jueves, 26 de marzo de 2015

Dinero y trabajo ¿redención y pecado?



Lo peor de los pueblos parece haberse extendido como modelo hasta las ciudades (mal llamadas cosmopolitas), y no lo digo sólo por los provincianos y primitivos nacionalistas (pleonasmo), que a duras penas dejan espacios de silencio, para que el silencio hable y deje de retransmitir el vacío de sus cabezas y su ideología; perdón, religión. Me refiero más bien a las figuras más arcanas y atávicas de su estructura social: el sacerdote, el guardia, el alcalde, el payés y la puta. Todos sumidos en la más que generalizada concepción de la moralización del dinero que cubre bajo su polvoriento manto, no solo la superficie, sino el propio esqueleto de lo urdido en el entramado social.  Rara es la vez que no encontremos en cualquiera de sus formas, la figura del "alcalde" reivindicando el mérito familiar, el orgullo de lo endémico y la apología de lo cerrado y enquistado de la descendencia, en un juego de prestidigitación, en que se pretende asimilar su voluntad individual (la de la siempre empalagosa y cursi familia con poder) con la voluntad de una suerte de fuerza objetiva de lo que sea: la historia, la tradición, la realidad material, el espíritu o cualquier otro "hermano mayor" que  legitime lo ilegítimo o moralice lo amoral; a todas luces contrario al sentido común. Una empresa ruda y fatigosa que solo se mantiene por la búsqueda del prestigio; un prestigio que no lo da la dedicación a la política en el sentido republicano, res publica, como lo entendían nuestros siempre homónimos griegos de la antigüedad, que siempre se sacan a pasear en procesión como a los santos. Ni siquiera lo da el frágil y tóxico poder del que hablaba Weil; sino el siempre inocente y neutro dinero, que sólo que ensucia cuando se moraliza con él. Cuando se pretende ver virtuoso al que trabaja por un salario, ruidoso, contante y chillón, en posesión de un trabajo en-sí-mismo "bueno", es decir, aquellos trabajos entendidos como "para" o "de" burgueses (sin que esto implique una distinción entre un "ellos" y un "nosotros"; dejo la psicologización política para el inombrable Nietzsche), aquellos trabajos que todo "padre responsable" desea para su (debe ser) "hijo de bien"; y se ve de manera compasiva (condescendiente) y vergonzante al que se dedica más a otros trabajos (sen activos o reflexivos) que no dan nada de dinero, pero que contribuyen a la formación y no a la especialización; entonces digo, es cuando se moraliza el dinero y "con" el dinero.

Pues es indiferente lo que el sujeto haga en un sentido profundo del término, es decir, a lo que consagre su acción integral; mientras aparezca y parezca "honorable" en su trabajo asalariado y  ante los demás, y obtenga grandes beneficios por su actividad, sea cual sea, mientras sea asociable a un conjunto de valores conservadores y burgueses que la gente, el resto del "pueblo", entienda y pueda ensoñar durante largas y enfermizas masturbaciones con ellos. Cuántas veces no nos hemos encontrado (ahora hablo a través de un "nosotros", pues espero que nadie indigno me lea) al portero (siempre viendo porno y por el "plus"), a una vecina viuda y su caniche (lesbiana), a nuestra pescadera (triunfando entre tripas de merluza), a nuestro mecánico (engrasando con la "Cope" de fondo y dispuesto a morir por su "Espe") etc. Y nos han  atracado con sermones apocalípticos, sobre lo que deberíamos hacer con nuestra vida, nuestro tiempo y nuestro trabajo (sea remunerado o no), y sobre todo nos han animado de manera impositiva y con un "debes..."  ponerte a trabajar y ganar dinero... ¿Sea en las condiciones que sea? ¿como prioridad ante cualquier cosa? ¿ganemos lo que ganemos y simplemente por convención o reconocimiento social?... Ciertamente, los vagos son una plaga y un peligro personal y social si se quiere, pero no los vagos identificados por no tener trabajo, sino por aquellos que no han hecho el esfuerzo de pensar jamás, aquellos que no han tenido la valentía de detener el tiempo financiero de nuestros días y subvertirlo mediante la experiencia heterodoxa de la lectura, de la escritura crítica o el diálogo político con los demás. Quizás aquel chico joven de traje y corbata, que es abogado o economista, sea un "eichmann", un analfabeto integral, un perezoso completo para pensar; sea un sirvo fiel y acomodado, un cabrero dócil y obediente, que cumple, parafraseando a Franco, a rajatabla la esencia moral de esta, nuestra, comunidad: "haz como yo y no te metas en política" y que podía extenderse a "haz como yo, y no dejes de trabajar" que es la consigna que los sacerdotes y los guardianes sacuden por todos los rincones y pretenden integrar en las conciencias juveniles. Y todo ello siendo un fiel cumplidor de la exigencia del dinero y el trabajo asalariado; pero nada docto en el trabajo de formación

Esa idea de que ganar dinero es algo "bueno", no "útil" o "práctico", sino "bueno", y que además es  un "deber" ganarlo con tu trabajo (con "el sudor de tu frente"); constituye una de las más insidiosas mitologías neo-liberales y conservadoras; una trampa en la caemos como moscas, pues, es la infiltración de una moral parasitaria en la sociedad que legitima y justifica los pretextos ideológicos (correlatos de los prejuicios atávicos de los pueblos) que persiguen el trabajar en condiciones inestables, precarias, inciertas, efímeras, incluso indignas; para aquellos cuyas circunstancias materiales les obliguen a "ponerse a trabajar", a "ganarse la vida"; y un sin fin de mitos y eslóganes ideológicos insufribles. Es la excusa perfecta para acabar con la filosofía, la historia, la música, el cine, y la política, y situarlo en el cajón de los vicios o de los entretenimientos nocturnos, del tiempo libre, pero no de la profesión o trabajo como formación: auto-reflexión del espíritu que permite introducir la razón, la función crítica y la emancipación en el mundo, según Adorno. Pero sin necesidad de caer en barroquismos y romanticismos varios, es por decencia y dignidad, sostener y compartir, que el trabajo (asalariado o no) debería ser aquel mecanismo que ofrezca, en parte y entre otras cosas, razones para vivir la vida, razones para una vida digna de ser vivida, para realizar una verdadera vida humana; y no una mera reducción mínima antropológica a "mera vida" o "nuda vida" (Agamben); una lógica vital de la animalidad y de cuerpos sin nombre, sin voz, sin rostro y sin conciencia, destinados a servir como esclavos. 

Moralizar el dinero y el trabajo conducen a criminalizar lo que vale la pena conservar por-si-mismo, además de ser un síntoma de algo mucho más perjudicial: la especialización como cosificación de las conciencias, resultado del proceso denunciado ya desde la Teoría crítica, como tecnificación y racionalización (reificación) del "espíritu" ( y de las ciencias del espíritu). No quiero repetir ni recordar las tesis más que exageradas, pero no por ello faltas de razón, de Adorno en algunos de sus textos ("¿para qué aún la filosofia?" y "la filosofía y los maestros"), y repetir aquello de Quevedo, "todo necio confunde valor con precio". Pero sí que es necesario atender a su reivindicación; que consiste en no dejarse, en resistir y subvertir (Marcuse; aunque no lo vieran posible con muchas esperanzas) las imposiciones que pretendan por distintos mecanismos y diversos motivos (y propósitos), concebir el trabajo y el dinero como una redención del mal, y la falta de ellos, como un pecado mortal y moral; y por lo tanto, pretendan moralizar una dimensión meramente material (en todo caso económica). Dejando entrever un síntoma de algo mucho más general y más peligroso; a saber, que aquello que lo produce: el capitalismo o el neoliberalismo, que son vistos como progreso indefinido, desarrollo técnico del bienestar y la abundancia, seguridad, estabilidad y orden político-social, son los mismos mecanismos regresivos y conservadores (reaccionarios) que recuperan los viejos sacerdotes, los viejos alcaldes, los viejos guardias venidos a matarifes (...) como nuevos garantes de la moral y el ethos público.  Tampoco es de recibo invertir los términos y odiar al rico por ser rico y criminalizar el dinero; eso sería ilegítimo y una falta ética si no viviéramos en un sistema capitalista que juega con el exceso, el derroche y la corrupción como modelo de crecimiento y despliegue, y de cuya lógica nos vemos impregnados, condicionados e incluso hasta incriminados. De tal modo, y hasta el punto, que convertir los psicologismos, tales como, resentimiento, odio, venganza, envidia..., se convierta en un discurso político objetivo; y sean sus exabruptos escatológicos, una consecuencia prevista por el "sistema"  y contemplada como material para reforzar aún más su unidad y cohesión frete a ataques furibundos y violentos. Vistos por la santa opinión pública provincial, quizás prostituida, como movimientos y discursos trasnochados o utópicos, cuando lo que se reivindica es el trabajo digno, no redentor, y el dinero neutral e inocente, y no como una cuestión moralizante.






















No hay comentarios:

Publicar un comentario