martes, 3 de febrero de 2015

Doctor Zhivago y el sujeto político pos-moderno





Sería interesante ver con profundidad y cierto rigor filosófico un análisis político sobre el cine, que cuidara de no extenuarnos de placer intelectual de conciencias sin cuerpos materiales; y atender a la frialdad y frivolidad (no al sentimentalismo) requerida y necesaria en todo análisis político de un producto cultural inscrito en un contexto real y hostil desde una perspectiva objetiva (propio de ciertas filosofías; no de todas). Sin necesidad de recurrir a exaltaciones  efusivas y optimistas de lo universal y general de los contenidos de una mercancía cultural, desligado de lo político material; de la diferencia. Es decir, no utilizar el nombre de la academia y "la filosofía" (así, dicha en general como una sola, sin vergüenza) como lugar y espacio del tribunal de la razón formal kantiana "apriori". Esto es, no condicionada, vinculada o relacionada con lo empírico, preexistiendo una teoría política anterior al momento o acontecimiento político material. Y ocultar sus claras intenciones políticas, de las que ya, desde Kant y Hegel sabemos que envuelven integralmente toda nuestra realidad y virtualidad teórico-practica. Pues por mucho que el aspecto formal de la cultura sea el de un objeto comercial universal (simplemente movido por el interés) y ciertas condiciones de su contenido hayan cambiado - han dejado la lucha y el conflicto directo atenuado por la relaciones comerciales -, es cierto que la cantidad de interpretaciones y conclusiones que pueden extraerse de una lectura fiel a la taxonomía  fría del producto, pueden conducir y servir a líneas ideológicas varias y distintas, contrapuestas y antagónicas entre sí. Seria interesante realizar un análisis filosófico que desenmascare la "campaña", la "causa" o finalidad política que oculta todo propósito cultural industrial; y hacerlo desde perspectivas reales de análisis político, es decir materiales. Pero del mismo modo, cabe distinguir esta auditoria política de aquello incontrovertible y autónomo político, que posee toda obra de "las artes" o de la cultura. Aquella contradicción interna que denunciaba Adorno entre su autonomía como derecho a existir y su relación con el todo social (determinación socio-económica o fait social). Que consiste en desobedecer a su naturaleza social y traicionar a su creador (amo) aliándose con su enemigo (esclavo).  Es decir, servir a su vez de instrumentos y herramienta de partido para distintas ideologías, sin necesidad de que para su resultado objetivo de interpretación sea necesario plantear una teoría pura despolitizada o una analítica de la verdad

Dicho esto, que no se si aclara o embrutece más el asunto. La película Doctor Zhivago de David Lean - cineasta de la cuerda de Stanley Kramer y en ocasiones Frank Capra, es decir, caracterizado por hacer un cine de trama e idea expresamente político de manera consciente y no meramente como presas del inconsciente político para depredadores como Zizek - es una verdadera obra maestra de las artes estéticas y políticas. La película no solo merece la admiración formal de un cine sobrio, moderado, estéticamente potente y reprimido en entusiasmo; no es la explosión estética del cine político de Bertolucci; ni las charangas narrativas de David Lynch y el segundo Kubrick (parece que nadie recuerda al primero y más perfecto: "atraco perfecto" o "senderos de gloria"). Sino que además merece una gratificación en su escritura política, pues lejos de poder ser acusado de imparcialidad (nada extraña en el cine americano de hoy), "americanista", propagandista...e imperialista. Su cine mantiene una distancia crítica y prudencial de los acontecimientos políticos reales. Más bien, se dedica a engrandece las peripecias personales de individuos moralmente "excelentes", aunque intensamente humanos, dentro de un engranaje perfecto de un aparato político que pretende establecerse como canon geométrico. Mantiene en todo momento un vehículo de dos velocidades; pues consigue ,mantener un alto nivel de textualidad político-moral y una narración personal y emocional que no necesita de indignas publicidades y sucias imágenes sexuales para erotizar y seducir en sus escenas al más "rancio" espectador. El juego lineal y continuo, sobrio y entero de los diálogos, le dan una madurez y seriedad a toda la cinta, una entidad y empaque digno de cualquier ensayo novelado de la literatura política. En cuanto a la estética, la textura y color de la película, es necesario destacar el color intenso de la cinta en las escenas más carnales y corporales, y más privadas que transcurren en interiores; y los colores políticos (grises y blancos) de los exteriores, donde sucede la acción pública. 

¡Qué decir del reparto! Omar Sharif (Yuri, el protagonista) constituye una novedad y un grato descubrimiento interpretativo;  Geraldine Chaplin ( Tonya, la mujer de Yuri ) conforma uno de los pilares de mi educación sentimental, y Julie Christie ( Lara, la amante de Yuri) podría ser la amante ( y mujer) más bella y preciosa soñada por cualquier hombre. Pero además, su presencia constituye (y no exagero) el elemento estético esencial; ya que conecta las escenas de exteriores (de nieve), e interiores (rojos intensos y colores cálidos) como núcleo temático, aunque aparece desapercibida en algunos momentos; es decir, sin excesos de protagonismo o saturación argumentativa. El color oro de su pelo y el azul océano de sus ojos, juegan una suerte de apuesta por la perdición erótica y el enloquecimiento estético de los personajes, podríamos decir que Lara (Julie Christie) es el sujeto distorsionador, más intenso y pasional de toda la obra. Es el "puro objeto de deseo" libidinoso y de poder hecho carne, pero no por ello accesible o tangible, es por la lógica del propio devenir de la cinta, el sujeto político clave y el sujeto de deseo primordial. En ella encontramos el punto de fuga: los cimientos del sujeto político pos-moderno, que vinculará el poder con el deseo en una sola figura estética, convertida en político-artística, es decir bella. Así puede verse en el film, pues el personaje es por ejecución u omisión el motor de todo el despliegue fílmico, ella moviliza el deseo de los agentes políticos que en su seguimiento y obtención tejerán los firmes acontecimientos y estrategias de poder y resistencia, todos ellos subyugados por una belleza salvaje. Podría decirse que Lara (Julie Christie) destapa el significado más inconsciente de la película, la pretensión de vincular el deseo con la política, y ver, como tal relación de dependencia y anhelo es el máximo brazo destructor de lo real, el constituyente de los discursos de poder estetizados; y por lo tanto de los nuevos fascismos  regresivos disfrazados de progreso.   

La película no sólo es una pieza inexcusable para todo cinéfilo, sino que además todo politólogo o moralista que se precie debería interpretarla y contrastar sus opiniones, pues con una inteligencia incluso superior a Stanley Kramer - director mucho más influenciado por la cultura del humor y el tradicionalismo americano de plantear los problemas -  David Lean en su proyecto político-fílmico consciente, es capaz de apostar por un anti-comunismo en tanto que (materialmente en las circunstancias soviéticas) comunismo-totalitario. Una postura ideológica que no consiste en una apología del liberalismo, ni mucho menos de los valores sacrosantos de occidente: propiedad, privacidad, libertad, egoísmo (en el sentido de A.Rand), sino en una visión crítica de un comunismo abolicionista no de la propiedad privada de los medios de producción, como decía Marx; sino de cualquier tipo de propiedad domestica o personal: objetos particulares, casas, automóvil etc. Es decir, su perspectiva crítica pretendía deconstruir los discursos políticos sumidos en la utopía y las quimeras revolucionaras de querer empezar juegos de suma cero, donde sólo pueden existir vencedores o vencidos. Los sujetos políticos de Lean (los tres protagonistas) son sujetos de una condición moral exquisita, comparten los cuatro virtudes aristotélicas esenciales: fuerza, templanza, justicia y moderación; encerradas en el caparazón del individualismo racional kantiano, vinculando así el ejercicio de la libertad al de la moral. Pues sólo son actos libres (autónomos), aquellos que son verdaderamente morales, es decir aquellos que resisten a las imposiciones y determinaciones exteriores, una noción de libertad desligada del mal tal y como lo planteaba el marqués de Sade. Una libertad que solo es, si es moral.  Por lo tanto reconoce a los otros hombres en tanto que hombres como iguales; como fines y no como instrumentos o medios, una libertad cuya ausencia comporta el mal (Lessing) y no viceversa. Pues vemos en los personajes principales esa libertad representada, que se enfrenta a la decadencia de un mundo que en ausencia de valores absolutos, tiende al pragmatismo del entusiasmo y la estética como fuentes y escuelas de "dar sentido", una ficción y engaño que conduce a la lucha por la dominación. Una lucha por el "ideal manufacturado" por grandes empresas propagandísticas, dirigidas por los mismos sujetos parasitarios o travestidos que son capaces de sobrevivir y adecuarse a cualquier sistema o esquema establecido. Pues su interés es el de la propia vida como desprecio de lo político, en tanto que saco de deseos particulares e inmediatos (...) el interés mas burdo y vulgar de lo tangible y corruptible. 

Por el contrario, Lean plantea la libertad y la moral como los verdaderos actos fundadores de los ideales políticos frente a las grandes empresas gregarias en que todo esta permitido, todo puede emplearse como medio, si el fin que se persigue es "justo". Lo que pretendemos destacar aquí, es como sus dos principios inquebrantables: libertad y moral, son a su vez susceptibles de ser superestructura ideológica de una "estructura libidinal o pasional" no económica. Punto clave para los nuevos teóricos políticos que analizan los sujetos pos-modernos como sujetos políticos del deseo y no meramente como sujetos económicos o engranajes de un aparato productivo. Así pues, vemos representado en la obra de Lean, la defensa de lo que se ha designado como "vieja política" (contractualismo liberal), pero a su vez, inconscientemente vemos como Lara representa la semilla del sujeto pos-moderno de la "nueva política". A mi juicio, los potables residuos de la "vieja política"  que algunos dirían; me parecen más actuales y nuevos que nunca, pues el olvido siempre renueva lo viejo.  





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