viernes, 28 de marzo de 2014

Michel Foucault; y la inauguración del presente (II)





Releyendo los dos textos que me sirvieron de pared maestra (¿qué es la crítica? y el seminario sobre ¿qués es la ilustración? de Kant) en el pasado artículo sobre el enigmático filósofo francés; me he dado cuenta de la enorme importancia y relevancia, no sólo de la distinción entre "analítica de la verdad" y "ontología del presente", de su irreconciliable condición, y su indisoluble relación de superposición de una y la otra. Sino de la importancia, de algo que se usa y desusa con vulgar cotidianidad, durante el rutinario advenimiento de los acontecimientos corrientes de la "metrópolis" ( posibilidad y condición para la necrópolis). Esto es: la "actitud crítica", que más allá de las conclusiones a las que podamos llegar, tras el análisis de dicho concepto o trans-concepto; desde luego es a su vez, la verdadera esencia de la relación entre la polémica distinción inaugural y fundacional de la pos-modernidad.

La "actitud crítica", en el texto de Foucault, remite a múltiples nociones y actitudes de "el arte de no ser gobernado" por múltiples formas de poder, por diversas maneras y medios de ser gobernados y de serlo por "este" o "ese" con un fin u otro, etc. Ya sean las clásicas formas de poder de la edad media; que él identifica, como las que sujetan al sujeto mediante el "arte espiritual" o prácticas religiosas. Que eran la forma de dominación e imposición interior, a la que ninguna otra forma de poder fáctico-empírica podía llegar, y que su instrumento más sutil y a la vez efectivo, era el modo y tipo de escritura. Que no solo les dominaba normativamente sus acciones y praxis, según el "deber" o "mandato exterior" determinado, sino que dirigían sus conciencias; y con ellas las facultades más performativas de la misma: ya sea la narración mítica, la imaginación e incluso la memoria. Configurando un dominio bíblico ligado al funcionamiento de las enseñanzas de Dios; al que había que oponerse a su relato, renunciar a la escritura establecida, y crear una nueva narración, un micro relato que lo hiriera y perforara; que presentase una alternativa al macro-relato de la "Escritura".

 Ofreciendo pues, una negación y oposición, no solo a lo existente, sino a lo dado, y por lo tanto "no ser gobernado" era rechazar, limitar y recusar el magisterio y la escritura eclesiástica (sea de un modo privado o interior). Mediante la creación de una nueva escritura, una escritura auténtica que se plantease si la "Escritura" (la bíblica-eclesiástica) era la verdadera escritura, la "verdad" en definitiva. Y ciertamente, esta nueva forma de escritura inaugural, esa escritura auténtica que ofrecía una oposición y rechazo a lo dado, es una de las formas más importantes de la "actitud crítica". Por no decir, el soporte indispensable de todo el contenido formal y sustancial de la "crítica". A su vez Foucault advierte que la escritura como soporte de la crítica, es históricamente bíblica, puesto que de ella y en oposición a ella se genera.

O como decía; ya sean formas de dominación modernas, como el caso de la Ilustración, en que la razón y la imagen racionalizada del mundo e incluso de Dios; ha conducido a la secularización de todos esos centros de prácticas espirituales, al desplazamiento del centro religioso (espiritual) por el despliegue y expansión de la sociedad civil. De tal modo, la des-centralización del espíritu (centralización del poder en la interioridad) ha conducido a la multiplicidad y multiplicación de los poderes en el espacio público/social. Centrando el problema en dos ejes, que recogerá muy bien Stuart Mill, y sobre el que girará toda su obra, estos son: el conflicto entre el individuo y el colectivo, es decir, cómo mantener la libertad y el espacio privado, la singularidad e individualidad y "mis" derechos frente a coacción de la sociedad. Y por otro lado, el problema de "quién nos gobierna", la pregunta por el buen o mejor gobierno y por los límites de su poder.

 Y de esta última; se desprende una sucesión de cuestionamientos e interrogaciones sobre el gobierno de cosas concretas y particulares; es decir: tal proceso de secularización o de escritura auténtica conduce a preguntarse, por parte de un "nosotros" (la ocupación de todo el espacio por la sociedad civil, y la consecuente idea de ciudadano).Por el gobierno del ejército, el gobierno de los niños, el "cómo" gobernar la familia, a los ciudadanos, a los grupos o colectivos de alteridad (lo "otro") esto es, al diferente. Y hasta incluso, el "cómo" gobernar el propio cuerpo, su movimiento, relaciones y mirada. Y por supuesto, la interrogación por el gobierno del espíritu; puesto que en la escritura anterior, las prácticas espirituales han sido eliminadas.

Por lo tanto, el "cómo gobernar" es una nueva forma de macro-escritura, a la que hay que oponerse, confrontarse y resistirse. Rechazarla mediante una nueva micro-escritura. Dicho problema, el del gobierno, ha sido "la" cuestión fundamental a lo largo de la modernidad y la pos-modernidad, con lo que se ha llegado a la multiplicidad de "artes de gobernar" que existen hoy en día; y a los que es necesario presentar una "actitud crítica", una contra-narración y contra-escritura.

Pero lo más importante a destacar de la "actitud crítica", como intentaba apuntar al principio, es que la esencia misma de la Ontología del presente, surge en la Ilustración en un sentido positivo. Y por lo tanto, también debe definirse por su contrario, por lo que "no es": la "actitud crítica", que no es lo que viene dado, lo "que es o hay"; sino lo que tiene que "llegar a ser". Es ese impulso de negación y destrucción de lo dado, de lo realmente existente, lo que permite construir un nuevo presente, un sentido a la actualidad, y por supuesto la verdadera constitución de un "nosotros". De esta manera, desde estos dos polos, la ilustración como configuración de una nueva conciencia y un "nosotros"; y la actitud crítica, como la negación, es lo que posibilitan una determinación y delimitación de la época. Y por lo tanto, abren las vías por las que hay que pensar el presente e inaugurarlo de nuevo, en una constante fundación del mismo, como negación: "arte de no ser gobernado" frente a la proliferación de los "artes de gobernar". 

Concluyo, que la "actitud crítica" no debe ser una facultad del espectador (teórico o filósofo retirado del "presente" -de la política para Arendt-), sino del agente, de aquel que participa de la acción, de la praxis del discurso, de aquel que es involucrado en un tiempo, aquel que construye un sentido para el presente, aquel o aquellos que fundan una "actualidad". En definitiva aquellos que han comprendido la esencia de los tiempos sucedidos a partir de la inauguración de un presente eterno. Esto es: desde el origen y fundación de la "ontología del presente" en que son los actores, los que mueven tanto la interioridad y exterioridad de los discursos de conocimiento-poder (aceptando la paradójica relación de contraposición fáctica y lógica). Los que en definitiva constituyen un "nosotros" (del que deriva necesariamente una actitud crítica, puesto que sin ella, no sería propiamente un genuino "nosotros"), como único legado positivo de los tiempos de las Luces (Ilustración).












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