lunes, 23 de julio de 2018

verano de 2018

Escribir por placer es mi último refugio, a la vez que intensifica el malestar. Sólo pensando, y la mejor manera es expresándolo adecuadamente en la escritura, puedo liberarme de este barro, asumir las contradicciones de la realidad. El ejercicio literario, en cualquiera de sus formas y dimensiones, ofrece una de las grandes sensaciones humanas: crear en el espacio inhóspito un nuevo hogar como consuelo y al mismo tiempo desahuciarnos de toda habitabilidad apacible y esperanza en el mundo. La cama vacía pesa mucho más que ese mundo vacío, este último puede combatirse reflexionando, puede paliarse profundizando, el primero, no. O no sé hacerlo. O no del todo. Hay, sin embargo, algo que en el amor no funciona: la sencillez. Y yo soy un hombre terriblemente sencillo. Todo, porque he aprendido la lección, y bien está: una especie ingenua de ternura, honradez e inteligencia destruye un fetiche básico de la coquetería, de la picardía constitutiva del erotismo, del amor romántico que odia la claridad: esa sistemática y simultánea entrega y ocultación del propio cuerpo, de sus afectos. Me reencontré con la muchacha, fue difícil. No volverá. Es un dolor intenso y sutil, como si te mirara el diablo de reojo. Sólo queda vergüenza, impotencia, irreconocible imagen de uno mismo, algo de humillación. Pero ya no volverá. 
Verano de 2018.

  

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