lunes, 9 de febrero de 2015

De promesas y mentiras como arte de la política maquiavélica



No sé quién dijo que la política era el arte de lo posible; pero podríamos entender lo posible como arte de la promesa y mentira; pues para ellas todo es posible, cualquier inversión, transfiguración, superposición, y cualquier silencio, pueden entenderse como una mentira política; y cualquier aspiración, sublimación, deseo y anhelo en una promesa. Aquello que se sabe a conciencia que es verdad y no se dice, aquello que se oculta, se asume en silencio o se esconde, cumple las mismas funciones y busca los mismo resultados que aquello que dice "verdad" de una ficción o una ilusión. En política no sólo cuentan las ideas y principios, los ideales o fines, sino que además se juega con medios (seudo-fines), instrumentos, herramientas y estrategias que sirven a intereses más o menos generales/partidistas; utilizando la consustancial dosis de la mentira, presente en toda seducción y persuasión; mecanismos propios de las democracias homologadas. Que si bien no consisten  en mentir totalmente, sí en prometer el cielo y la tierra o la paz y la inmortalidad; y en omitir las más que sombrías oscuridades de nuestros pozos nacionales en beneficio del partido; algo que también consideraríamos una mentira política. Mentira no en tanto que engaño y estafa que nos incumba a "todos", sino en tanto que somos cómplices, partícipes y miembros de ella. No por ello quiero afirmar la más que exagerada sospecha de Adorno sobre la mentira como fundamento de toda sociedad y de todo régimen político, pero bien es cierto que es un elemento imprescindible en toda agenda política del doméstico y cotidiano juego dialéctico de guardar y traicionar la palabra dada. Un aval, sin la exageración extenuante de la cual, no habría objeto político de intercambio, paquete bomba para el rival o pacto y consenso entre los partidos; pues el mercado de lo público hace ya unos años que descambió la moneda de las ideas, por el contrabando de las promesas y las mentiras. Es posible que las mismas ideas relucientes y brillantes que antaño se exponían en plazas menos pobladas y menos cargadas por la historia (y sus antecedentes criminales) como vasijas de oro, ocultasen dentro de sí, la esperanza de una promesa envolviendo una mentira. 


Quizás sea el momento de distinguir entre falsos enemigos y confusas alianzas, entre abismos reales y oasis producto de la deshidratación; quizás sea el momento de no recurrir a la condición ciudadana del desairado, de la percha del mundo o el llorica de la tribu; en definitiva, distintas encarnaciones y reencarnaciones de Sísifo como figura absurda de lo civil. La condición absurda del trabajo inútil y sin esperanza; condena de los civiles por los dioses de la política, no sólo contempla el carácter fatigoso de su tarea eterna y su insobornable sentido del desdén y el desprecio por el destino (controlado por el gobierno o lo que llamamos "clase política"). Sino que incluye la auto-condena y auto-infligido castigo de la minoría de edad, cuyo peso ( más engorroso que el trabajo forzado) solo es sublimado a través de la pornografía comunicativa (informativa y mediática) y de la convención formal de la glorificación de una verdad ingenua y espontánea, que aparece cual tesoro pirata enterrado en las lejanas islas del caribe; cual cáliz mitológico de cualquier religión secular. Una minoría de edad, que nos obliga a ceder no sólo la autonomía política y ha reducir la especificidad y trascendencia de la acción política, sino que nos hace creer en esa falsedad que decía Adorno en Mínima moralia sobre la verdad: "La verdad es inseparable de la ilusión de que alguna vez entre las figuras de la apariencia, surja, inaparente, la salvación". Como sí la verdad (en política) apareciera según formas teológicas de la revelación, como si fuera aquello portado por alguien como una suerte de iluminación sacerdotal y mesiánica. 

Las promesas y mentiras de la política (realpolitik) obedecen a una idea manipulada de un celebrado texto de Nietzsche (Sobre verdad y mentira en sentido extramoral) en el que se sostenía que el impulso hacia la verdad, venía del espíritu de auto-conservación, de supervivencia y adaptabilidad al medio. De la misma manera, es la mentira el mayor recurso evolutivo de la "clase política" para mantenerse en los órganos y centros de poder, seguir ocupando el aparato del estado con cierta estabilidad y perdurabilidad, mientras usan el arte de la promesa (cuanto más elevada e inalcanzable mejor) utópica, como el mejor cesto donde contener el conjunto de mentiras necesarias e innecesarias que se usan en política. Como ya dije en algún artículo anterior: El mentiroso, no dice una mentira ontológica, sino que abusa de las convenciones, es decir, dice ser rico, cuando su estado de cosas materialmente le corresponde describirse como pobre; en definitiva el mentiroso invierte y pervierte los usos, las palabras y los nombres. Tan fuerte es el arraigo de la verdad, que los individuos de una sociedad temen las consecuencias de la mentira, pero no al propio mentiroso, temen ser apartados y expulsados, temen ser marginados si engañan, no porque la mentira sea un desajuste con la realidad, sino porque violenta las convenciones y con ello el pacto de paz. Los hombres de la sociedad pues, sólo desean la verdad en la medida en que conservan la vida, no por ella misma, por su valor intrínseco u ontológico" . Por lo tanto, la verdad sirve a un criterio de utilidad y pragmatismo, en tanto que es la creencia que sustenta todo el convencionalismo y formalismo social; pero sólo mediante su existencia fuerte, puede realmente emplearse la mentira como un arma de mayor sofisticación, como un instrumento de coleccionista para la micro-política, mientras que la "verdad" aborde los asuntos de la macro-política nacional. A mi juicio la minoría de edad antes mencionada, genera la ilusión teológica en una verdad por revelación (vestigios románticos y adornianos) propia de los textos bíblicos, pero alejada de la investigación científica o ilustrada de los hechos que la proporciona, una noción de verdad que no posibilita y permite el abuso de la ,mentira y la promesa del mago; pero sí un uso racional de la misma, necesaria en ciertos asuntos en la que le es intrínseca (servicios secretos, estrategia geopolítica, operaciones de rescate, ciertos procesos judiciales, inteligencia militar el buen gobierno, etc.) . La desvalorización sea por exceso o por defecto, de una noción rigurosa y contenida de la verdad, ofrece un inexistente muro de contención, una ausencia de resistencia y límite para el uso indiscriminado y arbitrario de la "mentira" en todas su formas, sean estas las legitimas en política, o las que pertenecen al campo de lo intolerable. 

Ciertamente cualquiera se preguntará  ¿qué mentiras pueden tolerarse en democracia y en una época de intenciones y propósitos de transparencia absoluta en las instituciones públicas? La respuesta no puede más que remitirse a Maquiavelo; que en su más que conocida obra "El Príncipe", ya nos advertía que existen modos para que el príncipe guarde y mantenga la palabra dada a su "principado" (a los ciudadanos; nada de exorcismos como el de "pueblo") sólo en ciertas circunstancias: "Es necesario, por lo tanto, ser zorra para conocer las trampas y león para amedrentar a los lobos. Los que solamente hacen de león no saben lo que se llevan entre manos. No puede por lo tanto, un señor prudente - ni debe - guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa" . La aceptación de la mentira como juego estético-erótico, como un juego de todos aquellos elementos que se comprometen en una "seducción": la apariencia, la estrategia, el elogio, la retórica sofística; en busca de un mejoramiento no de las reglas de gobierno pues estas deben ser públicas, visibles y claras, sino de ciertos usos y actos de gobierno que con ellas se hace, es una aceptación básica para empezar a ser ciudadanos, es decir, mayores de edad. Y no menores de edad o "Sísifos" como figuras representativas de la política del absurdo.  Así, un gobernante o representante político debe mantener por encima de todo una "estética de la mentira" o como diría Maquiavelo: " (...) No es, por tanto, necesario a un príncipe (partido político) poseer todas las cualidades anteriormente mencionadas, pero es muy necesario que parezca tenerlas. E incluso me atreveré a decir que si las tiene y se las observa, siempre son perjudiciales, pero si aparenta tenerlas, son útiles; por ejemplo, parecer clemente, leal, humano, íntegro, devoto y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de tal manera que, si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la cualidad contraria (...) Pues a menudo (el príncipe) se ve obligado a conservar su Estado, a actuar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad y contra la religión (...) Y como ya dije anteriormente , a no alejarse del bien, si puede, pero a saber entrar en el mal si se ve obligado (para el bien del Estado)".  Como vemos, la mentira puede servir para mantener un espíritu reformista y no utópico-revolucionario, que consiga mantener las formas estéticas suficientes y necesarias para reafirmar la confianza en un sistema hundido en la corrupción, pero cuyos valores y principios son la mejor forma de gobierno.  

La cuestión no es, exigir una pureza y castidad máximas, una limpieza y transparencia "supra-humanas", a los políticos profesionales (como hoy se hace); pues ni tan siquiera en la sociedad civil existe  la "obligación" (sí el deber) de no mentir. La segunda realidad (la realidad virtual), las representaciones estéticas, las imágenes fotográficas (artísticas o periodísticas), el periodismo mismo, la televisión, la publicidad (propaganda) el propio mercado o comercio, las domésticas vidas personales etc. Están instaurados en una economía de engaño, seducción, promesa y mentira legislativa-mente y moralmente aceptadas, pues como destacaba el propio Maquiavelo, existen dos formas de combatir (políticamente): una con las leyes, propia del hombre, y la otra con la fuerza, propia de la bestia. Pero ninguna debe ir independientemente de la otra, aislada y separada, sino que deben conformar un solo cuerpo (Minotauro). La conjunción de ambas constituye el "juego estético de la mentira", entendiendo que su flexibilidad  genera una multiplicidad de estrategias del hombre y  de tácticas de la bestia, necesarias para mantener el orden en una comunidad política. Si no aceptamos el "Minotauro" (mitad bestia, mitad hombre) como la figura de la política y su imagen como una imagen que debe ocultarse en parte (la parte de la bestia) entonces caeremos en las ingenuidades, las promesas vacías, el buenismo sentimentalista, los auto-flagelamientos y los lamentos nacionales de la minoría de edad. Por lo tanto, las alternativas son: o el mero humo del formalismo declarativo (la vacuidad de las promesas políticas) o la sustancialidad de esas mismas promesas, sabiendo que la mentira es y será un hecho inevitable, más aún con los aparatos de hipertrofia como decía R.S.Ferlosio, que son la televisión y la publicidad. El "hecho de la mentira" no constituye un debe en sí, sino un debe  tras la aceptación del hecho; pues ella es irresistible, siempre existirán los sujetos débiles y fáciles de engañar y los crápulas y "trileros" profesionales. ^Por lo tanto, se debe exigir, que en lo que se mienta, se mienta bien. Lo que se debería pues reforzar, no es la demanda pueril e infantil del "no mentir", sino la mayoría de edad y la formación ilustrada  para poder discernir sobre lo que es mera propaganda engañosa, publicidad ideológica y política de verdad. No pienso pecar de utópico, y se perfectamente que dicha ilustración civil sera inabarcable e incompleta, pero al menos debe atenderse al espacio que ocupa un discurso no ebrio y dopado que sólo critica nociones pueriles, sino que atiende a la sobria raíz del problema político.  











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