sábado, 26 de septiembre de 2015

Dietario voluble (II)






Miércoles, 23/09/2015. Sillas templadas. 

En esta época hiperbólica y superlativa del engaño y la mentira, en que la pérdida de la metafísica como alta poesía en prosa, se ha sustituido por  prejuicios y axiomas culturales o antropológicos inquebrantables; y en la que, a mi modo de ver es lo más preocupante, el sentido común ha sido asimilado a la opinión dominante y hegemónica, en un alarde de fraternidad y falsa asimilación a la opinión pública; como si el sentido común fuese o hubiese sido mayoritario y no la excelsa virtud de una minoría anómala en los rebaños de los hombres y la historia. Leo en los ensayos de Adorno la legitimación de esos prejuicios. Al disolver la distinción - a veces maniquea lo admito, pero al fin y al cavo real - entre la opinión sana, normal, susceptible de ser correcta o falsa (basada en los resultados del sentido común), y la opinión patógena, necesariamente anormal, demencial y excéntrica: la propia de los integristas. Adorno identifica, en ese análisis en el que no distingue el lector lo descriptible de lo prescriptible, el todo social como el espacio en que los imposibles metafísicos se transforman en físicamente posibles, como en un mar de opiniones relativas en que la exigencia de la verdad y el conocimiento no tuvieran ninguna importancia para el mundo práctico; condenados al ostracismo de la episteme y la filosofía. Pues, lo que en sociedad se decide entre verdad y opinión, no es la evidencia, sino el poder, la voluntad de poder. El que impone la distinción entre lo normal y el delirio según el interés subjetivo: la medida de todas las cosas en el mundo pos-moderno (en sentido cronológico) de las ideologías, el mercado, las partitocracias y el fin de la historia. Para Adorno - a causa de no atender a lo superficial y engolarse en lo profundo y, a mi juicio, este es su mayor error - la opinión no puede curarse o arreglarse, no tiene solución, siempre es delirante por naturaleza. Sólo el pensamiento que pertenece a la filosofía, la negación de lo dado, puede paliar, nunca solucionar, en la praxis el problema de la opinión, evitando ese momento de pensar sin objeto, de ceder al "decir siempre algo" aunque sea en lo absurdo, o simple y llanamente reproducir la hipertrofia estructural de la realidad. La opinión es un reflejo o producto de la realidad en sí misma desordenada, contradictoria o patógena. Lo demencial está en la realidad, y el delirio de la opinión, sea como modo de ordenación o aprehensión del mundo, guía, modo de socialización y autoconservación, narcisismo o fetiche; proviene del extrañamiento del hombre hacia el mundo, de su demencial desencaje y heteronomía ontológica respecto a él. De ahí que Adorno llegue a decir que la opinión pública es equidistante y asimilable, en las sociedades de "libre expresión", a las predicciones astrológicas y los signos del zodiaco que ocupan nuestros periódicos y demás medios de comunicación. Al rumor, la locura colectiva y la superstición, como modos de sublimar el extrañamiento y desajuste en las sociedades colectivistas de la opinión pública. Precisamente esa libertad de escindir y alejar la opinión de la realidad, es la condición de posibilidad de la libertad de expresión. Al mismo tiempo que es su pena y condena, el precio a pagar bajo la forma de la tendencia más proclive al fascismo: el relativismo de los hechos y las opiniones gratuitas (en su doble sentido). 


A mi juicio, el mundo esta perfectamente ordenado, de lo contrario, nada podríamos decir ni hacer sobre él. Aunque la situación y distribución de ese orden nos parezca incómodo, pernicioso u hostil; nuestro desagrado y hastío hacia él nada tienen que ver con la herencia natural que de su estructura recibimos: ni buena ni mala, sino totalmente inerte e impasible respecto a nosotros. Su neutralidad e imparcialidad pueden parecer agresivas, su olvido e indiferencia la mayor de las ofensas; pero su condición real es "estar-ahí" sin más, permanecer, mantenerse y repetirse en su ser, sea contradictorio o no, y tender a temporalizar y espaciar al hombre, perdurando y reiterándose en cada una de sus metamorfosis. De todo ello, la contraposición orden/desorden me parece estéril, si pensamos que venimos al mundo cuando este ya está en marcha, con un "desorden" dado, que fuere como fuere lo tomaríamos como parámetro de nuestra existencia, como guía y estándar de lo real, como orden; cuyo antagonismo sólo sería un efecto literario para mantener vivo el lenitivo de la dialéctica. La opinión, por lo tanto, es un juicio de valor que debería apoyarse en algo distinto a ella, que la guiase y adecuase al ordenamiento del mundo: el sentido común. El sentido que ajustaba los otros sentidos del hombre, con sus sensaciones íntimamente privadas, en el mundo común, no patógeno ni demencial; al igual que la visión ajustaba al hombre en el mundo visible. Dirigido a la función de ordenar los sentidos para comprender las determinaciones del mundo y adecuarse a ellas; desde las cuales poder juzgar y valorar a través de la opinión. Adorno cae en ese nubiloso error de no distinguir el hecho de la capacidad de opinar, de la diversidad de opiniones concretas emitidas; igual que se diferencia el hecho natural de la facultad del lenguaje, del producto cultural y convencional de las lenguas. Sin necesidad de recurrir a la trampa del trapecista, y saltar de la política a la filosofía, sin atender a su discontinuidad y ruptura entre pensar y actuar; Adorno concibe la opinión y el sentido común como idénticos, como residuos y lenitivos del degradado y decadente mundo; hostil y paradójico en sí-mismo. Y no como actividades distintas, tan genuinas y singulares como el pensamiento crítico, negativo (que entiende el positivismo como la sumisión complaciente a los hechos, y la metafísica como la creación de ellos; de ahí que niegue tanto el sentido común siempre tan cercano a lo empírico, y la metafísica siempre tan omnipotente y despótica para la física del todo social); que al mismo tiempo son tan propias y enigmáticas del hombre como el movimiento y el erotismo. 








viernes, 25 de septiembre de 2015

Dietario voluble (I)





Lunes, 21/9/2015. Meditación que se torna advertencia.


<< El "Internet de las cosas" es un proceso en marcha del que, como de cualquier acontecimiento o serie de acontecimientos susceptible de ser modelizada, puede postularse un ideal regulativo que, rápidamente, se transforma en sueño al hipostatizarse por su uso ideológico y trocarse en pesadilla. Así, el propósito de interconectar los dispositivos mecánicos (y quizás incluso en un futuro los biológicos mediante la nanotecnología) ha dado origen a un horizonte del que ya se habla: la digitalización de lo real, la subsunción de lo real a lo digital. Un sueño que es, para algunos, sueño de dominación y para otros, los más, pesadilla de dominados.

Ahora bien, de la misma manera que el proceso de subsunción de lo real al capital descrito por Marx sigue en marcha y tras décadas sigue presentando lagunas, deficiencias, resistencias y vaivenes hasta el punto de que quepa más pensarlo como tendencia que no como realización integral y total, convendría aplicar las mismas reservas a ese escenario futuro dibujado de digitalización absoluta y no dejarse llevar por la dinámica sueño/pesadilla y entrar en su territorio de juego proclamando el apocalipsis o la utopía.


Gracias a lo que sea, como acostumbra a pasar, todo será menos ideal y más sórdido y, por supuesto, además fallará. >> 

  

(J.J. Sánchez; Bajo la Lluvia) 


Sin necesidad alguna de elogiar la cita pues, la claridad soberbia de su escritura - me recuerda a la sugestiva pero geométrica prosa de Weil - y su exactitud acaparadora, se bastan. Con un estilo de sobrio lenguaje contenido ausente de falsas metáforas que oscurecerían su franqueza, en el que la idea es acompañada por el estilo en su contundencia y moderación; no podríamos encontrar una advertencia razonada más adecuada, concisa y contemporánea a la tendencia más propia del hombre  (especialmente español) como animal poético: entender la historia (el tiempo) como tragedia. Convertir la historia en un baile de máscaras entre ídolos y víctimas, en una representación extra-terrenal del recuerdo y la memoria del origen como condena o salvación; proyectando sus subjetivos resultados a un futuro, siempre de incertidumbre y posibilidad, hipostasiado por un presente identificado con la fe en su fracaso y la victoria del pasado elaborado, en un juego de sustituciones metafóricas de la nada. El giro zambraniano es importante pues, acarrear a la historia con mayúsculas y vientre maternal las consecuencias negativas de la responsabilidad de nuestra ontología personal y nuestras acciones en la red infinita de relaciones, es pretender vaciar el mar con un rastrillo en un cubo de agua. La responsabilidad se disuelve y absuelve en lo contextual, pero se dibuja a pleno color y precisión en la persona, y paga la pena de la autonomía de la voluntad, que de serlo, es limitada. El hombre es la ratio de ese proceso de hipostización del tiempo contingente, distraído y personal, en un tiempo histórico, trágico, unitario, ascendente y sin fisuras con el que nos proyectamos hacia el futuro, más inmediato y cercano que nuestro presente. Así lo creyeron los personalistas (Ortega, Zambrano, J.Marías... ) de nuestra tradición, que engañados y engañando, dibujaron al hombre historizado como una proyección de la imaginación existencial de su fluida literatura: animal poético; más que como un animal climático de determinaciones sensuales. Inclinados claro está, a no entender que moverse por el tiempo histórico es como moverse físicamente por la vida, real y acabada; y no como proyección del llegar a ser. Tan tenaz en su pluralidad erótica y material que imposibilita su encarcelamiento binario en lo que el autor de la cita denomina, y nos advierte, dinámica de sueño/pesadilla, o territorio de juego entre el apocalipsis o la utopía. Caminos poéticos en los que si se adentra el hombre, irremediablemente se pierde en el vacío: "todo será menos ideal y más sórdido y, por supuesto, además fallará" concluye; conociendo la lógica del animal humano sin complejos metafísicos. Aplicar el escepticismo y esas reservas a los procesos o acontecimientos de lo real, que parece que lo acaparan en su totalidad y como absoluto, ya sea en la subsunción de lo real al capital, de lo real a la digitalización, al nacionalismo o la democracia (socialdemocracia o partitocracia); no es una coquetería del pensador que se aleja del mundo, sino la única forma ética y estética, decente y bella, de estar y actuar en el mundo al que, por otra parte, le somos totalmente ajenos e indiferentes. 












sábado, 19 de septiembre de 2015

El 27 Brumario del nacionalismo catalán





Parece ser, para algunos quizá demasiado optimistas, que el espectáculo circense y su administrada fiesta llegan a su cenit, al último vestigio de su luz crepuscular, para permanecer dormido, silenciado y reposado bajo el manto gris de la legalidad vigente. El derecho constitucional, en una democracia más que manoseada por propios y extraños, por sus mal avenidos aliados y sus declarados enemigos; parece haber infligido, deduzco por los sucesivos simulacros grotescos del Govern, más temor en las butacas secesionistas de la administración del que sus cantonales y comarcales componentes de la sociedad incivil pretenden reconocer. Pues estetizar la política, así lo demuestran las últimas Diadas, no es precisamente un acto de seguridad o formalidad democrática, una valiente esperanza en el discurso o la palabra ordenada del parlamentarismo, o la segura victoria de un pueblo en cuyo carácter se firma el destino de la libertad. Más bien, parece el único, y ya último, cartucho de un viejo y encasquillado revólver abandonado a su suerte en el desierto más árido de la incertidumbre. Un movimiento atávico y regresivo, hundido en la podredumbre moral y estética del ser que no reconoce ni su tiempo ni su espacio. Muy alejado de la verdadera ciudadanía ilustrada, a la que ni siquiera el taciturno Adorno renuncia en la tarea de descomponer toda estructura física o metafísica, poética, dada en el todo social. La teatralidad de la ensordecedora masa, mansamente agresiva, mórbida en el espectáculo e imposible de rehabilitar; que una vez más sale de acampada en plena ciudad, como ovejas por sus rediles, y permanece ciega ante la evidencia de la exigüidad y debilidad de su proyecto religioso, identificado hoy, con el metafórico y lírico Estado catalán de los últimos tiempos; parece haber estallado de entusiasmo, como en la fiesta nacional, para morir de cansancio como un morlaco en la plaza taurina de lo real. Más bien, la fragilidad indolente de la mente de esas figuras cómicas de lo civil, de la escopeta nacional, que confunden la política con el circo de lo teológico; no parece venir únicamente del control mediático o institucional, sino de la depurada y destilada condición de la frivolidad intelectual que produce la incapacidad de distinguir entre la diferencia humana o desigualdad natural, y lo que grotescamente llaman el "hecho diferencial"

Una de las mayores vergüenzas del nacionalismo, al margen de su déficit ético, quizás sea esa utilización barata del "hecho diferencial" como necesidad y pretexto de la "integración" cultura - R.S. Ferlosio contrapone cultura a ilustración, entendiendo la primera como ente de dominación y sumisión, y la segunda como una forma contra-cultural; la cultura carnívora que decía Marcuse. Un acto soberbio de elipsis étnica que oculta la ya olvidada, pero presente, figura del charnego agradecido (elíptico en este caso) que tanto se esfuerzan en ocultar, pero que revive como un eco eterno cada vez que algún nacionalista de lomo plateado moja sus labios para preguntar a un igual (un "extranjero español" según ellos) -¿pero te has integrado bien, no? Como si el burdo "hecho diferencial" demostrara algo más que su vaporosidad y su falsedad: el narcisismo de las diferencias, la autenticidad del pasado o la pertenencia a una tierra. Triste sujeto político que a todas luces es un imposible metafísico, una maldad de la irracionalidad, que cobra cuerpo y alma en la nueva lógica nacional catalana; en la que la "integración" supone la hipostasis de que aquello a lo que uno siente arraigo y pertenece le hace ser bueno y lo mejor; con derechos específicos e irreductibles. El uso tolerado y aceptado por todos de esa ridícula expresión (integración), convierte la sociedad, como decía Adorno, en opinión y locura: sencillamente fascismo. Ya sería hora de aceptar el giro arcadino, y reconocer que los ciudadanos catalanes, bombardeados mediáticamente tal vez con infinitas horas de propaganda y promesas, pero con autonomía; tienen igual o más responsabilidad en la decadencia de lo político (provocando el nacionalismo y sus opiniones patógenas, demenciales...) que la hoy, vapuleada y demagógicamente denostada clase política. Pues, los políticos no son nada distinto de la sociedad, nada ajeno o exterior a ella; son las vísceras de un mismo cuerpo, la imagen de las castas civiles, de los intereses individuales en el mundo del capital y la exposición más transparente de la apariencia del alma humana. 

 El problema no sólo consiste en la doctrina de los propios nacionalistas, sino en sus tibios y blandos enemigos, aquellos que deben jugar el papel de oposición democrática, mientras les hacen la cama y despejan el camino. Aquellos que desconocen, que el (des)proyecto secesionista no es la regla emancipadora, sino una excepción opresora en Europa; una mutación que hace complicado el cumplimiento de los principios evolutivos del resto de comunidades políticas o naciones "civilizadas" del continente. Que dificulta cualquier hipotético (parece que el capital no esta por la labor) proceso de reorganización o redefinición política y ética de la "gran comunidad". Para evitar la obviedad de su excepción, se inventan nuevas formas de negacionismo, no de sus tropelías, sino de su fracaso internacional o "causa global", aquello de resonancias tan conocidas: internacionalizar el conflicto. El hecho de no ser reconocidos como sujeto político ni por la constitución española, ni por el resto de Estados europeos, y la segura e inmediata expulsión de la UE; hace que mantengan una actitud de ignorancia e indiferencia respecto al tema; negando las más evidentes advertencias y pronósticos de los máximos representantes de la eurozona. Una doctrina: integración, y una estrategia: negacionismo y el uso de la razón de Estado para saltarse la ley y la democracia; que no podrían ser posibles sin aquella transfiguración del charnego combatiente al charnego agradecido, que tan vivamente representaba Vázquez Montalbán y su orgánico movimiento. Y que hoy, tantos y tantos, de distintos partidos ejercen con total complicidad. Pues el charnego agradecido no solo responde como mandarín, sino de una manera más lejana e indirecta; como todos aquellos hombres que rehúsan desembarazarse de una educación sentimental o una educación estética de izquierdas. Que les impide admitir dos hechos fundamentales: la diferencia entre "un" gobierno españolista, que tanto les repugna por su pasado, y "el Estado", inocente y neutral. Y la máxima coquetería del nacionalismo: ser producto del capitalismo y no su enemigo. Ser su fiel siervo y la antítesis necesaria de su dialéctica interna, que ejerce como contradicción productiva de su desarrollo, sin constituir ninguna hostilidad o agresión, sin ser su antagonismo o resistencia exterior, sino su acicate. Además consideran, aceptando toda la terminología y construcción nacionalista, que lo de "allí" es peor que lo de "aquí" (antagonismo absurdo, pues suprime la pluralidad que en ambas polarizaciones existe, y asume el "hecho diferencial"); elaborando y construyendo el presente de la misma manera que los nacionalistas construyen y elaboran el pasado: con engaños y trampas, con metáforas y mitos, con lírica y épica.  



viernes, 11 de septiembre de 2015

Extrañas coincidencias; siempre la metáfora...




<<Esta plañidería desatada en torno a la foto del cadáver del niño, y cuya peor y más inconcebible expresión es la viñeta de hoy del Roto (¡como si el niño no hubiera muerto!), ignora que la foto no tapa al resto de cadáveres, sino todo lo contrario: los ilumina. Los ilumina incluso para estos ciegos cuya mala fe ontológica y su estulticia progrezuela les impide comprender el mecanismo elemental de la sinécdoque.>>  (Arcadi Espada; 1714: Diario del año de la peste) 
¡Cierto! será que la llamada izquierda - Quintano (anarco-conservador) y del Pozo (conservador), entre otros, denominan así a la socialdemocracia boba-  de este país, es avezada en la metáfora y el exceso de elipsis mal empleadas, que impiden la adecuada explicación, mientras desconocen, con grotesca autocomplacencia, el mecanismo elemental de la sinécdoque; una  figura retórica exacta en filosofía y en las disciplinas afectadas de pensamiento, en sus más variadas y variopintas formas. Pues, el recurso retórico de tomar la parte por el todo: el objeto por la materia, la especie por el género, el hombre por la humanidad; es una técnica estética de fructíferos resultados, exquisita concreción abstracta y sencilla definición literaria. Algo que parecen haber olvidado, o quizá nunca supieron, esos intelectuales "orgánicos", venerados por el progresismo incivil y la propaganda socialdemócrata institucional, que representa El País: el diario del sistema - equidistante al mítico Pueblo (Emilio Romero) del sindicato vertical durante el franquismo -; que mantiene con sueldos excesivos y prestigio injustificado a personajes tan blandos, tibios y exiguos como El Roto. Pues, de sus juicios siempre universalmente imprecisos y vaporosamente abstractos, aunque eso sí, destilando estilo, se desprende aquello que acusaba Adorno de "arm chair thinking": 

<< El comportamiento de quien se sienta cómodamente en su sillón como un jubilado simpático y superfluo [...] Ese pensamiento hace  como si no tuviera un material [...] Hegel la denuncia como profundidad vacía. Al fin y al cabo la quimera del ser no cosificado ni estropeado por los objetos no es más que el reflejo del pensamiento formal e indeterminado. Esta quimera condena al pensamiento a ser una parodia del sabio que se mira el ombligo; el pensamiento filosófico queda a merced de un arcaísmo que al intentar salvarle al pensamiento filosófico su objeto específico, pierde el momento de la cosa, de lo no-idéntico. >> (Adorno; Crítica de la cultura y sociedad II)

El uso de metáforas, más afín a la pirotecnia de la hipérbole, sujeto a la sustitución por lo imaginario o la identificación en virtud de semejanzas o analogías sin conexión necesaria con un todo contextual; es contrario al vuelo raso de la sinécdoque, siempre lineal, y sus afines, que como la rectitud de la lógica metonimia, siempre contextual: esta sujeta a las relaciones de dependencia, causalidad, contigüidad y proximidad de todas sus sustituciones. Metaforizar con la ligereza de la escritura en el aire sobre asuntos humanos, de piel, ha sido el recurso fácil, y por eso mismo más adecuado, del espíritu leve de los periodistas gráficos, con palpito artístico y cabezas vacías, de egos exagerados y poca inteligencia. Ya conocemos el excesivo gusto del Roto por los recursos literarios superlativos aplicados en casos humanitarios, ceñidos estrictamente a lo real, y poco dados al fraseo con mayúsculas de sus viñetas; ya demasiado veneradas. Un problema no menor, pues el prestigio ideológico que mantienen sus adeptos, no permite ver la falsedad e indigencia de su trabajo moralizador, y la ignorancia profunda de la condición humana; exigible a todo observador "profesional" de la realidad. Desconoce los límites de la imaginación y la inteligencia humana, tan necesarios en su oficio artesanal, tanto como los suyos propios, mucho más nimios que la media.

Si el lenguaje es un juego de sustituciones e identidades, una superposición de afirmaciones y adecuaciones a lo "externo", a lo extralingüístico; decir, que la palabra es metafórica en sí misma, que órgano y función son lo mismo, como parecen entender muchos como El Roto; anula la posibilidad del lenguaje: expresar, no lo inexpresable o la alteridad del propio lenguaje (recurso de los malabaristas y trapecistas del pensamiento opinable, cada vez más próximos al misticismo que al ensayo), sino la mera identidad (aunque sea lo no-idéntico; aquí identidad juega el papel de cimiento, base o referencia). Lo meramente empírico y reconocible, lo que inevitablemente puede y debe decir todo lenguaje elemental; como el que se emplea en prensa escrita o gráfica. Esta misma concepción, la comparten los nacionalistas, ¡qué extraña coincidencia! que entienden la historia y la lengua, parafraseando a Borges, como la historia y la lengua de unas cuantas metáforas; o como la diversa entonación de algunas metáforas. Impidiendo la función esencial del lenguaje, hablar del mundo y adecuarse a él, desposeído de la cantinela subjetiva. Parece que los nacionalistas y los viejos progres ( una "gaucho divine"), cada vez más posmodernos, opinables, relativos y plásticos, coinciden en el olvido ocasional y abandono voluntario de la realidad; pues, cómo construir un narcisismo de las diferencias sin asestar un arbitrario golpe a la totalidad. Sus armas: la metáfora (hiperbólica) y la elipsis crónica... Que inevitablemente conducen a la ambigüedad, la confusión y la falsedad; y que evidentemente esconden intereses ideológicos ilegítimos, por inmorales. 


PD: Lean El correo catalán para gozo de plañideras y llorones.


domingo, 6 de septiembre de 2015

De niños y Plañideras




Según dicen las voces de los ínferos, las cantinelas hipócritas del periodismo pixelado y el cínico sollozo socialdemócrata, la foto que ha conmocionado a Europa, la libre y culpable Europa (unión inexorable), la protagoniza un frágil cuerpecito de niño golpeado por las olas y aturdido por miradas ajenas. Algunos dicen que Aylan Kurdi, así se llamaba el niño transfigurado teológicamente en la nueva joya de la expiación europea - un niño muerto tendido en la playa de Bodrum, que viajaba en una embarcación que naufragó cuando se dirigía a la isla griega de Kos-,  ha servido de espejo hiperbólico en el cual, la autoconciencia europea, opulenta y satisfecha, miraba su propio y verdadero rostro; el perverso. Su talón de Aquiles. Su hipocresía soterrada bajo el manto tejido de ficción ilustrada, hilado de falsas esperanzas de progreso, libertad y de paz. ¡El fracaso de Europa! decían. Un relato que, como gallinas enjauladas, han cacareado voceros de papel mojado, siervos del Star-system y demás maestros de artes escatológicas y variedades anímicas. Pues, como siempre, el periodismo ha rehusado su función hiperrealista de revulsivo social, de basurero, de mostrar lo real en su descarnada y abierta forma anti-estética: una víctima más, de tamaño reducido y formas redondeadas, piel lechona y pelo polvo, producto de la contingencia en el mundo, yace tendido en la playa, nada más y nada menos. Una imagen anti-estética, más cercana, propia y exacta a la observación plana y cuidadosa de Pla; y lejana a la imaginación del siempre excesivo, ajeno y exagerado hombre medio; morboso, estereotipado y aparentemente moral. 

Bajo la excusa de "no herir sensibilidades" algunos periodistas abrían el socorrido y desvergonzado debate sobre la publicación o no de la lacrimógena fotografía; cuando el periodismo, como bien dice Arcadi, está para herir sensibilidades, rizar los pelos y describir incluso lo más inhumano e inenarrable de nuestro ser de la forma más geométrica, sin ebulliciones. Obligando como en un automatismo brutal pero inocente, frío como el acero, a publicar todo lo relevante, sea de la condición gástrica que sea. Los más pusilánimes, progres de salón, apostaban por la culpabilidad encubierta, solucionando el problema con el injusto término medio (que decía Vázquez Montalbán) de pixelar el rostro del niño. -Borrar la cara de un niño muerto es una operación realmente extravagante, que parece anticipar la obra del tiempo; dice Arcadi. Como si borrar u ocultar la huella más amarga de la muerte, fuera a devolver la radical inocencia y candidez de los niños en este mundo, como si el golpe de un rostro infantil desfallecido en la arena, no nos fuera igualmente efímero, indiferente y distraído, como el último sucio braguetazo de la rubia más tetona y encorsetada. Quizá pretendan vestir de un modo ridículo el contexto de la fotografía, falseando su color y aroma, de la misma manera que visten, adulteran, como muñecos de feria el cuerpo, olor y carácter salvaje de los niños; cosméticamente cultural pero sustancialmente natural. Su olor y tacto desagrada a cualquier adulto, no recuerda a pieles iguales o cuerpos eróticos; sólo agrada a pedófilos, de ahí las sales y polvos que les echamos. Quizá el debate debería estar entre: publicar el infanticidio gráfico y asumir el error de hipertrofiar la realidad con fingidos cul de sac metafísicos, aporías ontológicas, más decorativas que reales -que le sucederán inevitablemente en las sociedad de expresión, de opinión pública (opinión y locura)-, sobre las fuentes esenciales de Europa y su sangrante contradicción práctica. O no publicar las fotografías que reflejen la debilidad de la condición humana y su maternal inclinación, para olvidar de una vez, la puerilidad que impone la aplastante mayoría. A la que por desgracia, y con provocador orgullo y pavoroso descaro, sucumbe el periodismo en sus deseos y aspiraciones, gustos y anhelos, sin oponer resistencia al relato mítico que imponen los colectivos. Cuando más de dos hombres se juntan, la fantasía supera la realidad; sucumben a la promesa del ensueño, la utopía y el endiosamiento: el ensimismamiento (Zambrano). 

Lo cierto es, que cuando una fotografía pierde el cálido encanto de lo familiar o lo individualizado (ese momento minoritario contra la mayoría) propio de las páginas de interior; y se transmuta en la oficiosa oficialidad de lo público, de la portada, la representación mediática de la realidad, se hipertrofia. Abriendo así las puertas a la frivolidad y la impertinencia legítimas, a la indiscreción del humor, al navajeo de la causa ideológica o el desprecio e indiferencia por lo humano, derivado de prejuicios metafísicos; gratuitos en el presente, pero justificados por la azarosa historia. Se abre, en definitiva, la puerta al Mito (lo contrario de la historia según Adorno): narración circular trágica (búsqueda del reconocimiento y el sentido) que busca la autenticidad y el origen; no la comprensión o explicación del acontecimiento. Así el debate, repito, debería vascular entre publicar la foto y asumir la única dimensión del discurso: la autenticidad y esencia de nuestra Europa simbolizada en la metáfora, o no tan metáfora, del niño de la playa; o no publicarla (en portada) y dedicarse otros menesteres... Tales como los que Raúl del Pozo describía en su artículo  - Los periódicos no sólo escondían en sus páginas el pedernal con la chispa de las revoluciones, sino ofrecían páginas en las que los lectores buscaban las farmacias de guardia, los crucigramas, las bodas, las frases de la luna, la amenaza de las tormentas, los crímenes por amor, los premios de lotería y los obituarios. La prensa, los papeles, eran una prolongación del cuerpo, de la casa, de la vida... Casi todo lo que han pensado ciudadanos en tres siglos -Voltaire, Marx, Ortega- se publicó en los periódicos [...] Leer periódicos es un vicio del hombre libre. Se dijo que el periodismo saltó desde las imprentas de la Enciclopedia y se mezcló con los cardos y los borrachos en las calles [...] (Escribir en el aire; EL MUNDO).