sábado, 26 de marzo de 2016

"Ellas" y "las suyas", sobre el terrorismo y la pluma ligera


Miércoles, 23 de marzo de 2016. Son las 19:07:?? de una tarde suave y dilatada, como si la calma húmeda y amarilla que siempre acontece tras las matanzas y las carnicerías humanas, descendiese, arrastrándose, reptiliana, desde el norte hasta nuestras distraídas y ruidosas tierras; y permaneciera suspendida, flotando, durante días, como una untuosa espuma en el ambiente. Todo sucedió, si es un suceso lo nuestro, en ese medio tan caliente y revelador que es la televisión. Una "mujer experta en oriente medio", así se hacía llamar, con esa doble condición problemática y friccional de "mujer" y "experta" como categoría profesional, sospechosa e irritante, por lo de militante sindical de cuotas, aparece en un programa verde de ímpetu generalista; de masivos y ociosos espectadores. En ese espacio recreativo y visual del periodismo, hoy, la primera forma de ocio y pasatiempos de los individuos "civilizados", el más goloso y sabroso de los tentempiés ciudadanos, la "mujer experta", de la que no recuerdo el nombre, construyó, como sólo los niños construyen sus efímeros y caducos juguetitos, el siguiente lazo pirotécnico: - no se está produciendo una radicalización del islamismo, sino una islamización de la radicalidad. Sintagma, si la gramática política lo permite, tan socialdemócrata y buenista que no persigue enemigos, sino la exclusión y marginación de ciertos discursos ideológicos que hablan de guerra (asimétrica o de religión, no clásica o fría) o de responsabilidad ante las atrocidades de la violencia religiosa y, como un zorro cuando en unas semanas de hambruna se equivoca de madriguera y se come a sus propias crías con devoción, fomenta lo que precisamente intenta suprimir, la inexorable muerte; escondiéndolo todo: el origen del terrorismo, y todas sus etiquetas. Disfrazando a los asesinos islámicos de esa justificación y redención  universal que es, el mal radical o absoluto; y que no sólo es un indulto político, las veces teológicos, sino un Prozac para la comprensión de lo acontecido.

La muchacha, siempre tan parlanchinas y redichas esas socialdemócratas, expresó, en un indolente alarde de torpeza, aquello que uno siempre anda buscando como una formulación, un final discursivo, audaz y feliz, y que en escasas ocasiones logra producirse en mi cabeza, y mucho menos logro expresar con la precisión quirúrgica que una disección se merece. En este caso, la chica, formuló exactamente lo que pienso sobre el tema, invirtiendo geometricamente su sentido, el de ella, su condición, y su binomio especulativo, su metafísica del mal, mucho más reaccionaria que la del conservadurismo al que pretende excluir y marginar de la ecología mediática. Pues suponer que el mal existe al margen de alguna de las grandes arquitecturas del sentido, todas artificiosas y fácilmente manipulables, y sus pequeños y dóciles albañiles, peones contingentes, es un doble salto mortal metafísico que sólo un cura o un socialdemócrata (el típico progre de hoy), las veces a la limón, puede llegar a proferir en público, sin la inevitable rojez de mejillas y nariz, sintomáticas de la vergüenza, propia y ajena, práctica y teórica. Esas arquitecturas del sentido, religiones, ideologías, sistemas económicos, intereses particulares (el beneficio cenital que promete el liberalismo) y conciencias solipcistas; almacenan en sus flatulentos sótanos los motivos, fines y objetivos, adornados con los ropajes de la historia y el sentido, la excusa y expiación del "mal". Almacenan como rastros y huellas fósiles los orígenes de la violencia, la guerra y el terrorismo. Siendo menos beligerantes, hemos dicho que el sustituto político de ese gran ornitorrinco teológico del mal, es la violencia o la guerra. Pero precisamente a esos términos también reaccionan alérgicos los, las (la), socialdemócratas. Buscan enmascarar el "mal" de esos radicales sin casa ni origen que sus adulteras cabezas del wishful thinking han creado; como pretenden ocultar términos que escapan a su sofisticada y cínica economía del lenguaje condescendiente y perdona vidas, porque según su lógica binaria, eso conduce inevitable y fatalmente hacia la islamofobia, el racismo y la impunidad de los crímenes de guerra. Nada más lejos de la realidad. Dejar esas bolsas ideológicas, lingüísticas y religiosas intactas, sin explotar, e irreducibles entre sí: el conflicto entre religiones, el choque de civilizaciones. Ocultarlo o edulcorarlo a través de mentiras o sucios eufemismos, aumenta el conflicto, lo agudiza, creando nuevas contradicciones que las ideologías canónicas no contemplaban: la mezcolanza arbitraria y gratuita de contenidos, y las afinidades inesperadas e impensables entre movimientos religiosas reaccionarios y falsas izquierdas progresistas, posmodernidades de casino, que emergen como aliados discursivos de los propios terroristas.

El terrorismo en sí no posee ninguna entidad ni sustancia, ningún fin a realizar, es un conjunto de prácticas neutras y blancas dirigidas a la destrucción a través de la violencia, comprendida como medio para alcanzar un fin mayor, superior. El terrorismo, ajeno al "universo de sentido" autónomo, funciona según el imperativo y las reglas de una construcción y producción de sentido heterónomo, sea del orden y la naturaleza que sea. Afirmar entonces, que una religión, tan dogmática y brutal, y que sólo ligeramente y relativamente puede tomarse al margen de su literalidad, - " Matadlos donde los encontréis... Tal es la retribución de los incrédulos" (Corán, II, 191) o "Matad a los politeístas, doquiera que los halléis" (Corán, IX, 5); puede "integrarse" (palabro tristemente imperialista) en un orden o sistema de valores, o simplemente de estructuras políticas básicas, occidental (democracias liberales burguesas y burocráticas); no sólo es atentar contra el sentido común, sino que manifiesta una férrea voluntad de manipulación mediática y mentira empírica. Implica el nefasto relativismo sobre los hechos, y la manipulación de la prosa fáctica, que los posmodernos creen herencia de las democracias, pero que indefectiblemente, son producto y herencia del totalitarismo. Las citas anteriores no pueden ser precisamente fragmentos interpretables por ninguna hermenéutica moderna, sino, simple y llanamente, obviados ad hoc, ocultados y silenciados, en beneficio del que los practica o unos terceros que lo relativizan. Unas palabras de Albiac en el ABC del miércoles aclaran algo el asunto: << Y el islam no se parece a ningún otro monoteísmo. Judíos y cristianos se asientan sobre la exágesis de un texto inspirado. EL islam, no. El Corán, que existe eternamente junto a Alá, es por Alá dictado en una sola operación y un solo copista. No admite interpretación. Se repite y se replica. Literalmente. el córan no se lee; se recita. Sin que una sola tilde pueda ser alterada (...) Ante el Islam todos son culpables. >> "Ellas", esas progres, las rojas desteñidas... No entienden que ante esos axiomas coránicos, ninguna comunidad ética, cultural o política puede permanecer indiferente. Debe establecerse como sucede con las ideologías en un espacio político crítico y plural, un escrutinio estético y cognitivo de igual brutalidad y acidez con que la realidad golpea al resto de animalitos políticos, hambrientos y sedientos, que nos rodean. Esa impunidad de las religiones, en espacial el Islam, hace retroceder en múltiples siglos una decantación temporal sobria y sabia del pensamiento y la razón, y su producción de límites y fronteras intelectuales, morales y políticas. Se mata en nombre de un Dios, cruel, indiferente e inflexible, y de tal modo, las comunidades identificadas y definidas por ese principio rector y normativo, deben responder al terrorismo. Deben responder como teocracias o como miembros de sectas, pero inexorablemente deben responder con la palabra política. No sirve ocultarse bajo sujetos abstractos, vagos y retóricos de perdón, solidaridad, humanidad y fraternidad con las democracias. Las teocracias directa o indirectamente los amparan; aunque sólo sea por compartir una misma cosmovisión bajo los techos adornados del poder, y el poder económico, cosa distinta en ocasiones. Nada que oculte eso será lícito o legítimo ni ética ni estéticamente; o aún peor, nada que lo oculte, será verdad.  

 Ante ese acontecimiento atroz del terrorismo que requiere, antes que las habituales clasificaciones binarias y obsoletas de buenos y malos, civilizados y bárbaros, verdugos y víctimas, o peor: todos inocentes, y cualquiera de los binomios que a las incontinentes mentes pequeñoburguesas puedan cocinar, lo cierto es que lo esencial y primordial, siempre minoritario, es comprender. Entendido como esa carga y resistencia a lo acontecido (que como poso, permanecerá en la memoria) del que no pueden deducirse causas pues nada lo antecede de un modo tan determinante que aplastara su espontaneidad y singularidad; y menos comprensible sería, cuando aún los cuerpos siguen calientes, los gritos adheridos al eco, y los huecos de las bombas humeando negras nubes como chimeneas a pleno rendimiento. Algo, temporal y espacialmente, imposible. No se puede escribir de la vida, a veces la política aún no siendo lo mismo se adhiere a ella de forma insoportable y obsesiva, con escuadra y cartabón. Pero, sí, es necesaria cierta frialdad y superficialidad para que el emotivismo del "sentimiento de humanidad" que "ellas" profesan, quede desactivado e inservible. Hay gente que no encaja en la vida, que sus mentes, no así sus bolsillos, no encajan con este mundo anhelado de comprensión. Una vez más, aquellos que se supone deben combatir y erradicar las raíces teológicas de la política, son los que las extienden, alimentan, nutren y amparan, en su cínica temperatura uterina. Unas manías, costumbres, que desde todo punto de vista son contrarias a "su" propia noción de progreso. La manipulación de los muertos por esa suerte de doble moral que los, las,  progres se gastan en la contabilización partidista de las víctimas, ese pesar racial, religioso, e ideológico de las víctimas en una balanza partidista, es sin duda lo que los hace incompatibles con esa vida. Pues esta, no funciona según la lógica que ellas declaman: los muertos se comen a los vivos. Una tesis formalmente bella pero moralmente cínica, que está contenida en uno de los peores libros de Ortega ( España invertebrada, 1922), ese gran ensayista español. Sólo queda preguntarse, aunque en cierto modo, no del todo (nunca se tiene nada del todo ni se pierde nada absolutamente), ya he respondido:  ¿Aprovecharán los agentes políticos concretos que los representan a "ellos" y a "ellas" el caudal de sangre derramada en favor de su molino?

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Cortesías...

Arcadi les recordaba esto a "las suyas", - que no son "las mías", tampoco "las muchas", ni "las más", pero en fin, "son", y abultan - en su día señalado: 


<< ¿qué son acaso las flechas del amor y el corazón sangrante sino pruebas de esa violencia cenital?
Al margen de cualquier sarcasmo Menguzzato acierta a exponer un cierto pensamiento fracasado: del amor, como de la vida, solo existe su desdicha. ¿San Valentín? ¡Querrá usted decir la matanza de San Valentín! Es un serio problema que el gobierno de los países esté en manos de fracasados. De gente que acude a la política para extender colectivamente su desolación privada. >>
Y estas, resuelven rápidas, incontinentes ellas, con el ritmo del gallo, el pito, y su incontrolable, expansiva y perfumada sangre; todo su arte:












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