sábado, 7 de enero de 2017

Aquella vida nonchalance


En el propio título ya ruge la melancolía. El rastro ambiguo de una pérdida, el eco de algo remoto y sentimental, o al menos poco habitual y anacrónico en nuestros días. Y lo cierto es que he visto pocos hombres a mi alrededor que merezcan elogios por su arte de vivir, por su gusto por el mundo y sus objetos, que se midan con las cosas y no con sus sombras degeneradas de inciertos resultados, que acepten, con la alegría automática del carácter despreocupado, que la vida es horrible, ¡vaya final!, pero emocionante. Una escritora, M.F.K. Fisher, un ser de inteligencia desconcertante, vivió como se debe esa emoción, una vida nonchalance. En ella parece que dé tiempo para todo, incluso, para perderlo y malgastarlo, flotando, un navegar dulce y suave, a la deriva. Libros, hijas, escritura, viajes, amigos, maridos, amantes, familia, y grandes comidas que cuidó amorosa y disciplinadamente. Las casillas, quizá, de toda vida, pero escritas con la prosa más equilibrada, ágil y suelta que haya leído. Sobre todo eso, su escritura perfecta, armoniosa, melódica, sintética, y apasionada. Esa reescritura de la vida, ese corregir los desvíos, que llevaba en su cabeza y recreaba en la memoria, esa producción sutil y estable del placer y el amor, obligada por su árido oficio, le permitió hablar sólo de la felicidad.  Al leerla, parece como si sólo se hubiese dedicado y entregado a ella, nada deja cicatrices demasiado densas en sus textos como para estropear sus recuerdos teñidos de sueño y una nostalgia sabrosa y digerible. Pero lo cierto es que, como todo lo humano, tuvo que remover densas ciénagas para sobrevivir y brillar. Entre ellas, el suicidio de su segundo marido y la lucha por el reconocimiento en su profesión. Contra sus colegas del bosque de los letrados, esas ratas fétidas que la consideraban una escritora de segunda categoría y desleal a su oficio por escribir de comida y las necesidades del hambre y del corazón. << La gente me pregunta: ¿Por qué escribes sobre comida, sobre comer y beber? ¿Por qué no escribes sobre la lucha por el poder y la seguridad, sobre el amor, como hacen los demás? [...] La respuesta más fácil es que, al igual que la mayoría de los seres humanos, tengo hambre. Pero eso no es todo. Creo que nuestras tres necesidades básicas, alimento, seguridad y amor, están tan mezcladas, combinadas y entrelazadas que nos resulta imposible pensar directamente en una dejando a un lado las demás. Así, cuando escribo sobre el hambre, en realidad escribo sobre el amor y el hambre de amor, sobre la calidez, la necesidad y el ansia que este nos despierta... y luego la calidez, la plenitud y la espléndida realidad del hambre satisfecha... forman parte de los mismo >>. 

A pesar de todas las espinas, las trampas, se dedicó a la escritura con notable eficacia, ya que escribió por dinero y comió para escribir, fabricando libros que esculpían el tiempo e incrustaban el goce y júbilo en el espíritu de sus lectores, a los que alimentaba con dosis tan numerosas de belleza como de dignidad humana. La vida distraída y despreocupada, algo suspendida en el instante, que recreaba su literatura, era exactamente la vida que ella llevaba y que pretendía introducir compasivamente entre los hombres. Y lo más importante: era el modo más audaz y sereno de coquetería, de disimulo ante la muerte y la inherente decrepitud. Cuando ya no queda nada humano en nuestra imagen final, más que el jadeo inútil y sofocado, pero aún nos mantenemos vivos en la memoria; felices, inaugurando, insolentes, el mundo: << Nos dicen lo que más necesitamos que nos recuerden: que por debajo de la angustia de la muerte y el dolor de la fealdad están, brillantes y pacíficas, las realidades del hambre y la vida irreprimible. Es como si el cuerpo, más sabio que su usuario, reclamara aliento y fortaleza y, a pesar nuestro y de las conductas aprendidas, nos urgiese a responder, a comer >>. Ah, ah, Fisher. Toda la ferocidad y voracidad de la muerte se ve mitigada, si no vencida, en ese nonchalance recobrado, amortiguador de la brutalidad. La vida recreada, oh sí, la vida lenta y cremosa, resistiendo la hecatombe. 

Con todo, me pregunto. ¿Hoy, cuando la cuestión sobre la superación de la muerte es más oportuna, pertinente y sólidamente esperanzada que nunca, puede recuperarse, si es que se ha perdido totalmente, esa vida atenta, bajo la servidumbre y el sometimiento a la precariedad general que se intenta imponer? 
       


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