domingo, 8 de enero de 2017

El frío de la imagen y el sonido

Nos abrazaba la noche fría y seca en una esquina de la plaza, casi solitaria, abandonada al silencio. Sometidos a luz melocotón de las farolas, hablamos, para cerrar el reencuentro a tres; Gerard estaba alegre y tranquilo. Planes de futuro, la mediocridad de los periódicos, oh là, là, relaciones personales, y algo, ay, de profesiones. Para rematar, como si de un morlaco, Gerard comentó algo sobre la crítica musical, que yo transformé, conocido es mi carácter insolente y cenizo, en el oficio del crítico. Dando, a lo que me pareció una mención de un mero ejercicio subsidiario, publicitario y subordinado del arte y las letras, un carácter profesional, autónomo y estético a la crítica. Digno de singularidad y atención como género literario en si mismo, sin ese peaje a pagar, esa deuda, a la ficción o la promiscuidad de la imaginación. La creación ensayistica o crítica se ve sometida a las mismas exigencias estéticas que la novela y la poseía, y su alimento moral, aunque tengan parámetros mentales, y reales, disimiles. Samuel Johnson, Chesterton y Cyril Connolly, ennoblecieron el trabajo de crítico y lo inauguraron y establecieron como un género clásico, que tenía como objeto fundamental, vincular la vida y la obra. Gerard estuvo en todo momento de acuerdo conmigo. La conversación, ya mutilada por el sueño, siguió en mi cabeza. Totalmente sumergida en el cine, la música, y su mundo balsámico de imágenes y sonidos... 

No hay verdadera crítica sin estilo. Al menos no la hay sin una mirada particular sobre el mundo y el cine, tan amplia como la de los mismos creadores. Sometida a las mismas exigencias de rigor y precisión, y a las mismas necesidades de belleza y profundidad; es decir, al mismo carácter productivo y profesional, prosaico y poético. Pero en general, el déficit de la crítica de cine, más allá de su proceso mecánico, es su propia materia: la palabra. Imágenes y palabras pertenecen a lenguajes distintos, a veces, enfrentados. Los antagonismos de la palabra, fueron también con los sonidos, hasta tal punto que el propio Hitchcock confesaba a Truffaut que los diálogos en su cine los entendía como un sonido más, uno ruido entre los demás, que sale de la boca de los personajes, cuyas acciones y miradas son las que cuentan una historia sobre todo visual. Hitchcock pulverizó la palabra, la redujo a sonido, su forma atávica y originaria. Tal purga primitiva, ¡y de tantos réditos estéticos!, no rebaja la dificultad de la tarea del crítico, pues más allá de la articulación y las relaciones de la palabra fílmica con el resto de aspectos y elementos de la obra, el verdadero problema era la traducción de lenguajes distintos: convertir las imágenes y sonidos en palabras volcadas sobre el papel, allí donde se produce la verdadera fricción para el crítico, y se convierte en el delta donde se acumula, como la decantación de materiales diversos, su frustración y limitación. Los grandes críticos siempre aceptaron con humildad la imposibilidad de su oficio. 

       

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