lunes, 16 de enero de 2017

En Cataluña, la democracia es un gigantesco eufemismo


Veo al vicepresidente Junqueras, monseñor Junqueras, por la televisión. Mala noche; aún no he salido de mi espanto. Dicen que es el más razonable y moderado del proceso secesionista, aquell tros de vedella, no sin mucha ingenuidad y un desfallecido juicio. Un hombre que llora por su patria, que balbucea por su ficción, en condiciones de paz y normalidad política, es un hombre sentimental. Habrá que recordar aquello de Kundera: "nada más insensible que un hombre sentimental". El asco profundo, inesperado, de unas lágrimas, que no desembocan en lo humano. El estupor que puede producir la imagen de un hombre adulto temblando como un colibrí ante la disolución de sus pesados, embarrados, mitos, es infinito. Una irresponsabilidad mayor, que denota la minoría de edad de todos los que se conmovieron con esas lágrimas de madera. Lo realmente importante no son las cañerías sentimentales de Junqueras, sino los hechos que ocultan los nacionalistas bajo su triste, y vano, entusiasmo: 

 

Cataluña es la comunidad autónoma con mayor corrupción, y no lo parece, nadie lo diría. Cobra cada vez más fuerza la juiciosa opinión de Gregorio Morán, casi evidencia factual, de que el nacionalismo, además del proceso de extranjería e identidad (integración, asimilación, bah), es un proceso de amnistía general de la corrupción catalana, la corrupción adherida hasta el tuétano de su burguesía y su élite. Junqueras, además de estas inconveniencias del "proceso" y su colaboración con la corrupción, su amnistía es la mayor corrupción, no responde a una paradoja política fundamental. Si sólo pueden votar los catalanes en un supuesto referéndum de autodeterminación, y no el conjunto de los españoles, eso, monseñor, ya presupone que se es un sujeto de soberanía, a priori, cuando precisamente eso es lo que se quiere inaugurar o fundar en un acto performativo como este, a posteriori. Oh, ah, claro, en una declaración unilateral, sí, que disfrazan con sus trampas y manipulaciones, de acuerdo. Para el nacionalismo, la democracia, los individuos y la ley, no es más que un gigantesco eufemismo. 

Lo peor de todo esto, es el precio político y personal que se paga por esta clase de delirios. No sólo los estúpidos e inacabados, sino hombres, mujeres, inteligentes y bondadosos se consumen en ese deteriorado campo semántico de la mentira. La decepción, es dura y quema.  

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