sábado, 25 de junio de 2016

El derecho a decidir de los niños

¿Le sorprende a alguien que los niños sean carnaza del sistema electoral y sus grupos mediáticos, cuando sus maquinarias están a punto de caramelo y sus ánimos burbujeantes? ¿Le sorprende a alguien que los propios padres los ofrezcan como sacrifico; no verdad? En esta campaña hemos visto, como de costumbre, las cosas más inverosímiles cobrar sentido y politizarse; y la opinión de los niños no iba a ser menos. No los iban a marginar y a silenciar como sujeto histórico, pobres diablos, en este país el oficio de corrector de prensa no existe. Tengo que reconocer antes de que la temperatura del texto suba, que mi aprecio por el mundo infantil es nulo. Ni reconocimiento, ni proximidad, todo lo suyo, y lo de sus orgullosos papás y mamás, me es ajeno. Es más, su estética me repugna, su ambiente desbordante, inducido por sus reducidos movimientos y extraños gestos de zozobra y abundancia, me hacen recordar lo muy peligrosos que son para un ánimo y un carácter inestable como el mío. Sus ojos redondos, satinados y profundos, dan esa sensación de un tiempo circular, vasto y lechoso, horrible para un adulto sano. Sus risas y sus llantos, hiperbólicos; su silencio, turbador; su piel lisa y virginal, ajena a los estragos del tiempo y al roce con la vida, el tacto húmedo de su carne y el calor fetal de su cuerpo, ¡qué debilidad y fragilidad!; su precaria y a la vez azucarada vida, responsabilidad excesiva. De todos modos, eso no me impide tener un juicio imparcial sobre el asunto mediático, y reconocer, evidentemente, la necesidad de la educación como buena enseñanza, pues este último es un asunto del mundo adulto que no puede dejarse al juego del gobierno autónomo de los niños como pretenden las acelgas pedagógicas de nuestros días. Orwell se ponía a investigar sin parti pris, o aún más eficazmente, decía que conociendo y hasta exhibiendo sus prejuicios, que es la única manera de desactivarlos, podía escribir de un modo sin fisuras. Así, publicitando mis opiniones, puede valorarse si el armazón fáctico que todos hemos podido observar en los últimos años, y que yo señalo enfáticamente, se adecua o no a razón. Prosigamos.

¿Nos sorprendió cuando el soberanismo catalán utilizó políticamente a los niños, al margen de los cínicos reproches de aquellos que también los usaban? Los niños son, evidentemente, pieza preciada en el sistema soberanista catalán, tanto en la prensa vertical, como en la educación. Quizá alguno de estos niños que hoy tiene cuatro meses vean a sus 140 años la independencia de Cataluña; quizá habrá que irles preparando para ese gran momento realmente extraordinario del creacionismo histórico, de ese tiempo acrónico que verán nacer e inexorablemente les va a tocar vivir, sea en la imaginación o en la realidad. Pero no es solo el  sistema soberanista catalán el que utiliza a los niños. Los niños son la gran hipocresía del sistema mediático en su conjunto. A los niños se los viste o se les desviste con un píxel, cuando conviene. Cuando la propaganda, píxel art, va en un sentido o en otro; no hay ningún problema en esa arbitrariedad y gratuidad. Pero lo más dramático de esas filminas de la televisión catalana que se presentan, y usted, solo el nacionalista, representa (tienen sobre ello una responsabilidad insobornable e inexcusable), no tiene que ver ni siquiera con esta corrosiva hipocresía. Tienen que ver con la evidencia de que en Cataluña, entre lo que dice un niño de ocho años, y lo que dice un adulto de 40, no hay absolutamente ninguna diferencia, intelectual por supuesto. Y no sólo en el terreno educativo, sino también el político. Esta idiosincrasia tan divertida y singular, es extensible para todo el vasto y desierto paisaje español, tanto a lo viejo del lugar, como los del advenimiento de la nueva era. Especialmente durante la campaña Kindergarten a la que nos vemos sometidos sádicamente ya con asiduidad. Los vídeos de campaña van dirigidos al entretenimiento infantil, cuando no a su sollozo y diarrea. Sus reproches intelectuales se asemejan más a los exabruptos y los pucheritos de la frustración infantil, que a verdaderas ideas adultas y maduradas con el tiempo de la razón. Sus conflictos, son verdaderas luchas de recreo, momentáneos breaks de estudio desatendido y despreocupado. Esta total indiferencia por la forma y su expresión en el lenguaje, primer efecto moral y estético sobre la sociedad, debería preocuparnos gravemente; y no sonreír picaronamente ante esa burda propaganda idiotizante e infantilizante. La Idiotética, lo bautizó Ferlosio.

No fue el único. Arendt en uno de sus más destacados y preciosos ensayos, Entre pasado y futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política; y en uno de los capítulos cumbre, de largo aliento, La crisis en la educación, demuestra, no solo la profunda quiebra en el sistema educativo que se prolongará hasta nuestros días, sino su transcripción en términos políticos: sus deposiciones infantiles. La situación de los niños en la ecología mediática, y su burda utilización, es un tropezón más de los vómitos de la crisis educativa.





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