domingo, 26 de marzo de 2017

Notas sucias (III): La chernóbil

V. Aplastado ya por el sol de mediodía y jugando con puñados de arena caliente, mojado, tumbado en la toalla, remolón con la melena de cobre de una muchacha tostada por el sol, levanto la vista de mi ensoñación y veo cuatro largos brazos formados de enormes tuberías; surgen del gigantesco monstruo de hierro y hormigón, se alargan, y penetran, arañando, en la entrañas de la tierra del viejo mar. Sus olas se clavan en los ojos a cada golpe. Aguas, cloruro-sódicas, litínicas, ácidas, llenas de óxidos oscuros, imagino, bañan el día y lamen los bordes de la vida. En esa agua nos bañamos, chapuzón tras chapuzón, hasta el jadeante agotamiento adolescente; es la edad del tacto y la piel, cuando en lo superficial está lo profundo, en la que se prefiere la envidia -para uno mismo y para los demás- a la compasión. Miro, la arquitectura del trabajo, nos rodea, lo reduce todo a la misma estatura, lo cual se corresponde con un modo concreto de percepción y sensibilidad, la aniquilación de un modo pasado, agotado, caduco, inexacto, como la supresión de los antiguos colores del bello mundo. Huele a alquitrán caliente, unos operarios reparan, sudorosos, el asfalto, el camión desprende el líquido negro como si fuera un bote de miel, embadurnan todo el paseo de las palmeras que junto al césped verde y bien cortado, como un oasis en el desierto, muestra el carácter volátil de las cosas artificiales. Trabajan justo delante de la muralla que rodea la bestia térmica; esos muros, están completamente escritos, marcados, con la sintaxis de la calle, una huella de quebranto, un lenguaje conflictivo y pictórico, un léxico espontáneo, plástico e inconexo. El grafiti, street art, dicen, es la antítesis de la escritura burguesa que yo tanto deseo articular y conjurar. En su desorden, en su conjunto, las inscripciones en la piedra sirven para verle los andamios a un sueño; un sueño que se tuvo y del que se despertó con la crecida de la edad. El Genio, y sobre todo el de esa juventud desaforada y embriagada de futuro, es el único consuelo fiable en un régimen anoréxico formado sólo de productos y cosas de consumo. Donde el cuerpo, con su placer negativo, su goce sin objeto, su insatisfacción, su exceso, su plusvalía sensual, insaciable, queda sepultado. Belleza, oh, como consuelo, en fin, una de las manifestaciones más reaccionarias y regresivas del arte (Adorno sustituía el arte como consuelo por el arte como promesse du bonheur  -concepto que acuñó Stendhal, y que encontró en su notable libro Del amor- y la esperanza de algo nuevo: la disonancia, la atonalidad, en un mundo tonal). Toda una cultura caníbal se abre allí en torno al tabaco y el alcohol, la esperanza y el hambre, el trabajo y la juventud, la ideología y la necesidad. Al salir, en los muelles, hay barcos, y combustible, que devuelven al mar, esa sublimación, la textura y la densidad de la realidad. Hay enormes cajones de hierro cuyo reflejo decide hoy el color del cielo. Es extraño. No hay nadie más, el canto de las gaviotas. Estamos solos. El estiércol alimenta los tristes huertos urbanos, fertiliza, burbujea, la tierra, crepitan las hojas secas, me siento en un agujero húmedo. Brisa, ya estamos de vuelta a casa, felices.

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