sábado, 14 de mayo de 2016

La madalena de Proust en La Vanguardia que fue



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Edición del viernes, 16 enero 1925, página 5La portada hecha artículo o el artículo hecho portada, aquí y IIUn escritor sinfonista y Estructura y acción... inteligibles, aquí, todo gentileza del hondo, el melancólico, Gaziel, el escritor manqué, director de un periódico manqué. Esto demuestra una vez más aquello de René Char: <<Notre héritage n'est précedé d'aucun testament>> ( "nuestra herencia nos fue legada sin testamento alguno" )


Edición del viernes, 23 enero 1925, página 5
Unos tiempos en que el arte era llevado a la portada, y la portada se hizo arte, no son meras anécdotas del paso del tiempo, migajas de la melancolía o surcos húmedos y violetas de los últimos coletazos agonizantes de una historia idealizada. Al contrario. Son la posibilidad de un pasado recobrado, revivido, recreado. Pero no como sostienen los ingenuos y eruditos optimistas (Connolly), un pasado como guía que ilumine el presente, máxima expresión del progreso como regresión, sino, paradójicamente para algunos, un presente que ilumine el pasado (Arendt); la única forma de contener el progreso dentro de los límites de la razón. Esto, es una posibilidad desde que La Vanguardia ha abierto digitalmente su inmensa hemeroteca, que es una de las mejores del periodismo universal, y donde las horas van en mi busca, los días se reconcilian conmigo, y me absorto durante tardes enteras, enardecido como un niño en un parque de atracciones, dando contenido y sentido a las frías y sordas semanas; la vacía cotidianidad. Esas páginas donde veo la escritura de Gaziel en su lugar, en su lugar de origen, en su ambiente y medio original, no traspuestas artificialmente en los libros que tanto amaba, crean una ilusión, no por ello falta de sentido y optimismo, de un periódico también reencontrado, como su tiempo. La esperanza de un futuro mejor que el árido y desangelado presente de la prensa, en especial de este periódico convertido en ortopédico aparato del poder, no puede jamás consumirse por completo, mientras el hechizo y el encanto de la prosa de Gaziel siga palpitando entre las páginas de un viejo periódico, que vistas desde hoy, se comportan como un milhojas de hojaldre. Hojas que antaño fueron la creación del primer periódico moderno español, el nacimiento de una cultura catalana que recibía las madalenas de Proust con un nivel estético y ético como el que reflejan y muestran estos deliciosos artículos cosidos en maravillosas portadas; forjando la actualidad en Proust y convirtiéndolo en noticia, no dejando que el flujo caótico y desordenado de un mórbido devenir mantuviera el desorden en que vivimos. Gaziel nos mostró, con la prosa tocada por lo temporal y lo melancólico, la evidencia de cómo existíamos, y cómo existimos más allá del color sepia. Algo que en los tiempos jeroglíficos y la escritura iconográfica de la prensa actual es impensable, y que cuando terminen los viejos resortes, aquello que vale la pena conservar como actualidad y novedad y no como reliquia de museo o privilegio exclusivo, por ser engullidos por la estructura virtual de las redes sociales, un lugar sin "autor", serán verdaderos imposibles metafísicos. La prensa d'un petit país, abrió la portada de una mañana de 1925 con Proust, levantó a unos ciudadanos que desayunaron leyendo a Gaziel, viviendo un día en su pleno  tiempo. Esa cultura y esa prensa que fueron, pueden volver a convertir su época en la época de sus hombres, y encontrarse a sí mismos reflejados, reconocidos, y no buscarse, con triste opacidad y sin maestría, en desnuda insatisfacción, por un campo de sombras y cenizas.  

Pla y Gaziel, son los últimos restos proustianos que abrieron un tiempo consciente en el papel húmedo y pulpa de los periódicos.

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