martes, 12 de mayo de 2015

El perdón del camaleón (I)






El angosto terminar del desfiladero académico no solo permite pocos recreos lingüísticos en horas libres, sino que su deontología ni siquiera permite prestar atención a la realidad inmediata, sin sentirse uno mismo culpable por perder el tiempo, sea tomando unas cañas o un vinito en ficciones sureñas o en tareas menos saludables como ver, pensar y escribir sobre la manoseada y magreada actualidad. Pues actualidad son otra vez los hombres de la revolución vasca, que en tiempos de "guerra" escondían su siempre abertzale rostro tras las capuchas de maligno de serial, durante sus vagas apariciones cómicas en los garajes de papá, revolucionariamente ornamentados. En cambio, en tiempos de paz, de normalidad socialdemócrata o estabilidad bursátil (así miden la paz hoy nuestros abogados del estado), dedican sus ratos muertos a la dura tarea de escribir y publicar libros, a conceder o quién sabe, quizás vender, entrevistas cual vendedor ambulante de rodaballos, a la televisión más comprensiva, progresista y menos prejuiciosa o conservadora. Y sobre todo, dedican su escaso y redimido tiempo a explicar lo cargante y sofocante que era el ambiente de los lunes al sol en las vascongadas para cualquier rural efebo, cuya inherente juventud, conducía irrevocablemente a la inconsciencia del bucle melancólico y a la gélida y seca violencia terrorista.  

Como no podía ser de otro modo, Évole, el referente periodístico de la izquierda de violonchelo (¡que Dios nos pille confesaos!), entrevistó en "la Sexta" a Iñaki Rekarte, el joven etarra antaño, madurito ya, autor de tres asesinatos envueltos en el pachangueo nacionalista propio de la provincial reducción política vasca. Pero lo más relevante, no es ejercitar los músculos del amarillismo como hacen los conservadores de este país, o jugar al mangoneo (mamoneo) de las vísceras del recuerdo, y resucitar viejos fantasmas a través del noble y viejo ritual (a veces) del insulto. Sino atender por una parte, al contexto en sentido ideológico en el que se produce la entrevista, y por otra, atender al pensamiento, si no es ofensa, y al contenido de las palabras del etarra, durante la comprensiva entrevista televisiva. Situación y circunstancia política digo, a modo de resaltar el paquete conceptual salvavidas que todo periodista de share, necesita para enfrentarse, más que a un testimonio de engranaje sin responsabilidad, a un sujeto moral y político que abandonó toda humanidad (si no es pecado recurrir a ella) para llevar a cabo un proyecto político, del que ahora reniega, y antaño, cuanto menos desconocía o le era indiferente, según dice. Paradigma periodístico en que lo ideológico se traviste de conceptual; pues en su discurso interrogador, pero nada hostil, el periodista se sumerge en las trampas del "perdón y reconciliación" de las víctimas del terrorismo; todo ello bajo un vago pero intenso tufo de "victimismo social del verdugo" y presentado el caso, como producción de pura mercancía que necesita venderse. Pues el etarra, concedía ese mismo día una entrevista extensa en  "El Mundo", periódico en el que repetía la misma misa del apenado reinsertado.

La dimensión ideológica en la que se insertaban tanto las preguntas como la respuestas, es la de la igualación política de las víctimas y los verdugos, la igualación del recuerdo personal a la memoria histórica, la dimensión de la usurpación del perdón y la reconciliación que sólo pueden dar las víctimas reales, los muertos y heridos, y no sus familiares, amigos, novios o novias, amantes, conocidos y allegados. La pedagogía terapéutica del dolor, que el progresismo mediático-político intentó, y consiguió en gran medida, instaurar con las reuniones de familiares de asesinados y asesinos, grupos de especialistas y discursos mediáticos sobre la paz y el perdón; no pretendían otra cosa que realizar una empresa política: Suturar y coser las heridas, arreglar y reparar el daño, y sanear la embrutecida resolución de un conflicto desgarrado y pasional en lo personal, y textual y narrativo en lo político, como un procedimiento pedagógico y terapéutico. Cuando debería tratarse, no como un fósil o una huella, cerrada y acabada, quizás efímera y borrable en lo perosnal, sino como un texto abierto a la interpretación y a la memoria política. Pues todos aquellos asesinatos no eran producto de arrebatos pasionales o anhelos y esperanzas existenciales mal digeridas, que podrían haberse ahogado en lo privado. Sino chantajes al Estado y  a toda una comunidad política, que necesariamente debían exhibirse ante la pesada y fatigosa luz pública; que debían aparecer ante el común como acontecimientos que necesitan ser narrados y contados según una prosa política y no una prosa  teológica del perdón y la redención, una prosa al fin y al cavo, del sentido. 

La operación de sutura y reparo, pura propaganda ideológica, consiste en imponer la necesidad psicológica del perdón y la reconciliación, propia del mecanismo psíquico de un individuo (incluso ahí, el imperativo de superarse y ser feliz ya es cuestionable ¡no se que problema hay en las vidas gruñonas y resentidas como la mía!), a los procesos políticos que nos incluyen e interpelan a todos. Que o bien se rigen por criterios morales y estéticos o  bien estrictamente políticos; pero que en ningún caso deben ser sometidos al yugo de la autoayuda colectiva. En esas reuniones televisadas (televisivas o televisables) de etarras y familiares de las víctimas, ambos bandos caían en el mismo error, el narcisismo y vano egoísmo emocional, todos ellos iban para expurgar sus miserias, unos por asesinar y otros por sufrir y padecer, una suciedad y hedor que había que mitigar a cualquier precio en el espacio público, pues en él y por él, se había producido. En nombre, unos de no se sabe bien que causa perdida, y otros en nombre de aquellos que ya no tienen voz. Y que tras la "reconciliación" circense, ni siquiera conservan el patrimonio del recuerdo: abierto, inacabado, en galeras, por narrar, y sin teleología; que toda víctima política requiere para su dignidad histórica. Recuerdo, que sus familiares, de buena fe, pero de total falta política, intentan construir como cerrado, acabado, con finalidad y sentido novelesco, para por fin "pasar página" y avanzar en otra cosa; como un fósil o una ánfora para el coleccionista de la historia. Eso sí, dicha tarea, que en ningún caso soportaría el filtro de la ética y la estética, es realizada con la inestimable ayuda y el torcido interés de la mano mecedora o terapéutica de los tecnócratas venidos a  bio-políticos; que ven en estos actos que deberían ser privados, la posibilidad de enmendar sus errores y limpiar su imagen pública. Privatizamos así lo público bajo categorías emotivas y personales, sustituyendo las categorías políticas, por categorías de la intimidad sentimental y lo doméstico.  En definitiva, si los familiares quieren perdonar a los asesinos por el dolor que les han causado a ellos, y no parasitando el nombre de las víctimas, en las consultas del psicólogo se están calentando los divanes. Pero ante el espacio público, no deben acogerse a manipulaciones políticas mediante la organización de actos embrutecedores y hostiles a lo que simboliza el espacio histórico de la memoria.

La entrevista se inscribía en este contexto, bueno, no solo de manera formal, sino que el discursos y sus palabras concretas y literales, presuponían que todos los espectadores, la sociedad podríamos decir, aceptaban y asumían esa jerga personal como propia, como ética y estética; que siendo el canal que es, no sé si suponían bien...


















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