viernes, 10 de febrero de 2017

El intento de una vida y el frío de su escritura (I)

Uno de los grandes problemas de la literatura ha sido la expresión de la intimidad real por vías limpias y depuradas, hasta la cristalización de una sólida y reconocida tradición como género autónomo, con una jurisdicción específica, una gramática y una semántica particular, singular, y diferenciada de los grandes géneros. Su operación literaria consiste en la reconstrucción de una vida desde sus escombros a través de un estilo egotista, una forma egográfica, en la que la artificiosa o natural escisión entre vida y escritura (obra) quede soldada en un único acto de recreación textual, un montaje en el mismo marco de la realidad. Tanto en Léautaud como en Pla, el origen de su dietarismo es fácil de rastrear, y se cifra en una rebeldía interior ante su propio oficio: terminar con la hegemonía de la novela y la identificación entre literatura y ficción. La fatiga de la novela y la poesía, el apelmazamiento de la imaginación y la imposibilidad de escribir bajo su sombra, les llevó a la sequía narrativa más aguda, y su peor prolongación, la imposibilidad de escribir y pensar de modo alguno mientras siguieran sujetos y atrapados por esos términos dominantes y oficiales. Existe otro motivo, y quizá el más crucial, para su rebeldía: luchar contra la presión de los intelectuales organizados en grupos de mandarines y de políticos articulados ideológicamente para los que el reestablecimiento del viejo mundo, de un mundo perdido, y la incrustación de sus ruinas en los cielos del nuevo mundo, pasaba por la tarea de construir una gran novelística sobre esta memoria del siglo, e imponer una Historia como madre de la patria y de la guerra. De hecho, su modo de lucha fue la indiferencia y el desprecio, una lucha que les erosionó y carcomió política y personalmente más de lo que se reconoce, y de cuyo éxito, como frutos podridos, cabe colgar un interrogante. Si Consiguieron con éxito la subversión, fue en la medida en que ambos son hoy, ¿y fueron?, reconocidos, canonizados, por su obra diarística y memorialística.  

Centrando la reflexión, Pla nos habla del problema crucial del género, cuyo horizonte, y hay que tenerlo en mente de un modo polémico pero no agónico, es siempre la demolición, ética y estética, de la novela moderna; la sustitución de la imaginación por la memoria. El despliegue de la intimidad será el material corrosivo protagonista de la descomposición, ¿será posible? Así lo reflexiona en unas vibrantes páginas de su obra magna, El quadern gris

<<  Em demano sovint si aquest dietari és sincer, és a dir, si és un document absolutament íntim. La primera qüestió que es planteja és aquesta: ¿és possible l’expressió de la intimitat? Vull dir l’expressió clara, coherent, intel·ligible, de la intimitat. La intimitat pura, ben garbellat, deu ésser l’espontaneïtat pura, o sigui una segregació visceral i inconnexa. Si hom disposés d’un llenguatge i d’un lèxic eficaç per a representar aquesta segregació, no hi hauria problema. Però el cert és que no existeix ni un estil adequat a la sinceritat ni un lèxic eficient. Però, àdhuc suposant un moment, que la intimitat fos expressable, ¿qui l’entendria, qui la podria comprendre?. Si no fos única, particularista, personalíssima, absolutament primigènia, ¿quin aspecte tindria, com es podria imaginar la seva presència? Quan no podem aclarir la nebulosa interna, diem habitualment: jo ja m’entenc… Els embriacs diuen el mateix. Sospito que les criatures, quan no arriben a fer-se entendre, pensen el mateix. La meva idea, doncs, és que la intimitat és inexpressable per falta d’instrument d’expressió, que la seva projecció exterior és pràcticament informulable. Penseu, només, l’enorme força de deformació i de falsificació que té l’estil tradicional, l’ortografia i la sintaxi habitual, en tota temptativa de voler expressar el pensament d’aparença més senzilla, en la pretensió de descriure el més insignificant objecte. [...] Aleshores, de la intimitat, què se n’ha de pensar? >>

Paul Léautaud, el viejo, cínico, misántropo, solitario escritor acre y obsesivo, grosero y zarrapastroso burgués parisino, ahí va, de Fontenay-aux-Roses a París, buscando entre nazis y las pulgas colaboracionistas, comida para sus gatos, los compañeros que llenan su día y su vida de suavidad, su único y verdadero amor junto a la escritura íntima y las putas, como las prefería, jóvenes y sin usar. Escribe infatigable las notas telegráficas y anoréxicas para su diario, privado y literario, confeccionando alrededor de diecinueve volúmenes y cerca de doce mil páginas, con el único objetivo de llegar a ser uno mismo, ¡cuantos tropos acumulados como ácaros en una frase! El eterno problema de la autenticidad aplicado a la literatura, la escritura de la desublimación artística, en su modo más artesanal y personal, más espontáneo, simple y directo, sin reescritura ni modificaciones: 

<<No soy nada brillante, en literatura. Primero, no consigo involucrarme del todo. Lo que se hace en torno a mí no me interesa lo suficiente. Lo noto cada vez más: sólo me interesa una cosa: yo, y lo que me pasa, lo que he sido, en lo que me he convertido, mis ideas, mis recuerdos, mis proyectos, mis temores, toda mi vida. Tras esto, pierdo fuelle. Lo demás sólo me interesa si tiene relación conmigo. Cuando no siento una cierta excitación, alegría o pena, no tengo gusto por nada, no se me ocurre ni una idea. ¿Seré pues un romántico? Cuando escribir se convierte en un trabajo lo mandaría todo al diablo. Y sin embargo tengo una voluntad de hierro. Algunas veces he empezado hasta 10 veces una misma página. Me sentía desdichado pero no importaba. Volvía a empezar. Tendría que tener la fuerza de no leer nada, de creer en mí. Como si fuese el único ser que escribiera.>> 

Pla en modo alguno es un escritor autoanalítico hasta el punto de anotar la presión sanguínea como Léautaud, no está dispuesto a la exploración profunda del yo ni a su exposición de un modo crudo y sin elaboración literaria ni temporal. La creación de su personalidad o de su yo como personaje literario no es una falsificación ficcional más o menos deudora de fragmentos autobiográficos, sino que responde al yo colectivo, asociado a las convenciones y costumbres morales ordinarias, a la exhibición cotidiana de máscaras sociales que cualquier ciudadano pone en acción en el momento decisivo del erotismo con una mujer, o en la intemperie y docilidad del mundo económico y familiar, sin perder el rigor y adecuación a la verdad y lo real. El yo de la escritura planiana es el simulacro y las apariencias de las sombras en la caverna platónica, el sujeto de ilusiones capitalistas y liberales estériles, pero no un producto especulativo de la imaginación. Nítidamente es una escritura egotista sometida a la arquitectura de la memoria y las condiciones e inclemencias, de su tiempo, de su época, de su carácter. Precisamente el límite que quería traspasar Léautaud y de cuya transgresión se le debe la fama de gran escritor de diarios íntimos, impertinente, áspero, ácido... él sí afronta el problema de la intimidad, la vida intempestiva, eterna, su imposibilidad o su realización, sin tantas reservas y de un modo abrumadoramente empírico y magro. Dos formas egotistas de afrontar la nueva gran escritura diarística dinamitadora de los géneros; una, afrontando la memoria de su mundo y la ciencia melancólica (el retorno de la vida como problema inmemorial y propio de la filosofía subjetiva), y la otra, liberando con penetración, no sin cierta futilidad, la intimidad de su misterio y turbación.   



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario