miércoles, 13 de enero de 2016

Los arcadinos





 La colonización de la naturaleza por el imperio de lo artificial, la cultura, introducida en vena hasta pervertir y desvirtuar lo natural, correlato del destino de dominación del hombre por el hombre, es un viejo lenguaje mitológico de la izquierda crítica o radical acartonada en oníricos y polvorientos esquemas políticos. Pero Roland Barthes, escritor del erotismo, empeñado en desarrollar una crítica ideológica, de la ideología oculta, en el lenguaje de la llamada cultura de masas; demuestra en Mitologías (1957), cómo "las representaciones colectivas" consideradas como sistemas de signos y símbolos, podrían dar cuanta en detalle (en las pequeñas cosas, ordinarias e inmediatas) de la mistificación que transforma la cultura pequeñoburguesa en naturaleza universal. Esto es, cómo la política es "naturalizada" por la ideología (la derecha) como "procesos necesarios" en la iconografía y mitología urbana; civilizada y tecnológica. Este desmontaje de las mitologías, muestra el carácter eminentemente histórico de nuestra actualidad, denunciando el abuso ideológico que se sufre en el relato y la narración de nuestro presente político como algo natural e inevitable. Una crítica semiológica que pretende cierta liberación del significante y el significado político, sin establecer nuevas mitologías y reconociendo casi imposible la tarea de desmitologización; la heterodoxia o la subversión.    

Para ver el músculo y el tuétano de la prosa mítica, dejo mi letra y mi coma, y recurro al cuerpo de Arcadi, el mejor columnista español. Su escritura iconográfica y mítica, es el mejor ejemplo de lo que denuncia Barthes. Arcadi, representa, de la mejor manera, en la belleza del verbo, el mejor refugio y asilo que conozco, los efectos de la ideología en  las "representaciones colectivas". 

Algunos arcadinos sobre crónicas belgas, aquí abajo: 

El borracho sobrio (I)
El borracho sobrio (II)
El borracho sobrio (III)
El borracho sobrio (IV)
El borracho sobrio (V)
El borracho sobrio (yVI)

<< Últimamente ando algo despistado; distraído, como siempre, por los vientos ácidos y arenosos del azar. Para adormecer las dudas y enfriar las incertidumbres, paseo, cual señorito madrileño, por el monte urbano cercano a mi casa, como si fuera de mi propiedad; nada más seguro que pisar suelo propio, como un recto granjero, orgulloso de sus yeguas, pasea por sus anchas tierras. Un monte desvencijado, penetrado por el áspero asfalto y atravesado por ese olor químico a neumático quemado y chatarra trabajada por el fuego. Donde esas pequeñas construcciones unifamiliares, con pequeños jardines a cuatro esquinas de cemento, plantas color caído, perdido, perros como escobas tumbados en largas y sombrías manchas negras de humedad, surcos de moho y estancos de peces atrapados por el musgo, se apropian y se asientan en un espacio deteriorado ¿O ese espacio deteriorado se apropia de ellas? Antes, ocupado por el chato y llano vacío de la naturaleza; viva o muerta, siempre es exuberante y opulenta. Recubierto todo el virgen campo, ondulado y azotado por el tiempo y el abandono, por esa yerba verde oscuro, densa y vaporosa, como si un ejército de gotas de agua recubriera sus fibras para protegerlas de su destino; el deterioro y la desaparición. Una yerba crecida siempre a la sombra de tupidas copas de altos arboles marrones, de tronco grueso y poroso, esponjoso, recubriendo sus leñosos huecos, opacas telarañas blancas. Rodeados por pesados matorrales de bronce y limón, suspendidos en el aire, no muy lejos del tozudo suelo, la terca arena de lo real. Un monte tallado agresivamente entre edificios secos y grises, monótonos y previsibles, poblado por esas gentes, tan plurales y múltiples como las canicas de colores. Esa musicalidad en los choques de los juegos, qué distintos brillos, auténticos fogonazos de luz que las bolitas producen al moverse en contacto con el sol, sólo acariciándolo. Esas, y tantas otras, son sus singularidades inalienables, las de la gente normal; cáscaras de hombre. >>

Ese paseo por un monte urbano, metonimia de tantos otros, es una metáfora política como cualquier otra; solo que esta, es la mía. 











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