martes, 3 de julio de 2018

Sí, ministro

Veo al ministro Pedro Duque (me abstengo de interpretar la gratuidad y arbitrariedad de la composición o descomposición conceptual de su ministerio: de Ciencia, Innovación y Universidades, ¡qué unidad de sentido y destino tan nefasta!) en los desayunos de Tve, algo perdido e indeciso. Sigo con la tostada de fiambre atravesada. El tipo va, y al ser preguntado por las pseudociencias (y siempre este tipo de preguntas en España se afrontan como esos últimos polvos mecánicos y compasivos que se echan por pena con el recién abandonado) dice, que las que afectan a la salud como la dichosa homeopatía sí deben controlarse porque puede causar graves daños a la gente, él no lo dijo pero yo añado, subnormal y gilipollas, que cambie la medicina tradicional, ¡científica!, por "medicinas alternativas" ineficientes y misteriosas. No entraré en su capacidad prolífica y patológica de fabricar eufemismos perjudiciales. Ocultan realidades terribles: mentes arrasadas, moralidades arrabaleras, chusma fácilmente alienada para el mal y arrastrada a la violencia por cualquier tentación identitaria. Pero lo sorprendente viene, y es gravísimo, cuando el entrevistador le interpela con un gritito primitivo: "algunos grandes grupos de las redes sociales creen que la tierra es plana". Yo soy un firme partidario de impugnarlas y desprestigiarlas, desarticulando racionalmente su infecto discurso; no así el ministrote, que responde, aceptando pulpo, con total indiferencia y sin la precisión que requiere el enemigo: es algo folklórico y no tiene mayor importancia. O sea, la salud física y corporal sí importan, y la salud mental, intelectual y moral no? Tibio y balbuceante, el ministro es la viva representación de la frivolidad e irresponsabilidad congénitas de nuestra era: una época solipcista de aislamiento y monádica especialización en la que los científicos o técnicos desconocen las bases mínimas y fundamentales de la tradición crítica, el humanismo secular y la ilustración, y en la que la filosofía se ha entregado al veneno del irracionalismo, el historicismo, el anticientificismo y el relativismo totalizador y atroz de las menudencias posmodernas subvencionadas por el sistema público. Duque, en ese falaz gobierno del nuevo tiempo, ejemplifica la perfecta y viciosa era de la estupidez. Y puede estirarse todavía más el chicle: cuando las palabras pierden su integridad también lo hacen las ideas que expresan; y el monolito gubernamental, que no deja de decir trivialidades sonrojantes incluso para un tosco ingeniero, resulta que también es un astronauta; con el descrédito científico que a partir de ahora, arrugando el morro, debe producirnos tan vana y sobrevalorada profesión. Es sorprendente que un hombre que ha tenido, literalmente, el mundo a sus pies no llegue a controlar ni siquiera las ideas de su propia cabeza: no importa la libre e impune circulación de las mentiras, la imposición despótica del irracionalismo, la estafa pública de la propaganda y el comercio pseudocientífico, la supresión de la verdad y el desprecio al conocimiento, y la banalización de la libertad de expresión y culto, no, nada, Pedrito, ¡qué va!, tú tranquilo en el sillón ministerial, contestando como contestas, diría mamá.

 Si alguien conoce y tiene acceso al señor ministro recomiéndenle este sitio, aquí ensayo una posible respuesta ¡inmediata y aproximada! que podría ayudarle: " Los científicos y los filósofos tienden a tratar la superstición, la religión, la pseudociencia, la anticiencia y hasta el antihumanismo como basura inofensiva que queda lejos de su perímetro de acción moral e intelectual, fuera de su jurisdicción, en la tórrida urbanidad de la incivil sociedad, o incluso, como algo adecuado al consumo de evasión, diversión y entretenimiento en la sociedad de masas. Están demasiado preocupados, al modo narcisista, por sus propias investigaciones académicas como para molestarse a responder tales sinsentidos, como si una violación directa de la Razón y el Conocimiento, si así lo creyeran y considerasen, no les obligase inmediatamente, deontológicamente, a contestar. Además, en el espacio público, en el mismo lugar del crimen. Esta actitud es de lo más desafortunado. Y yo como ministro y primera autoridad pretendo invertir el rumbo, cambiar la dirección, detener la ignominia; para que la universidad española abandone su encierro ensimismado y su insolente arrogancia, y se digne a ejercer su función esencial: investigar, enseñar y exponer sus conocimientos públicamente, para someterlos a discusión pública, reflexión, crítica, refutación, difusión, revisión, en los distintos dispositivos socio-mediáticos de generalización, acreditación y supervisión del conocimiento. Y ello por las siguientes razones. Primero, la falsedad, la mentira, el engaño y la manipulación de las pseudociencias, del pensamiento mágico y mistificador, o fuerzas oscurantistas (Bunge) manifiestas o enmascaradas, no son mera basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarlas en algo útil: son estructuras de poder y sistemas de dominación social que el Estado debe controlar, limitar y eliminar si es necesario. Se trata de virus pseudointelectuales que pueden atacar a cualquiera, sea lego o científico, hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura hasta la autodestrucción, volverla contra lo mejor de sí misma, contra la ciencia, la filosofía, el humanismo secular (crítico) y la política ilustrada (emancipadora), es decir, todo aquello que habita en el horizonte de expectativas y que lucha contra lo que hace desgraciado al hombre. Segundo, no deben tratarse con la legitimidad de los fenómenos privados ni intentar justificarlos mediante los derechos de libertad civil o pública como una opción más de mercado entre otras, sino que, como enfermedades sociales y culturales, deben ser estudiadas y rechazadas con la metodología de las ciencias sociales y psicosociales, o con los aparatos críticos de la filosofía; utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura civilizada. Como ministro de ciencia y humanidades me comprometo a combatir la mentira, la irracionalidad, el despotismo de la ignorancia fomentada por el capitalismo salvaje, la necedad y la estulticia estructural del país. Y animo de un modo entusiasta y esperanzador a la ciudadanía a ser leales a su gobierno para colaborar en la conquista  plena de la libertad, la verdad y la felicidad públicas." Si así hablase el ministro, como legítimo representante del Estado, nosotros, los ciudadanos o individuos podríamos expresar, ya sea con más o menos acomodo e incomodidad con los parámetros institucionales o estatales, nuestras razones y argumentos, disonancias o directas impugnaciones del sistema. A su vez, se debería garantizar por la fuerza ¡sí! por la fuerza, la pasión independiente por el conocimiento (incluso al margen de la Industria cultural y la Academia de certamen) y el bello propósito colectivo (que podría establecerse y organizarse por el cooperativismo digital entre otros medios) de preservar la honesta y franca búsqueda de la verdad en una sociedad libre e igualitaria: desligando el capitalismo pseudocientífico y embrutecedor de la verdadera Ilustración y su posible causa emancipatoria (republicana), en lo intelectual y lo material.  




No hay comentarios:

Publicar un comentario