miércoles, 19 de junio de 2019

Crónicas del desengaño (XIII)

Eros, y me pica, se asocia a la felicidad, o a una plenitud. Tiene además, en sus modos convencionales, una semántica conceptual supuestamente bien armada: unión, o mejor LA UNION, dos en uno, porque eres tú, porque soy yo, somos yo, una sola experiencia del tiempo y el mundo, pureza, eternidad, construcción de algo grande y costoso, ¡hasta sacrificial! Y una semántica más personal: intimidad compartida, sentirte cerca, próximo, comprensión, calidez (ante el frío de la vida), autorealización, refugio, autoafirmación etc. Una chusta un poco narcisista y pringosa, francamente. Y lo peor: se presenta ilusoriamente como algo instintivo, propio de la vida, que la empuja, favorable a ella, natural. ¡Ya me dirán... ni qué niño muerto! No hay cosa que más terror inspire a este Eros y a sus paniaguados seguidores (hasta yo mismo lo fui!, los soy?, lo seré?), que una enorme dosis de pensamiento, vamos a llamarle un nivel superior de inteligencia, o reflexión, o crítica radical. Porque en esos extremos de la inteligencia se esconde, necesariamente y bien está, un afán absoluto de autodestrucción, autosupresión y "espantoso" vaciamiento: la única forma de revelar el verdadero rostro del mundo. Algo inasumible e indeseable para la persona amada, para cualquier amante o amado que uno tenga. Pero sino de qué, sin autodestrucción, de qué coño va todo esto? Digan, de qué?

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