sábado, 14 de noviembre de 2015

Morts de Rire (I)






La actualidad manda, dicen los periodistas como pastorcillos de noticias lanosas o angelitos de alas empedradas. La de hoy, recién horneada, humeante y con los cadáveres todavía calientes, desprende un hedor a carne y cruda pólvora; además de ríos de tinta y sangre derramados por las calles de un París áspero y oscuro que muestra un coraje patriótico y una determinación nacional (gubernamental y militar), cual toro en sus toriles, que aquí denominaríamos (siempre El Roto, y descosido) rancia o facha; pero que en francés y al son de la Marsellesa es un canto de fraternidad y libertad. La actualidad, como decía, nueva categoría ontológica que mediante la subjetividad televisiva sustituye a la realidad, sí se mide, a diferencia de esta última, por a prioris (fines) y a posterioris (resultados), por lo inmediato y la opinión del antagonismo de lo verdadero y lo falso; y que para Hegel, hombre precavido ante los sistemas de "o lo uno o lo otro", está destinado a abolirse. Pues para él, dice en su prólogo a la Fenomenología, la realidad (las cosas):

- en su fluir, constituyen al mismo tiempo otros tantos momentos de una unidad orgánica, en la que, lejos de contradecirse, son todos igualmente necesarios, y esta igual necesidad es cabalmente la vida del todo [...] En efecto, la cosa no se reduce a su fin, sino que se halla en su desarrollo, ni el resultado es el todo real, sino que lo es en unión con su devenir; el fin para sí es lo universal carente de vida, del mismo modo que la tendencia  es el simple impulso privado todavía de su realidad, y el resultado escueto simplemente el cadáver que la tendencia deja tras sí. Asimismo, la diversidad es más bien el límite de la cosa; aparece allí donde la cosa termina o es lo que ésta no es [...] En vez de ocuparse de la cosa misma, estas operaciones van siempre más allá; en vez de permanecer en ella y de olvidarse en ella, este tipo de saber pasa siempre a otra cosa y permanece en sí mismo, en lugar de permanecer en la cosa y entregarse a ella. Lo más fácil es enjuiciar lo que tiene contenido y consistencia; es más difícil captarlo, y lo más difícil de todo, la combinación de lo uno y lo otro: el lograr su exposición.    

Así, la actualidad o la actualización de fines y resultados que implícitamente van ligados al fondo y forma de lo mediático y televisivo, no nos permiten ver la realidad en su diversidad y devenir, en su propia esencia o naturaleza; nos imponen la cercanía y la proximidad, y el abandonarnos a lo inmediato hipertrofiado o metaforizado, lo verdadero sin contradicción o proceso. Operando la actualidad como un desdoblamiento de la realidad en una representación vaporosa e ideológica, montadas ad hoc, cuya medida es el interés (sea cual sea); como una operación quirúrgica de extirpación del cuerpo y no del tumor, un juicio vacío sin objeto ni cimiento. De manera que el ataque terrorista, y su trote de miedo y muerte, es actualidad más que realidad, espuma más que sustancia: imposibilitando un juicio imparcial, como el de los antiguos, de la realidad; pues esta es la temporalidad, y lo nuestro, el aquí y ahora, el instante atemporal de la actualidad. Imposibilitando, para apologetas conservadores del conflicto tanto como para buenistas de la gaucho divine, cualquier reflexión que vaya más allá de la apariencia, del modo de aparecer del acontecimiento, esto es: la figura o forma estética de lo sucedido. Esto queda demostrado por el tono doméstico y deportivo, coloquial, con el que desde las once de la noche del día de ayer hasta el canto del gallo de hoy, los periodistas han "retransmitido"  la información. Ante un lenguaje de "puta vida", acompañaba una música de "puta vida". Una nada irreflexiva, pero de polifonías musicales constantes, como la musiquilla de espera de los teléfonos comerciales o las risas enlatadas de las sitcom

Atendiendo entonces a la apariencia, lugar de la política para Arendt, no así para Platón; vemos como el discurso de Rajoy (el presidente que sólo leía el Marca) de esta mañana: -no estamos ante una guerra de religiones, sino una guerra entre civilización y barbarie, no significa más que la confusión conceptual (lo contrario a la vida a través del concepto como me dijo una vez R) y la ideologización de un problema político, dirigido desde grandes aparatos de subjetividad y poder nacional, y desde hegemonías basadas en el narcisismo de las diferencias. Problemas que en cierta medida supera las condiciones materiales para instalarse en la almidonada nube de la trascendencia religiosa. Ciertamente la contraposición entre civilización y barbarie la aceptaría un liberal con denominación de origen; pero ciertas posiciones del llamado pensamiento radical, o crítico, no entenderían la socialdemocracia y las sociedades abiertas como la civilización, y lo "externo" o "ajeno" (una alteridad artificial y asistida) como la barbarie; sino que verían en la propia cultura, la propia civilización, los elementos en potencia de barbarie y opresión; de origen atávico u ontológico, si se quiere. Así veía Adorno en la democracia liberal los elementos latentes y lactantes del fascismo; afirmaba: - es más peligroso el fascismo "en" democracia, que "contra" la democracia.  Algo que don Mariano desconoce a todas luces, pues el interés le va en ello. Además, desconoce el conflicto "real" entre las religiones y sus concepciones, cosmovisiones, del mundo; de las "civilizaciones" que no distinguen, en apariencia, el derecho político del derecho divino, el Estado de Dios, el hombre del escupitajo existencial, etc. Dichas teocracias no son aliados o amigos, en la relación política de Schmitt, por mucho que renieguen de los atentados y los grupos terroristas, pero tampoco enemigos. Son simples compañeros de negocios en la teología (sin dialéctica) del capital; de ahí que su enemigo ficticio sea "el terrorismo" y no ciertos regímenes teocráticos concretos; que ni siquiera unifican la barbarie en ellos, pues tan depredadores son esos regímenes en lo político, como en lo económico lo son las sociedades abiertas. Eso sí, en estas últimas, todo es más sutil y más estético; cool y soft que dirían. La barbarie, por lo tanto, no es la contingencia y la azarosa arbitrariedad de unos grupos minoritarios de terroristas aislados que al ejercer la violencia (sin más sentido que el de destruir el sistema de libertades democráticas) causan grandes daños a mayorías civilizadas; de modo alguno es una lucha contra fundamentalistas de generación espontánea, sino que son producto de un caldo de cultivo nacional e ideológico, y un contexto fuertemente religioso y general que incluye visiones ontológicas, éticas y estéticas del mundo antagónicas; amparadas por las teocracias de negocietes y las supuestas sociedades abiertas; opulentas y ociosas que diría Ferlosio.



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