martes, 9 de febrero de 2016

Mamá, ¿los titiriteros de Madrí no son como Fofito?




Como ya viene siendo habitual, las televisiones más que los periódicos, pero también estos, abren las portadas, y los informativos, con las noticias más insólitas; no precisamente por su exostismo (esquina efímera donde guardamos todo aquello que no encaja), sino por su vacuidad y nimiedad. Parece que aquello de los viejos periodistas, Pepitos grillo sin pluma ni papel, de que los periódicos desaparecerán físicamente para dejar paso a la fluctuante nube y anárquica red intangible de lo digital, no se cumple como tal juego de suma cero, sino que justamente sucede lo contrario, ¡síntesis!. Los periódicos sobreviven, al copiar la (des)estructura del "trending topic", del "hashtag", del esqueleto de la frivolidad sin estilo, sin ornamento estético, la frivolidad cruda y común de la calle, en las pieles más antiguas del papal grumoso, las veces grisáceo, las menos asalmonado, que antes, y ahora podría ser igual, eran el método de mayor purificación y decantación del talento escrito. Viven, gracias a la simbiosis entre organismos vivos; se retroalimentan como la ignorancia y la maldad lo hacen entre ellas. Parece como si la prensa fuera, más que nunca, una red de contactos y publicidad, un folletín de burdas pequeñeces sin importancia, pequeños restos de basura recopilada y ordenada según jerarquías de repetición ideológica y consumo rápido, mórbido entretenimiento, al margen del tacto, fino y delicado, de la literatura realista. Esta, se perdió por la red, germinando y floreciendo en pequeños blogs aislados y desconectados de sólidos soportes de difusión concreta, en la fusión entre un medio y otro, entre el incierto paso de un mundo analógico que se apaga y un mundo digital que lo abarca todo. El periódico se apropió de la dispersión y la indiferencia propia de la red hacia los hechos, su relativismo sobre los hechos, el peor de los pecados para la prosa fáctica. Y la red, en su absoluta libertad y multiplicidad plástica, textura llena de posibilidades, acobijó esa "escritura" de forma marginal y en el anonimato y el silencio más denso. Como es sabido, en los blogs, sólo es posible el metaperiodismo, no el periodismo. Singularidades del contexto material. Por lo tanto, el lugar de la firma, del espacio autorizado y concreto, la garita fija desde la que mirar el mundo y ordenarlo, describirlo, se ha disuelto como un azucarillo en una taza de café. Perdiendo así, de un modo más grave que siglos atrás, la idea del autor como productor, del escritor como trabajador de textos, y no como activista, víctima o sindicato. Perdiendo en definitiva, el aparato que ordene el mundo, el guión de un mundo donde sus asuntos interesen universalmente al hombre, y no a las particularidades ficcionales de lo rural y lo municipal.    

Al margen de todo eso, que será visto con más detalle en otra ocasión, lo cierto es que el ayuntamiento de Carmena, sus labores, y su gobierno pop, cool y soft, ha vuelto a despertar las fobias y furias más injustificadas, malintencionadas y dirigidas, por forzadas y sobreactuadas, de la prensa nacional. Especialmente de la propaganda de la derecha mediática, la caverna. Ahora sí, cada vez más cercano a Berlanga y su sobrevalorada película (aunque entiendo que sea un clásico en un país mayormente de gente zafia) La escopeta nacional (1978), este país se pierde en el desorden del absurdo y abandona todo el rigor y sentido recto que la complejidad de la vida y la dureza fría y áspera de la realidad política, implican. La polémica. Unos titiriteros que representaron una obra donde se colgaban policías y jueces, se violaban monjas, y se reivindicaba a ETA en pequeños cartelitos. Todo eso, ante el público menos oportuno, el más equivocado: los niños. El público más binario e inflexible, gratuito y arbitrario, que existe. De ahí a la cárcel, según el juez prevaricador que los ha encerrado. Esa, y el chorreo de opiniones, verdaderos deseos íntimos, han conjugado una notable mancha, una vez más, en la ecología mediática de este país, en la que se incluye la libertad de expresión y la libertad de pensamiento, que como sabemos, nunca van unidas, no como derechos, sino como guirnaldas decorativas. El conflicto se dirimiría en un trámite burocrático de disculpa formal por parte de las autoridades hacia unos, siempre insatisfechos y descontentos, padres, si no fuera por el autor intelectual de la fechoría: los podemitas. La carnaza perfecta para las nuevas maquinas del barro. Lo idóneo es crear oleadas de ruido y vacío para llenar páginas de periódico al estilo de las redes sociales, con sus lucecitas y sus pitidos característicos en entradas y avisos banales, sus "me gusta", y sus "compartir", con sus "retweets" sofocantes. Lo peligrosos es eso, que lo hagan los periódicos; no las redes sociales, donde no existe el periodismo ni el autor. Cierto es que la información se ha convertido en la mayor forma de ocio entre los ciudadanos, y por lo tanto la economía y el tedio del trabajo, requieren de esos pequeños recreos colectivos para los ociosos consumidores, que no lectores, que deseen distraerse o lavarse. Todo vale en el ocio, todo esta permitido en el espectáculo según aquellos que no acaban de solucionar la confusión que despierta en sus frágiles cabezas la distinción entre ficción y realidad, verosimilitud y verdad. Ahí siguen, chapoteando como gorrinos en el fango.  

Arcadi sin embargo, en su blog, ve la otra cara de la moneda, la política, y analiza la entraña de la noticia:    

"El juez que mantiene insólitamente en la cárcel a los titiriteros de Madrid no solo ofende a la libertad de expresión. Su actitud reconforta al antisistema, que ve probados, aunque sea episódicamente, todos sus delirios. El reproche a los títeres solo puede ser político." ( o artístico, y no judicial y penal, añadiría yo...)









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