sábado, 29 de marzo de 2014

Habermas y la ética discursiva (I)





Jürgen Habermas (1929) filósofo alemán, mal heredero de la escuela de Frankfurt; sus presupuestos teóricos derivan de diversos y distintos campos y escuelas. Por un lado, encontramos herencias en la teoría de la comprensión e interpretación de la hermenéutica filosófica de Gadamer, por otro lado, vemos una influencia del segundo Wittgenstein y los juegos del lenguaje, y en la teoría de los actos de habla, de J.L Austin y J.Searle.

En este caso, lo que queremos exponer, una vez dichas las influencias y fuentes de su pensamiento, es una aproximación general a su ética discursiva; que él propone en "conciencia moral y acción comunicativa". Para Habermas el lenguje, lejos de describir meramente los hechos y los estados de cosas, también posee una función más dinámica y variable, es decir como instrumento de comunicación performativo. Tal lenguaje expresa una "esfera común" de los individuos que comparten una misma realidad lingüística, un "mundo de la vida" en la que los hablantes competentes del lenguaje, no sólo dan nombre  a las cosas y las relacionan entre sí; sino que "valoran" argumentativa-mente, y discuten normas y reglas regulativas de la acción. Esto es, normas y reglas morales para vivir en común. El lenguaje es público, común, intersubjetivo y esta regido por convenciones y reglas, y precisamente en este punto, es donde Habermas se aferrara como gato panza arriba, para fundamentar su ética discursiva. Que no es una teoría formal que proporcione contenido moral, resoluciones éticas y constituya imperativos y máximas para la acción; sino que conforma un procedimiento para determinar los criterios de validez y corrección de las normas morales y acuerdos normativos; y las condiciones y medios de aceptabilidad de un juicio moral.

La ética discursiva será un diálogo y discusión para recabar acuerdos y pactos entre hablantes competentes, que comparten una realidad lingüística común, sobre la validez y legitimidad de las normas. La validez y legitimidad (veracidad) de las normas, las proporciona las condiciones establecidas en la propia "acción comunicativa". Esta, proporciona unos a prioris y presupuestos universales que configuran y regulan los contenidos normativos de la praxis. Así pues, todo hablante, por el mero hecho de intervenir en la argumentación y ejecutar una acción comunicativa, toma conciencia del conjunto de condiciones necesarias para el entendimiento, y a su vez (y esencialmente) proporciona una dimensión moral a la acción lingüística. Por lo tanto, remitimos así, a una situación ideal de diálogo, en que se respeta el presupuesto fundamental de la comunicación, que al obtener una dimensión moral, se lleva a cabo en la praxis. Este es: el reconocimiento como iguales entre todos los participantes del diálogo y los afectados por la normatividad en la acción. El reconocimiento entre participantes igualmente libres y dignos, sólo se puede dar en esa situación  comunicativa ideal ( o imaginativa); y no en la comunicación en engaño, dominación, manipulación, interés, de silencio por parte de algunos interlocutores etc.

La misma acción comunicativa, es la que impone sus presupuestos generales y condiciones, como un ideal normativo. Constituye así, el fundamento de validez y legitimidad para la praxis discursiva que posibilita el acuerdo y consenso entre sujetos situados a priori, en una dimensión moral. Por el mero hecho de estar llevando a cabo una acción comunicativa óptima, que tendrá que concluir y sistematizarse en un sistema normativo o regulativo de la acción, es decir, aportando contenidos morales de manera positiva, no meramente fundamental. A esto, Habermas lo llama la prueba "pragmática trascendental". Pero que sólo son rigurosos y válidos, si se dan o concluyen desde este fundamento de condiciones previas de la acción comunicativa, que determinarán los principios o presupuestos de la ética discursiva.

Así, las normas de interacción y acción derivan de las formas y estructuras cognitivas del lenguaje, la ética discursiva representa lo que Reichenbach denominaba como el "paralelismo ético-cognoscitivo". Es decir, para Habermas el determinar el "deber ser" no es un mero convencionalismo, un pacto o contrato sin más, sino que es una forma de conocimiento, que hay que argumentar y dar buenas razones del "porqué". Dichas estructuras cognitivas, son la base de todo juicio moral, la naturaleza del cual debe ser: a) el cognitivismo, b) universalismo y c) el formalismo. Reglas que pueden ser resumidas muy rápidamente de la siguiente manera:

a) Cognitivismo: La ética y sus resultados o conclusiones pueden decidirse mediante razones "objetivas" e imparciales; válidas y legítimas para todos los participantes o afectados del diálogo. Dichas razones sostenidas por un lenguaje; son intersubjetivas, comparten un espacio común de comunicación y expresan una misma "realidad lingüística o esfera común". La estructura de los juicios morales por lo tanto, deriva de unas estructuras o formas cognitivas del lenguaje comunes a todo hablante. Pudiendo distinguir así, no entre juicios verdaderos o falsos relativos a una convención sin más; sino verdaderos o falsos en un sentido cognitivo, (para que un juicio sea cognitivo: debe superar un seguido de presupuestos, ejemplificados técnicamente en su libro; sería muy largo y costoso, a la vez que innecesario, reproducirlos aquí por mi parte).
b) Universalismo: Toda regla o ley moral debe poder ser universalizable, esto es, inclusiva. Debe incluir a todos los afectados y participantes, generalizando así la máxima. Todo el que forme parte de la argumentación debe estar de acurdo y llegar en lo fundamental a los mismos juicios de aceptabilidad de la norma de acción. A través del acuerdo y el consenso se sustancializa tal juicio moral, negando así cualquier forma de relativismo ético. Aquí la validez de los juicios, no depende de las pautas de racionalidad y valores de una cultura o forma de vida individual en las que se ve inscrito un sujeto, sino a esos presupuestos comunes a todo hablante por el mero hecho de ser hablante, y que hacen posible el reconocimiento mutuo, y la posibilidad de universalidad de las máximas.
c) Formalismo: Constituye la eliminación de los axiomas o principios a posteriori, orientados a conformar como regla general formas de vida concretas, historia vital individual, determinar ontológica-mente el prototipo de "vida buena" (...) O principios no racionales, o meramente pragmáticos-utilitarios. Sin un contenido axiomático (filosófico) a priori, orientado a proporcionar un juicio moral prescriptivo de ciertos contenidos morales que nieguen o se contrapongan a presupuesto generales de la "acción comunicativa".

Habermas identifica tres tipos de intereses distintos, que diversas teorías morales han usado para justificar sus contenidos: el interés técnico, el práctico y el emancipatorio. Este último será el que más interese al ecléctico filósofo alemán; ya que la misma "acción comunicativa", no es solamente una racionalidad instrumental, sino que recaba la comprensión y reconocimiento del "otro", no por practicidad o en búsqueda de un rendimiento exitoso o pragmático. Sino, por entenderlo como un fin en si mismo, y no un medio para un fin. El reconocimiento del "otro", es un reconocimiento como un igual (libre y digno), y por lo tanto como un fin. De esta manera pretende salvar el desfase entre teoría y práctica, aduciendo que la racionalidad ejercida es una racionalidad emancipadora, que funciona tanto como ideal teórico, y  a su vez es una finalidad empírica. Que lleva como proceso factual, el liberarse de la condición instrumental, técnico-práctica de otras éticas, que tratan así al sujeto, y no dan cuenta de la necesidad y capacidad, emancipadora del ser humano. ( la emancipación pretende la liberación del ser humano, a través de las ciencia sociales críticas).

La emancipación del hombres viene por la "comunicación" o interacción lingüística, cuyo telos es el "acuerdo" (dentro de una situación lingüística ideal). De este modo, la emancipación es el mismo "acto de habla" veraz, justo y libre. Requisitos que se cumplirán en toda situación comunicativa donde exista la simetría ideal, la horinzontalidad y reconocimiento entre los hablantes (por lo tanto, no dominación o verticalidad). Derivándose así su universalidad de la estructura cognitiva del lenguaje, puesta y dispuesta en la praxis discursiva óptima, que impondrá (del lenguaje) unas normas de interacción morales.














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