viernes, 7 de abril de 2017

L'ou de la Serp (I)


Hacía una mañana fresca y radiante, el mar resplandecía y decidía el color del cielo, brillaba intensamente en los ojos del espectador, y el aire venía salado de sus entrañas. Gaziel, ensoñado, solitario, sentado en un banco del passeig de Mar, mientras paladea el agradable sol que cae sobre Sant Feliu de Guíxols, reflexiona y pasea por sus recuerdos. Era 1957, en los primeros días de un verano sometido a la escritura, y sus antesalas burguesas; los ensayos fallidos de un oficio muy próximo al gran arte, cuya dialéctica oscila entre lo grotesco y lo sublime. Y tras años de derrotas y fracasos morales, el escritor catalán pretendía hacer repaso de su vida, y de un tiempo infame, para enfrentarse a sus fantasmas a través de la construcción de una magna literatura melancólica -y en este punto no tiene rival-, cuyos andamios venía preparando desde hacía años con el periodismo y su trabajo como cronista y corresponsal en la Gran Guerra para La Vanguardia. De la que sería posteriormente uno de sus directores en 1931 hasta el levantamiento militar de 1936. Escribiría los textos más importantes y clarividentes para entender el catalanismo político de su época y la construcción histórica de un país en conflicto identitario permanente, casi consustancial. Lo haría amargado por la España sol y moscas, negra y magra, que le condenó, con ayuda del catalanismo más bárbaro, al ostracismo cultural y político, al olvido en el presente y a ser otro en su propia tierra, extranjero y extraño en su casa. 

Su prosa detalla con lirismo y morosidad grandes evocaciones del gran delirio que enfermó su tierra y su gente, y que en el fondo identifica con una profunda derrota histórica: el catalanismo y su fatalidad; la imposibilidad de su autonomía. Abrazó la causa como su destino literario, político y personal, con un entusiasmo, a veces, descorazonador y con un escepticismo y resignación que sólo permiten la inteligencia. No entraré en las interioridades de ese Delirio -pues son el objeto de esta serie larga de notas y apuntes que inicio: L'ou de la serp-, y la huella que dejó en Gaziel, hasta el punto de convertirlo en un hombre y un escritor manqué. Sí destacaré una de sus más recurrentes, afinadas y corrosivas frustraciones, cuyo correlato político ha conducido a una radicalización del movimiento nacionalista y a su mayor descrédito y deslegitimación intelectual y estética. Gaziel, como él mismo escribió en su Història de La Vanguardia (1964), pretendía hacer del periódico de los Godó algo así como el intelectual orgánico de Cataluña, para convertirlo en el gran interlocutor mediático-cultural con España. El órgano nacional debía catalanizar Cataluña y catalanizar a los españoles escribiendo en castellano, conservando su tradición literaria y su lengua, y abandonar su megalomanía y ensimismamiento, un endiosamiento peligroso y estúpido, para convertirse en una referencia moral e intelectual española. Subyacía en todo eso la única vanidad, aceptable, del catalanismo (des)político en el pasado siglo: ser el conductor de los asuntos españoles, y serlo de un modo europeo. El catalanismo burgués quería transformar y gobernar España para cambiarla, y mantener el vínculo, sin contradicciones ni hipóstasis, con el campo semántico e ideológico de la vida moderna: la velocidad, el deporte, la industrialización y el desarrollismo, el turismo de masas, la publicidad y la televisión, la moda, y los restaurantes de carne a la brasa y frites. No acabo de creer en esa ficción de encaje del nacionalismo, siempre cabe sospechar y desconfiar de su naturaleza primitiva y sus rudimentarios engaños, pero en fin, existía ese catalanismo político de un modo empírico e integrado en un marco español, aunque fuese para transformarlo y reescribirlo. Nada tenía que ver con el actual juguete delirante con tendencia a la comarca y a la aldea, ¡ese provincianismo atroz!, que les parece tan vergonzosa y ofensiva la postura gazeliana. 

El sentimentalismo: el gran fracaso del viejo catalanismo político; la indiferencia de la élites hacia España, su irresponsabilidad, su desidia, su hermetismo folclórico, el etnicismo, la pasión por sus demonios. Gaziel lo lamentó, como lamentaría el desbordamiento del delirio actual, la misma sentimentalidad, patética, ridícula, insensible. Su recuperación, esa imagen de Gaziel que da inicio a la melancolía y a sus memorias; pintar ese cuadro y ese crepúsculo a lo W.Turner, "hombre en el passeig de Mar".  

jueves, 6 de abril de 2017

Del amor a las marcas


En los últimos días nuestra charca mediática viene cargada de infamias e indigencias. Son muchas, profundas, y de putrefacciones diversas. Como siempre, lo que señalan con la sofisticada técnica de la sinécdoque es una metáfora exacta de su degradación y su perfecta mentira. El diputado Espinar, bobo e iletrado representante de la nueva generación de trepadores de la izquierda pop y cool, fue fotografiado con dos botellas de coca-cola en el comedor del parlamento, después de promover un boicot adolescente contra la compañía de la refrescante bebida azucarada, a causa del ERE (uno de los mayores eufemismos criminales de nuestro tiempo que oculta el despido masivo, el desamparo, el dolor y la culpa) que se avecina en una -habrá más- de sus fábricas. La noticia, evidentemente, no es que haya un diputado tocado por la hipocresía y la torpeza, la exageración y la charlatanería, una boca donde la palabra no encuentra refugio entre tantas moscas. No. La noticia, obtenida por el método Fackel, el desacoplamiento, es la permanente y atávica imposibilidad de un oficio: el lenguaje periodístico es incapaz de asumir una semántica crítica contra la realidad, incapaz de diferenciar, y mantener el conflicto, entre lo dado y lo posible, entre las necesidades satisfechas y las necesidades por satisfacer. La prensa, y los mass-media en su forma actual, siguen siendo un vehículo de dominación complejo que bajo el gobierno de una totalidad político-económica inane y represiva convierten la libertad de expresión en un poderoso instrumento de hipertrofia y manipulación, ocultación y reacción.     

El ejemplo es simple pero intenso, difícil de asumir. La marca coca-cola no salió dañada en la sobreexposición mediática de su injusticia, de su crueldad y cinismo: el ERE. Al contrario, se vio reforzada y reafirmada, se vio naturalizado y normalizado su proceso de expulsión necesaria de la suciedad, como si de un organismo biológico que se limpia se tratara, ya que el fetichismo de esta mercancía trasciende la cotidianidad y el aburrimiento psicológico de otros productos menores no mediatizados por la macro-historia. Se han construido relatos míticos, falsamente históricos, de la coca-cola como modo de emancipación política; capaz de derribar hasta el muro de Berlín y el telón de acero. La coca-cola, y cualquier producto de la misma magnitud teológica, desborda las clásicas reflexiones entorno al placer negativo y el goce sin objeto de los productos de fabricación y consumo comercial: no desear algo concreto, una cosa determinada, comprarla y satisfacerse, sino mantener el deseo de seguir deseando, la insatisfacción químicamente pura de la sed insaciable del sujeto de placer. La complacencia sería la supresión del deseo y su voracidad, y el fracaso de la dialéctica escatológica de la mercancía, que apunta siempre a un exceso de placer inherente en el cuerpo del hombre al que le corresponde una dimensión sublime: la promesa de amor puro, sin temor a pérdida, un goce infinito, apologético y seguro. Repito, la coca-cola bajo condiciones capitalistas se convierte en un objeto trascendente que cristaliza en lo histórico utópico para dotarse de una carga simbólica tal, que le hace representar algo más que la economía libidinal individual de un sujeto o un modo de producción concreto: representa todo un sistema de vida moderna y espiritual, una cosmovisión del mundo político, religioso, cultural e histórico, una nueva libertad moral, de costumbres, y un estado de movilización general. La coca-cola es un maldito tropo, un objeto escatológico que significaba, frente al comunismo, la salvación o la condena de los hombres; su compra y su consumo es la elección y aceptación de la libertad, la democracia, el progreso y la prosperidad. Una prueba de todo este concentrado de significación es la película Un, dos, tres (1961) de Billy Wilder.   

La crítica, la escritura, debería ser capaz de revelar la secreción del hechizo de las exquisiteces teológicas de lo comercial: el tránsito de lo sublime al excremento, la basura y lo residual del objeto de consumo. Capaz, de devolver al objeto su historicidad, su contingencia y su discreto lugar desublimado y secularizado. Los medios ante la contradicción flagrante de la coca-cola, vivir en la opulencia y el máximo beneficio y despilfarro, y despedir por "necesidades presupuestarias" a los trabajadores, se fijan en la doble moral y la torpeza del diputado Espinar. Porque atacar a la coca-cola es atacar a nuestro sistema de vida, atacar a la mitología de la democracia del mercado que reduce la libertad política (positiva) a la libertad negativa de elegir para mi familia entre la comida de gato o la de perro para cenar.       

Existe un último y definitivo elemento de la sinécdoque que podemos deconstruir para dejar la contradicción bien abierta y en carne viva, y es la llamada nivelación de las distinciones de clase que decía Marcuse -la unidimensionalidad-, y que revela el verdadero sesgo de la función ideológica: el conocido "Todos bebemos lo mismo, todos bebemos coca-cola". Si el trabajador y su jefe se divierten con el mismo programa de televisión y visitan los mismos lugares de recreo y ocio, si desean el mismo tipo de vicios y mujeres, si la secretaria se viste con los mismos zapatos y el mismo vestidito que la hija de su jefe, si el negro tiene un BMW y fuma el mismo tabaco, si todos leen el mismo periódico, y nadie lee un libro, y se sacian con el mismo refresco azucarado, esta asimilación indica, no la desaparición de las clases, sino la medida en que los deseos y esperanzas, las necesidades y satisfacciones que sirven para la preservación del "sistema establecido" (la red oculta de relaciones de dominación) son compartidas por la población subyacente (por todas las clases sociales). Son las mismas para toda la población: todos anhelamos y esperamos lo mismo en las mismas circunstancias del mundo y la vida capitalista. Imposibilitando que las costuras se deshilachen, que surjan vetas de subversión o resistencia, rupturas emancipadoras, que aparezca algo nuevo; pues toda disonancia será reescrita en los términos alienantes del marco común de deseos e ilusiones, castigos y recompensas. La coca-cola y su correlato mediático-político, la imposibilidad de la crítica, son la verdadera iglesia invisible.

martes, 4 de abril de 2017

Retorno sentimental a España (I)


Ayer, noche opaca y taciturna, echaron Espoir (Sierra de Teruel ) por la televisión, en ese maravilloso, pero sofocante, programa-ciclo de Tve2Historia de nuestro cine. Interesante propuesta televisiva tocada por su acumulación, vacuidad y arbitrariedad inherentes; sigue habiendo en todo esto el eco de las cajas vacías ferlosioanas. Sierra de Teruel fue dirigida en 1938 por Malraux -notable escritor y ex ministro de interior y de cultura francés entre 1958 y 1969- cuando la guerra ya había dejado en las caras tiznadas de la gente las huellas del sufrimiento y el hambre. Es interesante oír el zumbido real que acompaña la película: motor ronco de aviones y coches, bombas silbando en el aire, metralla, esquirlas de lamento, el rumor del pueblo aplastado, como higos secos... Casi se puede seguir el vuelo y el destino de las balas, notar, el temblor y la inestabilidad de insecto del cuerpo de cada hombre, si expandimos la imaginación hasta las circunstancias históricas. Estaban interpretando su propia vida, su único y verdadero papel, su final. Es extraño y turbador, pero en la cinta no se dibuja ni el miedo, ni la esperanza, ni la angustia, ni la meditación que antecede al quebranto; se contiene la desolación como los objetos el silencio, todo parece un enorme bloque de yeso en la expresión, y se entiende. Pero aún podían verse hilillos de vida en los vidriosos ojos de los actores, en ausencia de toda belleza consolidada. Sin ella, todo bien moral parece poco, débil, frágil, hambriento, inútil. El artista y su obra, el gran arte, brillan cuando tienen que ponerse en pie sobre su tiempo y desarrollarse en medio de tinieblas. No hay arte sin promesa de felicidad, sin superación y profecía. Aquí, sólo hay plenitud en escenas sueltas, ejercicios fallidos, campos ácidos y yermos, y un final sentimental (aunque, es cierto, existen algunas escenas de verdadero cine negro; azares del proceso de creación). Ni siquiera el crepúsculo de la formalización de un orden, la cristalización de una cosmovisión, la irrupción arrogante, radical, definitiva, de sus posibilidades de emancipación, y su lenta destrucción posterior en las variadas formas de la decadencia inexorable. Epoir, es una película inacabada, como todo en una época mutilada, agujereada y dañada por los estragos de la devastación fascista; su fragmentación es el reflejo de un tiempo roto y perdido, desordenado; y quizá la causa única de su fracaso. La ilusión era remarcable e insólita: en plena guerra, dedicarse al encuentro entre el arte y el hombre, la verdad y la belleza. Eso, sólo podía darse entre el grito y la locura. Quedarán siempre como ciudadanos que han desafiado a la muerte, y al mal, para vencerlos con elevación y dignidad, con la mayor potencia de fuego contra la guerra y su terror: la amputación de la vida; pero con el regusto amargo de la derrota más atroz y efectiva, evidente en su proyecto cinematográfico y político.  

 Max Aub supervisaría todo el proyecto, asesorando en todos los procesos de la operación ética y estética. Fracasaría, como ya hemos dicho, en su firme voluntad de llevar a imágenes sus logros con la palabra: dar a cada frase su peso, a cada coma -una cuestión moral- su espacio, a cada palabra su hondura, a cada idea su brillo y penetración. Las imágenes no son como las palabras, no soportan todas las cargas de la razón. Max, en pocos meses abandonaría España, país forjado a sangre y fuego, para iniciar un largo exilio que lo llevaría de los campos de trabajo en Argelia a una dulce, pero dañada, vida familiar en México: treinta años de ausencia sin olvido. A su regreso, en 1969, "he venido, pero no he vuelto", sus primeros recuerdos son para la película y su resistencia, escritos en La gallina ciega, esa excelente crónica sentimental del regreso, ese diario de la miseria y la grandeza, el olvido y la eternidad:  

<< Nadie queda en el hall del aeropuerto nuevo que brilla por todas partes: sobre todo el suelo. Salgo. Única diferencia con Roma, Londres y París: aquí las puertas son electrónicamente corredizas. Ninguna emoción. Y, sin embargo, en estos llanos filmamos muchas escenas de Sierra de Teruel, de por aquí son -o deben de estar enterrados- los campesinos que fotografié para escoger los figurantes de la película [...] El campo-los campos- bien roturados, de todos colores; del siena al verde, todos tostados de agosto. Estas sierras grises, azules y malvas que en mala noche vi llenarse de luces -sin cuidado ni miedo de que nos dispararan- del ejército conquistador... (-¡Vámonos! ¡Ligero! ¡Vámonos!) Por la misma carretera. No, la misma no, y sin embargo, la misma, casi igual, casi tan repleta, bien asfaltada y -a trozos- lo suficientemente ancha para correr. Esos rascacielos universales, esos bloques a ambos lados de la carretera, idénticos en México, en París, en Roma... La técnica, la arquitectura, las comunicaciones rebajan el mundo a una misma estatura. >>

La película se estrenó en España el verano de 1978, muerto ya Franco; muertos ya Malraux y Aub, pero vivos todos sus demonios. 

viernes, 31 de marzo de 2017

Notas sucias (IV): Edades y Pestes




(VI). Debería pensar muy seriamente en beneficio de mi negociado la posibilidad de hacer algo como las Crónica de la Nueva Edad -aún no comprendo, incluso habiéndolo leído, la claudicación; por qué se terminaron las crónicas en el momento que más se necesita la resistencia y la higiene inherente a esa escritura - o los Diarios de la peste. Me convendría, sin duda, igual que al lector. Hay algo de encantamiento y ensoñación en esa realidad pestilente que ambos dietarios deconstruyen, miga a miga. Sin duda han roto el hechizo del nacionalismo y los lazos ficcionales que comporta. El método es simple y de réditos morales incalculables, consiste en desnaturalizar la hipérbole y la hipertrofia en el mundo político catalán, tan cargado de esencias y raíces atávicas, y devolverle su historicidad y artificialidad, su carácter racional y reversible para oponerse y dejar de someterse a una falsa necesidad histórica o un destino inexorable de un ilusorio y ridículo pueblo espectral. Bajo la patética consideración étnica, mítica, cuando no mística, de la acción y la palabra, el nacionalismo ha conseguido instaurar una ideología regresiva y reaccionaria en toda la ecología mediática que resulta simpática a ojos del ingenuo, hoy, tan cínico e indiferente como antes. Te acoges al nacionalismo y mantienes su mentira, su barbarie, sin que se deteriore, mientras te degradas ante su rudimentario, pero efectivo, relato religioso, fundacional e integrista. En cambio la verdad de la razón política es inestable, contingente, se corrompe, se diluye, resbala, huye; pero te mantiene limpio y decente. La razón política necesita de la perpetua actualización crítica de sus formas y contenidos, su sofocante, pero dignificadora, rehabilitación y reconstrucción de escombros, sus propias ruinas, pues siempre se mantendrá inconclusa, inacabada, abierta, en el devenir, el llegar a ser de algo nuevo que se opone al movimiento repetitivo, redentor y circular del mito: ese anquilosamiento en el ser (acabado y terminado) de la ficción. La mentira del nacionalismo es como el agua, incolora, inodora, indolora e insípida; el paladar no la percibe pero nos refresca. ¡El agua fresca de la mentira, tan fácil de beber, pero devastadora!. 


domingo, 26 de marzo de 2017

Notas sucias (III): La chernóbil

V. Aplastado ya por el sol de mediodía y jugando con puñados de arena caliente, mojado, tumbado en la toalla, remolón con la melena de cobre de una muchacha tostada por el sol, levanto la vista de mi ensoñación y veo cuatro largos brazos formados de enormes tuberías; surgen del gigantesco monstruo de hierro y hormigón, se alargan, y penetran, arañando, en la entrañas de la tierra del viejo mar. Sus olas se clavan en los ojos a cada golpe. Aguas, cloruro-sódicas, litínicas, ácidas, llenas de óxidos oscuros, imagino, bañan el día y lamen los bordes de la vida. En esa agua nos bañamos, chapuzón tras chapuzón, hasta el jadeante agotamiento adolescente; es la edad del tacto y la piel, cuando en lo superficial está lo profundo, en la que se prefiere la envidia -para uno mismo y para los demás- a la compasión. Miro, la arquitectura del trabajo, nos rodea, lo reduce todo a la misma estatura, lo cual se corresponde con un modo concreto de percepción y sensibilidad, la aniquilación de un modo pasado, agotado, caduco, inexacto, como la supresión de los antiguos colores del bello mundo. Huele a alquitrán caliente, unos operarios reparan, sudorosos, el asfalto, el camión desprende el líquido negro como si fuera un bote de miel, embadurnan todo el paseo de las palmeras que junto al césped verde y bien cortado, como un oasis en el desierto, muestra el carácter volátil de las cosas artificiales. Trabajan justo delante de la muralla que rodea la bestia térmica; esos muros, están completamente escritos, marcados, con la sintaxis de la calle, una huella de quebranto, un lenguaje conflictivo y pictórico, un léxico espontáneo, plástico e inconexo. El grafiti, street art, dicen, es la antítesis de la escritura burguesa que yo tanto deseo articular y conjurar. En su desorden, en su conjunto, las inscripciones en la piedra sirven para verle los andamios a un sueño; un sueño que se tuvo y del que se despertó con la crecida de la edad. El Genio, y sobre todo el de esa juventud desaforada y embriagada de futuro, es el único consuelo fiable en un régimen anoréxico formado sólo de productos y cosas de consumo. Donde el cuerpo, con su placer negativo, su goce sin objeto, su insatisfacción, su exceso, su plusvalía sensual, insaciable, queda sepultado. Belleza, oh, como consuelo, en fin, una de las manifestaciones más reaccionarias y regresivas del arte (Adorno sustituía el arte como consuelo por el arte como promesse du bonheur  -concepto que acuñó Stendhal, y que encontró en su notable libro Del amor- y la esperanza de algo nuevo: la disonancia, la atonalidad, en un mundo tonal). Toda una cultura caníbal se abre allí en torno al tabaco y el alcohol, la esperanza y el hambre, el trabajo y la juventud, la ideología y la necesidad. Al salir, en los muelles, hay barcos, y combustible, que devuelven al mar, esa sublimación, la textura y la densidad de la realidad. Hay enormes cajones de hierro cuyo reflejo decide hoy el color del cielo. Es extraño. No hay nadie más, el canto de las gaviotas. Estamos solos. El estiércol alimenta los tristes huertos urbanos, fertiliza, burbujea, la tierra, crepitan las hojas secas, me siento en un agujero húmedo. Brisa, ya estamos de vuelta a casa, felices.

sábado, 25 de marzo de 2017

Notas sucias (II): La chernóbil



III. La densidad del aire permite acariciar la nube de silencio que descarga el sólido camino sobre los minutos más esteparios de una vida aturdida. Temprano, poco después de que amanezca, circula el viento a través de los puentes de hormigón y los verdes juncos de la orilla; el sonido y el aroma de la aurora. El río, en su punto tierno, va cargado de crepúsculo, arrastrando incluso diversos materiales de derribo para la memoria. Al fondo, no hay un pasillo de cipreses y dulces alegrías, está el afuera de la ciudad, la mitad invisible, gris, acre, lo que el centro, el poder, denomina periferia; suburbio y esas excrecencias. Bloques de pisos homogéneos, indiferentes, su frío y sus madrugadas, pequeñas covachas, su lucha interior, enjambres humanos, la huida permanente, antiguas fábricas, torres eléctricas, humo, autopistas, el tren, dejan entrever la herida abierta de la división del trabajo -única herida que no cierra en falso- y la triste organización faraónica de los medios de producción: hacinamiento, apelmazamiento... La ausencia, la pérdida, estética, ese vacío, aumentan la firme sensación de acumulación estéril y vacua de cuerpos, prácticas, gestos, piedras, hierros, objetos, cosas y pedazos de alma desencantada. Sólo era Sant Adrià del Besòs alrededor de 2010; era mi juventud recién inaugurada, furiosa e insolente, en los primeros años de la nueva indigencia y miseria del mundo, y yo, sólo andaba de paso.
IV. Amanecer en el delta del Besòs, una visión política: el ideal encarnado de un crecimiento sanguinario. El desarrollismo y la modernización acabaron con la posibilidad de un fluido, constante, suave, amable, apacible, adormecedor, embellecido, de la vida de los hombres. Esta tierra sólo conocía dos opciones: la ruina de la urbanización y la brutalidad industrial, o la ruina por el abandono, el árido olvido, la naturaleza y la especulación silvestre. A la misma distancia de la desembocadura del río se encuentran las chimeneas de la Fecsa y los rascacielos de las multinacionales, una ilusoria equidistancia moral y estética que oculta el pasado de explotación y dominación, la basura psicológica, de una Barcelona burguesa y nacionalista; fiebre, y la pasión por sus demonios. Todo este paisaje es de una gran seriedad humana, y las tres chimeneas, sus calderas y turbinas, como documento del cambiante humor de la memoria, devuelven al espacio, y a su tiempo, parte de la dignidad y la razón perdida. Las tres chimeneas dan nombre a la playa que vigilan, la chernóbil, como se la conoce popularmente; playa antimelancólica de Barcelona, de Cataluña. Zona libre del fantasma identitario: cenizas y niebla en la vida ilustrada de cualquier hombre.

       

viernes, 24 de marzo de 2017

Notas sucias (I)


I. Miro en la bandeja de entrada. Nada, ruido, voces desordenadas, luces y colores, las estupideces de la red y sus gentes, larvas de ideas, su moco, rastro de babas. Las identificaciones burguesas, odiosas e insoportables, de los individuos con la masa estéril y funcional, a través de imágenes ostentosas, convencionales, de una clase ociosa incluso en la miseria, son la repetición incesante de las mismas alegorías (nostalgia del Dios ausente: un orden, un todo, perdido y absoluto...) del consumo. La siempre igual, mórbida, y estática, atonía comercial. La textualidad inconexa de la red, paradójicamente social, es efectivamente como la textualidad de las puertas de los retretes públicos, cuya pretensión, y su cumbre, es dar cauce léxico a la secreción. Un lenguaje bárbaro, salvaje, conformado por garabatos y gusanillos negros hilvanándose en vacuidades, insultos, exabruptos, gruñidos, cinismos y obscenidades, como viejos boqueando ante el final. Toda puerta de baño público contiene una pequeña, y frívola, cosmovisión del mundo, como fragmentos anoréxicos de vida sucumbiendo inevitablemente a la reducción según formulaciones binarias del amor soez y vulgar, un tropo del sexo sucio y juvenil: un corazón rojo, goteando, sangriento, y negro, atravesado por flechas y nombres efímeros, disueltos, fluyendo hacia el sumidero del olvido. Pensaba que escribir, y escribir sobre cualquier soporte, era una forma de aparecer, un modo de intervención política, de irrumpir, interrumpir, presentarse y hacerse real, existente; ser visto y oído por los demás en su extraña y radical singularidad, en esa red de relaciones inagotable. Hoy, creo que es la mayor operación de ocultación, de ausencia, de solipsismo contumaz. Algo más que distanciarse de tiempos infames, esta diabólica manía de escribir, nos hace desaparecer de una época de lobos atildados y acicalados. La red, expresión, cáscara, de una cultura caníbal; la nueva religión de las democracias occidentales y las llamadas sociedades abiertas; decadentes. 

II. Voy a mi antiguo instituto a contar la experiencia en la universidad; realmente iba a dinamitar un orden ideológico y un espacio común de experiencias consensuadas y administradas sobre el asunto, que alienan y cosifican las cabezas. Decepción y desolación entre sus cuatro paredes, impregnadas por el viscoso fetichismo del futuro, ficción de un porvenir. Veo las anticipaciones de la deuda profesional y su adherido deber, la culpa que sigue a la frustración del fracaso, y el castigo, un dolor agudo que aprieta permanentemente el pecho del que va perdiendo ilusiones; pero todavía es muy pronto. Los jóvenes son sacos mal atados de sueños diurnos. Se agitan, buscan pronto algo con seguridad, piden, gritan, vida, pierden algunas cosas y ganan otras en el camino; toda elección es antes una renuncia que una afirmación, pero en las condiciones actuales de atomización social y vaporización intelectual esto es inasumible. Pero todo eso no lo saben; con la imaginación desbordante ven en toda lejanía un embellecimiento, porque no poseen aún la propia vida, la que se les promete con dorados horizontes de felicidad y nuevas invenciones de placer, sobre todo ociosidad, si obedecen; ese es el primer impulso. El principio de realidad actúa, y lo abrumadoramente existente, lo aplastante de lo dado, también. Sólo piensan en el tiempo hipotecado de su futuro, en las metas, en las realizaciones y superaciones de las mismas, el consecuente reconocimiento y éxito, el triunfo heroico del homo economicus, y pierden el sentido de los fines autónomos, de la razón, y las esperanzas de emancipación; porque las desconocen. La imposibilidad de la filosofía, su negatividad, en ese aparato ideológico positivo es evidente y sólo un necio o un envilecido podrían pasarlo por alto; aparece el crepúsculo del pensamiento crítico, el ocaso de la reflexión pausada en los centros educativos, sólo hay futuro, porvenir, seguridad, promesas de dinero y entretenimiento, el dominio de las opiniones oficiales y convencionales; la nítida y sólida lógica del Capital, edulcorada por los dispositivos de propaganda socialdemócrata. Entré, me expliqué como pude, y me fui, con total indiferencia y despreocupación, pensando que no era necesario convertir la mierda en flores.