martes, 2 de julio de 2019

Aquí yacen dragones

Escribo esto en una red social:
 
"Los que tenemos tetas, y jovencitas, hace tiempo que lo practicamos: el autoincesto de Abreu. Además con el gusto redoblado de acariciar una capa de pelo rizadito, también evolutivo, que recuerda al placer originario: el primer placer, en un bosquecillo negro encantador." 

No es usual que participe en la red enviando mensajes; pero cuando lo hago, y más allá de colgar  el link de este infortunado cuaderno, sí es habitual que juegue con pequeñas historias de frivolidad, como podrían ser mis citadas tetas, con pelo, masculinas, también tocadas, gustosas y blanditas. Anecdótico, banal, sí, pero con una tremenda carga simbólica y erotizante: asumiendo el binomio atracción-rechazo habitual. Y escribirlo así, libre, de joven, supone un pequeño peligro de incomprensión y burla. Difícilmente la gente de mi generación acepta la despreocupación por el cuerpo, el descuido de sus formas y encantos oficiales, el enigma que encierra incluso en su inscripción normalizadora, y la perturbadora experiencia del desconocimiento y la incertidumbre: no sabemos lo que puede un cuerpo, lo que es, lo que resiste, lo irresistible, lo que lo tiembla y dobla, lo que oculta o encierra, ni sus extremos gozos ni sus terribles dolores, morales y físico. Llegar a verse en esa ignorancia es inusual y conduce directamente a la reflexión, a la filosofía algo subversiva. Nuestro propio cuerpo es un mapa antiguo aún demarcado por los eternos límites de lo desconocido. Aquí yacen dragones. Y nadie sabe lo que es, ni hace, ni puede, ni habita, un dragón. O cuando aparece, y desaparece. Ni el color de sus ojos, rojos, amarillos... ni la oscuridad y el fuego de su caverna. Viven rodeados por el mito, la leyenda y el aroma del miedo. Fundamentalmente el misterio. Siempre me ha resultado complicado ver como los otros chicos en el gimnasio del colegio, el instituto o el club de tenis, desconocían el misterio del cuerpo. Controlaban a la perfección sus cuerpos, sus movimientos y reacciones; y me parecía todo eso realmente deficiente y negligente; poco deseable, previsible, ya hecho, evidente, y falso. Lo poseían, lo manejaban, lo conocían, lo daban por sabido y hecho, se identificaban con él, o se integraban en la constelación de otros cuerpos y las palabras que los nombran, definen, clasifican y elevan: adoración y admiración tribal. Ostentación, exhibición y exposición de sus potencias y habilidades. Inclinados siempre a la demostración de fuerza y resistencia, deseo y sexualidad. ¡Victoria!, derrota, en fin, sometidos a la ilusión o espejismo de los vencedores y vencidos. En eso, yo, como tantos, hemos sido discretos, tampoco marginales ni exactamente tímidos, más bien realistas, precavidos. Eso, discretos. Centrándome, ¿o debería decir centrándonos?, más bien en la expresión, la máxima expresión que logra un cuerpo para vincularse con otros, sean distintos, iguales, diversos, en lo que estructuralistas, postestructuralistas, feministas, transfeministas, llaman el sistema heteropatriarcal, heteronormativo, sistema monógamo o amor romántico. La estrategia expresiva, antes que ostentosa, es eróticamente costosa, difícil. Sólo se consigue proximidad, acercamiento, una presencia, disposición; huella, inolvidable, creo, en lo personal y emocional, afectación infinita, ternura. Y eso, si el cuerpo no es previamente excluido, marginado, estigmatizado, rechazado, o directamente desexualizado. Y no pienso sólo en los cuerpos expulsados por la noma y la normalización, que son los que sufren cruelmente e impunemente la violencia, acoso, y muerte, sea asesinato o suicidio, (sea por dispositivos de poder social e institucional, tecnologías de subjetividad etc) sino aquellos que viven la exclusión, simbólica e ideológica, precisamente dentro de ella, dentro de la norma, en su aceptación, en su aparente asimilación e integración. Los excluidos normalizados. Un nuevo significado del "aquí yacen dragones". Mi cuerpo, muchos cuerpos, donde habitan y moran algunos dragones pequeños, inferiores, pero terribles, también vivimos, pensamos, y resistimos la norma; la normalización de los cuerpos, sus usos, relaciones, maneras y goces (represivos).   

Decido parar aquí de escribir todo esto, va demasiado lejos, ya empiezo a escribir con un discurso y un lenguaje prestado, potentísimo, pero prestado. Leí la excitante masturbación de un hombre viejo, hermoso, diarista, exiliado; hombre que vi en persona, evidenciando el atractivo y exceso de su personalidad y opiniones. Me gustó. Leo ocasionalmente sus tocamientos a lo largo de sus entradas en su blog Emanaciones, y también veo, hago, recuerdo las mías, de gordo antes, peludo ahora, y quería vincularme desde otra experiencia, otro mundo, otra juventud, al cambio del cuerpo, a un cuerpo no canonizado por la belleza establecida, sus desproporciones, desde la desproporción, por qué no?

Escribo muy de mañana, he pasado la noche leyendo a Paul B. Preciado, Un apartamento en Urano, Crónicas del cruce, y su deslumbrante deconstrucción de las identidades sexuales y políticas, y la cosa sigue, obsesionante, sugerente y radical hasta el hartazgo, pegado como la carne a la luz eléctrica, no puedo dejar de leerlo, quemarme. Paro de escribir para seguir leyendo.      

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