miércoles, 19 de agosto de 2015

Cuestión de piel








Josep Pla declaraba en uno de sus múltiples papeles (Un infart de miocardi), que sus tres mayores adicciones eran el tabaco (Ideales), el café (italiano) y el alcohol (whisky). Tres acontecimientos fenomenales y grandiosos en la vida doméstica de todo hombre civilizado. Pues como bien decía el insigne escritor, el hombre no es  un ser racional; baste ver su bestialidad e irrealidad en sus actos; sino que por naturaleza es un ser sensual, epidérmico, de piel, allí donde reside su mayor profundidad, en la superficie. Sin dicha hegemonía y prioridad corporal, y la armonía en el movimiento que impone su física limitación, no podría realizar sin desequilibrios fatales, ninguna actividad humana suficientemente satisfactoria. Gracias al café (con hielo) y su correspondiente pitillo de media tarde, he podido soportar el exagerado y excesivo calor de un verano hiperbólico; que ha alterado el comportamiento normal de los políticos y periodistas, ya de por sí sofisticado en lo degradante. Realmente nos ha convertido a todos en animales climáticos. Como decía, gracias al impositivo ritual del café y el pitillo, he podido mantener la concentración en ciertas lecturas, correcciones o pausas reflexivas, en las que se pretende buscar el adjetivo y vincularlo, con el acertado lazo, a la idea. Fumar es la pausa para adjetivar, concluye Pla. Una tesis que no me importa plagiar con el mayor de los descaros; pues la disciplina que impone el placer dosificado -el placer más superficial si se quiere, y más seguro- del café y el tabaco combinados, sólo es posible a través de la belleza geométrica implícita en la pausa y en la paciencia de la mecánica del sabor, la sensitiva epidermis que sirve también para trabajar: sin duda el trabajo es una cuestión de piel.  

Siempre he sospechado de la gente que no ha fumado alguna vez por placer, intimidad o mundo propio, y sin adicción vulgar alguna, lo ha dejado voluntariamente como todo adulto desengañado. Siempre he dudado de la madurez de los que no toman café solo - prefiriendo batidos de chocolate o frutas, en invierno, algo absolutamente insultante-  porque les impide el sueño; en lugar de atender a su actividad despierta y lúcida, a su quemado y negro sabor, y a su excelente brevedad, que impone el máximo equilibrio entre sabor y palabra, sensualidad y razón. Siempre he pensado de las distintas razas de abstemios -los incapaces de domesticar su conciencia alterada, incómodos ante el desorden de su propia casa-, que tienen miedo de sus limitaciones íntimas, emocionales, mentales... Pues si hay un lubricante mental mayor que el bourbone, debe ser de un peligro y riesgo inhumano, de mayores pérdidas que ganancias. Una decente borrachera acentúa los límites de la fraternidad y la poderosa capacidad retórica del hombre, adecuando el diálogo a su justa medida cómica, despertando el tímido sentido del ridículo; pues cuando se juntan más de dos personas para hablar en un espacio de privacidad, la cosa pinta metafísica en el mejor de los casos, o narcisista, en el peor de ellos. En ambos casos: situaciones hiperbólicas que hay que acotar y ajustar. Son precisamente esas situaciones gremiales, donde el comportamiento se inclina a lo biológico, a lo brutalmente animal, cuando más se necesita una técnica, primitiva si se quiere, de humanización, civilidad y autonomía. Lo contrario de la arrogancia de aquellos que usan el dinero, el tabaco o el alcohol para socializarse; desvirtúan con indiferente rigor taxonómico la individualización de estos productos o prácticas. 

El lánguido y perezoso tiempo del verano, de una densidad y humedad tan pesadas como lo sólido, paraliza la actividad humana ordinaria, favorecen la observación neutral e imparcial del que simplemente pretende describir lo que ve. Un momento idóneo para perder el tiempo, pasar el rato y distanciarse de inercias y dinámicas automáticas con los placeres epidérmicos; para poner en práctica los mal llamados, vicios y adicciones, por el sistema del bienestar; pero que realmente, incluso en su uso desmedido, constituyen la economía espiritual más próxima y exacta del animal humano. Un animal de una piel extremadamente personal, muy íntima y de reacciones insospechadas. Parece ser, que este tiempo efímero de la pausa y la observación, del vicio como indeterminación de su naturaleza, no casa con el de la administración de la socialdemocracia, el tam-tam de sus cacerolas mediáticas, el ritmo televisivo de la política y el desarrollo burocrático de la vida; que se imponen incluso en la jurisdicción climática. La propaganda del bienestar, de la manutención de la mera vida, convertida en vida sana, saludable y ascética, como un pedazo de carne esterilizado; establece el imperativo de no beber, no fumar, no comer en exceso, no parar y no exceder los límites de la hipócrita y pacata moral pública: lo políticamente correcto. Meramente a través de esa actividad fría de oficina, de lo esquemático, de la perpetua y continua rutina, desnaturalizando el movimiento propio de lo humano: distraído, impredecible, contradictorio y dialéctico; se consigue aparentemente esa vida ascética y lisa: suprimiendo la vida cruda y descarnada. La piel  como el mayor principio de individuación y autonomía, proporciona un mundo inquebrantable por cualquier exterioridad. Al igual que sus afinidades y afectos ( tabaco, alcohol, dinero, comida, otras pieles etc.), es un instinto mucho más decisivo que todos los principios morales de las sociedades humanas; así que las convenciones socialdemócratas del Estado del bienestar, tremendas e hipócritas, sólo son acatadas en función de su quebrantamiento, por defecto y posibilidades de exceso, no por su rigorismo y cumplimiento racional. Pla apostaba por la visión maquiaveliana (determinista) de la política y el hombre: placer, auto-conservación y utilidad; frente a la visión clásica (griega): orden político moral (libre), bueno (bello) y justo. Los dos modelos en juego en la disputa entre el animal racional y el animal sensual (climático); que lejos de complementarse, se excluyen mutuamente. Volviendo paradójica, contradictoria, y absolutamente hipócrita, a nuestra tranquila y adorable socialdemocracia.  






  



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