sábado, 19 de septiembre de 2015

El 27 Brumario del nacionalismo catalán





Parece ser, para algunos quizá demasiado optimistas, que el espectáculo circense y su administrada fiesta llegan a su cenit, al último vestigio de su luz crepuscular, para permanecer dormido, silenciado y reposado bajo el manto gris de la legalidad vigente. El derecho constitucional, en una democracia más que manoseada por propios y extraños, por sus mal avenidos aliados y sus declarados enemigos; parece haber infligido, deduzco por los sucesivos simulacros grotescos del Govern, más temor en las butacas secesionistas de la administración del que sus cantonales y comarcales componentes de la sociedad incivil pretenden reconocer. Pues estetizar la política, así lo demuestran las últimas Diadas, no es precisamente un acto de seguridad o formalidad democrática, una valiente esperanza en el discurso o la palabra ordenada del parlamentarismo, o la segura victoria de un pueblo en cuyo carácter se firma el destino de la libertad. Más bien, parece el único, y ya último, cartucho de un viejo y encasquillado revólver abandonado a su suerte en el desierto más árido de la incertidumbre. Un movimiento atávico y regresivo, hundido en la podredumbre moral y estética del ser que no reconoce ni su tiempo ni su espacio. Muy alejado de la verdadera ciudadanía ilustrada, a la que ni siquiera el taciturno Adorno renuncia en la tarea de descomponer toda estructura física o metafísica, poética, dada en el todo social. La teatralidad de la ensordecedora masa, mansamente agresiva, mórbida en el espectáculo e imposible de rehabilitar; que una vez más sale de acampada en plena ciudad, como ovejas por sus rediles, y permanece ciega ante la evidencia de la exigüidad y debilidad de su proyecto religioso, identificado hoy, con el metafórico y lírico Estado catalán de los últimos tiempos; parece haber estallado de entusiasmo, como en la fiesta nacional, para morir de cansancio como un morlaco en la plaza taurina de lo real. Más bien, la fragilidad indolente de la mente de esas figuras cómicas de lo civil, de la escopeta nacional, que confunden la política con el circo de lo teológico; no parece venir únicamente del control mediático o institucional, sino de la depurada y destilada condición de la frivolidad intelectual que produce la incapacidad de distinguir entre la diferencia humana o desigualdad natural, y lo que grotescamente llaman el "hecho diferencial"

Una de las mayores vergüenzas del nacionalismo, al margen de su déficit ético, quizás sea esa utilización barata del "hecho diferencial" como necesidad y pretexto de la "integración" cultura - R.S. Ferlosio contrapone cultura a ilustración, entendiendo la primera como ente de dominación y sumisión, y la segunda como una forma contra-cultural; la cultura carnívora que decía Marcuse. Un acto soberbio de elipsis étnica que oculta la ya olvidada, pero presente, figura del charnego agradecido (elíptico en este caso) que tanto se esfuerzan en ocultar, pero que revive como un eco eterno cada vez que algún nacionalista de lomo plateado moja sus labios para preguntar a un igual (un "extranjero español" según ellos) -¿pero te has integrado bien, no? Como si el burdo "hecho diferencial" demostrara algo más que su vaporosidad y su falsedad: el narcisismo de las diferencias, la autenticidad del pasado o la pertenencia a una tierra. Triste sujeto político que a todas luces es un imposible metafísico, una maldad de la irracionalidad, que cobra cuerpo y alma en la nueva lógica nacional catalana; en la que la "integración" supone la hipostasis de que aquello a lo que uno siente arraigo y pertenece le hace ser bueno y lo mejor; con derechos específicos e irreductibles. El uso tolerado y aceptado por todos de esa ridícula expresión (integración), convierte la sociedad, como decía Adorno, en opinión y locura: sencillamente fascismo. Ya sería hora de aceptar el giro arcadino, y reconocer que los ciudadanos catalanes, bombardeados mediáticamente tal vez con infinitas horas de propaganda y promesas, pero con autonomía; tienen igual o más responsabilidad en la decadencia de lo político (provocando el nacionalismo y sus opiniones patógenas, demenciales...) que la hoy, vapuleada y demagógicamente denostada clase política. Pues, los políticos no son nada distinto de la sociedad, nada ajeno o exterior a ella; son las vísceras de un mismo cuerpo, la imagen de las castas civiles, de los intereses individuales en el mundo del capital y la exposición más transparente de la apariencia del alma humana. 

 El problema no sólo consiste en la doctrina de los propios nacionalistas, sino en sus tibios y blandos enemigos, aquellos que deben jugar el papel de oposición democrática, mientras les hacen la cama y despejan el camino. Aquellos que desconocen, que el (des)proyecto secesionista no es la regla emancipadora, sino una excepción opresora en Europa; una mutación que hace complicado el cumplimiento de los principios evolutivos del resto de comunidades políticas o naciones "civilizadas" del continente. Que dificulta cualquier hipotético (parece que el capital no esta por la labor) proceso de reorganización o redefinición política y ética de la "gran comunidad". Para evitar la obviedad de su excepción, se inventan nuevas formas de negacionismo, no de sus tropelías, sino de su fracaso internacional o "causa global", aquello de resonancias tan conocidas: internacionalizar el conflicto. El hecho de no ser reconocidos como sujeto político ni por la constitución española, ni por el resto de Estados europeos, y la segura e inmediata expulsión de la UE; hace que mantengan una actitud de ignorancia e indiferencia respecto al tema; negando las más evidentes advertencias y pronósticos de los máximos representantes de la eurozona. Una doctrina: integración, y una estrategia: negacionismo y el uso de la razón de Estado para saltarse la ley y la democracia; que no podrían ser posibles sin aquella transfiguración del charnego combatiente al charnego agradecido, que tan vivamente representaba Vázquez Montalbán y su orgánico movimiento. Y que hoy, tantos y tantos, de distintos partidos ejercen con total complicidad. Pues el charnego agradecido no solo responde como mandarín, sino de una manera más lejana e indirecta; como todos aquellos hombres que rehúsan desembarazarse de una educación sentimental o una educación estética de izquierdas. Que les impide admitir dos hechos fundamentales: la diferencia entre "un" gobierno españolista, que tanto les repugna por su pasado, y "el Estado", inocente y neutral. Y la máxima coquetería del nacionalismo: ser producto del capitalismo y no su enemigo. Ser su fiel siervo y la antítesis necesaria de su dialéctica interna, que ejerce como contradicción productiva de su desarrollo, sin constituir ninguna hostilidad o agresión, sin ser su antagonismo o resistencia exterior, sino su acicate. Además consideran, aceptando toda la terminología y construcción nacionalista, que lo de "allí" es peor que lo de "aquí" (antagonismo absurdo, pues suprime la pluralidad que en ambas polarizaciones existe, y asume el "hecho diferencial"); elaborando y construyendo el presente de la misma manera que los nacionalistas construyen y elaboran el pasado: con engaños y trampas, con metáforas y mitos, con lírica y épica.  



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