sábado, 18 de julio de 2015

Pozoladas






Aquellos como Raúl del Pozo, de cuidado estilo, que recurren al uso de convertir la tecnocracia en ideología, como metáfora política, recurren a ejercicios circenses; estéticos y atractivos, pero inciertos, o cuanto menos, imprecisos si seguimos un rigor analítico. Pues la intención de jugar deportivamente a la lucha de ideas o al choque (tensión) de ideologías en un espacio materialmente concreto, definido y finito, por lo dado: la propia ausencia de negación. Es un juego vivificante, tonificante, enaltecedor y podríamos decir que clásico, en lo que tiene de brujería al conjurar fuerzas dormidas en el silencio de viejas y pétreas categorías políticas. Al despertar ideologías retiradas que se ven hoy adulteras o rejuvenecidas al estilo vintage. Pero nada exacto en cuanto a la realidad material se refiere; pues es más una cuestión de hegemonía (Gramsci; determinación material) que de juego (Schiller; impulso formal). Como dije en las notas libres, sólo en una "crisis", cuando lo viejo ya no sirve y ya no es, y lo nuevo aún no esta, es posible hablar de oposición ideológica o filosófica incluso, con toda su entidad y sustancialidad; con todas sus consecuencias. Mientras no se de ese momento, que raramente pude darse en un capitalismo sin oposición (miedo al rojo; es más factible que miedo al medievo), que todavía no se ha dado y dudo que pueda darse; no podemos hablar más que de tecnócratas. Con más o menos similitudes en el campo de la educación sentimental, pero que en ningún caso sus supuestos teóricos o principios programáticos suponen una alternativa viable, una subversión real (peligrosa para la bestia) o una condición de emancipación a la teología del dinero. Los jugadores ante el supuesto juego ideológico, salen al campo con las mismas técnicas y estrategias que su rival, con distinto equipo, pero mismo campo, mismas normas y mismo árbitro. Salen al campo para ganar un mismo premio. Podemitas y syrizos no son paganos o ateos en el templo del Capital-Estado (UE), comparten su misma fe, miedos y sacrificios, incluso su libertad, material, la proporcionan las mismas condiciones de Gracia; y su prestigio, el mismo proceso de canonización. El precio para dejarlo es demasiado caro; veamos a los griegos en sus sesiones de confesión y redención públicas. 

Los debates políticos lejos de presentar batalla en las altas instancias de la contienda clásica por la libertad, esto es, el cuestionamiento de la sumisión, la obediencia y la explotación en régimen de esclavitud fuerte -como diría Spencer de aquellos que del fruto de su trabajo personal tienen que dar más a su amo de lo que les queda para sí mismos -; han sucumbido a la reiteración y afirmación de la miseria de las condiciones de vida. A las condiciones que reafirman al hombre, en el capitalismo, en su destino dialéctico (estéril ya): la existencia del proletariado como exigencia y ejecución de la sentencia que la propiedad privada decreta sobre si misma: sostenerse en pie, manteniendo con ello, su propia antítesis; el proletariado. De la misma manera, la existencia del trabajo asalariado es posible a cuenta del enriquecimiento ajeno (plusvalía) y la miseria propia; una dinámica que se asume y obedece voluntariamente. Marx en La Sagrada Familia dijo : " El proletariado, como tal proletariado, se ve obligado a superarse a sí mismo, superando con ello la antítesis que lo condiciona y le hace ser lo que es. He aquí el lado negativo de la antítesis: su inestabilidad intrínseca, la propiedad privada corroída y corrosiva. De los dos términos de esta antítesis, el propietario privado es, por lo tanto, el partido conservador; el proletariado, el partido destructivo. De aquel arranca la acción encaminada a mantener la antítesis: de este, la acción encaminada a destruirla". En el destino dialéctico entre la UE y Grecia, debería aparecer esta posibilidad de ruptura, la superación de la miseria que según la lógica marxista, conduce la dinámica interna de degradación y disolución de la propiedad privada y la consecuente eliminación del proletariado. Pero en este caso, vemos como las profecías marxistas no contemplaban la esterilidad de una supuesta dialéctica interna de la realidad, cuya contraposición entre la afirmación (positividad) y la negación (negatividad) de lo real, no pudiera mover las superaciones de las contradicciones ni desplegar los antagonismos en distintos planos de superposición. Pues lo único que cabe en la teología del dinero, es la afirmación constante de lo establecido: el realismo en sentido ideológico. La fuerza dialéctica, o la fuerza negativa, de existir, se encuentra apagada y fosilizada en una teología que no permite lo subversivo (la negatividad de la dialéctica propiamente), sólo los ficticios adentros y afueras; interiores y exteriores de la deidad y sus dominios. 

Nos encontramos en la paradoja de la reducción del discurso político a las condiciones de existencia (de vida o materiales); y a su vez, a la imposibilidad de recurrir a su dinámica dialéctica; bajo el yugo de una vacuidad y exigüidad de burdo y crudo materialismo teológico. Que hace de sus objetos teológicos, precisamente aquello que Marx y Engels en La Sagrada familia venían denunciando como un proceso especulativo y abstracto de transfiguración o inversión de lo terrenal por lo celestial; en que se construye a priori un origen y fin (una teología hegemónica política), bajo un régimen de necesidad establecido por adelantado, anterior a un desarrollo real que se desenvuelve en el mundo sensible y entre individuos reales. Haciendo que lo establecido como hegemónico (lo real), no exprese la verdadera realidad. Sino que una fracción o parcela privada de lo terrenal, ha conseguido configurarse como sujeto teológico, como divinidad, ocupando así la totalidad del espacio celestial: la teoría pura, el paradigma. Convirtiéndose, en la terrena correlación de fuerzas, como la hegemonía político-económica; sin antagonismos o contradicciones. El materialismo teológico o teología del dinero, por lo tanto, no hace más que formar fórmulas con las categorías de lo que existe, fórmulas vacías, que en la prolijidad productiva de su espíritu, "la nada", constituyen el todo social o real. Frente a los individuos concretos que producen cosas sensibles y vivas, pero que careciendo de ese don teológico, no son nada. Sin función operativa en la nueva teología económica; sin voz, ni rostro, ni entidad. Acertando Raúl Del Pozo, en lo que bien decía de la posdemocracia (teológica): "Lo incierto ni asusta ni disuade. La política actual terminó por abrirles las puertas de Roma a los bárbaros, a los nuevos extraños de la antipolítica".  















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