sábado, 28 de marzo de 2015

El mal sin porqués




La densidad de la textualidad informativa en busca de porqués y de causas del caso del "piloto de los Alpes"( el piloto de Germanwings que estrelló el avión en los Alpes acabando con la vida de 150 personas) para subsanar los errores de "control" de trabajadores, sus voluntades y sus conciencias, con la asfixiante regulación burocrática y la estupefaciente vorágine psicologista de examinar mediante "test" (altamente sospechosos, chatos, e impertinentes) aquello que no puede ser nunca detectado (el mal sin razón y sin porqué); lleva ocupando los interminables e infinitos espacios informativos de las sobredosis (borracheras) de las llamadas "sociedades de la información". Cuya crítica , hoy ya insuficiente y de manual, consiste en decir (desde F.Savater, a R.M.Calaf) que el aluvión de informaciones es tal, su flujo incansable y continuo tan sofocante, que no permite filtros, análisis o criterios de selección crítica que determinen lo veraz de lo falaz. Cuando lo realmente preocupante y a su vez interesante; pues si se es un persona de inteligencia media, ya dispone él de los métodos y recursos intelectuales (y los amigos in extremis) para subsanar problemas de veracidad informativa; consiste no en atender a lo que se dice y el cómo se dice (relevantes también, pero en radio y televisión inconmensurables), sino en el contexto (el medio) en el que se produce. Atendiendo  a su vez, al "meta-relato" o meta-lectura del "decir mediático", esto es, las condiciones de posibilidad que permiten decir lo que se dice, como muy bien dice Rafael Sánchez Ferlosio. Pues en último término, en las también llamadas "sociedades de la expresión" (recuerdo que Lipovetsky las describe como sociedades de la expresión, la realización y la información, todo ello personalizado y a la carta; narcisístico), las opiniones son libres en el peor sentido de la palabra, y el contenido y su forma pueden ser de lo más séptico y vulgar, de lo más vacío y espectral; y por ello corresponden al insobornable ámbito de la mitomanía subjetiva, tan arrogante y sugestiva a la vez (al menos en algunos casos).

La exposición excesiva de "lo noticiable" ( no de la noticia en-sí) para la conciencia media, y tan normal para la lógica retórica de la información (televisiones, diarios, radios, han hecho el agosto con ella), no sólo cae como una piedra en la charca mediática, creando surcos de agua que inhabilitan cualquier noticia cualitativa-mente mayor pero cuantitativa-mente insignificante; sino que expresa de manera viva y voraz, dos fenómenos propios de los medios de hipertrofia  (R.S.Ferlosio)  de la hiperealidad (virtualidad-realidad, véase en el blog "bajo la lluvia"); es decir, de hipertrofiar la hipertrofiada realidad vapuleada. Estos son: A) la ascendente "politización de lo social y el prejuicio hacia lo político"; y  B) la necesidad parasitaria, expansiva y efectiva del "ocupar", del "extenderse" o el "rellenar"  los espacios sociales inexpresivos, de no-expresión, con ruido y zumbidos,  sin permanecer en silencio, en blanco. No voy a detenerme en el punto (A), pues mucho he escrito y se ha escrito mejor que yo sobre el asunto (véase "sobre la revolución" de Hannah Arednt...). Me interesa en especial el punto (B), que nos obliga a recurrir una vez a la lucidez viperina de Ferlosio, para comprender, que los nuevos "medios" de comunicación, a los que llama "el juego de las cajas vacías"; envuelven pegajosa-mente la totalidad de la temporalidad existencial de lo personal y lo inerte o indiferente. La totalidad de los acontecimientos en el mundo, y sólo permanecen segundos en solitario, en silencio, pues, en breves instantes son acompañados por una nube de sombras buitreras de ensordeceros aullidos y crecimiento canceroso. Pues es verdaderamente extenuante el tener 24 horas de qué hablar, siempre impuesto por la agenda y el orden del "relleno" al silencio, que generalmente suele obedecer o bien a una dinámica despersonalizada  (sin consciencia ni voluntad) del suicidio político, o bien a sectarios intereses de dudosa y hedionda procedencia empresarial. La ensordecedora falta de silencio parecerá una novatada sin importancia, pero constituye una inversión  diacrítica del proceso de construcción y recepción de la información. Los medios de comunicación ya no sólo juegan, como se les acusó, ha construir la realidad y nuestra referencia al mundo, es decir el objeto mismo de información, sino que ahora manufacturan y moldean las figuras o las condiciones de posibilidad de la subjetividad, construyen como un castillo, las estructuras mismas de la subjetividad del espectador; no es nada que no hayan descubierto otros (teoría crítica) antes que Ferlosio, poro quizás no con tanta brillantez literaria y expositiva (exceptuando a Benjamin).

Lo relevante de  todo esto para nuestro caso de "aviación criminal", es que se produce ( no surge espontáneamente o naturalmente) al espectador de la tragedia (emplazado a esperar la justicia divina , el reconocimiento, y la explicación del sentido), y se le obliga a introducir en el esquema de su conciencia la necesidad de responder a las causas, al culpable o responsable  y el porqué de todo acontecimiento; obligado a pensarlo en términos psicológicos, regulativos, normalizadores, estándares y en clichés, que más que buscar comprender (incluso la no explicación o la ausencia de razón es un comprender), buscan revitalizar rápidamente el desbarajuste técnico, el hueco práctico y "rellenar" el silencio, la falta de explicación. Pues la figura del copiloto Lubitz no responde ni a la anatomía anímica de un "eichman" (la banalidad del mal), ni al mal fabricado como sujeto de guerra como en el caso " Eatherly" (el piloto de Hiroshima), ni mucho menos a ninguna aparición teológica del mal, se exprese como alegoría bíblica o como traducción fundamenta-lista (terrorismo). Más bien su figura responde a un asunto mucho menos decorado por inclemencias histórico-políticas, y más dispuesto a ser condimentado de apreciaciones ontológicas desprovistas de trascendencia, sin más reflexión que su inmediatez: el caso del mal como correlato de la libertad humana. Un tema bien expuesto por Sade (y Kant), pero que sólo podemos ver en su absoluta plasticidad en el cine de David Lynch (véase Lost Highway o Terciopelo azul) ; la aparición del mal sin motivo, sin redención, sin causa, casi absurdo y surrealista si se quiere, pero que no juega dentro de ningún compartimento de aprehensión categorial posible, y que escapa como jabón mojado, de las manos de toda red intelectual de entendimiento.

 Así  el piloto, que no se parece en nada al piloto de Relatos salvajes, pues este tenia distintos motivos (sucios y divertidos) basados en rencillas personales; y descendía a la muerte acompañado de sus incriminados, no tenía (como aquél) ningún motivo razonable y perceptible, para terminar como acabó, y que yo sepa - a menos que no me haya enterado - ni las depresiones ni bajas laborales, ni el siempre sobado "dolor de amores", conllevan el indeseable implícito de estrellar aviones. Pueden alegarse miles de causas irracionales e imperceptibles de antemano, a priori, y que ahora se ven indefectiblemente como "la causa" de siniestro (como se jactan los periodistas de decir), pero lo cierto, es que no pueden conocerse todos los impulsos destructivos de la condición humana; el cine, y no sólo el de Lynch, nos dan gran muestra de ello. No es tan difícil, ni debería serlo, el romper el encasillamiento que nos produce la fabricación y producción de espectadores trágicos (en el que siempre el sufrimiento y el mal provocados por la injusta justicia divina, al fin terminan con un reconocimiento en un sentido epistemológico y político); para observar la realidad sin mediatizaciones hipertrofiadas, y reconocerla tal como es, a veces azarosa y sin sentido.











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