
Los diarios, como género, son algo así como un almacén de escrituras miscelánias y una producción de subjetividad, allí donde, a través de la decantación inflexible del tiempo, los materiales de derribo literario, de derribo de la vida, sedimentan en una nueva obra en construcción, una obra emancipada de la distinción entre lo literario y lo extraliterario, es decir, entre la penetración estética y la tendencia sociológica. Diluyendo las escisiones entre el autor y su obra, personajes de ficción y el yo íntimo, estilo y personalidad, mundo y sensibilidad, entre subjetividad y objetividad. Un cajón de sastre donde guardar todo aquello de dimensiones diminutas y densas profundidades que nos sobran en el ultrajado y atónito mundo de las apariencias, las ilusiones, las sombras, y las costumbres públicas, pero que nunca dejamos precavidamente de proteger, como si mantuviera vivo un recuerdo exótico y remoto, un exceso de vida, un exceso de pensamientos, de sueños, deseos, y cristalizará todo en un íntimo secreto subversivo que hay que asegurar de la incierta y vidriosa mirada del otro, para que no nos destruya a nosotros ni haga impresentable, perverso, degenerado, el mundo que nos rodea. Ese secreto, que solo puede serlo escrito, es la modesta lucha por retener algo de la pérdida incombustible de la vida humana. Como si la vida fuera de alguna manera prestada, y se guardara en un no-lugar, un alugar, un sitio sin tiempo ni espacio, suspendido, sin extensión, intangible, para recopilarse, recapitular, y ser reapropiada, pues de sus ruinas y residuos, fragmentos, pecios, se construye el yo literario, el yo de la escritura y la vida. El secreto, lo que se acumula destruyéndose, ceniza, carbón, lucha, también, contra la vulnerabilidad de la intimidad, al borde de una confidencia, una confesión, imposible. Busca una forma de preservación y un modo de pensar sobre ella como sublimación de la trascendencia que nos acompaña y nos hace permanentemente nostálgicos de otros, viejo, nuevos, mundos posibles, incluso, de algo mejor que el mundo y sus hombres, porque la exposición, la disolución con los otros nos satura y nos parece insoportable e inasumible, su peso, su carcoma.
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