martes, 4 de abril de 2017

Retorno sentimental a España (I)


Ayer, noche opaca y taciturna, echaron Espoir (Sierra de Teruel ) por la televisión, en ese maravilloso, pero sofocante, programa-ciclo de Tve2Historia de nuestro cine. Interesante propuesta televisiva tocada por su acumulación, vacuidad y arbitrariedad inherentes; sigue habiendo en todo esto el eco de las cajas vacías ferlosioanas. Sierra de Teruel fue dirigida en 1938 por Malraux -notable escritor y ex ministro de interior y de cultura francés entre 1958 y 1969- cuando la guerra ya había dejado en las caras tiznadas de la gente las huellas del sufrimiento y el hambre. Es interesante oír el zumbido real que acompaña la película: motor ronco de aviones y coches, bombas silbando en el aire, metralla, esquirlas de lamento, el rumor del pueblo aplastado, como higos secos... Casi se puede seguir el vuelo y el destino de las balas, notar, el temblor y la inestabilidad de insecto del cuerpo de cada hombre, si expandimos la imaginación hasta las circunstancias históricas. Estaban interpretando su propia vida, su único y verdadero papel, su final. Es extraño y turbador, pero en la cinta no se dibuja ni el miedo, ni la esperanza, ni la angustia, ni la meditación que antecede al quebranto; se contiene la desolación como los objetos el silencio, todo parece un enorme bloque de yeso en la expresión, y se entiende. Pero aún podían verse hilillos de vida en los vidriosos ojos de los actores, en ausencia de toda belleza consolidada. Sin ella, todo bien moral parece poco, débil, frágil, hambriento, inútil. El artista y su obra, el gran arte, brillan cuando tienen que ponerse en pie sobre su tiempo y desarrollarse en medio de tinieblas. No hay arte sin promesa de felicidad, sin superación y profecía. Aquí, sólo hay plenitud en escenas sueltas, ejercicios fallidos, campos ácidos y yermos, y un final sentimental (aunque, es cierto, existen algunas escenas de verdadero cine negro; azares del proceso de creación). Ni siquiera el crepúsculo de la formalización de un orden, la cristalización de una cosmovisión, la irrupción arrogante, radical, definitiva, de sus posibilidades de emancipación, y su lenta destrucción posterior en las variadas formas de la decadencia inexorable. Epoir, es una película inacabada, como todo en una época mutilada, agujereada y dañada por los estragos de la devastación fascista; su fragmentación es el reflejo de un tiempo roto y perdido, desordenado; y quizá la causa única de su fracaso. La ilusión era remarcable e insólita: en plena guerra, dedicarse al encuentro entre el arte y el hombre, la verdad y la belleza. Eso, sólo podía darse entre el grito y la locura. Quedarán siempre como ciudadanos que han desafiado a la muerte, y al mal, para vencerlos con elevación y dignidad, con la mayor potencia de fuego contra la guerra y su terror: la amputación de la vida; pero con el regusto amargo de la derrota más atroz y efectiva, evidente en su proyecto cinematográfico y político.  

 Max Aub supervisaría todo el proyecto, asesorando en todos los procesos de la operación ética y estética. Fracasaría, como ya hemos dicho, en su firme voluntad de llevar a imágenes sus logros con la palabra: dar a cada frase su peso, a cada coma -una cuestión moral- su espacio, a cada palabra su hondura, a cada idea su brillo y penetración. Las imágenes no son como las palabras, no soportan todas las cargas de la razón. Max, en pocos meses abandonaría España, país forjado a sangre y fuego, para iniciar un largo exilio que lo llevaría de los campos de trabajo en Argelia a una dulce, pero dañada, vida familiar en México: treinta años de ausencia sin olvido. A su regreso, en 1969, "he venido, pero no he vuelto", sus primeros recuerdos son para la película y su resistencia, escritos en La gallina ciega, esa excelente crónica sentimental del regreso, ese diario de la miseria y la grandeza, el olvido y la eternidad:  

<< Nadie queda en el hall del aeropuerto nuevo que brilla por todas partes: sobre todo el suelo. Salgo. Única diferencia con Roma, Londres y París: aquí las puertas son electrónicamente corredizas. Ninguna emoción. Y, sin embargo, en estos llanos filmamos muchas escenas de Sierra de Teruel, de por aquí son -o deben de estar enterrados- los campesinos que fotografié para escoger los figurantes de la película [...] El campo-los campos- bien roturados, de todos colores; del siena al verde, todos tostados de agosto. Estas sierras grises, azules y malvas que en mala noche vi llenarse de luces -sin cuidado ni miedo de que nos dispararan- del ejército conquistador... (-¡Vámonos! ¡Ligero! ¡Vámonos!) Por la misma carretera. No, la misma no, y sin embargo, la misma, casi igual, casi tan repleta, bien asfaltada y -a trozos- lo suficientemente ancha para correr. Esos rascacielos universales, esos bloques a ambos lados de la carretera, idénticos en México, en París, en Roma... La técnica, la arquitectura, las comunicaciones rebajan el mundo a una misma estatura. >>

La película se estrenó en España el verano de 1978, muerto ya Franco; muertos ya Malraux y Aub, pero vivos todos sus demonios. 

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