domingo, 22 de enero de 2017

The Trump's texts (I)


El otro día decía en una red social, con el mismo éxito que me caracteriza, lo siguiente: 

<< Del Trump candidato al Trump presidente no hay mayor diferencia que la progresión en la escalera del asco y la repugnancia que concede el estatuto del poder. Así lo demuestran los hechos, los textos. Ahora bien, su existencia política (antes era mera televisión) se debe únicamente a las cuotas inasumibles de cinismo y eufemismos que los del partido demócrata americano y la prensa socialdemócrata europea han introducido en la realidad, de un mundo ya precario. La explosión de la vulgaridad, la ignorancia y la grosería en política, ese nacionalismo primitivo, es proporcional a la corrección política que ejercían las estériles y estofadas élites culturales, políticas, y quizá económicas de las supuestas sociedades abiertas. El quebrantamiento del sustrato moral y estético de la sociedad no es nuevo, pero su hipérbole e hipertrofia televisiva sí. Lo peor no es que el mundo progrese en la misma medida que añora, sino que añora una ficción regresiva y reaccionaria, ay, como en casa. >>

Y ya rumiaba en la cabeza lo que iba a escribir en mi cuaderno de notas, de todo y de nada: que la limitación de su lenguaje y el desfase de sus élites alternativas refleja un pensamiento limitado. Algo sobre la pérdida de las formas en política y la decadencia de sus apariencias, de su impresentable modo de darse al mundo de la palabra y el discurso, esa acción marchitada, amarilleando de decrepitud, es la prueba de esa limitación. Que no sólo es una estrategia para conseguir el poder, sino una modo social de gobierno: la tiranía de la ignorancia y el entusiasmo. Es difícil comprender una situación como esta con el foco histórico escupiendo sistemáticamente su luz cegadora a la cara, cuando todo acto y acontecimiento es por su "novedad" algo histórico. Hay que desprenderse de esos ecos de trascendencia que relativizan los hechos y las opiniones terrenales importantes, y que son producto de profundas transformaciones en la naturaleza política: ya no hay sujeto histórico, sólo sujeto de telediario, carnaza televisiva. Mejor todavía, sujeto histórico televisado, retransmitiendo en directo la historia, el pasado, y en ocasiones dada la confusión, el futuro, lo que se ha venido llamando la historia del presente, un sinsentido cruel, una contradicción mortal que aplasta y seca la vida. Convertir la historia en realitysmo es el signo más elevado de la decadencia política actual, la evidencia de la ausencia absoluta de esos diques que deberían haber mantenido su profundidad y veracidad: los diques de la formación cultural. La pérdida de la crítica cultural de la política, a lo Aub, a lo Kraus, e incluso a lo Benjamin, reduce el nivel de la crítica política hasta el nivel de las alcantarillas de cuyo zumo se nutren y alimentan los hombres vacíos, los votantes de Trump. Algo que va más allá de los clásicos recursos del empobrecimiento y la depresión material de la sociedad y la precariedad de su bienestar, para explicar la ignorancia. A mi juicio, el vínculo entre la pobreza material y la miseria espiritual es algo cierto, pero responden a dos procesos distintos, y en cierto modo autónomos, aunque coincidentes. Incluso el segundo tras alimentarse de la pobreza y el hambre, es capaz de extenderse de un modo masivo afectando a toda clase social frívola y funcional. La operación económica, televisiva, de construir un hombre inacabado, menor de edad, y profundamente ignorante es ya un hecho, más evidente after Trump, a causa de la claudicación cultural e intelectual, crítica, de la política y sus hombres: la estupidez gobierna, el hombre es su humo, el share.  

    

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