jueves, 26 de julio de 2018

Horchata, mi expresión

Estoy tomando estos días, a media tarde y alternando, una horchata natural magnífica. El lunes, que hacía una tarde levantina, llegó incluso a salvarme la vida; emocional, claro. Algo tuvo que ver también mi interlocutor, y la rememoración. Tras mi toma de hoy, he visto algo claro, en esa paz. La clave de cualquier diario, y en especial de este blog o cuaderno de notas, debería ser expresar el máximo de uno mismo sin exponerse demasiado. Expresar sin exponerse, del todo: la necesidad de lo inaccesible, lo incognoscible, para que, como contraste (conocer es comparar), tenga valor lo inteligible, abierto y común, y no se convierta en hojarasca. Se expresa siempre lo que nos vincula (aunque sea en la diferencia), si no, de qué tanto esfuerzo, sudor, derrotas... ¿para la mera masturbación? No. Para la gran función literaria: demostrar que no estamos solos, que podemos ser vistos y oídos por otros, que hay un plus de vida, un margen extra y alternativo inapelable. La función del refugio, como una soledad compartida. Pero exponerse a la brava parece, incluso en las mejores estructuras del yo psicológico y del yo histórico, un obstáculo narcisista, un impedimento para el proceso de reconocimiento y protección de la humanidad reencontrada; ya que al exponernos sin más subrayamos enfáticos nuestra egocéntrica excepcionalidad, lo únicos que somos, la irreductibilidad caprichosa y agresiva del megalómano; una falsedad que nos margina del mundo. Expresar, hacer literatura, ficcional o no, significa destruir el duro caparazón solipcista.

Lo dicho, parece contradecir mi apasionada curiosidad, mi deseo irrefrenable de conocerlo todo, hasta el detalle más insignificante de cualquier personaje expuesto, de cualquier acontecimiento o teoría, pero no, hay un juego engañoso y frustrante que da sentido a todo esto. Debe existir una tensión irresoluble en la que el lector, voraz e insaciable, no sólo lo quiera saber y gozar todo, cómo sufren y disfrutan los hombres, sino que crea poder conseguirlo, y en la que el escritor, en resistencia, crea poder ofrecerlo, sin rendirse a lo evidente y accesible. Escribe, creyendo esconder algo valioso, conteniendo lo indecible, para mantener la dialéctica y calidad de un texto, cuando realmente lo que está haciendo es crear una ilusión autocompasiva para camuflar la ausencia, la ignorancia congénita, el vacío, la infertilidad de la mera exposición. Un escritor siempre pone todo lo que sabe, aunque él trabaje pensando que en su interior, ¡esas fatuas profundidades!, hay un hito superior y sublime que irá dosificando en su vida/obra con pretensiones de unidad. Nunca hay una exposición completa, y cuando la hay, se pone en marcha el mecanismo de la ilusión y su destino narcisista sin expresión. La expresión requiere de las sombras de lo expuesto, de su oscuridad impenetrable. 


martes, 24 de julio de 2018

Léautaud, sobre la música

Antes de cenar, justo cuando preparábamos la mesa para el asadito en la terraza, Wara me preguntó, alegre e interesada, "¿y tú, Yeray, qué tipo de música escuchas?". Tuvieron que pararme los pies: "¿qué clase de pregunta es esa?, es como si te pregunto qué tipo de literatura lees..." Leo de todo, y ningún género, sólo autores. Ella lo mismo con la música, que junto al dibujo es, con toda probabilidad, lo que le hace vivir. Supo torearme hasta la cocina a por platos, las verduras hirviendo, el aroma de la carne ante el fuego, y antes de seguir, mis protocolos: " me gustan mucho algunas piezas de música clásica, pero tengo sospechas sobre ese tipo de arte en general, me parece peligroso, ¡joder, lo de Zizek sobre el Himno de la Alegría!" Le prometí pasarle un fragmento de un escritor francés sin ninguna pretensión filosófica ni tentación religiosa, que expresa perfectamente mi sospecha. La noche terminó con una suave y fina lluvia que, poco a poco, como acariciando, nos llevaba al interior de la casa. Wara, encanto, ahí va, fragmentos del diario de Léautaud sólo para ti:

<< No desconozco en absoluto los goces que procura. También nos transporta más allá de la realidad, nos conmueve, nos llena de ensoñación, da un tono a unas emociones dormidas en el fondo de nosotros mismos, pero yo sitúo por encima el silencio, para mí más elocuente aún, más lleno para mí de motivos de ensoñación y de ideas.>>

<< Habría un pequeño capítulo que escribir contra la música, como arte más primitivo, más salvaje, el que más se dirige, por no decir únicamente, a nuestros sentidos, a nuestros instintos [...] el arte más físico, por tanto, el arte menos elevado.>>

<< Un espantoso gramófono con un altavoz arroja sobre los clientes el chorro de una música baja y escondida, y yo siento nacer, brotar en mí, un deseo de levantarme y lanzarme a saltar como el último salvaje del pueblo más lejano ante los sonidos del tamtam de su tribu. No, no es a la inteligencia, al espíritu, a la facultad de meditación, a las partes nobles del ser a las que alcanza y satisface la música, y solo es una frase que sea la primera de las artes.>>

<< Ya se trate de una música callejera, la de los bailes populares, la de la Ópera, la de Wagner, la de Debussy, o la última y más moderna, es esa parte negra de nosotros la que resulta satisfecha, y la música, sea cual sea, solo es un ruido.>>

Opiniones al margen de la filosofía, repito. A mi juicio certeras. Pasé unos días tristes, y en esos momentos endiablados cualquier tipo de música se revela verdaderamente como un ruido que no deja pensar, como si sintiera por ti, una usurpación de la experiencia dolorosa, una apropiación y un tutelaje del tiempo, inadmisibles. Me viene a la cabeza nuestro pasado, el de todos, de adolescentes, cuando las cosas iban mal dadas, ante el dolor y el sufrimiento, enchufados a la música, cosa que no pasa con otras artes, y no dejo de decirme si no hubiera sido mejor acostumbrarnos ya al silencio y la soledad de la reflexión contra la evasión y la distracción. En fin, Wara, también le debo a la música, por eso de la pura emoción, mis mejores noches; incluso con sexo. Yo también he vivido esos gozos incomparables del descubrimiento musical, pero con cautela, apagándola; es decir, yo no vivo con la música puesta, ni mis relaciones personales llevan banda sonora incorporada. Ahora cierra los ojos y mira, lo que te dije en la cena, el Poco allegretto de Brahms, ese mundo azul cubierto de nieve, nieve de muertos, lo ves, el inmenso reguero de sangre que indica el camino, las huellas que dejan las negras botas de los asesinos. Con esto sabemos como queda el mundo tras el exterminio. No logro distinguir si es en un mundo poético o en el real, porque ¡no puede ser cierta la melancolía hecha sonido!, porque el consuelo pleno y absoluto ante el mal radical ¡parece una injusta redención física de la realidad! Es el grave problema de la representación, especialmente en la música, con un poder evocativo excesivamente amplio y libérrimo, capaz de convocar visiones tan dispares de una misma pieza, que sospecho, sí. ¿Entonces el arte, de qué!    



lunes, 23 de julio de 2018

verano de 2018

Escribir por placer es mi último refugio, a la vez que intensifica el malestar. Sólo pensando, y la mejor manera es expresándolo adecuadamente en la escritura, puedo liberarme de este barro, asumir las contradicciones de la realidad. El ejercicio literario, en cualquiera de sus formas y dimensiones, ofrece una de las grandes sensaciones humanas: crear en el espacio inhóspito un nuevo hogar como consuelo y al mismo tiempo desahuciarnos de toda habitabilidad apacible y esperanza en el mundo. La cama vacía pesa mucho más que ese mundo vacío, este último puede combatirse reflexionando, puede paliarse profundizando, el primero, no. O no sé hacerlo. O no del todo. Hay, sin embargo, algo que en el amor no funciona: la sencillez. Y yo soy un hombre terriblemente sencillo. Todo, porque he aprendido la lección, y bien está: una especie ingenua de ternura, honradez e inteligencia destruye un fetiche básico de la coquetería, de la picardía constitutiva del erotismo, del amor romántico que odia la claridad: esa sistemática y simultánea entrega y ocultación del propio cuerpo, de sus afectos. Me reencontré con la muchacha, fue difícil. No volverá. Es un dolor intenso y sutil, como si te mirara el diablo de reojo. Sólo queda vergüenza, impotencia, irreconocible imagen de uno mismo, algo de humillación. Pero ya no volverá. 
Verano de 2018.

  

sábado, 21 de julio de 2018

Correspondencia privada: la sal de la tierra

Clàudia y yo, masticando toda literatura y toda doctrina bíblica, para salvar el corazón de los hombres de la corrupción que supone la ignorancia.   

<< Yeray, 17 de mayo de 2018, 19:48h. [...] Ah, por cierto, el otro día leyendo a Morán encontré la expresión "son la sal de la tierra" en el mismo sentido que usé yo aquel día de ruta... Por lo visto, Jesús emplea esta metáfora (que aparece en el sermón de la montaña, Mateo 5:13 para más señas) refiriéndose por sal a la influencia de los cristianos para impedir que la maldad se extendiera por el mundo y para preservar al mundo de la corrupción espiritual. En definitiva, nuestra ignorancia es ilimitada. Un abrazo.

Clàudia, 18 de mayo de 2018, 13:40h.  Joder, qué bonito. No deja de ser curioso que las prácticas en la guerra y la conquista fueran, a pesar de lo que has dicho, sembrar los pueblos y las tierras derrotadas con sal para inhibir la prosperidad futura. Me parece muy bonito como la realización empírica de la metáfora bíblica se acaba traduciendo en una práctica en la que la sal en la tierra es, a pesar de toda poesía, algo dañino. En el libro de los jueces, 9:45 "y después de combatir Abimelec la ciudad todo aquel día, la tomó, y mató al pueblo que en ella estaba, y asoló la ciudad, y la sembró de sal". Lo cual demuestra, como ya sabíamos, que la literatura puede ser muy mentirosilla y japuta...

Yeray, 18 de mayo de 2018, 14:37h. Perfecta esta, nuestra relación con la sal. >>

Era un día luminoso de abril cuando surgió la duda sobre la sal de la tierra y su sentido. En esos momentos de ruta, acompañado en la vida y la escritura, todo es más hermoso e inteligente, mucho más humano. Pero luego llega la cruda realidad. El animalito metafórico, durante los días posteriores, era algo ambiguo e incómodo, de ambivalente uso y sospechosa ejecución. La densa historia del salado tropo es extensísima y puede prolongarse incluso, llena de mutaciones, bajo las formas políticas de la pseudosecularización. Desde el viejo trauma teológico: el bien a través del mal y viceversa, hasta épocas ilustradas: la conquista de la felicidad y la libertad públicas a través del terror revolucionario. Y esa es la verdad ignorada de la realidad del culto: la religión como polisemia del engaño y la crueldad. Y Clàudia, que es una mujer tremenda, ya adelantaba en su correspondencia el resultado de mi reflexión, identificando astutamente la religión con el carácter ficcional y manipulador que en ocasiones tiene la literatura.




miércoles, 18 de julio de 2018

El feminismo Barranco y la asistenta

Le preguntan en el periódico a una tal María Barranco, actriz, y por supuesto, feminista, del divertidísimo y sinsentido feminismo pop:
Y tengo otra. Los misóginos tienen una repugnancia extrema a la suciedad y al desorden, un culto excesivo a la rectitud y al horario, al equilibrio doméstico, adoran esa armoniosa tranquilidad de la mujer sola.Y sus atentas parejas están ahí, siempre han estado ahí y lo estarán, para contentarlos, amarlos y cuidarlos. En parte ¡es el amor!, su lado nauseabundo. Voy. Lo que he oído en un bar, ya de noche. La chica, feminista, of course, para solucionar el problema doméstico del imperativo moral y económico (para catalanes: qui paga, mana) que le obliga a limpiar la casa, planchar y cocinar, con el conocido chantaje emocional, va y encuentra un modo burgués de resolverlo, apaciguando y justificando a su vez la misoginia de su adorado chico: "que contrate a una asistenta". Oh là, là. La solución no es mandarlo a la mierda y que le limpie su mamá, no. Sino ¡qué contrate a una asistenta! Por fin, el feminismo en el rosado crepúsculo de su victoria: el feminismo burgués, en fin, el feminismo Barranco.  
  

sábado, 14 de julio de 2018

La cama vacía

 Esta semana no ha venido la hermosa muchacha, se hace largo y tedioso. La cama, vacía. No dejo de asombrarme de lo poco que me importa la desgracia y el dolor del mundo frente a este tipo de silencio, el poco interés que despierta en comparación cualquier proyecto literario. La tórrida opacidad de una intimidad amputada, el peso que supone la posibilidad de una ausencia prolongada, una impaciente espera sin respuestas, no parece comparable a la angustia, y la consecuente profusión de la serenidad, que sufren los hombres desencantados que aún conservan tentaciones trascendentes a pesar de creer vivir en una casa sin dios. Es todo una cuestión de amor, sin duda. Pero hay vacíos aparentemente muy simples, como la potente sencillez y claridad de algunas emociones y afectos básicos, que no pueden sustituirse por artificios de complejidad, mientras que el de dios es fácilmente reemplazable pese a su tradicional profundidad; intercambiable por casi cualquier cosa que prometa el absoluto. Yo me muevo en los estrictos y parciales parámetros de lo verdadero, en pequeños pero contundentes fragmentos de racionalidad, en las sólidas y humildes dimensiones de la carne, del cuerpo y su incomparable olor; y no en el desdichado fanatismo de la plenitud y los falsos consuelos, o cínicas compensaciones, de la religión y la ideología. Dios es un ser ínfimo e irrisorio porque siéndolo todo no huele absolutamente a nada.



[Esto era una entradilla a L'ou de la serp, pero se alargó, y además, me parecía demasiado indigno mezclarlo. Para mí los nacionalistas no son nada, payasos. En cambio, la exposición de la debilidad de un hombre, en tanto que expresión de la debilidad humana, significa literariamente y moralmente todo.]

lunes, 9 de julio de 2018

Vive sólo para mí (I)

Ayer estuve cenando, como es habitual en mi conocido y exclusivo terruño, con dos mujeres bellísimas y listísimas que desconocen de un modo ruborizante, y autosugestivo, las enormes implicaciones de su devastador poder sobre los hombres. Poder erótico y emocional. Privilegios y pesadumbres. También había un hombre, intenso y vibrante, que por su discreta mirada sabía de su perfecta adhesión a la verdad; pero de él hablaré otro día, sería inmensa su vida, y esa tierra, en la escritura. Las bellas cándidas aún creen que el tú sí-tú no de la elección erótica o libertad sexual no guarda ninguna relación con la injusticia que suponen los dones o privilegios naturales de los que ellas libérrimamente gozan y legítimamente abusan. ¡Y, oh, vaya novedad, ese secreto depósito de envidia y resentimiento del rechazado que pronto cuajará para convertirse en una inadmisible misoginia! La exuberancia de estas mujeres es evidente e incuestionable, del mismo modo que la manera aristocrática en que la consiguieron: herencia de sangre, linaje genético y el fastidioso azar. Una oligarquía sexual. Ausencia de mérito. En definitiva, y felizmente, son guapas y despóticas. Sus caprichos y deseos son inapelables, de una libertad de gusto omnímoda y un ansia irrefrenable de victoria en cualquier campo emocional. Saben que eso, reinar (¡y todos queremos gobernar la vida!), implica riesgos, y nadie quiere vivir con miedo o con incertidumbre, en ese caluroso fragor constante. Se exige siempre una moral, no para reconocer al otro, sino para protegerse fundamentalmente a través de un decálogo de normas y costumbres cuyo incumplimiento implica el desarraigo. A mí también me gusta soñar que las consigo a todas, sin temor a pérdida o abandono, amour fou. Destejiendo las ilusiones, el sexo no se regirá nunca por una moral (dogmática) que elimine el conflicto o la tensión en sus dimensiones más asumibles y ordinarias, una moral que no asuma las contradicciones internas del mundo erótico, simplemente porque se perdería el placer en sí mismo, basado en la desregulación, y ya no habría ni sexo ni erotismo. Una prueba irrefutable de que la moral y el sexo en un sentido fuerte son un binomio imposible, casi se repelen, es la evidencia de que, una vez más, en lo moral debemos juzgar a las personas por lo que hacen, sus obras y labores, mientras que en el sexo juzgamos, y especialmente esta aristocracia invencible, por lo que son. Los nefastos juicios morales han construido crueles arquetipos para estigmatizar, amenazar y excluir una pluralidad de vidas y libertades sexuales, ciertamente incómodas: el pedófilo, la puta, la adultera, el libertino, los viejecitos libidinosos, las jovencitas que aman a los talluditos, la señora con su nene de compañía, esos adolescentes sobones y pansexuales, y los silenciados e invisibilizados asexuales. Todos esos vicios legítimos, y difíciles, desaparecen cuando la moral empieza a regular y legislar la virtud, creando figuras de culpabilización, represión y neopuritanismo sutiles pero efectivas, todavía inconcebibles y desastrosas sus consecuencias sociales. Pero, claro, ellas no conocerán jamás la exclusión, el estigma atravesándolas, el ostracismo erótico, ni siquiera ese terror inextirpable de lo humano a la soledad. El amor, como el sexo, se juegan en el ambiguo y paradójico terreno del quién o qué, ¿nos enamoramos de alguien o de algo?, ¡eso es!, de lo que son o de lo que hacen. Conozco la dolorosa pero excitante respuesta. La igualdad, en este sentido, que vertebra toda moral y tentación moralizadora, resulta sumamente complicada. Si bien la moral se basa en una igualdad fuerte, republicana (reconocer al otro como igual), si bien consiste en una máxima objetividad y universalidad que pretende desterrar los privilegios de los que tiene más poder para imponer su gusto subjetivo, su capricho personal, su arbitrariedad y despotismo; aplicada al sexo es todo lo contrario: desigualdad, fetichismo, libre deseo, hipersubjetividad, privilegios, etc. Una moral sexual, en estos términos, es una de las mayores obras ingenuas del racismo, el clasismo, o el sexismo actuando en nombre de la protección y las buenas intenciones. Generando, realmente, una ola reaccionaria de recuperación de estigmas sexuales y nuevos traumas sociales. Puestos a soñar, el principio de la igualdad sexual, en sus inaugurales y polémicas manifestaciones, debería recomendar: que estos pibones, por norma, se follen aquellos cardos. Una verdadera moral sexual.  



jueves, 5 de julio de 2018

L'ou de la serp (XXXV) La piel pegajosa del verano

Soy un hombre que acarrea, con la mayor alegría, un poso indisoluble de melancolía. Pero cada mañana me levanto con un vigor excelente, de inmejorable aspecto, para mirar a cara de perro al mundo, con los ojos incendiados e inyectados del bulldog.    
 
Que los eruditos hayan abandonado el razonable camino de la comunicación de sus investigaciones y la discusión crítica y pública de sus conocimientos en los periódicos, es uno de los graves problemas españoles. Pedro Duque, el ministrote, no es la causa, es el alarmante síntoma de nuestra época. Perfecta sinécdoque de la desertización general de ideas y procesos discursivos en el espacio político; generando el sólido descrédito de la autoridad intelectual y educativa, socavando su legitimidad e imposición. Hay que sumarle, a la falta de verdaderas estructuras de emancipación material e ilustración, la innoble, pero explicable, claudicación personal de los científicos y los filósofos en su pasión reflexiva y función deliberativa. Cediendo ese imprescindible espacio vacío a la hipertrofia de mandarines y élites intelectuales pretenciosas, cuyo régimen de cinismo, incompetencia y gratificación desmedida, y su insólita capacidad depredadora, parece no tener fin ni conocer límite alguno. El gran link, que suponían los periódicos, entre la academia, depositaria de los mayores y más gloriosos conocimientos, y la ciudadanía, parece haberse roto, como suele suceder en la red, en el inestable mundo digital de internet. Inestabilidad que hemos hecho propia y consustancial a la realidad convencional y ordinaria, haciendo que la prensa que tenía que ser el macizo guión del mundo, una popularización certera del saber y la información, sea pura propaganda reaccionaria en lo ideológico y mistificación, cuando no mitificación, en lo científico-humanístico. Del roto sólo ha salido un fenómeno psicosocial de enormes dimensiones sombrías y peligrosísimas consecuencias políticas que Bunge llama, con su astucia y audacia habitual, el pensamiento mágico o movimiento oscurantista. Puede, y debe, decirse de un modo potente y claro: la pseudociencia como ideología.
 
Yo, tan coqueto para mis cosas, relaciono e identifico, de un modo formal y general, la pseudociencia social que denuncia Bunge con "l'ou de la serp": un monismo y holismo que tiende a dotar de sentido y finalidad, a estetizar y trascender la realidad a través de la regresión y el atavismo. Aquí traigo una selección de los huevos. Y todos son el mismo tipo de ideología y de hombre averiado, la misma degradada humanidad anti-ilustrada: nacionalismo, patriotismo, historicismo, humanismo populista liberal, religión, sectas, regionalismo, relativismo cultural, pedagogía constructivista, psicoanálisis terapéutico, sociedades secretas, teorías conspirativas, esoterismo, ocultismo, astrología, videncia, tarotismo, parapsicología, homeopatía, autoayuda, cremas antiarrugas o rejuvenecedoras, cirugía plástica, industria cultural, deporte de masas, identidades sociales comerciales, publicidad, telebasura, la universidad competitiva etc. 

L'ou de la serp se incuba, e incrusta, en nuestro presente como lo hicieron las distintas estéticas de la violencia (término de Clàudia, o fruto de la conversación con ella) en la reciente historia europea.   
 
La hermosa muchacha de pelo negro vino otra vez, también durmió. Era una sensación agradable, como si la vida simplemente se adaptara a todos mis caprichos, que son exquisitos y finísimos. Acariciar esa adorable piel pegajosa del verano, para después, otra vez, escribir.  



martes, 3 de julio de 2018

Sí, ministro

Veo al ministro Pedro Duque (me abstengo de interpretar la gratuidad y arbitrariedad de la composición o descomposición conceptual de su ministerio: de Ciencia, Innovación y Universidades, ¡qué unidad de sentido y destino tan nefasta!) en los desayunos de Tve, algo perdido e indeciso. Sigo con la tostada de fiambre atravesada. El tipo va, y al ser preguntado por las pseudociencias (y siempre este tipo de preguntas en España se afrontan como esos últimos polvos mecánicos y compasivos que se echan por pena con el recién abandonado) dice, que las que afectan a la salud como la dichosa homeopatía sí deben controlarse porque puede causar graves daños a la gente, él no lo dijo pero yo añado, subnormal y gilipollas, que cambie la medicina tradicional, ¡científica!, por "medicinas alternativas" ineficientes y misteriosas. No entraré en su capacidad prolífica y patológica de fabricar eufemismos perjudiciales. Ocultan realidades terribles: mentes arrasadas, moralidades arrabaleras, chusma fácilmente alienada para el mal y arrastrada a la violencia por cualquier tentación identitaria. Pero lo sorprendente viene, y es gravísimo, cuando el entrevistador le interpela con un gritito primitivo: "algunos grandes grupos de las redes sociales creen que la tierra es plana". Yo soy un firme partidario de impugnarlas y desprestigiarlas, desarticulando racionalmente su infecto discurso; no así el ministrote, que responde, aceptando pulpo, con total indiferencia y sin la precisión que requiere el enemigo: es algo folklórico y no tiene mayor importancia. O sea, la salud física y corporal sí importan, y la salud mental, intelectual y moral no? Tibio y balbuceante, el ministro es la viva representación de la frivolidad e irresponsabilidad congénitas de nuestra era: una época solipcista de aislamiento y monádica especialización en la que los científicos o técnicos desconocen las bases mínimas y fundamentales de la tradición crítica, el humanismo secular y la ilustración, y en la que la filosofía se ha entregado al veneno del irracionalismo, el historicismo, el anticientificismo y el relativismo totalizador y atroz de las menudencias posmodernas subvencionadas por el sistema público. Duque, en ese falaz gobierno del nuevo tiempo, ejemplifica la perfecta y viciosa era de la estupidez. Y puede estirarse todavía más el chicle: cuando las palabras pierden su integridad también lo hacen las ideas que expresan; y el monolito gubernamental, que no deja de decir trivialidades sonrojantes incluso para un tosco ingeniero, resulta que también es un astronauta; con el descrédito científico que a partir de ahora, arrugando el morro, debe producirnos tan vana y sobrevalorada profesión. Es sorprendente que un hombre que ha tenido, literalmente, el mundo a sus pies no llegue a controlar ni siquiera las ideas de su propia cabeza: no importa la libre e impune circulación de las mentiras, la imposición despótica del irracionalismo, la estafa pública de la propaganda y el comercio pseudocientífico, la supresión de la verdad y el desprecio al conocimiento, y la banalización de la libertad de expresión y culto, no, nada, Pedrito, ¡qué va!, tú tranquilo en el sillón ministerial, contestando como contestas, diría mamá.

 Si alguien conoce y tiene acceso al señor ministro recomiéndenle este sitio, aquí ensayo una posible respuesta ¡inmediata y aproximada! que podría ayudarle: " Los científicos y los filósofos tienden a tratar la superstición, la religión, la pseudociencia, la anticiencia y hasta el antihumanismo como basura inofensiva que queda lejos de su perímetro de acción moral e intelectual, fuera de su jurisdicción, en la tórrida urbanidad de la incivil sociedad, o incluso, como algo adecuado al consumo de evasión, diversión y entretenimiento en la sociedad de masas. Están demasiado preocupados, al modo narcisista, por sus propias investigaciones académicas como para molestarse a responder tales sinsentidos, como si una violación directa de la Razón y el Conocimiento, si así lo creyeran y considerasen, no les obligase inmediatamente, deontológicamente, a contestar. Además, en el espacio público, en el mismo lugar del crimen. Esta actitud es de lo más desafortunado. Y yo como ministro y primera autoridad pretendo invertir el rumbo, cambiar la dirección, detener la ignominia; para que la universidad española abandone su encierro ensimismado y su insolente arrogancia, y se digne a ejercer su función esencial: investigar, enseñar y exponer sus conocimientos públicamente, para someterlos a discusión pública, reflexión, crítica, refutación, difusión, revisión, en los distintos dispositivos socio-mediáticos de generalización, acreditación y supervisión del conocimiento. Y ello por las siguientes razones. Primero, la falsedad, la mentira, el engaño y la manipulación de las pseudociencias, del pensamiento mágico y mistificador, o fuerzas oscurantistas (Bunge) manifiestas o enmascaradas, no son mera basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarlas en algo útil: son estructuras de poder y sistemas de dominación social que el Estado debe controlar, limitar y eliminar si es necesario. Se trata de virus pseudointelectuales que pueden atacar a cualquiera, sea lego o científico, hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura hasta la autodestrucción, volverla contra lo mejor de sí misma, contra la ciencia, la filosofía, el humanismo secular (crítico) y la política ilustrada (emancipadora), es decir, todo aquello que habita en el horizonte de expectativas y que lucha contra lo que hace desgraciado al hombre. Segundo, no deben tratarse con la legitimidad de los fenómenos privados ni intentar justificarlos mediante los derechos de libertad civil o pública como una opción más de mercado entre otras, sino que, como enfermedades sociales y culturales, deben ser estudiadas y rechazadas con la metodología de las ciencias sociales y psicosociales, o con los aparatos críticos de la filosofía; utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura civilizada. Como ministro de ciencia y humanidades me comprometo a combatir la mentira, la irracionalidad, el despotismo de la ignorancia fomentada por el capitalismo salvaje, la necedad y la estulticia estructural del país. Y animo de un modo entusiasta y esperanzador a la ciudadanía a ser leales a su gobierno para colaborar en la conquista  plena de la libertad, la verdad y la felicidad públicas." Si así hablase el ministro, como legítimo representante del Estado, nosotros, los ciudadanos o individuos podríamos expresar, ya sea con más o menos acomodo e incomodidad con los parámetros institucionales o estatales, nuestras razones y argumentos, disonancias o directas impugnaciones del sistema. A su vez, se debería garantizar por la fuerza ¡sí! por la fuerza, la pasión independiente por el conocimiento (incluso al margen de la Industria cultural y la Academia de certamen) y el bello propósito colectivo (que podría establecerse y organizarse por el cooperativismo digital entre otros medios) de preservar la honesta y franca búsqueda de la verdad en una sociedad libre e igualitaria: desligando el capitalismo pseudocientífico y embrutecedor de la verdadera Ilustración y su posible causa emancipatoria (republicana), en lo intelectual y lo material.