lunes, 9 de enero de 2017

La voz del silencio



Manolo Marinero, el gran crítico de cine, primero en Diario 16 después en El Mundo, conocía perfectamente la imposibilidad de su oficio, y así lo ejercía, con la responsabilidad del límite cargando en su pluma como el plomo. De ahí que cuando escribía, realmente lo que hacía era escribir sobre si mismo y su experiencia en el mundo, desenvolver un punto de vista con patas. Como todo gran escritor, aunque fuese de pequeños materiales precarios como los artículos de periódico, para explicar las cosas, debía explicarse a si mismo, como lo hizo en el Sabor de las cerezas, de Abbas Kiarostami: << Si la soledad es, tal vez, el componente más terrible del suicidio, el protagonista (siempre en un terreno hosco, inhóspito) no pide demasiado, pide un cuartillo de generosidad, pide un poco de participación para sentirse menos solo antes de la muerte, si se sabe algo acompañado después de ella; pide que le permitan emitir a él también la voz de autoaliento, de llamada al coraje del soldado, plural por naturaleza. Pide un gesto ajeno con que mitigar lo solitario de la ejecución de su voluntad. Lo pide con perseverancia y serenidad >>. La puta realidad, esa rugosidad de la vida que impide deslizarse con inocencia, se filtraba entre su estilo como se filtra e incrusta con firmeza el frío en los huesos de los pobres. En su delicada y apasionada prosa, ya se sabe que la verdadera pasión es templanza y contención, resonaban las imágenes y los sonidos más bellos del cine, cuando este era un arte antiguo que combinaba con talento e inteligencia la melancolía de un mundo viejo ya abolido y la esperanza de un mundo nuevo por venir. Esas vanas ilusiones de la herencia con testamento. Realmente lo nuevo progresa al mismo tiempo que lo viejo: el futuro, finalmente, no sustituye el pasado, sino que encajan, coexistiendo de un modo ridículo, en un mismo tiempo presente cuyas formas de limpieza y modernidad no ocultan las podredumbres de su contenido. El mundo, como la vida, se alarga en todas las direcciones: sólo en el progreso anida la regresión, su alimento. En fin, la melancolía progresa al mismo tiempo que regresa la esperanza.  

Quizá Manolo, el gran crítico, consiguió explicarse el mundo a través de si mismo, resistiendo, soportando el peso, y a si mismo a través del cine y sus personajes, sus imágenes, y sus seres... << Ser un frontera significa ser de un modo que le hace a uno asumir el vivir en el límite. Generalmente, los fronteras son considerados personas que van al ataque, cuando en realidad lo que hacen es una defensa a ultranza de derechos, principios personales, de su vida tal como la han encontrado por desdicha o tal como la han construido con esfuerzo, o de sus ilusiones. Los fronterizos van hasta el final de sus posibilidades >>. Los fantasmas de Marinero, que con toda seguridad son las sombras oscuras de nuestra época tediosa y obsoleta, fundieron las luces de su inteligencia y pudrieron su corazón, como se pudren las cosas en agua dulce. Se quitó la vida el 17 de julio de 2004, con 60 años, en silencio, en soledad, perforando túneles en el tiempo como si se tratara de una manzana. ¡Vaya edad! Cuando morir ya no es como en las películas, negro, romántico, sublime, con luz melocotón de western. Un morir de niños.  

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