jueves, 23 de abril de 2015

Narraciones del sentido





La actualidad, es decir, aquello que se nos presenta como "actualidad" inmediata: la hipertrofia mediática de aquello hipertrofiado de por sí; ha vuelto a zarandear los más elementales cimientos de nuestra arquitectura moral y por qué no decirlo, epistemológica. Y una vez más, no por los hechos atroces, irracionales y meramente sociales, sin entidad política alguna, que suceden en cualquier comunidad humana (que a un nivel moral pueden abrir otro debate, véase otra vez el blog Bajo la Lluvia); sino por el tratamiento que los "medios", a petición de un palpitar social general que los demanda, han dado al caso del niño de 13 años que ha asesinado a un profesor en un Instituto de Barcelona. El tratamiento, más pedagógico y biopolítico que informativo, vuelve a rozar el límite entre información y espectáculo, o mejor, para no caer en maniqueísmos, entre  economía mediática y regocijo del sentido literario del periodismo. Pues una vez más, el relato o narración literaria (en sentido peyorativo; no como yo la entiendo) del periodismo lírico y épico, ha vuelto a construir un sentido (necesidad) manufacturado y plastificado para un hecho concreto y aislado, que sustituya la insobornable contingencia de lo real. Una vez más, los periodistas fatigados por la monotonía gélida de la información socialdemócrata, han sucumbido a las atractivas y suculentas curvas vertiginosas de la narrativa del sentido y del periodismo novelesco. Hartos de escribir de lo mismo como artesanos antiguos o mecánicos de viejas glorias automovilísticas, ven en acontecimientos como el del "niño de la ballesta", una oportunidad para desparramar su sentido de la vida, de la tragedia y la estética (son de  nuevo artistas) sobre los hechos chatos y secos de la realidad material más cotidiana e inmediata si se quiere. 

El espacio que ha ocupado en los "medios" la codificación de los mecanismos psicológicos del chaval (un asesino al fin y al cavo, por muy imberbe que sea) como ratio del sentido de sus acciones, como núcleo de la noticia, como así, la descripción casi novelesca de un personaje con profundidades psíquicas laberínticas y esquinas espirituales, con enfermedades no demostradas y la descripción de su carácter social y familiar, y demás caracterizaciones existenciales... Han borrado del mapa "el hecho" relevante, el sucio y brutal hecho de un asesinato a sangre fría. Precisamente aquello que un periodista debería haber recogido: la narración fría, mecánica, secuencial y contextual de los hechos, y no retransmitir especulativamente y abrir puertas para la trascendencia psicológica e incluso teológica, sobre las motivaciones o causas (no empíricas o visibles) interiores (y en cierto sentido exteriores) del sujeto que ha posibilitado un hecho. Como en cualquier otro asunto, tanto para informar de los casos de corrupción, de la subida o bajada del IVA, como de la muerte de inmigrantes en nuestras costas, como de un conflicto diplomático con el "gorila rojo" de Venezuela, la escritura mediática debe ser la misma: eminentemente periodística; y no novelesca o poética. La construcción del hecho y la jerarquización y prioridad de sus componentes no los decide el deseo o imaginación del periodista, ni el formato o soporte del medio (no hay nada más insultante que la domesticación y vulgarización de la sentencia: "el medio es el mensaje"), sino la propia realidad material. Atendiendo así con prioridad y casi diría con total exclusividad, al qué y al cómo han sucedido los acontecimientos o hechos, y dejando el porqué para la posteridad, si es que el hecho la merece y requiere. La realidad es mucho más jugosa y rugosa, mucho más profunda e interesante que la vulgar ficción volitiva y especulativa. Y no atenderla tal cual es, en su contingencia y crudeza, nos lleva al momento periodístico (hablo de los medios en general, hay ciertos periodistas concretos que se salvan) actual: supuración de metáforas trascendentes para dar un sentido, un carácter de necesidad y totalidad a un hecho aislado e independiente del sentido general. En el que se traslada el sentido de la novela a la propia vida privada y al ejercicio sobrio de la técnica periodística.

La literatura (hablo de su estereotipo e identificación con lo épico-poético) transmite siempre un sentido total dentro de un universo sin "afueras", sin alteridad, sin un exterior o un interior. En el momento en que encontramos exterioridades e interioridades en la novela o la poesía, ya no nos centramos en cuestiones estéticas, sino de otra índole: políticas, sociales, morales, autobiográficas del autor, que en ocasiones ayudan a comprender la obra, y en otras, embrutecen una legítima interpretación, pero que en todo caso, la exceden y sobrepasan. Siempre resultan adjetivaciones a lo sustantivo o añadidos decorativos a lo operativo por sí mismo. Es decir, al sentido estético de la propia obra (me distancio de Adorno en este caso) es independiente de la política, aunque casi siempre estén vinculados y relacionados (complementados uno por el otro) no tiene por qué ser así siempre, y sería perfectamente imaginable una estética despolitizada (así lo ve O.Wilde). El estilo novelesco (de la novela) opera pues en un plano unidimensional, por muy plural que sea, todo se envuelve e integra (en sus propios términos) en una unidad de sentido, en una totalidad cerrada e impermeable, sin dejar cabos sueltos que puedan subvertir su propio sentido interior. Aunque sea una novela del absurdo o hayan cabos sueltos (a causa de escribir mal), su sentido sería el absurdo y los cabos sueltos no serían más que vicios o defectos del engranaje, en ningún caso "otro sentido"; pues no hay un "más allá del límite del texto" al que puedan socorrerse para alterar o subvertir el sentido  homogéneo. De está  misma manera literaria o novelesca (poética), el periodismo pretende acceder y aprehender la realidad, pues a mi juicio, así lo demanda también una gran parte de la sociedad subsidiaría de lo mediático; hay que darle sentido a la vida incluso a costa de la propia realidad, esta puede ser sacrificada a cambio de más sentido. No hay mas que ver las audiencias de los telediarios del sentido, o los lectores de los diarios poéticos (véase un portada dibujada de una sección de El Mundo, dedicada al niño de la ballesta). La escritura periodística es actualmente un yacimiento del sentido, un aparato o una maquinaria que pretende construir los hechos contingentes y espontáneos de la realidad, aquello imprevisible, ilimitado e irreversible de lo concreto y particular, como una narración de la necesidad, inscribiendo en un juego de  palabras, lo contingente como prueba de la necesidad, como una novela de lo real.

 Una literaturalización de la realidad que de una explicación con principio y fin, con suturación y remedio, con inicio y desenlace que resuelva el desamparo de la conciencia media ante la falta de sentido; entendido como necesidad, unidad y totalidad acabada. No olvidemos que estos recursos sirven para ocultar la especificidad y singularidad de la acción del hombre y los hechos particulares de la realidad. De ahí que como una jauría, surjan psicólogos de debajo las piedras, cada cual, con una teoría o una explicación más ingenua y manida sobre el "cuento del asesino". Pretenden solucionar los problemas morales a base de psicólogo y psicología. He llegado a escuchar por parte de la propaganda progre-posmo, atrocidades intelectuales como: "la falta de comunicación entre padres e hijos", "el niño pasaba muchas horas solo", " La falta de atención de los padres", "influencia de los videojuegos y las webs bélicas"... Son capaces de decir que los días de lluvia o los grumos del colacao pueden generar actitudes violentas. Estoy completamente seguro que el niño hizo una lista de sus víctimas, se armó con una ballesta y un cuchillo y se fue para el colegio, para llamar la atención y demostrar a sus padres que sirve para algo, que también tiene una vena creativa, que quiere pasar más tiempo con ellos...O mejor aún, estaba tan cabreado por la hipocresía de este sistema capitalista, de la corrupta casta política y funcionarial de este país, que tomó la decisión de destruir el "sistema"; o quizás con trece años, no supo distinguir la realidad virtual de un videojuego y la virtualidad real de la vida diría, estoy plenamente convencido que no podía dormir pensando en estos problemas, y que pensaba demostrar que la realidad  era un juego sin vida ni muerte (como los dibujos animados). Desde luego, la culpa la tienen los Teletubbies, el Grand Theft Auto, y las películas tipo "Los juego del hambre". 

Además del ala posmo-bobo; también existen narraciones literarias conservadoras (de políticos y periodistas), como por ejemplo las declaraciones de nuestro autista ministro de interior (a veces, junto con Montoro, me parecen un imposible metafísico) Jorge Fernández Diaz: "Debemos reflexionar sobre qué tipo de sociedad estamos construyendo, qué tipo de valores estamos inculcando a nuestros jóvenes". Declaraciones por el estilo, no sólo muestran la puerilidad del pensamiento del pobre ministro, allá él con su capacidad intelectual, sino que responden a una propaganda común de distintos medios de comunicación conservadores, que a cada acontecimiento por el estilo, cantan como gallos consignas del tipo: la crisis de valores, el nihilismo de nuestra época, la necesidad de un orden moral (Dios), la apología de la violencia en nuestras sociedades... Y por supuesto, la siempre pérfida y séptica sociedad. Como si nunca antes hubiera habido asesinados y asesinos en el ámbito de lo doméstico. Cuando se convierte el lenguaje en titulares de impacto, y la escritura en una colección o agrupación sin cuidado de palabras usadas, recicladas, repetidas y reutilizadas, se inician los procesos sentenciadores de sentido del periodismos, como por ejemplo lo de "el fin de una época". Como si eso se pudiera saberse al instante, en el mismo momento que se esta viviendo el suceso, en el momento en que se necesita la inmediatez del sentido; y no cuando el poso de la historia se aposente en un plano frío y sólido de  narración de lo contingente.

Mi "editora" R. durante una larga conversación de lo más agradable e interesante, me objetó la tesis del mal sin-sentido o mal gratuito que un servidor ha mantenido en anteriores publicaciones. Resumiendo, ella objetaba, con una sencillez y rotundidad argumentativa virtuosas, que el sujeto que ejerce el mal, sea este banal o no, posee una concepción muy clara de la vida y la muerte; y ciertamente esto debe ser así también en el caso del niño o adolescente (no sé ya cuando empieza; y en algunos casos no termina nunca) de la ballesta. Pero no creo que su análisis se contraponga al mío ( por lo que recuerdo en lo referente a los medios estábamos de acuerdo), más bien le da un aire ontológico, un fundamento más sustancial a lo dicho. Es cierto que el sujeto que comete el mal, posee una concepción muy clara (en sentido ordinario y no metafísico) sobre la vida y la muerte, pero eso no excluye que el "hecho", aquello que trasciende la voluntad del sujeto y aquello que enmarca su acción, por lo tanto, algo más general y contextual al sujeto concreto, pueda no tener sentido, ser gratuito y espontáneo, imprevisto e ilimitado, para las operaciones narrativas de descripción (que no comprensión; esto viene después y sirve para orientarse), en este caso periodístico. Estando pues de acuerdo con R. (le agradezco su crítica precisa) no creo que se contraponga, sino que complementa y fecundiza mi propio relato del asunto. Es necesario decir para terminar; que lo único que conocemos de los hechos y la noticia, son los relatos y cuentos fantásticos de personajes intensos y sombríos que los medios, en connivencia con el espectador trágico (el que espera la injusta justicia poética al final del relato) han construido sobre la realidad, conocemos el sentido pero no la contingencia del acontecimiento, conocemos su principio y su fin englobados en una necesidad como totalidad acabada, pero no la descripción técnica y mecánica de los elementos inconexos. Lo desconocemos en fin, por nuestra desmesura, nuestra verborrea poética, nuestra atrevimiento e impertinencia hacía lo real, que se muestra por la indiferencia que sentimos por el hecho material y nuestra fascinación casi erótica por el cuento y el relato del sentido; la literatura periodística del sentido.





  






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