miércoles, 9 de julio de 2014

Breve historia de la fotografía en Benjamin





Breve historia de la fotografía 

Estableceré una exposición que pivotará sobre los temas e ideas siguientes que considero esenciales y cruciales en el ensayo de Benjamin de 1931 sobre la fotografía:  1) Aproximación general a la idea de fotografía (forma y contendido consustanciales); 2); Atget y el surrealismo (fotografía constructiva) contra la fotografía “creativa”; 3) La noción de “aura” y su pérdida en la reproductibilidad.

La fotografía en Benjamin, desde sus inicios en 1826 - y los primeros doguerotipos en 1838 - hasta 1850, propone algo singular y áurico. Para mostrarlo, Benjamin toma como ejemplos varias fotografías emblemáticas como la “Pescadora de Newhaven[1], “El cementerio de Greyfriars[2]”, las fotografías de Karl Blossfeldt, las fotografías del surrealismo de Atget, o Sanders entre otros (…) que no son mero testimonio artístico o fotografía comercial retratista, sino que en ellas hay algo que el silencio no puede callar, algo que reclama sin voz; y no es otra cosa que la búsqueda de el mínimo detalle de “azar”  y la perpetua construcción de la actualidad, del “aquí y ahora” como un eterno presente que refleja lo invisible del pasado para conocer el futuro. La fotografía es la aparición de una nueva técnica de representación o reflejo de la realidad, es el espacio de las imágenes y el olvido de cuerpos y de situaciones (en el caso de la fotografía creativa), aunque como hecho empírico, su contenido, no es ni bueno ni perjudicial de por sí, independientemente de la forma estética que adopte, sino que depende de la relación del fotógrafo con su material (su objeto) y su relación con los medios técnicos de producción fotográficos. Puesto que a partir de 1880 el paradigma o forma estética cambia totalmente, constituyendo un contenido político totalmente distinto. Así que Benjamin apuesta por un tipo de fotografía (constructiva) como el que se pagaba por la unión soviética y el cine ruso. En  el ejemplo de la “Pescadora de Newhaven” se refleja el carácter mistérico, impenetrable, anómalo y contra-cotidiano de una realidad revelada y mostrada más allá de los macro-relatos, sino como micro-relato de una realidad en la que se perciben las cosas pequeñas como las cosas perdidas y olvidadas, renunciadas y esclavizadas. Entonces, la fotografía surrealista es la recuperación de las pequeñas cosas perdidas, la constatación en imagen de lo impenetrable de lo cotidiano y a su vez, es análogo al momento dialéctico en que se invierten los polos y se produce la distancia crítica necesaria para le revelación ( o interpretación crítica). Un intento de perdurabilidad y durabilidad del instante del presente, del momento, como una forma de conocer el acontecimiento; de la misma manera que en el teatro épico de Brech se buscaba interrumpir la acción para mostrar la situación, la fotografía surrealista en Atget especialmente (constructiva), pretende mostrar situaciones, como captación del instante de revelación de la verdad de la realidad del presente, del momento de actualidad; vinculado a su vez, a contenidos o causas revolucionarios o materializaciones de conciencias colectivas, empíricas y proletarias.

 Frente este tipo de fotografía constructiva como experimento y aprendizaje que en la unión soviética se venía empleando, se contrapone a la fotografía “creativa”, la fotografía de retratos comerciales, en que se hace presente la pérdida del aura, la pérdida de la colectividad y la búsqueda del individuo y la supresión de las circusntancias y el contexto. Conformando un plano o una escena artificial en que nada de lo real se descubre, sino que meramente aparece el individuo como la renuncia a la verdadera figura humana, el contexto y los paisajes sólo se manifiestan al fotógrafo de manera anónima, es decir de manera idéntica (todo igual). El retrato comercial busca lo siempre igual, lo idéntico y el individuo sin nombre, no dejando mostrar nada verdaderamente propio del instante. La no revelación de lo anónimo, de lo que no posee identidad y de lo pequeño, es sustituido por la transmisión de una ideología, de una forma político-social burguesa y opresora, que oculta la realidad bajo una falsa luz y un decorado ficticio y artificial. En este momento (1880) se produce la aparición del álbum, del retrato familiar o individual, que renunciaba verdaderamente al colectivo, a la construcción de un colectivo que debía ser el contenido político de la fotografía surrealista, forma estética idónea, que proporcionaba las condiciones y las posibilidades necesarias para generar esa tarea de conciencia revolucionaria.

Atget fue el primero en desinfectar la atmósfera sofocante del retrato comercial, buscaba lo que se pierde, lo que se esconde y no es revelado como objeto de su fotografía, de ahí que sus imágenes contradicen y se oponen a la imagen luminosa, exótica y romántica que se llevaba por la época comercial. Lo que pretendía, era la finalidad de todo surrealista, crear una distancia saludable entre el hombre y su entorno sin perderlo de vista, sin suprimirlo o eliminarlo, manteniéndolo en una distancia crítica, y lo conseguía mediante lo que llamaba la “fotografía vacía”, fotografía de las cosas pequeñas y cotidianas. Si no se consigue dicho objetivo, la fotografía corre el peligro de convertirse en decorativa, en producto comercial, en álbum doméstico y propio de toda experiencia familiar y urbana. Desnaturalizando su forma estética y su contenido político; que Atget, Sanders, o Hill fueron capaces de otorgarle a una nueva técnica estética de fijación objetiva de la realidad. Si la fotografía se emancipa (de su contenido) del contexto político, social, fisionómico y científico al que pertenece y debe estar íntimamente ligada por su forma estética, se convierte en la fotografía comercial y creativa que hace desaparecer a su objeto real de revelación, convirtiéndose en fetiche y por lo tanto produciendo tabús, que son todas esas cosas que integran o conforman la “moda” o la “tendencia”. Lo que no está reflejado en sus álbumes o por su luz, es aquello expulsable, deleznable, delírico y patológico que no hay que revelar, que no forma parte de la verdad del mundo; de ese modo, podmemos decir que la fotografía retratista o creativa, no forma parte de esa triple conexión mal articulada ami juicio, de las formas estéticas como determinantes de las formas "epistemologico-polítcas". La fotografía debe ser capaz de demostrar el complejo entramado de relaciones humanas y no enunciarse ante su propia comercialización y su carácter de fetiche; antes que su contenido de conocimiento, antes que su condición revelación de verdad. La verdadera cara de esa fotografía creativa, son los “anuncios publicitarios” mientras que la cara de la fotografía constructiva (propia de la URSS) es el des-enmascaramiento de la construcción cognitivo-político-estética en la sociedad.

El tema del aura, ya para terminar, constituye el núcleo de la estética benjaminiana; dicha noción que atraviesa toda su obra, implícita o explícitamente, es la particular trama de espacio-tiempo, la irrepetible aparición de una lejanía, un “fundir” el momento y el instante del arte con su aparición (plasmación o creación) sintetizar la esencia del momento en que algo se hace arte. Por ejemplo el respirar el “aura”  de esas montañas y de esas ramas, cuando se fotografiaron o pintaron (…) o la presencia espectral de la propia humanidad, como la fotografía de Schopenhauer agarrándose en su sillón, que transmite la revelación de su unicidad y durabilidad como imagen y cuerpo reconciliados, igualmente con toda la de la humanidad. Existe hoy día una propensión a acercar las cosas (acercar las cosas a las masas), tan apasionada y desproporcionada como la de deshacer la “unicidad” de las cosas mediante su reproducción, a causa de la necesidad de acercarse todo lo posible al objeto en la imagen, en su imagen reproducida, en su copia. La durabilidad y la unicidad están tan imbricadas y ligadas en la imagen, como la fugacidad y la reproductibilidad lo están en la copia. Desposeer su aureola y destruir el aura de cada objeto es la marca de la percepción cognitiva cuyo sentido de lo “igual” y de lo “idéntico” se ha desarrollado de tal modo que pretende abarcar mediante su reproductibilidad aquello que es único e irrepetible, que le asigna una idiosincrasia de no-identidad con nada, de creación nueva que se introduce en el mundo como imagen reconciliada con el cuerpo, insustituible e irreductible a cualquier otra. La concepción del aura es pues de no-identidad con las demás cosas, con lo que no es igual, y una identidad en la contradicción. Aunque en Adorno, dicho principio del aura, no puede ser más que negativo en su exterioridad, pero no en su interioridad, es decir, su oposición será en forma de contradicción social, con relación a los otros, al todo social, pero cabe demandar una relación negativa con su propio derecho a existir, con su propia autonomía, y por lo tanto una contradicción interna, quizás el momento dialéctico en benjamín quede frustrado por su pretensión de dar en positivo un resultado acabado, cerrado y total a las formas estéticas fotográficas (constructivas o surrealistas). De todas maneras, se consigue en esencia: la idea de unicidad aunque sea en negatividad con lo “otro” (también internamente con sigo misma),  y de durabilidad de la obra de arte como su recorrido autónomo por la realidad revelada como mundo verdadero (la totalidad de lo real); ideas que tanto pueden compartir Adorno como Benjamin. 



[1] David Octavius Hill: “Newhaven fishwifw” 1840
[2] David Octavius Hill: “Greyfriars Kirk”, Edimburgo 1848



domingo, 6 de julio de 2014

El rostro de Jano en Benjamin o "El autor como productor".



La construcción dialéctica de una mitología revolucionaria

En un ensayo sobre Kafka, Benjamin distinguía entre los polos de  naturaleza empírica y la sobrenatural, polos ambos de lo que sería un materialismo y una  teología respectivamente, queriendo hacer ver que los polos en él, estaban reflejados en abismos de trascendencia en la inmanencia de la cosa concreta. Entonces Benjamin interpretaba, que los animales en la obra de Kafka eran “receptáculos de lo olvidado”, aquello inaccesible por el sentido común y la coherencia de la descripción "positiva", lo que pertenecía  a lo sobrenatural, y en ellos se reflejaba la imagen del hombre alienado frente a la naturaleza; entendiendo a su vez que el propio cuerpo es la naturaleza más olvidada, producto de nuestras alienaciones sucesivas en el mundo contemporáneo. Así pues, vemos como Kafka dentro de sus composiciones narrativas, que realmente son obras estéticas, se oculta un marco de interpretación materialista y de lenguaje esotérico con elementos teológicos (que Benjamin identifica como comunes en ambos), que para la posterior crítica de Adorno, serían puntos débiles en la interpretación de Benjamin sobre Kafka.

Adorno entendía que debía encontrar un equilibrio “cabalmente dialéctico” en sus interpretaciones sobre obras de “arte”, sobre narraciones y trabajos literarios, encontrando más que una teología en sí, simple y plana, debía encontrar la posibilidad de la indeterminación e inconmensurabilidad de la realidad y sus elementos, esto es, una forma de teología negativa secularizada. Las nebulosas oscuras de los textos de Kafka debían ser interpretados dialécticamente y no con el burdo y basto materialismo vulgar, nominalista y de  teología positiva, ya que tales elementos convertían la supuesta dialéctica benjaminiana en un “flash de luz” una revelación mística, viendo también elementos distorsionantes del  teatro épico de Brecht. No sólo en este trabajo de Benjamin encontramos esta doble cara (entre teología-sobrenaturaleza y materialismo-naturaleza), esta polaridad, representada como las dos caras del Dios Jano; sino que lo vemos particularmente en un texto muy conocido, “el autor como productor” en que se sostiene la tesis de que la validez estética es el criterio de validez política, e incluso va más allá conectando el ímpetu del trabajo de producción literaria con el de solidaridad proletaria, puesto que la escritura suponía la superación de de la distinción entre trabajo manual e intelectual. Este elemento también se encuentra en el teatro épico de Brecht, en que la escritura y el trabajo del escritor consistían en la necesidad de reformular las técnicas de producción literaria transformando los valores de uso burgués, en valores de uso “revolucionario”. El escritor era concebido como técnico, como un productor, un artesano, un ingeniero que consideraba su tarea de adaptar el aparato de producción literaria para los fines de la revolución proletaria. He establecido los siguientes puntos temáticos que a mi juicio ciñen el campo y sistematizan el problema estético-político en Benjamin, enumero pues las ideas[1]: 1) La forma estética como determinación de la forma (contenidos) política; 2) La técnica como el momento dialéctico entre tendencia política y calidad literaria (entre forma y contenido); 3) El periódico como la refundición de las formas y la aparición del autor como productor;  4) El teatro épico de Brech como la tarea del escritor. 

En el texto se recuerda que en la actualidad se vuelve a plantear el derecho a existir y su autonomía de los poetas (escritores), su derecho a escribir libremente[2], de igual manera que antaño se hizo con la expulsión de la comunidad perfecta de los poetas, expulsión de la ciudad en la República (Estado) de Platón. Puesto que en la actualidad, los escritores no saben qué lugar ocupan en la red de relaciones sociales de producción, no logran constituir una conciencia (de clase) material de su posición en los medios de producción, polos que mueven la historia y conforman la realidad empírica existente del presente. Benjamin recupera la distinción clásica entre forma y contenido, pero encuentra estéril el plantearlo como siempre se ha hecho, de esta manera, opta por distinguir dos dicotomías que el escritor busca y persigue; estas son, por un lado la voluntad de estilo, la búsqueda de la perfección y la calidad literaria y por otro sea consciente o no, una inscripción en una tendencia política. En tanto que individuos establecidos e inscritos en sociedad, ocupan un lugar en los medios de producción, dependen de ellos, y por lo tanto, toda escritura defiende unos intereses de clase, manifestados o no, conscientes o no. Por eso, se pretende establecer una polaridad, una relación contrapuesta entre tendencia política y calidad literaria, ya que siempre se habían pensado como independientes, cerrados uno del otro, y lejanos; pero Benjamin recupera dichas categorías y las contrapone, afirmando que existe una relación de mutua determinación y que la tendencia correcta de una obra literaria, sólo puede ser correcta en lo político, si lo es también en lo literario, entonces, la tendencia política o forma política, está incluida o implicada en una tendencia literaria que constituye la calidad literaria. Por lo tanto, todo escritor debe ser consciente del lugar que ocupa en las relaciones de fuerzas productivas, sabiendo como presupuesto, que toda forma estética determina o es determinada por las formas políticas en una relación materialista; dialéctica.

El medio para conocer la determinación o relación entre contenido y forma, es decir, entre tendencia política y calidad literaria, son las condiciones técnicas, el desarrollo técnico, esto corresponde a contestarnos, no por qué posición ocupa la obra escritural dentro de las relaciones productivas, sino “cómo está en ellas”,  por la función de esa obra dentro de las fuerzas de producción. Nos referimos entonces a la “técnica” literaria de las obras, y la técnica productiva en sí; de modo, que con la noción de “técnica” es factible un análisis materialista (científico) que de otra forma no sería posible. Al mismo tiempo que la técnica representa el momento dialéctico de esta contraposición tendencia-calidad, Benjamin sostiene que nos encontramos en un “proceso de re-fundición de formas” literarias y políticas, de modo que muchas categorías y contraposiciones que usamos para pensar perderían su fuerza y sentido si se fundiesen o disolvieran, si simplemente cambiasen. La materialización de la re-fundición, y el ejemplo empírico que lo muestra, es el “periódico”  como eje de la esterilidad y falta de negatividad de las contraposiciones y de toda superación o reconciliación posibles de estas polaridades. El periódico es un producto escritural y textual en el que se niegan las formas literarias, puesto que no persiste ninguna por su genio, sino por el interés, voluntad o impaciencia impuesta por el lector, que será el que determine la forma “literaria” escritural, de calidad y tendencia del periódico. Puesto que las formas se difuminan porque se popularizan, porque se “democratizan” y dependen de la voluntad y las intencionalidades, no de la objetividad de la revelación de la verdad. Se suprime la idea de obra única, irrepetible y “áurica” generada en el proceso de escritura, y se concibe como lo que es en la realidad fáctica: un producto de consumo, un producto de escritura en que desaparece la distinción clásica entre autor y lector, desde el momento en que se dedica y otorga un espacio de lo que hoy llamaríamos “cartas al director”. Un espacio donde se fusionan los polos: público y escritor, donde se supera la distinción entre trabajo intelectual y manual,  en que ya no es necesario tener una preparación específica, una formación o experiencia de profesionalidad como escritor, sino que cualquiera puede escribir y pensar, reflexionar y producir textualidad que se distribuirá en forma de periódico por el “todo social”.

 Así pues el lector es colaborador necesario, y la forma del periódico variara según la impaciencia impuesta por el “lector”, o mejor dicho, el todo social (opinión pública). El trabajo toma la palabra, y no la palabra el trabajo, puesto que siempre la palabra a permanecido bajo el subyugo burgués; la transformación de la especialización o formación intelectual del escritor se torna una “politécnica” (bien común) que produce el “autor como productor”, cuyo problema no reside en su condición técnica, sino en su mal uso desde el poder o la dominación burguesa. Puesto que el autor como artesano o productor, formalmente comparte una solidaridad con el proletariado, con la conciencia colectiva empírica, siempre que repare en ello. Benjamín pues, pretende describir la situación, y encuentra un apoyo en el autor como productor, apoyado así en la unión Soviética, que es su reflejo y es citada en numerables ocasiones por el filósofo alemán. Pero al mismo tiempo que existe un punto a favor de entender el autor como productor, que es su solidaridad y mimesis proletaria, existe también el fenómeno de la masificación y popularización inconveniente de aquellos agentes no solidarios con la causa revolucionaria a causa de su inconsciencia material. Por último, conectamos esta idea, con la pregunta por la tarea del escritor, ya que este debe conocer y saberse a sí mismo dentro de unas relaciones productivas motoras de la historia. Dicha tarea del escritor es su activismo y compromiso revolucionario, que sólo puede efectuarse mediante la forma estética oportuna, cuyo ejemplo reside, según detecta Benjamin, en el teatro épico de Brech”. Este teatro, consiste en contraponer los elementos clásicos del teatro tradicional, según un procedimiento técnico impropio del teatro hasta ahora, que no es otro, que la técnica demontajedel cine, la fotografía y la radio, usando su lógica y sus sistema de narrar el acontecimiento, consiguiendo así modificar desde el interior el propio teatro.

El teatro épico de Brech reniega de grandes montajes, maquinarias y sutilezas varias en la acción, y recupera el estrado como único escenario, haciendo gala de su magna modestia y austeridad; acaba con la finalidad del mecanismo del “shock” y el estímulo de la narración para entretener, distorsionar y dispersar la percepción. Suprime y elimina las acciones, para presentar “situaciones” que son la limitación de la acción, solo posible mediante la “interrupción” (de la acción), interrupción que es introducida por la técnica de montaje cinematográfico, pero que consigue precisamente no entretener y dispersar al sujeto en una narración continua, sino presentar situaciones, como espacio de revelaciones de nuestra realidad y situación material. Diferencia esencial, puesto que el teatro hasta entonces se dedicaba a reflejar, y ahora se trata de revelar o descubrir situaciones. La desaparición de la distinción entre, actor-público, actor-personaje, director-actor y director-público, conducen a una interpretación obligada por parte de todos los participantes y colaboradores del teatro épico, de tal modo que cada cual toma partido y se compromete. El actor y el público toman partido por un personaje (…) y se interpreta como una toma de posición revolucionaria, puesto que se pretende revertir una realidad dada que se descubre. Brech pretende transformar los métodos de montaje como escombros de una técnica burguesa que deben servir para la revolución y la construcción de una mitología proletaria y una conciencia materialista; pretende que dejen de ser mecanismos y procedimientos de modas y pasen a ser el dispositivo técnico de un nuevo orden, que sirvan para invertir la realidad y revelar la verdad de la realidad social. Presentando al hombre de hoy como el centro de sus obras, el ser humano actualizado como esencia del teatro épico,  que le aparta de la cotidianidad y la normalidad de la realidad establecida, de la macro experiencia de la urbanidad hegemónica, y la imagen de lo inmediatamente dado, para dar paso a las situaciones como espacios de revelación de la verdad. Al distanciar al hombre de sus condiciones dadas, le obliga a reflexionar para encontrarse de nuevo, le obliga a interpretar y a contraponer antagonismos, y a reconciliar lo que puede superarse, para a su vez, superar la macro realidad y solidarizarse con la micro realidad y el proletariado.

Adorno le acusará de incapacidad crítica, puesto que la mera enumeración de polos opuestos, y su  mera yuxtaposición no eran suficientes para construir un aparato crítico, necesitaba de un movimiento dialéctico y un intento de revitalización de la absoluta negatividad del sujeto, para argumentar críticamente y actualizar, esto es, efectualizar su discurso que mostrará verdaderamente el movimiento social de la contradicción, de lo contradictorio, de lo que Benjamin en respuesta: “se declaró incapaz”. Para Adorno la inclusión de la teología negativa (secularización) reforzaría el marxismo entendido no como materialismo vulgar, sino dialéctico y negativo. Benjamin llegó a declarar que poseyendo los dos polos, los dos extremos del arco, se veía incapaz de establecer un puente entre ellos. Otra de las interpelaciones de Adorno, consistía en advertir a Benjamin de que no debía subsumir el arte bajo nociones de “valor de uso” sea revolucionario, proletario etc. Que proporcionasen la constitución de un sujeto revolucionario colectivo, puesto que su carácter negativo y su constitutiva alteridad, esto es, carácter conflictivo y negador consigo mismo (su derecho a existir como arte mismo) y con la totalidad (el todo social) impedía e imposibilitaba cualquier prisión teórica o cualquier cuartel edificado en positivo. Y mucho menos permitían la intrusión de la estética en la praxis política, en el discurrir de la acción práctica empírica, meramente construir o constatar formas, sus límites y sus contradicciones productivas, pero no resolver o concluir problemas políticos “reales”, en el sentido de realpolitik ordinaria. Además enlazaba la idea de un sujeto revolucionario colectivo con un sueño utópico, entendiendo  que el sueño de la utopía se encontraba en Wagner. Adorno interpreta que en las óperas  Wagnerianas se encuentra no solo el sueño utópico, sino la “promesa” (compromiso con la realidad) de la utopía, que escondía y revertía en forma de ideología, que se volvía transparente como imagen invertida de la verdad social. Por lo tanto encontraba en la música wagneriana un motivo ideológico y la anticipación del fascismo.




[1] La exposición de estos puntos clave en el texto de Benjmain seguirán la misma lógica que en la reflexión sobre el modelo del surrealismo del capítulo anterior.
[2] No en un sentido de libertad negativa, sino en un sentido de libertad positiva, creadora y emancipadora, una noción de libertad ligada a la de acción como inicio de algo nuevo, de un comienzo incondicionado, de iniciar una sucesión de acontecimientos. 

sábado, 5 de julio de 2014

Walter Benjamin y el surrealismo como modelo estético




La experiencia del surrealismo y el hachís, como experiencia estética

Para definir de manera sólida, en qué consiste el modelo estético del surrealismo sostenido por Benjamin, es necesario demarcar el concepto de experiencia estética; concepto en tanto que idea a tratar y a interpretar sobre la realidad, sin olvidar que estamos tratando algo corporal, sustancial y material como es una experiencia estética, una articulación de formas y de relaciones entre imágenes y conceptos, entre sonidos (praxis musical) y lenguaje, medio de la interpretación filosófica, una relación en fin, entre sujeto y objeto. Como tal, debemos ser precisos y establecer una breve aproximación histórica, y destacar la distinción y diferenciación como demarcación disciplinaria, establecida tras la revolución newtoniana, esto es, la revolución científica del S.XVII, entre ciencia y arte. Hasta entonces, ambas pertenecían indistintas a la disciplina del saber. Adorno no aceptará dicha distinción puesto que no responde a una naturaleza interna o a una razón ontológica, sino a un hecho histórico o a una necesidad de época histórica. En el S.XVII se relacionó el arte con la ficción, lo imaginario, la representación irreal, con la ensoñación o una forma de transportar o ejemplificar la belleza. La ciencia por el contrario, se entendía como la racionalidad, como la disciplina de las “verdades empíricas”, como la descripción objetiva de la realidad, aquello único que podía aportar conocimiento y que por lo tanto, poseía un valor de verdad.

La Ilustración opta por la ciencia y su irracional monopolización de la razón. Los filósofos desde entonces (con Platón se abrieron ya, los primeros vestigios del odio) serán hostiles al arte, lo verán como aquello inane que hay que evitar, como superfluo o no-cognitivo, como mera ficción, el arte así quedaba desprovisto de la secularización del “aura”[1], símbolo de la teología, y se consideraba mero instrumento o herramienta pedagógica, medio de persecución moral o plataforma, tras la revolución burguesa, de propaganda e instrumentalización política (lo podemos ver en Luckacs o Brecht). Por otra parte, el Romanticismo del S.XIX exaltó y concibió el arte como forma de verdad por derecho propio, como una disciplina que descifra su propio contenido de verdad, pero aceptando la distinción entre razón (ciencia) y arte (irracionalismo y onírico); glorificando la música según la perspectiva de Schopenhauer y Wagner, como expresión de la “voluntad subjetiva” irracional y portadora  de una verdad distinta de la ciencia. Por el contrario, Adorno no aceptó ni las tesis ilustradas ni las románticas, ambas fueron duramente criticadas, puesto que no aceptaba dócil y servilmente tales distinciones y clasificaciones entre racionalidad como monopolio de la ciencia y el irracionalismo como patrimonio de la música[2]. Sino que concibe el arte como una forma de conocimiento con su propia y particular racionalidad, que revela su propio contenido de verdad, parcela o aspecto de la realidad inaccesible a la ciencia. Es decir, el  contenido de verdad del arte, o “el arte como verdad” es una dimensión que otros tipos de racionalidad no pueden colonizar, ni tan siquiera objetar, tan solo la filosofía como método dialéctico puede interpretar críticamente su contenido de verdad. Es más, apunta la experiencia estética como forma más adecuada de conocimiento, como forma más adecuada de revelar y desocultar la verdad, ya que en ella los dualismos y dicotomías entre sujeto y objeto, entre idea e imagen, naturaleza y historia,  y razón y experiencia, están interrelacionados y co-determinados entre ellos, están situados en una red de relaciones y condicionamientos, en una suerte de red de contraposiciones y antagonismos que los distorsiona internamente y en relación con lo exterior. Esto es tanto como decir que toda realidad contiene partes de idealidad, y toda idea contiene existencia empírica de realidad en ella misma. Todas estas polaridades están articuladas en un ámbito de negación, en que ninguna destaca o predomina por encima de la otra, en que ninguna condiciona sin ser condicionada, en que ninguna niega sin ser negada y se opone sin ser afirmada por su contrario, en que ninguna es por sí misma, sin su “otro” y su “otredad” revelada.

El artista, colaborador en la técnica que proporcionará la experiencia estética, no es el artista como genio romántico, sino como artesano: erigiéndose el conocimiento fuera del artista, no como emanación y fuente del “ego” (yo), sino como un potencial del objeto que estableciendo su relación con el sujeto actualiza su contenido (materialismo). Se hace pues manifiesto en Benjamin, por influencia directa de Adorno, que en la construcción artística hay descubrimiento y revelación secular de lo que él llamará “iluminación profana”[3], como designación de la revelación de la verdad, siguiendo una racionalidad y una lógica de formas propias; enfatizando por supuesto, su lado material y objetivo, su naturaleza extensa y sustancial, una pretensión más radicalmente presente en Benjamin, ya que la relaciona con las determinaciones materiales marxistas, más que con la pura teoría irreconciliable con lo real, como hacía Adorno. Enfatizando su carácter no-idéntico, no reductible al sujeto, se exalta al objeto y su sustrato material como la oposición esencial en la creación como método de conocimiento y descubrimiento, vinculado más con un artesano o un productor que trabaja con materia y objetos (cosas) y desprendiéndose del genio autosuficiente y trascendental. De ese modo Benjamin y Adorno, consiguen asemejar la metodología científica con la artística, estructuralmente objetual y material, aunque no reificadas o cosificadas en absoluto, puesto que es el proceso que criticarán.

La estética de Benjamin está inspirada por Schlegel y Novalis, atraído por la idea de que el acto de creación no es un momento originario y fundacional una vez para siempre, como un nacimiento o una creación divina de un producto acabado y cerrado, sino que la creación venía conectada con su interpretación, con su mediación crítica,  uniendo así el pensamiento como conciencia y el pensamiento crítico sobre el pensamiento, en tanto que autoconciencia. Sólo en la interpretación se construía la verdadera obra de arte, solo mediante la “crítica” reflexiva como mediación se actualizaba su potencialidad, su idea, o su espíritu si se prefiere. Como iba diciendo, la influencia de Schlegel era la convergencia del arte y la crítica con la filosofía, como momentos de una misma estética; y en Novalis vemos la pretensión de presentar la conexión entre arte y religión como trascendente, es decir, como revelación y manifestación de la verdad.

El modelo estético de Benjamin – dichas brevemente las dos influencias más importantes  - es el Surrealismo[4], ya que demostraba “la verdadera superación creativa de la iluminación religiosa” en su transformación secularizada de “iluminación profana” de alto contenido materialista. El Surrealismo podemos decir que fue publicitado (nacimiento público) por A.Breton en 1924, altamente influido por la Cábala, Freud y Marx entre otros (…) siendo incluso proclamada, en 1926, una íntima vinculación de solidaridad entre el movimiento artístico (filosófico en tanto que estético para Benjamin) y el partido comunista. La pretensión de Breton, del que tanto recogerá Benjamin - sus referencias a él son casi endiosadas -, era hacer un arte explosivo para romper el viejo mundo y cambiarlo por el nuevo (el pos-revolucionario); una intención de creación de antagónicos y contrarios que podría parecer dialéctica. Breton identificaba el progreso con la “ilimitada capacidad humana de rechazo”, viendo así, en el arte un conocimiento crítico que demandaba y comportaba necesariamente la “acción”, el actuar en el mundo, en tanto que rechazo de lo dado, y por lo tanto, transformación. Su meta última consistía en la reconciliación entre sueño y realidad -contrario a la idea burguesa de “l’art pour l’art” - en un tipo de realidad absoluta (su-realidad), esto es, incondicionada e “idéntica”[5]. En el terreno político, su propuesta política volitiva abogaba por una transformación de la sociedad a partir de los deseos humanos.

Tras contextualizar intelectualmente (influencias, aspiraciones y demás)  la propuesta del surrealismo como modelo, debemos ver cómo concretamente es explícita y expuesta esta perspectiva, adecuada para la experiencia estética. Así, qué mejor que desgranar con detalle el modelo de Benjamin desde su propia obra fragmentaria, esto es, su texto: “El surrealismo: la última instantánea de la intelectualidad Europea”: En el que nos centraremos en los cuatro puntos cardinales que vertebran la teoría estética del surrealismo como modelo estético; estos son[6]1) una definición general del surrealismo, desde su naturaleza artística como vanguardia y su condición política revolucionaria en la que encontraremos  ante qué se opone socio-políticamente; 2) La superación de la “iluminación divina (religiosa)” a partir de su conversión o secularización en “iluminación profana”; 3) La estructura dialéctica  del surrealismo tanto en su interior como en su praxis; 4) El mundo o espacio de las imágenes en una realidad de cuerpos y acciones.

El surrealismo tenía como eje central la causa de la emancipación, de la liberación absoluta de las determinaciones de dominación y poder, y buscaba la libertad política como idiosincrasia político-estética, como manifestación absoluta de su espíritu revolucionario y hostil ante lo dado. Esto es, la burguesía extremadamente susceptible ante la acción, estableciendo una sociedad en que no había lugar para el poeta o el artista, (en las novelas de Apollinaire, los poetas eran apaleados y los libros quemados) en que el mundo existente era el mundo a gran escala, la gran arquitectura, el genio del artista, “l’art pour l’art” (y no el artesano) la diosa razón, la estabilidad no dialéctica, la uniformidad burguesa de lo siempre idéntico, y en consecuencia, la normalización del poder y la dominación en ciertas clases sociales, ciertas posiciones materiales. En contraposición a esta sociedad burguesa contemplativa, se manifestaba lo revolucionario (el surrealismo) que combinaba perfectamente la acción política y la forma estética. El surrealismo pretendía “la superación” de la realidad existente, en una realidad absoluta y definitiva, siguiendo formas inspiradoras en el sueño como lo que destruye el umbral de la realidad dada. El uso de la imagen eclipsaba la posición del sentido en toda representación y diluía el “yo” en el sueño que difuminaba la individualidad burguesa en la embriaguez o iluminación profana. Sus textos o su forma artística, no son ni literatura, ni filosofía abstracta o sistémica, sino una “experiencia”. De ahí, que todas sus técnicas y mecanismos artísticos intenten reconciliar las imágenes con la corporeidad, con el ser humano material, para que no se pierda en el ego trascendental del idealismo. Pero la posición que paradójicamente los mueve a la acción, es su patente pesimismo, su nihilismo intrínseco, que les hace desconfiar en el destino de la libertad, de la literatura, la humanidad y el entendimiento entre pueblos, individuos y clases. Y precisamente como veremos más adelante, organizar el pesimismo para la acción e intentar reconciliar lo artístico y  lo socialmente opuesto, consiste en extraer y descubrir el espacio de las imágenes como un mundo que necesita la reconciliación con los cuerpos y la acción (correcta, es decir, revolucionaria).

Para la liberación y emancipación era necesaria la articulación de un seguido de elementos que establecían el camino o la condición necesaria y de posibilidad, aunque no suficiente, para la revelación de la verdad; es decir, la inversión de la iluminación religiosa, su secularización y transformación en “iluminación profana” que no era causada por los narcóticos o las drogas, sino que simplemente era una forma, más intensa que el mero sueño romántico, de alejarse y distanciarse de la realidad dada y aparente; dejar de fijarse en las imágenes sin cuerpo, en la imágenes de lo siempre idéntico, de lo macro, de lo grande y de lo burdamente y banalmente cotidiano y normalizado. Precisamente la revelación de la verdad tiene que producirse desde un distanciamiento de la realidad dada, y una hostilidad y rechazo de la misma, que a su vez conforma el primer momento dialéctico para llevar a cabo la articulación de las contradicciones y las oposiciones desde todos los puntos de  vista, desde todas las imágenes, cuerpos y partes de la realidad social, esto es, ya el propio proceso dialéctico. Como iba diciendo, la “iluminación profana” es esa revelación de la verdad, verdad que sólo puede alcanzarse bajo el previo distanciamiento de la realidad a través del estado de conciencia alterada que proporciona el hachís, el opio, o cualquier otro modo de embriaguez.

Los estados de embriaguez, no son asimilables a la revelación divina o religiosa, hasta que se produzca el momento estructural dialéctico del surrealismo, para superar la realidad en una síntesis absoluta (incondicionada y definitiva) revelando la verdad social, sólo revelable bajo formas y estructuras estéticas (y por lo tanto también formas de acción). La necesidad de la embriaguez como modo del distanciamiento crítico y pre-momento de la dialéctica, y posteriormente  de la “iluminación profana”, viene de la necesidad de fijarse y mirar todo aquello olvidado, aquello renunciado e invisible de nuestra realidad social, de las cosas pequeñas como recuperación de lo simbólico (micro) ocultadas tras las imágenes macro, viejas construcciones representantes del olvido y lo suprimible, viejas arquitecturas que ya no están en el orden de lo hegemónico (viejos trenes , fábricas, edificios etc.). Aquello marginal, excluido y expulsado, lo fronterizo y límite como condición para ver la totalidad, es decir desde todas las perspectivas y partes sociales. Así Benjamin, pretende colocar el sujeto dañado, el sujeto marginal y excluido, la cosa olvidada y pequeña, en los límites, en el límite fronterizo desde donde poder ver la totalidad, situación en los márgenes de la sociedad, en los escombros de la sociedad, único lugar desde donde se puede distanciar uno de lo “siempre idéntico”.

 Era la técnica surrealista que recataba y recogía, retratando, los objetos reales cotidianos y olvidados, en su forma material y existente, convirtiéndose la fantasía o lo onírico del surrealismo en el medio de exactitud, precisión y concreción en el análisis. Y sin embargo, estos objetos o cosas, eran transformados por el hecho de ser presentados como arte, donde aparecían en un “collage” de extremos remotos y antitéticos, representando prototipos de las imágenes dialécticas” de Benjamín. Los surrealistas (como modelo de la estética benjaminiana) iluminaban la verdad yuxtaponiendo y superponiendo “dos realidades distintas” – de la que surgía la “luz de las imágenes” - como el método de montaje en cine y en fotografía; ya que el cine permitía la sucesión y yuxtaposición de imágenes o planos contrapuestos o desconectados de su lógica interna, incluso disonantes. Como ejemplo del proceder dialéctico tenemos la reflexión de Benjamin acerca de las ciudades, ya que el rostro más surrealista es el rostro de las ciudades (un ejemplo es la “miseria” socio-arquitectónica con las cosas esclavizadas por las esclavizantes). La experiencia urbana se componía del “shock” o choque de fragmentos de collage que bombardeaban al sujeto y a sus sentidos, seleccionando los objetos materiales más pequeños de la existencia humana, lo perdido y oculto, lo renunciado y lo no revelado, como lo verdaderamente significativo en sociedad, invirtiendo así el valor de lo marginal, que era lo excluido y olvidado, como lo central y fundacional, lo originario, contrapuesto a esa realidad inmediatamente dada y mediada por la cotidianidad y la imagen hegemónica. De esa contraposición surgía un síntesis como superación de esa realidad (algo positivo que Adorno no podrá asumir).

Podemos concretar sin ejemplificar, el momento dialéctico en Benjmain o en el surrealismo. Es necesario atender al carácter místico y misterios, fantasmal y espectral de la realidad cuando es revelada por la dialéctica, que contrapone e invierte las polaridades de la  realidad humana, convirtiendo en su movimiento, en su proceso, aquello que era cotidiano como lo impenetrable y revelando como cotidiano aquello impenetrable.   

Y finalmente llegamos al último eje central de la reflexión del método estético en Benjamin, el mundo o espacio de las imágenes como allí donde las acciones vienen a sacar a la imagen de si misma, de su ensimismamiento, y buscan reconciliación cuerpos con imágenes e imágenes con cuerpos. En el chiste, la afrenta, el malentendido, en aquella situación de reversión de la realidad, se abre el mundo de las imágenes, mundo de omnilaterial e integral actualidad, aquel preciso espacio en que el materialismo político y la creatura física se reconcilian, es decir, se reconcilia un mundo repartido entre imágenes y cuerpos, donde no sólo el individuo es corporal, sino que el colectivo es corpóreo, como imagen que también es. La organización de los cuerpos debe darse a través de la organización de las imágenes, deben corresponderse unos a otros, entonces, el vínculo de reconciliación y conexión para adecuar la imagen al cuerpo, es la propia técnica surrealista. Articulando una ordenación de la realidad política objetiva, que proporcionará como ya hemos expuesto, una iluminación profana que nos introducirá al verdadero mundo de las imágenes, a un espacio de emancipación  y libertad radical, semejante a la libertad proclamada por Bakunin. Sólo mediante la adecuación y no extrañamiento, es decir, el no ensimismamiento de la imagen, en que después de ella misma, no hay nada, podrá despertar la inervación del sujeto colectivo empírico, y tras él, la inervación revolucionaria, una conciencia colectiva proletaria. Para Benjamin sólo los surrealistas han comprendido esto.  




[1] Concepto crucial en Benjamin que sirve de conexión con la dialéctica negativa de adorno, aquello no-idéntico y único de la cosa negativa, de la oposición, será la imagen en el surrealismo para Benjamin. Como vemos existe un paralelismo entre ambos modelos, aunque incompleto e inexacto, pues, Adorno lo criticará y cuestionara gran parte de su consustancial estructura, por no representar completamente la estructura de la dialéctica negativa.
[2] Que como veremos, encontrará en la música atonal y las composiciones de Schönberg, la estructura y la forma perfecta y absoluta de la dialéctica negativa, anexionando y vinculando así estética y epistemología como una suerte de indisolubles hermanos. Así la música que él propone no es la romántica, se opone radicalmente a ella.
[3] Más adelante se analizará concretamente que pretende decir Benjamin con iluminación profana, ya que proviene de la “iluminación religiosa”, pero en este caso secularizada, propia del surrealismo, y que proporciona la superación y síntesis de las contradicciones materiales, cosa que criticará Adorno, por abandonar el carácter negativo.
[4] El Romanticismo  es abandonado e incluso duramente criticado por Benjamin en distintos de sus textos, como inclinado a la burguesía y  a su sistema de pensamiento, y favorecedor de la reproducción técnica y mecánica de obras de arte a las que se les ha desposeído de “aura”. El Romanticismo es el suministrador de unos conceptos oníricos, holísticos y ensimismados que nada tienen que ver con la noción de sueño en el Surrealismo, más ligado a la experiencia de la embriaguez y a un fin revolucionario, que el Romanticismo no posee.
[5] Adorno se opondrá a esta síntesis entre pensamiento y realidad, esta mezcolanza entre la unión del sueño con la realidad no refleja ni representa la negatividad constitutiva de la misma.
[6] Seguiré mi exposición según este orden pero sin asignarle numeración explícita alguna, optaré por un estilo narrativo por cuestiones de estilo.