Ella, como otras para otros, no es una metáfora.
No es una sinécdoque literaria, perfectamente sustituible por otra mujer, otro nombre tentador, otro cuerpo enfermizo y enfermizante, otra parte que refleje y contenga el todo femenino o la feminidad, sino algo singular absolutamente irremplazable en la vida, y si hubiera, la obra. De ahí el temor a perderlo y el maldito engaño de conservarlo: no se posee nunca del todo aquello que se tiene, y ama, ni siquiera se conoce, y torturan como en un desierto de calor y fiebres esos orificios por donde sopla y silva la ausencia. A veces, y muchas, me gustaría poner mi dedo en su ombligo y penetrarlo, hasta taparlo, y que nada de ella se escapara, para que no se vaciara y deshinchara toda. Cuando ya la soledad ante la infinitud no significa nada.
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