sábado, 25 de marzo de 2017

Notas sucias (II): La chernóbil



III. La densidad del aire permite acariciar la nube de silencio que descarga el sólido camino sobre los minutos más esteparios de una vida aturdida. Temprano, poco después de que amanezca, circula el viento a través de los puentes de hormigón y los verdes juncos de la orilla; el sonido y el aroma de la aurora. El río, en su punto tierno, va cargado de crepúsculo, arrastrando incluso diversos materiales de derribo para la memoria. Al fondo, no hay un pasillo de cipreses y dulces alegrías, está el afuera de la ciudad, la mitad invisible, gris, acre, lo que el centro, el poder, denomina periferia; suburbio y esas excrecencias. Bloques de pisos homogéneos, indiferentes, su frío y sus madrugadas, pequeñas covachas, su lucha interior, enjambres humanos, la huida permanente, antiguas fábricas, torres eléctricas, humo, autopistas, el tren, dejan entrever la herida abierta de la división del trabajo -única herida que no cierra en falso- y la triste organización faraónica de los medios de producción: hacinamiento, apelmazamiento... La ausencia, la pérdida, estética, ese vacío, aumentan la firme sensación de acumulación estéril y vacua de cuerpos, prácticas, gestos, piedras, hierros, objetos, cosas y pedazos de alma desencantada. Sólo era Sant Adrià del Besòs alrededor de 2010; era mi juventud recién inaugurada, furiosa e insolente, en los primeros años de la nueva indigencia y miseria del mundo, y yo, sólo andaba de paso.
IV. Amanecer en el delta del Besòs, una visión política: el ideal encarnado de un crecimiento sanguinario. El desarrollismo y la modernización acabaron con la posibilidad de un fluido, constante, suave, amable, apacible, adormecedor, embellecido, de la vida de los hombres. Esta tierra sólo conocía dos opciones: la ruina de la urbanización y la brutalidad industrial, o la ruina por el abandono, el árido olvido, la naturaleza y la especulación silvestre. A la misma distancia de la desembocadura del río se encuentran las chimeneas de la Fecsa y los rascacielos de las multinacionales, una ilusoria equidistancia moral y estética que oculta el pasado de explotación y dominación, la basura psicológica, de una Barcelona burguesa y nacionalista; fiebre, y la pasión por sus demonios. Todo este paisaje es de una gran seriedad humana, y las tres chimeneas, sus calderas y turbinas, como documento del cambiante humor de la memoria, devuelven al espacio, y a su tiempo, parte de la dignidad y la razón perdida. Las tres chimeneas dan nombre a la playa que vigilan, la chernóbil, como se la conoce popularmente; playa antimelancólica de Barcelona, de Cataluña. Zona libre del fantasma identitario: cenizas y niebla en la vida ilustrada de cualquier hombre.

       

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