjlog


En mis ratos muertos, estoy leyendo el libro sobre True Detective que Iván de los Ríos y Rubén Hernández prepararon y fabricaron, un producto exquisito, aunque muy cool, en 2014, sobre la maravillosa serie de televisión.  En la ociosidad de su lectura se produce un cruce de sentido, se mezcla con el negocio de la televisión. La caja tonta que dice mi madre, o las cajas vacías (ferlosio), son el perfecto artefacto que demuestran el eterno retorno, esa profunda y densa idea sobre la historia y el tiempo, preñada de buenas razones, que tanto le costó a Arendt desmentir; al menos, hacer que yo despertara de este sueño dogmático, cómo tantos otros. En el libro citan al inmenso Borges en su Historia de la eternidad, y lo explica:

<< Esa doctrina (que su más reciente inventor llama del Eterno Retorno) es formulable así: El número de todos los átomos que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de perturbaciones. En un tiempo infinito, el número de las perturbaciones posibles debe ser alcanzado, y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta misma página a tus manos iguales, de nuevo cursarás todas las horas hasta la de tu muerte increíble. Tal es el orden habitual de aquel argumento, desde el preludio insípido hasta el enorme desenlace amenazador. Es común atribuirlo a Nietzsche.>>

Luego, Rust Cohl, el detective realista, pesimista filosóficamente, entrevistado por dos detectives negros, explica la eternidad condensada en un instante, la vivencia absoluta del tiempo en el presente, que se acopla en mi cabeza con el zumbido incesante de la televisión y su centrifugado infinito:


<< ¿por qué debería yo vivir dentro de la Historia? Joder, no quiero saber nada más, nunca más. Éste es un mundo en el que nada llega a término. Alguien me dijo una vez: "El tiempo es un círculo plano". Todo lo que hemos hecho o haremos, lo vamos a hacer una y otra vez... y otra vez... Y ese niño y esa niña van a volver a estar secuestrados en esa habitación de nuevo... y de nuevo... y de nuevo... Eternamente >>

Los hombres carcasa se enajenarán con la televisión, pero si alguna idea, como una mosca, da vueltas en su cabeza, se inclinará, seducida o aturdida, al fatalismo del sentido nihilista del sin sentido; y ese interesante pero tramposo, eterno retorno. ¡Qué complicado es ver la televisión tranquilo!

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Este Dejarse ir...


No sé que extraña razón hace del escritor de ficción, esa bestia literaria, en ocasiones, bestia poética, tener un estatuto muy superior, en la escala cultural de este país, al del escritor de no ficción. Los periodistas (ensayistas, biógrafos, memorialistas) pertenecen a este segundo grupo, pero claro, entre accionistas que escriben sus tubos económicos domésticos y literatos de poca monta con sus "personajes" y sus "sueños reales" o "ficciones verdaderas" (véase, `almudena grandes´, la garbancera, garbancera... o Millás, buf!!!), los diarios los escribe la bestia, con sus lazos de sentido, sus bucles de justicia poética, sus mantos de fantasía y pequeños cuentos de bondad; el aliento putrefacto de la bestia. Los escritores de no ficción, podríamos hablar de fácticos, ¡pero cuantas miradas viperinas y sonrisillas reptilianas me aporta eso!, así que diré de ensayistas, o escritores de la memoria, son las rameras de nuestra cultura, los gusanos de nuestro lenguaje. Un ejemplo, en lo que sigue: 


 En este dejarse ir de la vida y la muerte, encontramos a Gustavo Bueno, filósofo materialista, que descubría y desactivaba los brutales parásitos de las palabras y las ideas, aunque fuera un mandarín incluso en el franquismo. Parecía odiar (¡ja!, reflexionar críticamente, ¡oh!) más la democracia que la dictadura; vivió estupendamente, rebosante y en su mundo, en ambas. Los periódicos de las "ficciones verdaderas" recogieron así su muerte, este agosto:


 << Fuentes cercanas a la familia, que no han querido aclarar si su muerte está relacionada con la profunda tristeza que le produjo la de Carmen, recordaron que ambos fueron conscientes de la cercanía de su final pocos días antes,cuando cogidos de la mano en el jardín de su casa se miraron profundamente, sonrieron y establecieron sin decirlo un elegante turno para dejarse ir. >>


El género de la necrológica obra milagros, aunque no el más importante, el suyo propio. Morir de amor, morir de pena, morir de soledad, escalonar la muerte, ¡qué bonito! Cuánta bestia literaria...


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"La poesía es alta metafísica en verso, y la metafísica es alta poesía en prosa". ¡Y que a gusto nos quedamos!

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Un vistazo alegre y rápido a nuestra prensa y televisión nos advierte de todas las manufacturas homosexuales de moda, el marketing de consumo gay; rip, tip, flip, flop. En la tele salen muchos diciendo aquello tan manido y cursi de su interesante personalidad, sí, esa tontería de aceptarse a uno mismo, encontrarse, y darse tiempo. Como si dentro de uno, un ser místico esperase ser descubierto y revelado, como en la teología. Los homosexuales, yo jamás iría con subtítulos por la vida, confunden los dilemas morales con problemas psicológicos; algo propio de sociedades patológicas como la nuestra que ofrecía psicólogos (lo ofrecía Gallardón, ¿dónde estará?) a las "abortistas", como si dependiera de la psicología su decisión, y no de la moral, la libertad. Se piensa, en esos mundos, que las sales de la pedagogía para adultos, siempre infantil, solucionarán nuestros problemas éticos, esa obstrucción moral de nuestros conductos anímicos, eróticos y emocionales. Espero, como quien espera un milagro, que haya alguien que le diga a los panolis que quieran aceptarse a si mismos, ¡que no!, ¡que no se acepten nunca!, ¡nadie les espera para nada en ningún sitio, no hay nadie que descubrir en el interior!, ¡todo, absolutamente todo, esta ahí fuera, en la experiencia, en la realidad, en el mundo!, ¡no en su imaginación, o en su metafísica privada!, ¡arg! Que no se identifiquen nunca con nada, que dejen esas identidades basura, fast prose, para los nacionalistas, para los creyentes, para los capitalistas... De lo contrario se convertirán, si no lo son ya, en seres del comercio, productos baratos del mercado, mediático y terrestre; y por supuesto, en unos auténticos, identitários, estúpidos.
   

lunes, 29 de agosto de 2016

"Por qué me gustan las mujeres"

Domingo 28 de agosto de 2016, momentos antes de la comida familiar, preparo un pequeño texto que glose una cita sobre las mujeres que aparece en un artículo de Arcadi Espada, escrito en su periódico, y que acabo de leer jocosamente levantando una, tenue pero firme, sonrisa picarona. Después de comer, con el estómago lleno y las ideas remolonas, lentas, encajo la cita con el pequeño texto, glosa chiquita, y lo cuelgo en las paredes de una red social, o en su "muro", digital, preciosa metáfora para dar sentido a un espacio vacío. Los motivos de la cita, del "cuelgue", del soporte en redes sociales son claros: la actualidad y cierta provocación. La intención de todo esto está contenido, como en una tensión de cuerdas, entre las líneas de este pequeño e insignificante escrito, que sin embargo, se engrandece gracias a una queridísima amiga que aflorando valerosamente chapapote con una pala, pone en serios problemas al texto, y a sus difusores. Además, sin saberlo quizá, pone sobre la mesa un gran debate: el método Fackel, el desacoplamiento textual. Lo que se dijo, lo que se escribió, se vivió e irritó, fue lo que sigue:

<< Arcadi, hoy, en Islamaplage, cita el libro, Por qué me gustan las mujeres, de Mircea Cartarescu. Y a mí que tanto me gustan, veo en todo lo que se dice una verdad absoluta e infinita, insoslayable, que los relativistas no ven. Ellos, ven en toda la exhibición de la concupiscencia carnal, una cruda forma de promiscuidad como degradación política. Todo bulto, olor, redondez o suavidad, ¡ehg!, es una opresión, ¡sucia y babosa moral de curas! Asimilan, en esa cultura machista de la opresión que tanto les excita, a las cálidas mujeres desnudas de tela mínima occidental doradas por el sol con las momias encerradas en ese disfraz de la esclavitud, ese símbolo textil del silencio y la oscuridad. Pobres infelices…
Habla Cartarescu bajo la luz de la razón:
"Porque tienen pechos redondos, con pezones que se yerguen por debajo de la blusa cuando tienen frío, porque tienen un trasero grande y rollizo, porque tienen caras de rasgos dulces como las de los niños, porque tienen labios decorosos y lenguas que no te repugnan. Porque no huelen a transpiración o a tabaco barato y no les suda el labio superior. Porque se dibujan y se pintan la cara con la atención concentrada de un artista inspirado. Porque tienen la obsesión de la delgadez de Giacometti. Porque descienden de las niñas. Porque se pintan las uñas de los pies. Porque son extraordinarias lectoras para las que se escribe tres cuartas partes de la poesía y de la prosa del mundo. Porque las enloquece Angie de los Rolling. Porque las enloquece Cohen. Porque sostienen una guerra total e inexplicable contra las cucarachas. Porque incluso la más dura business woman llevan bragas de florecillas y encajes enternecedores. Porque te dicen te quiero justo cuando menos te quieren, como una especie de compensación. Porque no se masturban " 

Clàudia Env Clàudia Env: Estoy de acuerdo en lo que escribes tú, pero el fregmento de Cartarescu (seguramente empeorado por la descontextualización) me parece cutre, casposo y feo. A partir de "porque no huelen..." se podría resumir en: "porque son pulcras, cursis y mimosas, y hasta la más entregada a su trabajo no busca en realidad otra cosa que ser amada". )A lo cual añade el sútil "te dicen te quiero justo cuando menos te quieren..."  que viene a significar el típico "pero en realidad son todas unas putas"). Es la imagen clásica de mujer como un cuenco de deseo, destinado a recibirlo sin poseerlo y por ello ser comprado con cuadros, esculturas y flores por parte de pretenciosos misógenos. Sabes que en casos particulares podría estar de acurdo con la descripción (e incluso con que a ciertos hombres les guste eso), pero como visión general y encima escrita en modo Divinity poético...es que da grima >>


Entre cervezas y Whisky sour, con su clara de huevo polémica y discutida, reverberó la conversación sobre este asunto por la noche; y sobre las brechas que parecían insalvables se construyeron pequeños puentes de madera, ágiles y delicados. La principal acusación de Clàudia es la de misoginia, algo habitual en este tipo de textos, un juicio acertado si se lee el fragmento o la cita de un modo literal, y como ella dice, cayendo en el mismo error que critica, descontextualizado o desacoplado. Nos encontramos con una superposición de textos interesante, vaga y ambigua tal vez, e idónea para la manipulación y el arbitrario despotismo del relativismo. Está el libro (que ninguno de los dos hemos leído) de Carterescu, el artículo de Arcadi, y mi glosa, mi nota; ambos, compartiendo un mismo texto, pero no una misma literalidad o sentido. No es necesario recurrir ni a Derrida (Différance) ni a Ortega (Prólogo para franceses), para entender que el significado, y la interpretación, del fragmento de texto citado, depende de la estructura, la cadena, de signos en la que se inscribe, convirtiéndose en un signo de otro signo, definido pos su posición, espacial y temporal, en el texto, por sus diferencias y carente de un significado ideal y esencial garantizado en él mismo; por sí mismo. La cita desnuda, cruda, aislada, en densa soledad, revela un significado que para Kraus y el método Fackel es su significado real, la verdad al descubierto, que se esconda como se esconda en otros contextos, entre otras estructuras, siempre querrá decir lo que en desnudo y crudamente, sin abrigos de ningún tipo, revela; esa es la posición esencialista del lenguaje. Si aceptamos esta, claro está que la cita es una pequeña bolsa de arrogante y mezquina misoginia por los motivos expuestos en el comentario de Clàudia. Una interpretación a mi juicio exagerada y algo forzada, retorciendo las palabras hasta el grito social. A mi juicio el sentido del artículo de Arcadi, el mismo que mi glosa, se inscribe en una suerte de dialéctica, entre el arquetipo de la mujer momificada (en su caso, mito y realidad son lo mismo; metáfora y literalidad son hermanos) y la erotizada y frivolizada mujer occidental, o mujer pop, cool. Muy lejos del código que plantea Clàudia entre la mujer universal o una mujer en particular, una disputa escolástica entre universales y particulares.


En todo caso, limito mis palabras para que juzgue el lector a través de un desacoplamiento total: la cita de la polémica íntegra (sin las extensiones de las copas y la noche). Mi interpretación, como digo dialéctica (tesis, antítesis, síntesis) es la de un texto fresco, cándido, superficial y rápido, frívolamente ofensivo y distraído. Escrito con cierta precisión técnica para dar a entender algo y su contrario; dulce y agrio en la descripción de un arquetipo femenino que se opone a otro peor, pues su realidad y su ficcionalidad son lo mismo: sólo hay una momia, donde se entierra a una mujer. Sin embargo, en el arquetipo occidental, la cita pop, aparece un modo de realismo, metafórico, en describir un cierto tipo de chicas, mujeres, que gustan a  muchos hombres, primates tal vez. Pero que existen, al fin. Unos hombres y mujeres reales, de carne y hueso, que existen fuera de los límites del texto y cuya representación o reproducción no puede ofender más que su realidad. En la mano que reescribe la cita, encajada en un artículo, puede existir cierta resignación de un hombre mayor, cuyo pulso tiembla dubitativo y su pluma resentida araña basándose en su experiencia de fracasos acumulados irreconciliables, quién sabe. Pero en cualquier caso, más allá del complejo y atrevido juicio de  intenciones, la cita es la antítesis, una contraposición, a una tesis grotesca y verdadera, mucho más brutal y machista que una cita descontextualizada, a la que se le atribuye, erróneamente, un juicio universal sobre la mujer en general.    

viernes, 26 de agosto de 2016

Rafael Barrett. ¡Hoy amaneció! (yII)


Rafael Barrett escribió, rescatando el final del último artículo como un inicio, en los periódicos, donde forjó no sólo su obra, sino su escritura. Donde desarrolló un modo radical, como intelectual, como hombre y como escritor, de ordenar el mundo y luchar contra una realidad opresiva. Una plataforma para alzar la voz y prestarla para aquellos que, teniendo razón, no sabían, no podían, expresarla. Pues toda verdad necesita sus caminos de belleza, y esta, su inexcusable soporte humano, su cálido tacto. Codificó, ahogando la tragedia en la escritura, el drama del ser humano en términos de esperanza. Lo que llaman las cabezas que huelen a pescado podrido, inteligencia de nenúfares, obstáculos, motores, para el progreso o necesidad histórica, él lo entendió como la cruel injusticia del sistema social a la que está condenado el que no tiene poder, sobre todo, el que nace pobre, la primera, y quizá la última y más brutal, condena humana heredada de una civilización que sustituyó la espada por el oro, bañados en sangre. Denunció desde su plataforma rugosa de papel pulpa, destilándolo todo, la injusticia de la vida que divide a la criatura humana entre poderosos y sometidos. Esa denuncia no fue en vano, ni maniquea, su grito literario dio voz, creó e introdujo la metáfora de carne y huesos en el imaginario colectivo de los que no se someten; siendo los desheredados y los humillados el material real del mundo y el cuerpo de su única esperanza. Un grupo de vencidos anónimos y sin rostro, cuya silenciosa voz susurraba pan y bondad para todos, hasta rescatar el espíritu del hombre de la fatal inclinación de nuestras mentes sedientas y nuestras almas hastiadas, de indolencia. Un mero estar y soportar estoico, como un cordero sacrificial, esperando la sentencia mortal de la cruel  maquinaria social y su sádico dinamismo, que condena no sólo a los cuerpos pobres y débiles, sino hasta las virtudes de los que hacen la vida y la traen con las manos y la voluntad. Una sociedad dolorida, magullada, de hombres con almas arrugadas, pies negros y ojos ensangrentados, engendrados por vientres estremecidos de horror, vagando atónitos por el macabro teatro de la vida en guerra, que configuran una historia de la orfandad abierta por el crimen, aplastando víctimas y cadáveres, al pasar arrogante y cínica. 

Parecería que es un pesimista, pero realmente, su grandeza consiste en convertir todos estos escombros, los restos desordenados y manchados del hombre, en un motivo por el que luchar, por el que guardar esperanza, pues la luz de la razón ilumina la oscura ceniza, para comprender, y el viento del tiempo la arrasa, para superarla; dejando paso a una fértil y nueva tierra del porvenir. Su fe en esa nietzscheana afirmación de la vida de los grandes de espíritu, la moral de los nobles, heroica, potente, constante y verdadera (ya dije que su recepción de Nietzsche es paradójica y productiva) la traslada más allá de los límites de la voluntad humana. La esperanza en lo nuevo es irrevocable; dice: << El tiempo camina sin mirar atrás; todo le es permitido menos arrepentirse y deshacer su obra. No podemos más que avanzar. El universo no retrocede. ¿Cómo no llenarnos de esperanza? ¿Cómo no sentir la inminencia continua de lo nuevo, de lo que a nada se asemeja?  [...] la Naturaleza no nos ha revelado hasta hoy ningún factor tan prodigioso como el hombre [...] Y poseídos de la embriaguez del bien, del vértigo del futuro, seguimos la marcha. Apartemos los ojos de la noche que se inclina; fijémonos en la aurora. Y si el pasado intenta seducirnos con su arma de hembra, la belleza, rechacemos la belleza, y quedémonos con la verdad >>  Barret a pesar de las ruinas, de su atroz realismo para analizar su presente, posee un vitalismo y una  confianza en la grandeza del hombre y su carácter natal, en la natalidad genuina de cada vida, de cada acción. El hombre no es un ser para la muerte, su destino es la vida, nacer, empezar algo nuevo, iniciar lo que nunca antes existió y no se espera; esa es la esperanza que existe en toda vida que nace, en todo tiempo nuevo, en realidad, en todo presente inmediato. No somos ya lo que fuimos; nos despertamos otros cada mañana, vivir es renovación, no una prisión de las raíces y los fantasmas, lo único que existe es el porvenir. Ese porvenir es realista, se sitúa en la tierra y en la vida el hombre concreto, pues no hay nada mejor que el hombre, todas esas promesas o vanos y arrogantes intentos de superar el alma y la voluntad del hombre son el principio que alimenta el animalito de la mentira, lo que lleva a la destrucción más absoluta, a los ideales sangrientos.  La filosofía de Barrett en este punto es clara: es una filosofía de la alegría y la esperanza (no una filosofía de la historia) como posibilidad de un futuro mejor entre los escombros de una civilización bárbara con el colmillo torcido. Una civilización de acero: << El acero corta porque sus moléculas están terriblemente encadenadas >> Terrible y preciosa metáfora. 

 Ese es el contenido de su literatura carnívora, una escritura carnal que vive: respira, suda, se estremece; su sangre de fuego circula entre su sintaxis, su pulso late en cada palabra; los fluidos, los líquidos empapan los sintagmas, mojan el papel, nos salpica; la fuerza recubre su prosa, y sus pensamientos como avispas que surgen de la colmena magistral de su lenguaje, nos desgarran la piel y la carne. Un idioma singular nutrido por las tierras que atravesó y en las que recostó, para madurar, sus lúcidas y ácidas ideas. Esa alegría que posee en su radicalidad se expresa en su estilo, en el carácter humorístico e irónico, satírico en ocasiones (posee artículos con personajes y pequeñas escenas teatrales), de sus textos, tan vivos y densos como un hormiguero. El humorismo y la ironía, junto con su idiosincrasia, la condición vital, material, y el estilo punzante y carroñero de su pluma, se convierten en el aparato crítico principal de la obra de Barrett, Moralidades actuales. El trasfondo de sus textos, en la trastienda de su obra, se esconde el método periodístico, un periodismo literario o una literatura periodística, que cumple con su esencia ahorrativa, breve, contenida, miscelánea, cuya ejecución repetida y ritualizada conduce  una irónica meditación sobre la actualidad, lo simple, lo viejo y lo nuevo (del tiempo). Su predicado literario añade a su estructura textual la posibilidad de la reescritura y el reciclaje constante como proceso de fabricación y producción de artículos; de carácter aforístico y poético, su intención es  trascender la adhesión del periodismo a la caducidad, arañando la retina del lector con el lirismo de su prosa. Alejado de maniqueísmos, reducciones binarias, tópicos y luchas del bien contra la bestia, Barrett analiza con un brillante estilo, sutil y matizado, aunque brutal y contundente, que puede vincularse con Larra, las contradicciones e hipocresías de la sociedad y nuestra civilización. Hay algo más profundo que un parecido formal con Larra: su búsqueda de una expresión precisa, pero envolvente, donde el desarrollo del discurso literario va rodeando al lector, apretando como una anaconda, hasta dejarlo atrapado, asfixiado, en una conclusión que apenas espera, que apenas atisbaba cuando inició su lectura.  Fue un radical, como intelectual y como escritor, y como tal, su radicalidad se define por una lucha constante contra el poder y la aceptación de la fuerza de la naturaleza; una lucha sobre todo, contra el poder del dinero, y una actitud crítica frente al Estado, las instituciones, la burocracia, el tumulto, la conciliación (la ingenua creencia en la supresión del conflicto humano), y sobre todo frente a la mentira. Aunque se intente, la unión entre fondo y forma es tan densa y sólida, que resulta imposible descifrar su estilo, tan imposible de descomponer analíticamente como la experiencia, pues su lectura es una experiencia honda y solitaria de un todo indecible e inconmensurable, a pesar de la contención espacial de sus escritos, de su limitación textual. Es un realista esperanzado, un optimista crítico.        

Barrett en el fondo atrapa y seduce al lector porque sintetiza todas nuestras contradicciones con una belleza sublime, tan chispeante y acaparadora, que nos desborda, nos refleja como ningún otro espejo social o artístico podría capturar nuestra resbaladiza imagen y jabonosa condición. Si lo aborrecemos, nos aborrecemos a nosotros mismos, si lo odiamos o lo amamos, luchamos contra nuestras miserias y grandezas, si somos indiferentes a su prosa, somos unos indolentes. Su mundo de luchas diarias, de una poesía y crueldad indescriptibles, que se nos presenta a cada paso, es nuestro mundo; hambriento de justicia. La síntesis de este hombre y el escritor que va adherido a su piel como un microbio, puede encontrarse en un viejo sintagma periodístico: "¡Hoy amaneció!". 








miércoles, 24 de agosto de 2016

Rafael Barrett; ¿tiemblas, carcasa? (I)


El pensamiento crítico se ha deteriorado notablemente en los últimos decenios; limitado en exceso como está, apesta a frivolidad y fatalismo cuando asoma su triste cabecita farisea en el convulso océano de las letras hispanas. Como viene siendo habitual parece que cuando se dice esto se anuncia una catástrofe, acostumbrados a los discursos apocalípticos de los medios de comunicación y a la bestia de papel que es la prensa, de cuyos colmillos aún chorrea la sangre de su última e indefensa víctima: nuestro espíritu. Pero no, es una evidencia, aunque no sea la primera vez, ni será la última, que se generan decadencias y degradaciones en tiempos de expansión. Convendría vivir en las profundidades de las hemerotecas para darse cuenta del corazón regresivo y bárbaro que posee todo progreso y del extraño y desalentador reflejo que esta aparente paradoja, compartida por todas las industrias culturales del mundo, tiene en nuestro país. Gregorio Morán, el guía de este artículo, (deslumbrante luz que me descubrió al maravilloso escritor al que dedico ahora y aquí mi tiempo) se planteaba en su último libro (El cura y los mandarines), como línea general de su discurso: cómo la intelectualidad española, los plumillas del sablazo, habían podido ser tan radicales y críticos en los setenta, tan moderados en los ochenta y tan conservadores en los noventa. Ahora, ciegos reaccionarios; dóciles, inclinados hasta la chepa, al renglón de oro. Esa pregunta, y la constatación de esa cruel evolución, dejan un poso de amargura y decepción insoportables; terrible para una generación que quedó, en cierto modo, en el ostracismo cultural y crítico por esa compra, ese golpe de chequera. Lo cierto es que no ha desaparecido ese pensamiento crítico, pero sobrevive precariamente. Moribundo, anda mórbido y anónimo por las esquinas meadas de las calles más marginales de la abandonada cultura; se mueve entre trepadores y oportunistas que ocupan su papel fundamental, lo asfixian en la inmundicia. El intelectual ágrafo es una singularidad española; pero aún peor es el ciego. El intelectual que no lee, que sólo escucha, un ser auditivo, que parasitó nuestro mandarinato hasta carcomer la Académia, y convirtió nuestro joven campo de prometedoras amapolas en la Idiotética que denuncia Ferlosio; hoy, el Tertulianato

De ese oscuro silencio y profundo, autofligido, letargo, que vive el pensamiento crítico o la cultura más radical, nos saca abruptamente y sin contemplaciones nuestro protagonista: Rafael Barrett, al recuperarlo de su forzoso y arbitrario olvido, su lectura nos libera de las sogas de la cultura administrada. Rafael Barrett, hay que empezar por el principio, nació en 1876 en una ciudad tan cosmopolita e inclinada a las letras como Torrelavega (aunque de ahí también surgiera el poeta José Luis Hidalgo, es una tierra de secano para las ideas), en el seno de una familia acomodada y con pedigrí, descendiente de los Alba. Un señorito de tronío, habituado a las noches de tahúres y grupos bohemios del Madrid modernista de las tertulias, apresado en esa cárcel tan interesada y rentable del canon literario: la generación del 98. Pronto Cantabria le parecería poco, se le haría pequeño y estrecho como una camisa de fuerza, y la abandonaría para hacer carrera en Madrid; se matricularía en la Universidad con la pretensión de hacer carrera de ingeniero, aunque el descuelgue y la ligereza noctámbula y los juegos librescos, volatines de salón, en las tertulias, pronto lo seducirían para abandonarlo todo. El azote con una fusta al duque de Arión, por diversas afrentas en una época que iba de reto en reto, lo conducirá al exilio. Humillado, rechazado en clubs de la alta sociedad (la Peña del Casino) y acusado de una supuesta homosexualidad, llega a Buenos Aires en noviembre de 1903, donde se convertirá en un personaje muy distinto al estudiante y bohemio que residía en Madrid, rompiendo con su pasado para siempre, y con la firme voluntad de dedicarse al periodismo, a escribir preciosas piezas literarias en los periódicos. Rafael Barrett Álvarez de Toledo desarrolla su tan breve como intensa obra literaria en Paraguay, Buenos Aires y Montevideo, para morir en Francia cuando se cerraba el año 1910, muy joven, tan sólo 34 años, y en su mejor momento creativo, cuando su prosa estaba a punto de caramelo.

El nudo íntimo que liga su obra con su vida, su estilo con su persona, un pensamiento radical con un hombre de extremos, tentacular, se cuenta mucho mejor en Asombro y Búsqueda de Rafael Barrett, de Gregorio Morán, el introductor de Barrett en nuestra memoria, el hombre que rescató del pozo del olvido a un gran escritor, delicioso y mordaz. Moralidades Actuales (1910), es el único libro que Barrett ( también con un notable prólogo de Morán ) publicó en vida y que reúne los mejores artículos del periodista, el escritor, de la Idea; así es como debería llamarse siempre el anarquismo. Aunque en su caso se de con no pocas particularidades polémicas (como todo anarquismo, incluso el de Camba, sus escritos de la anarquía, se asimilan a su idiosincrasia como método crítico), por la extraña y fecunda influencia del pensamiento moral de Nietzsche; y su distanciamiento antagónico respecto a su perspectiva temporal: el eterno retorno; esa serpiente negra del tiempo que atraganta a los hombres. En Barrett hay una honda reflexión sobre el tiempo, lo viejo y lo nuevo, y la relación entre la decadencia y la esperanza que todo acto humano, incluso sus construcciones, implican; dice: << Hay entre nosotros ídolos enormes que no son sino cadáveres de pie, momias que una mirada reduce a polvo>>  Unos adversarios, delicados amantes de las ruinas, a los que él se opone; y sigue en contra de los historicistas que se creen hijos, como productos, de su tiempo y los anteriores: << ¡Pues bien, no! No somos solamente hijos del pasado. No somos una consecuencia, un residuo de ayer. Antes que efecto somos causa, y me revelo contra ese mezquino determinismo que obliga al universo a repetirse eternamente, idéntico bajo sus máscaras sucesivas. No; el pasado se enterró para siempre en nosotros mismos. Decid que es quizá limitada la materia disponible, que fabricamos el ánfora nueva con el viejo barro, que para cuajar mis huesos tomaron las cenizas de mi padre. Decid que la naturaleza, en su noble afán de hacerla más hermosa, funde y torna a fundir infatigablemente el bronce de la estatua. Pero ¡qué importa la materia! la forma, el alma es lo que importa. Sobre el pasado está el presente. Todo es nuevo; nueva la alegría de los niños, nueva la emoción de los enamorados, nuevo el sol a cada aurora, nueva la noche a cada ocaso, y al morir nuestra angustia no será la de nuestros antepasados, sino un nuevo drama a las orillas de un nuevo abismo [...] Blasfemia, profunda la que hace de la humanidad espectros y no hombres. No somos el pasado, sino el presente, creador divino de lo que no existió nunca. No somos el recuerdo; somos la esperanza>> Así sentencia Barret, ¡con qué sintaxis!, zanja definitivamente, las aperturas, las fugas, del tiempo, y el peligro de su repetición criminal.

El pensamiento crítico de Barrett cabía en los periódicos de la época; hoy, esa postura intelectual radical esta extinta; aunque esta misma nos impida desfallecer y claudicar ante los apocalípticos y pesimistas irracionales. Lejos quedan ya, sin embargo, los años, sobre todo para un joven como yo, en que Ferlosio y Agustín García Calvo escribían en el intelectual orgánico, o colectivo, que le llama Morán al diario El País. Remotos parecen la extensión y fuerza de sus textos, imposibles de recuperar tal vez, en su esencial libertad destructiva y en su natural belleza expositiva; una firma en el aire pasajero del olvido. Sólo recordando, es posible resistir y soportar. Leer a Barrett nos recuerda momentos mejores en un tiempo convulso, alimenta nuestra esperanza; no leerlo, nos empobrece, nos limita.

 ( Continuará...)









sábado, 20 de agosto de 2016

El callejero de la memoria (Work in progress)


Hace unas semanas, para recuperarme de uno de esos días tocados por una extraña melancolía de lo perdido, cuya luz color membrillo impregnan el tejido carnal de un hombre hasta colorear las entrañas de su alma, paseaba yo por la calle Ramiro de Maeztu, cerca de mi barrio, descendiendo una montañita. Era un día caluroso en Barcelona, solitario, triste y precioso, esos días borrosos bañados en un inmenso sol bondadoso, esos días de derrota polvorienta y sudorosa en que no sólo se arrastran los pies, sino las tripas. Un domingo de bochorno, cerca de las seis de la tarde, de vuelta, de todo, cuando el clima cae como una culpa de piedra sobre las espaldas, y no deja de calentar la cabeza, ¡oh!, mi dulce cabecita, burbujea. En el descenso, decenas de gentes distraídas, cuya imagen atomizada de paseante puede confundirse con la indolencia, habrían atravesado tantas calles del tiempo, y todos esos nombres, fertilizantes o venenos de la memoria, sin ningún pudor. Yo estaba ahí, plácido, en mi calma intranquila. Pensando, mirando a Maeztu fijamente, ¡don Ramiro!, fusilado en la guerra civil por los republicanos. Cómo diablos podría desenmarañar ese conflicto del nuevo callejero que tanto frivoliza la prensa y manipula la política hispana, que pretenden implantar, a buen juicio, en las grandes ciudades; en las que gobierna la nueva izquierda violeta que tanto se deja seducir por la lengua viperina del nacionalismo. 

El nuevo callejero de la memoria es un asunto interesante y complejo. Un asunto crucial en la industria cultural. Una gran metáfora urbana. Colau y Carmena, son las alcaldesas que salvarán o condenarán la memoria de muchos hombres. Algunos, vapuleados, pisoteados y humillados por la cruel y sucia derecha española, que convirtió sus almas (y su cuerpo), sus obras, y sus vidas (y su recuerdo), en comida para cerdos. El proyecto, sin el soporte humano y su inherente devastación, suena así: una verdadera reorganización urbana de la memoria, para evitar el olvido de las víctimas y la identidad de sus verdugos, y suprimir de una vez por todas, nefasta cloaca, el relativismo de los hechos que se acumulaban y las ideologías que intervinieron, en la guerra civil española. No asimilar como dos contendientes iguales, y legítimos, a las fatuas fuerzas clerical militares del fascismo español con la República y sus democráticos tentáculos, en ocasiones revolucionarios, sería un primer paso para restablecer lo que la ley contempla como Memoria Histórica: un modo de desembarrarse del lodo y el polvo de la historia, y reorganizar el pesimismo, que diría Benjamin. Pero sobre todo, de ordenar la verdad de los hechos, y desterrar, por fin, ese pornográfico sintagma de la guerra cainita, entre hermanos; una tinta de calamar putrefacta que no solo enturbia el pasado, sino que envenena el presente. Todo esto es un ejemplo de lo que encierran las pequeñas cosas: verdaderas ciénagas de la historia cuyas ranas verdes y viscosas establecen relaciones políticas y estéticas que no desmerecen las consideraciones morales complejas. Pues las sospechas de que la reorganización del nuevo callejero de la memoria, preciosa metáfora para una ciudad y su incipiente siglo, no se hace en nombre de La Memoria, sino de La Bondad, entendida como la entendía Nietzsche, la de los resentidos y vengativos plebeyos, hombres débiles y vencidos que dicen No a la realidad tras la humillación y la derrota, esa sospecha digo, que producen los voceros de la derecha, debería ser desactivada de inmediato con buenas razones. Debería poder recuperarse un tiempo, reencontrarlo con la luz de la verdad y la razón sin esa patraña reaccionaria nietzscheana, ¡maldita corona de espinas!, que tan bien se acopla a la propaganda y a su adherido olvido: la justificación del mal. Eso exige un debate profundo y hondo, de letra lenta y perfilada, imposible aquí. A veces tengo la fantasía de que habito ya en un país en la línea de la sensatez, de la mayoría de edad calmada. Esa edad gris. Un mundo sólido de palabras, sin miedo, sin mitos, sólo con hechos y bañado en la  salvia de la crítica y no en el baboso griterío de la charca. Psss, vagas y banas ilusiones.

No es sencillo el problema, por muy simple que parezca un nombre gravado a una placa. El cinismo y la mentira serán las dos grandes fuerzas que muevan el debate. Olvidarán lo esencial: reconstruir la memoria en base a los hechos, la ética y la consustancial estética; y se centrarán en lo suyo, las purgas ideológicas y el interés económico. Detengámonos en este último. ¿A caso no es un marco económico el que rige cuando se pretende borrar a Julio Camba de su calle y se mantiene perfectamente cosida al establishment a la Fundación March? Camba escribió en los periódicos de la época franquista, sin oponerse abiertamente al régimen pero sin defenderlo tampoco, era en cierta medida un mandarin precario del régimen que vivía como un estómago agradecido, pero no servil, en una habitación del hotel Palace en Madrid, mientras que Juan March fue el financiador principal de la rebelión golpista franquista. Un ajuste de los engranajes de la memoria algo extraño el que propone Carmena. ¿Deberíamos borrar de la memoria urbana a Pla, Gaziel, Eugeni Xammar, Chaves Nogales, al propio Camba ( y sí además sumamos a Corpus Barga y Max Aub, olvidados, escupidos, humillados, tenemos el cielo ganado); quizá el más extraordianrio, o uno de los mejores, plantel de cronistas, articulistas, y memorialistas que, a la vuelta de la primera guerra mundial, poseía país alguno ? La respuesta es clara si se mide según parámetros morales y estéticos: no, evidentemente no. Pero según purgas políticas, debilidades y vicios de la ignorancia e intereses económicos, está claro que sí. La condena de la memoria, la damnatio memoriae, puede eludirse: sólo depende de lo que estés dispuesto a pagar. Los precarios, serán deshauciados, los ricos, ensalzados y mitificados hasta lo grotesco. En todo este asunto hace falta reflexionar sobre la moral; esa no puede servir de redención ni sublimación, ni pretexto para el beneficio económico, simplemente debe encararse y resistir, enseñorear, la mentira. Por cuestiones morales, en ese sentido redentor y escatológico, nadie debería ser condenado al olvido y al ostracismo de la historia, menos aún cuando la farsa principal, esta justicia poética, de este cuento lapidario es que se haga en nombre de la memoria, cuando se hace por redención. Merece la pena que nos detengamos en esto y escuchemos lo que dice Finkielkraut en Los latidos del mundo; palabras justas, en su peso y medida, que podrían acompañarme en mis paseos, de la cabeza al corazón:

 «No detesto los que fueron mis años mozos, pero no recurriría precisamente a mi conciencia adolescente para arrostrar las exigencias actuales. El adolescente es un ser de  mirada clara, de voz vibrante, de rostro grave, que siempre  ve escándalos allí donde hay apenas problemas o dilemas, y líneas rectas donde hay encrucijadas. Para él, a quien el egoísmo asquea, la política se confunde con la moral, y la  moral misma se reduce al combate contra el Dragón. Sin embargo, las situaciones reales se asemejan más a menudo a  la disyuntiva corneliana que a la venganza del conde de Montecristo, y la moral sólo es difícil porque no opone el Bien  a la Bestia, sino que consiste, como dice Renaud Camus, en tomar partido o en intentar una improbable síntesis entre un bien y otro bien, [o un mal y otro mal]. La democratización del lujo es un bien, pero también lo es la preservación del mundo. La familia es un bien, igual que la emancipación de las mujeres. El Estado benefactor y la cohesión nacional son dos bienes, pero también nos debemos a la  hospitalidad... ¿A qué santo encomendarse? ¿Qué hacer cuando el deber da órdenes contradictorias o éstas surgen de varios lados a la vez? La adolescencia huye de ese rompecabezas ético con la abstracción exaltante de un universo sustitutivo, donde todo sufrimiento humano es producto de la política de los malvados. Salir de la adolescencia es, pues, no sentir ya la necesidad de un desalmado que encarne el papel malo de la Historia: ciertamente, la solemnidad juvenil  da paso, no la frivolidad o al conocimiento atesorado, sino a la dificultad y a la pasión de comprender. Pasión que se manifiesta hasta en las situaciones extremas: "Que el lector cierre aquí el libro si espera de él una acusación política --escribe Solzhenitsyn en Archipiélago Gulag--. ¡Ah, si las cosas fueran tan sencillas, si en alguna parte hombres de alma ennegrecida se entregaran pérfidamente a oscuras acciones, y si se tratara solamente de distinguirlos de los otros y de suprimirlos! Pero la línea divisoria entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada ser humano. ¿Pero quién desea destruir un trozo de su propio corazón?».
Alain Finkielkraut y Peter Sloterdijk, Los latidos del mundo

Aplíquese lo dicho en la cita a nuestro callejero de la memoria y resultará muy complicado condenar a unos hombres de gran obra estética cuyo único delito fue la indolencia y la libertad, sí, la libertad de elegir ser cobardes, una de las muchas dolencias y debilidades de todo hombre libre, pero, ay, vicioso. La moral en sentido escatológico debe abandonarse como se abandona la mentira, y los juicios políticos adolescentes deben alejarse de nuestra casa, retenerlos al menos como se retiene unos minutos el mal, antes de entrar por la puerta de forma inevitable y arrasarlo todo; plantar cara a ese hedor de la justicia poética, y describir, comprender y pensar. Todo eso, esa batalla simbólica que higieniza el mundo de la cultura, pues es su guinda, en una simple y limpia inscripción en una placa. 

(...)

PD: Otro de los damnificados de las purgas del tiempo es Unamuno, por el apoyo golpista en sus inicios; su ¡que muera la inteligencia! será, fue, es, recordado por todos... Pemán cuenta su verdad de aquel día, para ociosos e insaciables de las hemerotecas.  















miércoles, 10 de agosto de 2016

La cultura textil



Imagen de la noticia para voley playa rio 2016 de El Mundo


Es imprescindible un prólogo para saber dónde estamos, sucede igual con un libro que con la vida, ambos son bolsas de sentido artificial que confluyen: un libro son hojas cosidas con lazos a la vida. Pisamos arena fina, polvo de cristal blanco, casi imperceptible a los códigos del tacto, brilla como un diamante al contacto con el sol, aísla prácticamente del calor y protege nuestros pies mientras acarician los pequeños montoncitos de arena distribuidos en bucles infinitos sin principio ni fin; son pequeñas galaxias de arena. Podríamos ser el niño Connolly, el pequeño Cyril, en su infancia, y adolescencia, georgiana, paseando por el jardín de su casa costera hecho de un pedazo de playa subtropical. Donde se mezclan pequeños islotes de hierbas fresca aromáticas en el inmenso arenal, rosas color crema abandonadas entre diminutas dunas domésticas, plateadas piñas de abeto recostadas en pardos parches de césped marrón, melocotones y albaricoques aplastados a la sombra de su árbol y grandes camaleones dibujando sinuosas curvas en la arena que desembocan, pasada ya la valla blanca de madera que acota el jardín, en la orilla lamida por espumosas olas de un temperamental mar de aguas frías; donde se pierde hasta la locura. Como nos dice Connolly, en el jardín flotaba el olor de pinos y eucaliptos, pintura ampollada y alquitrán caliente. Realmente es un simulacro. Estamos en Brasil, en las playas de Copacabana, donde  se disputan los partidos de voléibol de los juegos olímpicos de Rio 2016. Un partido femenino, ¡oh, no, otra vez, vencerlas tout court!, simboliza una lucha; ya se sabe, el deporte, la sublimación de la guerra. Pero no. Hay algo más; es una guerra especial, más que mediática incluso. Una guerra entre dos culturas fundamentalmente textiles y disimiles. Estas jugadoras contienen toda la información en su cuerpo: una jugadora egipcia vestida, tapada, ante el inmenso y agresivo sol, y una jugadora alemana, la rival, casi desnuda, en bañador occidental. Los periódicos publican la foto de ambas, y escriben con tinta de limón sobre la imagen haciendo alusión  a dos supuestas culturas. Supongo que, respecto a una de ellas, deben de referirse a lo que llaman con gran vituperio, en otros contextos, cultura machista. Es curioso ver, de todos modos, como nuestras feministas socialdemócratas pueden llegar, de hecho se pasan siempre, a llamar machista tanto a la ocultación férrea y dogmática del cuerpo como a su exhibición más gloriosa. Lo primero tiene sentido por lo claustrofóbico del asunto, por la pestilencia de lo húmedo y cerrado; pero lo segundo, sólo puede comprenderse desde la mirada casta de un cura, y su babosa moral, hecho mujer, nada más.

Ante el desacoplamiento de la imagen, método Fackel, la verdad esencial esta revelada: sólo hay una verdadera y activa cultura machista. El resto son excesos de la interpretación, el retorcimiento de los hechos hasta su extinción: el relativismo. La jugadora tapada digamos que es unilateral, igual que la interpretación de su machismo, pero, ¡ah!, la desnuda es algo más complejo e interesante, además de caliente. Alguien podría decir, no sin forzarlo todo, que es la reducción de la mujer a un objeto de deseo y exhibición mercantil. De ser así tampoco sería del todo malo si al margen de su moral se apreciase el formato estético. Sin embargo, niego que la interpretación de su machismo, simbólico, sea unilateral y dogmático como el de la mujer tapada; el de la jugadora alemana esta bañado en una múltiple pluralidad de interpretaciones políticas, ideológicas, e incluso éticas, pero la egipcia sólo obedece a una, declaradamente falsa y opresiva, la religiosa. Sobre esta no hay debate alguno. Cosa distinta sucede con el cuerpo desnudo y apetecible de una mujer, cuyos simbolismos y representaciones no dependen exclusivamente del estado púdico de la carne mostrada, sino de los objetos ceremoniales y rituales, prácticas y costumbres, gestos, que la envuelven y construyen su contexto, su condición real. Lo mismo sucede en el orden discursivo de la política bélica. Una vez oí un análisis de izquierdas que situaba como equivalente el fundamentalismo y el integrismo del discurso del terrorismo islámico, con el fundamentalismo democrático y belicista (¿oxímoron o pleonasmo?) de Bush y los EE.UU en los primeros tiempos de la guerra de Irak. Cierto. Ambos discursos podrían equipararse y hacerse conmensurables por su temperatura precaria, pero no así su contexto. El terrorismo islámico al publicitarse, lejos de debilitarse, se reafirma y fortalece, se retroalimenta, en su universo ideológico y religioso (la misma cosa), mientras que el fundamentalismo democrático encuentra en su seno una decosntrucción constante, su contexto posibilita, a duras penas, pero permite al fin, el pensamiento crítico, famélico, moribundo, pero crítico. Este límite puede resultar frágil, tocado por una sutileza casi decorativa y melancólica, que asimila ambos discursos en una misma fatalidad aterradora, pero su transcripción real, su fuerza práctica dibuja una brecha abismal entre un mundo construido sobre la superstición y la metáfora manchadas de sangre (hablo de nuestro tiempo, no del pasado), y un mundo basado en la cruda y precaria realidad de la razón, asumiendo incluso todas sus mortales contradicciones.

El límite y la sutileza son importantes en política. La diferencia entre (pretender) comprender el mundo y no entenderlo en absoluto, un límite tan sutil como la tela de las jugadoras, es la misma diferencia que hay entre un hombre libre pero servil -que no emancipado- y una marioneta que desconoce los hilos que la mueven. Igual que la diferencia entre un paidófilo y un pederasta, es la misma que existe entre un hombre inocente y un criminal, sin ser por ello el inocente un referente moral o estético. La diferencia entre las dos imágenes de las jugadoras, son la perdurabilidad del machismo en una, y la disolución en el contexto, regresivo y progresivo a la vez, de la otra. La jugadora desnuda ahogará sus múltiples simbolismos en la crítica, mientras que la tapada permanecerá opulenta, impoluta, arrogantemente oprimida en su contexto. Lo mismo que el orden de los discursos políticos fundamentalistas, el terrorista y el democrático, se distinguían por una vida muerta y una vida precaria pero viva, la diferencia entre las dos imágenes es la vía viva del machismo frente a la vía muerta del mismo. La existencia de una asimilación vaga y confusa entre las dos imágenes bajo el manto de la cultura machista, no debería tampoco incomodarnos a los que sí diferenciamos, con problemas y contradicciones, entre ambas culturas textiles. La exhibición de su mentira, aceptada por todos, gratuita e impune, demuestra agudamente la capacidad disolvente de nuestro contexto, tanto para lo bueno como para lo malo, y el bálsamo zafio y acrítico de las mujeres tapadas, asfixiadas por su propia cultura textil.   
   

martes, 9 de agosto de 2016

Tomar la fiesta en tetas, y a hombros del toro


El verano es la estación perfecta para la fabulación, en la terraza somnolienta ves pasar la vida lenta y remolona, con amigos o a solas soñando en las esquinas húmedas, explotando nuestra alegría y sexualidad en cada descanso del sol, en la playa, tumbados silenciosos en la hamaca, con la arena ardiendo bajo nuestros pies y el mar susurrando calma y felicidad, anhelando su condimento humano, lo que le da sabor, esos cuerpos desnudos, idealizadamente jóvenes, mientras el viento transporta voces perdidas preñadas de significados cuyo único fin es decantarse, anónimos, en la orilla, en un límite entre una vida finita, terrenal, y la eternidad ficcional del océano. Este escenario es perfecto para descansar la mente de aquellos que viven en una fábula –subvencionada- política sin conflicto, donde la vinculación con la realidad sean los deseos y las creencias y no la racionalidad. Existe un viejo mantra, entre esas mentes ansiosas de fábula donde cabe todo, que se identifica con el machismo, o la misoginia (¿?), por parte de las lenguas más desvergonzadas y que reza que si un hombre pide a una mujer una comprensión de su propia condición y sus instrumentos y herramientas intelectuales para comprender la realidad, su realidad sexual y, aleación, también la de los hombres, es un ser infectado por los odios más atávicos que conducen a la opresión y reclusión primitiva de la mujer, y a su lógica destrucción. Un tiempo anterior a la cultura donde no existía el arte de amar como tal, aunque no puedan borrar el poso químico del amor, rastro biológico infatigable, y el fluido de sus esfuerzos. Esa incesante acusación, aterradora para algunos hombres que lo viven con angustia y cierta incomprensión cuando se disponen a jugar con su sexo y el de otros(as), y no con la criminalidad, en público y en privado, en festejos y en su hogar, me parece de los sintagmas políticos más reveladores de nuestra charca mediática local.

 Todo grito sexual viene acompañado de gesticulaciones, aspavientos y convulsiones corporales, reivindicaciones sindicales, y un tumulto heterogéneo de mentiras y humanidad desordenada, adherido a la piel de un tiempo hiperbólico de la información; una inflamación crónica y mortal en las democracias liberales modernas. Su inscripción local aún favorece más este análisis y lo hace identificable en un mismo espacio y tiempo, sin distancias que relativicen su efecto y comprensión, ni mediaciones que rebajen la intensidad del fenómeno y la de sus responsables. San Fermín, localización exacta del desajuste sexual de este verano, ¡y tantos otros!, ha sido tratado por los medios como un festejo cuya narración simboliza únicamente la vida; anulando su antagonismo necesario para dotarlo de un sentido completo: la muerte. Esta, que la proporciona el animal, el toro bravo arrasando con lo humano y su civilización, una competición feroz entre la vida y la muerte encarnada en la carrera por la salvación entre el animal y el hombre, es una mera contabilidad mediática de cadáveres que sirven de alimento suculento al sujeto histórico del telediario de las nueve; o un recurso, acertado, que demuestra la incapacidad de la sensibilidad moral y la delicadeza estética para abrirse paso en un país de sol y moscas y filtrarse en el tejido neuronal, hermético y blindado, del español profundo, tradicional, rural. La fiesta, reducida únicamente a su esplendor juvenil y su frívola victoria, conjuga la tradición de la vida y la muerte en lucha y celebración, la comida y la bebida, y sobre todo, el candente y tierno sexo que tanto irrita a la fétida charca. Drogas, alcohol y chorros de sangre de toro y de hombre, son el escenario del desenvolvimiento sexual de los jóvenes que acuden a la fiesta para excederse y contenerse en nada. Un espacio poco dado  a las sutilezas de la igualdad y hostil a la libertad sexual de los miembros más débiles: las mujeres; que exige un esfuerzo de comprensión algo resignado y elevado.

 Los medios han optado, injustamente o no, por la inequívoca y unilateral perspectiva heterosexual para tratar el problema. Bien está. Es justamente el punto donde se concentra toda la hipocresía y demagogia de nuestra maquinaría de la corrección política, la nueva religión secular de la sociedad, de las instituciones, el nuevo virus del lenguaje que infecta nuestras redes neuronales y restablece sus conexiones imposibilitando cualquier tipo de pensamiento crítico. Los mismos periódicos que no decían nada de los excesos del gran naturalismo del orgullo homosexual, sus exhibiciones eróticas, sus cruces de sentido mercantil y frivolidad comercial, y sus inevitables abusos de cuerpos ajenos, aceptados tal vez, pero silenciados, tocan las trompetas del apocalipsis con el abuso al cuerpo de la mujer, su colonización en la época ficticia de su emancipación. Decía el augusto y casto periódico de la burguesía catalana La Vanguardia: <<Pamplona no logra evitar nuevas imágenes de desenfreno en Sanfermines>> y ampliaba Arcadi en su glosa de la noticia en una de sus Kartas del domingo con otro fragmento del casto periódico: << durante el jolgorio del inicio de las fiestas, con el tradicional chupinazo, se repitieron ayer algunos de los excesos vistos años anteriores, con chicas que mostraban sus pechos y que eran objeto de tocamientos>>. Este discurso en televisión cobraba la vida de un muerto que resucitaba para devorar las injusticias de la humanidad degradada; masculina en este caso. Distintas feministas administradas han cocido las palabras hasta su palidez más absoluta, hasta desposeerlas de todo su poder vitamínico y la fuerza del colorido antes de su desnaturalización; “persecución de la mujer”, decían las cosidas al sistema. Pretenden que la aceptación del exceso de alcohol, drogas, y excitación animal, no conduzca a abusos; se puede transgredir sin abusar, sin romper los límites del molde social, tan frágil como duradero, ¡qué absurdo todo!, ¡pretenden unas alcantarillas limpias e higiénicas! La elección está en alcantarillas sí o alcantarillas no, pero unos nidos de ratas sin basura para alimentarlas es algo incomprensible e irracional. Esos abusos no solo contemplan la punible invasión del cuerpo, no se centraban en los códigos sutiles del tacto y sus frecuentes equívocos, como el pensar que se pueden tocar los sólidos y turgentes pechos juveniles de las muchachas que gozan, a hombros de un macho cabrío, con la camiseta bañada en alcohol y pegada a su rosada piel, de la contemplación y admiración del tumulto hormonal; no. No sólo contemplan eso, sino las miradas, los intangibles deseos y su lógico e inevitable desbordamiento. “No a que me toques el culo”, “No a que me desnudes con la mirada”, “Sí a mi belleza sin estereotipos” rezaban las paredes y las voces de las navarras afligidas que recoge Arcadi en un plácido artículo de domingo, bañando la madalena. Patológica cursilería de curas: “evita los malos pensamientos”, “no te toques”. La finalidad es clara y pertenece al orden discursivo de barricada: eliminar el conflicto, eliminando al enemigo, eliminando su metáfora, su única existencia: la ficción. Sin el deseo masculino, pero eso sí, manteniendo sus contextos excesivos, no hay abuso, aunque tampoco diversión.


La eliminación del conflicto en la vida y en la política es un asunto complejo, que afecta a ideologías o cosmovisiones muy ingenuas e infantiles que ven blancura en un mundo de manchas oscuras, profundísimas y corrosivas. La candidez de la superación de los conflictos, solo es comparable a la ignorancia que supone que la libertad sexual no debe admitir todas sus modalidades, incluso las más grotescas y arriesgadas: que haya muchachas que gozan con el riesgo y la excitación de levantarse la camiseta ofreciendo sus tetas al cielo y a la manada de primates que mientras gozan lo indecible, palmean inútiles y babeantes bajo el sol, esperando la gracia. El mismo coqueteo en condiciones normales puede resultar violento, algo intimidante, que en la vida de una mujer siempre hay que tener en cuenta cuando se sabe, o debería ser consciente de ello, objeto de deseo de un ser más peligroso y más fuerte por lo general que ella, y que en condiciones abiertas, sin límite racional, resultan aún más predecibles y peligrosos. Nada justifica evidentemente una violación sanfermina, y ni siquiera un abuso taurino; pero lo que aquí se trata es el derribamiento de cierto discurso ingenuo y falaz de criminalización del abuso, del conflicto, como una patología política y social; una excepcionalidad contagiosa y cancerígena de la normalidad naif; cuando en realidad constituye un error azaroso de la vida: la base fundamental, aunque nos parezca desgraciada, de las diferencias, en este caso, sexuales, sean culturales o naturales. Los supuestos y probables hombres que deslizaron su mano festiva, fétida pero no criminal, sobre cuerpos inocentes y apetecibles, no pueden ser tratados como violadores en potencia, sino como cabezas de ganado desbocadas cuyos límites han sido difuminados por su inconsciencia, el placer y el ofrecimiento gratuito de la concupiscencia carnal. Existe el mito de la emancipación; hay que liberarse de ello como de una losa; solo el ejercicio de la libertad negativa en sistemas de determinaciones sociales y represiones económicas limitadas puede contemplarse como una opción real. El discurso feminista sólo tendría sentido si en vez de relatar una ficción de un mundo sin diferencias sexuales, conflicto, abusos, y absoluta protección corporal, se dispusieran, en un acto de literatura realista, a describir la realidad tal como es, a fin de proveer de los instrumentos morales y las herramientas intelectuales a las más jóvenes, para comprender el mundo en el que se mueven con soltura e inocencia, y soportar la realidad sexual compleja en la que habitan con placeres y riesgos, goces y peligros; aceptando que la coquetería y el flirteo no es asumido por todos los hombres como un fin en sí mismo, sino como un medio para la realización sexual, chusca y dolorosa. Hombres que por lo general, si son capaces de moverse con soltura y satisfacción en esos ambientes desbordados, llegan a edades de abandono y melancolía con la voluntad y la mente aún colgadas del sexo, perdidas irremediablemente. Esos hombres no son todos, evidentemente, pero sí todos los primates de las plazas, de las fiestas hormonales, de la sangre y el sexo; los hombres que muchas mujeres desean y que en el ejercicio de su libertad pueden elegir y deben soportar.