jueves, 8 de noviembre de 2018

Crónicas del desengaño (VI)

Ella, como otras para otros, no es una metáfora.

No es una sinécdoque literaria, perfectamente sustituible por otra mujer, otro nombre tentador, otro cuerpo enfermizo y enfermizante, otra parte que refleje y contenga el todo femenino o la feminidad, sino algo singular absolutamente irremplazable en la vida, y si hubiera, la obra. De ahí el temor a perderlo y el maldito engaño de conservarlo: no se posee nunca del todo aquello que se tiene, y ama, ni siquiera se conoce, y torturan como en un desierto de calor y fiebres esos orificios por donde sopla y silva la ausencia. A veces, y muchas, me gustaría poner mi dedo en su ombligo y penetrarlo, hasta taparlo, y que nada de ella se escapara, para que no se vaciara y deshinchara toda. Cuando ya la soledad ante la infinitud no significa nada.


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