domingo, 10 de enero de 2016

La falta de litio y la maldita testosterona.





Que uno viene leyendo a Arcadi desde hace ya ¡años! no es una anomalía, es una costumbre tan natural, tan arraigada y saludable, como sugestiva. Nunca se pierde el riesgo ideológico en su lectura, si no más, el del estilo; un estilo pícaro y analítico, de poso ibérico, que asume fondo y forma como un tándem indivisible e indisociable, tan sólido y clásico como el matrimonio entre ética y estética; que por cierto, no sin irónica sonrisa, también asume. Un riesgo tan atractivo, que contradecirle periódicamente se convierte en un tedioso ejercicio, una flexión intelectual poco reconfortante; pues lo que uno desearía, es tener que recitarlo sin tropezones ni tartamudeos, como el que recita, sin tullidos, un poema en la llanura, sólo ante Dios, como Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó; y admirar su claridad y precisión, la síntesis de sus conocimientos o la sencillez y excelencia de su exposición, admirando así la escritura periodística, sin preocuparse de los sapos que uno tiene que tragarse, como en el amor, por todo lo que dice o se obliga a decir en política. Se podría pensar, que me pasa con él, lo que con Pla, que coincido con sus juicios pero no con sus razonamientos, asumo sus juicios (subsumir un particular en un universal, o crear un criterio para subsumirlos) pero desconfío de sus razones, sospecho de su argumentario, aunque me seduzcan sus narrativas, vivas y lúcidas como un nido de víboras.  

Sus artículos, untuosos como el buen queso, deambulan por la casa como el correo comercial o la más distinta y variopinta publicidad de los ridículos servicios que ofrece una sociedad ociosa; los avisos bancarios y las obligaciones fiscales (¡siempre el papel ha impresionado tanto a la gente de clase media, empresarios, proletarios y funcionarios, que los viejos aparatos burocráticos confían en él como la Iglesia confiaba en las gárgolas; se confía en él incluso para derrocar gobiernos, fabricar candidatos de cartón piedra como Pdr Snchz o ensalzar agrupaciones políticas de nuevo cuño!) que impone el inocente y benevolente Estado. Te puedes encontrar su ¡QUIA! en el baño, mientras te duchas, te levantas los párpados, te pules la dentadura o te cepillas el pelo encrespado; te acicalas para el nuevo y luminoso día, o simplemente reposas en la taza del váter: único lugar de insobornable soledad y profunda intensidad introspectiva del hogar. Lo que fue su Correo Catalán, puede estar tirado entre los cojines gruesos del sofá tapizado, sostenido en el sillón acolchado y rizado del abuelo, entre sus mantas aterciopeladas, entre las revistas del colorín y el polvorete femenino o entre revistas de biopolítica como el Men's Health de mi padre; el músculo de las cuales es distinto al de los artículos de Arcadi. Sus Cartas a K. pueden encontrarse reposando en los clandestinos cajones del armario de mi habitación (la cocina es la única zona virgen de arcadinos, allí gobierna sin oposición, mi madre; allí ni Arcadi, ni Dios, ni rey, ni patria, ni bandera son reconocidos por la soberanía y la legislación materna...) en un largo y profundo letargo, sepultados por el polvo y un ejército de viejos periódicos, que un día, la agudeza me aconsejó guardar. O poblando mi cama, desparramados como cadáveres, o floreciendo como frescas amapolas y dulces girasoles entre los papeles de mi mesa, entre los libros apilados en columnas en los sólidos anaqueles de madera de mi biblioteca, o simplemente enmarcados e iluminados en la pantalla del ordenador, como una procesión de hormiguitas negras, revoltosas por el hambre al percibir el olor a insecto muerto, quemado por el sol. En fin, Arcadi, como Ferlosio, Pla, o Arendt, son más bien intelectuales domésticos que otra cosa; forman parte de la familia de la misma manera que lo son los muñecos para los niños y los animales para el PACMA.

Este domingo, después de las obligaciones biológicas: ducha, café, tostada con fiambre, zumo de naranja natural, y pitillo; leo el periódico, el mayor acto de civilidad e igualdad, junto a la corbata, la americana, los tejanos ( por supuesto la pitillera y el Dupont) y Gene Tierney, que jamás el hombre haya concebido. Y me encuentro, lo andaba buscando, la tercera de Arcadi; Volved, todo está perdonado, se llama la criatura. En él, veo lo de siempre, un pensamiento 3.0, indistintamente del soporte, sea en papel o en píxeles, con precisión e ingenio, para explicar los fenómenos políticos. Entre las virtudes del artículo, su ateísmo, encuentro la voluntad de insistir en que el problema de los crímenes y atentados terroristas en París no puede desvincularse de la religión; y de igual manera que los maltratos (su culminación es el asesinato) de un hombre, el marido o parte reproductora, hacia una mujer, son considerados "violencia de género" o violencia machista (realmente es violencia doméstica), e igual que la violencia hacia un negro, un moro y un chino (no es un chiste, ni la cabalgata de los reyes magos/trans de Madrí) es "violencia racista", y el suicidio por narcóticos, no es culpa de las drogas sino del individuo; lo más oportuno sería considerar cualquier atentado en nombre de Dios, como violencia religiosa. Lo malo del artículo: la falta de litio, la maldita testosterona, juvenil y descarada, el desprecio por el barro de la historia, el fango de la existencia, y la pretensión de "naturalizar" lo artificial, el artificio humano de la política, un aparato como cualquier otro, eso sí, mucho más prosaico y épico. Lo peor: la policía, el goce estatal y su apología institucional, su amor al gusto liberal por el orden y lo establecido, y desde luego, la confianza ciega en una democracia, aunque sea la ideal y no la realmente existente. Arcadi adora la realidad con bigote y sombrero, le gusta demasiado el traje y los zapatos de charol... ¡Demasiado!

Cartas a Kaquí. Los arcadinos. Para otro día. El tiempo y el espacio han aplastado mi voluntad jocosa...







   











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